Año: 2014
Duración: 81 min.
País: Austria
Dirección: Ulrich Seidl
Guión: Veronika Franz, Ulrich Seidl
Fotografía: Martin Gschlacht
Reparto: Alessa Duchek, Gerald Duchek, Inge Ellinger, Manfred
Ellinger, Walter Holzer, Cora Kitty, Alfreda Klebinger, Fritz Lang, Josef Ochs,
Peter Vokurek
Productora: Coop99 Filmproduktion / MMK Media / Ulrich Seidl Film
Produktion GmbH
Género: Documental
Como su propio nombre indica, Im Keller es un documental que
va sobre sótanos, más concretamente sobre sótanos en Austria, tema insustancial
donde los haya, al menos a priori. Y sin embargo a poco que uno se tome la
molestia de rascar, verá que el tema de los sótanos no es un asunto tan
anodino. ¿Recuerdan el caso Fritzl? En 2008 se conoció el caso de Elisabeth
Fritzl, encerrada por su padre durante 24 años en un sótano construido bajo la
casa familiar, en Amstetten (Austria). Josef Fritzl, al que pronto se
empezó a llamar «el monstruo de Amstetten» tuvo con ella siete hijos sin que,
en apariencia, su esposa llegara a sospechar nada de los tejemanejes que
ocurrían bajo su casa. ¿Y qué decir de Natascha Kampusch, la joven liberada dos
años antes, secuestrada cuando tenía 10 años y encerrada por su captor durante ocho
años en el sótano de una casa unifamiliar en un suburbio de Viena?
Y es que un sótano, oculto a la mirada indiscreta de los vecinos y
de la sociedad en general, da mucho juego. Puede servir para infinidad de
cosas, desde guardar todos aquellos enseres de los que uno no quiere
desprenderse pero tampoco quiere tener a la vista, hasta ser escenario de
prácticas poco habituales, que van desde lo inocuo hasta lo peligroso, que es
básicamente en lo que se centra Im Keller.
Hay una secuencia al inicio del documental que ilustra a la
perfección su espíritu provocador. Dentro de un terrario hay una enorme
serpiente amarilla y frente a ella un diminuto roedor. Junto al terrario hay un
hombre que observa, inmóvil, la escena. Ambos animales, víctima y victimario,
se observan, la serpiente yace inmóvil, el roedor acorralado en un rincón
parece dudar sobre qué hacer, el tiempo se congela, y sin embargo todos sabemos
que la suerte está echada.
Bajo tierra existe un submundo perturbador habitado por seres
extraños que realizan prácticas secretas que probablemente serían censuradas
por los de arriba, por ese otro mundo de maneras cordiales que habita sobre la
superficie. El subsuelo es un enorme subconsciente de bajas pasiones dominado
durante la mayor parte del día pero al que sus habitantes siempre vuelven de
manera indefectible; día tras día encuentran un rato para escaparse y
entregarse a su afición, dando rienda suelta a su vicio inconfesable. En la
intimidad del subsuelo todo es posible. Prácticas sadomasoquistas, maternidades
imposibles y bebés «reborn», un museo con trofeos de caza en forma de cabezas y
cuernos (el tema de la caza vuelve a aparecer en su película Safari), una
galería de tiro subterránea con hombres armados hablando sobre inmigración,
lavanderías industriales, un improvisado local de ensayo para músicos aficionados,
un salón de juegos infantiles (minibar incluido), una piscina reducida donde
hacer unos largos, un lugar de reunión fraternal para antiguos camaradas donde
tomar unos tragos y recordar los viejos tiempos en medio de abundante parafernalia
nazi… Como se ve, un enorme y oscuro iceberg, un mundo insospechado de acceso
exclusivo para iniciados.
El estilo de Ulrich Seidl (director de la trilogía Paraíso) es
reconocible: sitúa su cámara frontalmente, como si fuera a tomar una foto,
estática, buscando siempre una geometría tan fría como desasosegante. Un plano
fijo y a menudo en silencio, estirando el tiempo. Es ahí, en ese escenario iluminado
por una luz artificial e irreal, sepultado varios metros bajo tierra, donde los
protagonistas se dejan filmar, donde se sinceran y nos cuentan sus secretos,
como ese matrimonio compuesto por una dominatrix y su marido-esclavo,
sometido este de buen grado a todo tipo de vejaciones mientras se mueve por la
casa completamente desnudo y encadenado como un perro (la mazmorra del sótano la
reservan para las prácticas más bestias). Otras veces, los protagonistas no
dicen nada, se limitan a posar en silencio, petrificados como una serpiente
amarilla, mirando directamente a la cámara, observando al observador. Seidl,
habituado a mostrar en sus películas los aspectos más sórdidos y las verdades
más incómodas de una sociedad que se proclama civilizada, no se inmiscuye en la
vida de sus protagonistas, no pregunta, no juzga: deja que sean ellos los que
se muestren tal cual son y que el espectador saque sus propias conclusiones. Pero
cuidado: vistos de cerca, todos somos un poco raros.
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