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Título original: Wolfzeit (Le Temps du loup), 2003
Dirección: Michael Haneke
Guión: Michael Haneke
Intérpretes: Isabelle Huppert, Béatrice Dalle, Patrice Chéreau, Rona Hartner, Maurice Bénichou, Olivier Gourmet
Fotografía: Jürgen Jürges
Producción: Coproducción Francia-Austria-Alemania
Duración: 110 ’
Lucharán los hermanos, y se habrán de matar,
los primos hermanos cometen incesto,
terrible es el mundo, hay gran adulterio;
días de lanzas y espadas, se raja el escudo,
días de tormenta y lobos, se hunde el mundo,
no habrá hombre ninguno que a otro respete.
Extraído de Völuspá (La profecía de la vidente)
El director alemán Michael Haneke asegura haberse inspirado en el Volüspá, el primer y más conocido poema de la Edda poética (venero de la mitología escandinava y leyendas germanas), para su película El tiempo del lobo. En dicho poema, una vidente, una völva, narra la historia del mundo, desde la creación hasta su final apocalíptico, el Ragnarök, y su posterior segunda creación.
En El tiempo del lobo Haneke nos habla del fin del mundo, tema éste que parece estar de nuevo de moda o acaso siempre ha estado ahí, a la vuelta de la esquina, en los noticiarios, en esas guerras, en esos accidentes, en esos desastres naturales que normalmente suceden en otros lugares, lejos de nuestra cotidianeidad, de nuestro confortable hogar, de nuestras familias. ¿Qué ocurriría si ese fin del mundo acaeciese en nuestro entorno más cercano?, ¿cómo nos comportaríamos?, ¿qué pasaría con nuestras civilizadas formas?, ¿se mantendrían?
Este es el problema que plantea Haneke, y digo bien “plantea” porque normalmente el cine de Haneke propone un problema, uno que bien podría afectarnos a cualquiera de nosotros, pero no ofrece ninguna solución, ha de ser el espectador el que reflexione sobre lo descrito y, si acaso, busque una posible solución, y eso suponiendo que la haya. Creo que ese es uno de los aciertos del desasosegante cine de Haneke.
Como ya sucedía en Funny Games, la tranquilidad del hogar se ve alterada desde el primer momento. Todo un bagaje de siglos, en lo que aparenta ser un constante progreso en nuestra orgullosa civilización occidental, se va al traste ya en los primeros planos de la película: una familia modélica y feliz (padre, madre y dos hijos, como manda el canon occidental) llega hasta su casa en el campo, pertrechada de comida y de agua, y se encuentra con que la casa está ocupada por otra familia desconocida y armada. El encuentro (más bien desencuentro) se salda con la muerte del padre de familia, por lo que en adelante, una vez que han sido expulsados de su propia casa, habrá de ser la madre, Anne (la siempre convincente actriz Isabelle Huppert), la que asuma también el rol del asesinado padre. Es ahora cuando descubrimos un mundo extraño, donde algo ha ocurrido (algo muy serio pero que nadie explica). De repente, Haneke nos sumerge en la pesadilla, en lo que parece ser la antesala del fin del mundo: un escenario de gente insolidaria y violenta, de fuegos inquietantes en mitad de la noche, de frío, hambre y sed, de perros que se rebelan contra sus amos y se tornan salvajes como lobos… Voluntariamente Haneke prescinde de artificios, de los espectaculares efectos especiales propios del cine de catástrofes que al final lo único que consiguen es el distanciamiento del espectador respecto “al desastre” descrito. Haneke prefiere crear una atmósfera perturbadora que poco a poco nos va envolviendo, involucrando, y que habremos de recordar durante mucho tiempo. Para conseguir su objetivo, el director alemán renuncia a una banda sonora y opta por el silencio y por planos largos, a menudo con cámara fija, en los que nadie habla. En el mundo de ruidos que es nuestra sociedad superflua (así la define Haneke), ¿hay algo más inquietante que el silencio?
Ese grupo cada vez más numeroso que espera en una estación la llegada de un tren que les lleve a alguna parte es el paradigma de la nueva sociedad instaurada. Una comunidad de hombres, mujeres, niños y ancianos, donde no faltan extranjeros que hablan lenguas ignotas, que parece haber retrocedido en la evolución humana, hasta situarse en la oscuridad de un estado más primitivo, en que la autoridad viene respaldada por la posesión de las armás más que por la razón, y donde los abusos sobre los más débiles son frecuentes y a veces hasta moneda de cambio; en una situación tan extrema que el trueque se hace imprescindible para sobrevivir, tan necesario como la explotación de los animales para poder comer y beber. “Homo homini lupus”, el hombre es un lobo para el hombre. Se diría que en el nuevo orden el único dilema es escoger entre estar dentro de la manada, con la seguridad que da el grupo (a pesar de las decisiones arbitrarias de sus machos alfa), o estar fuera, como ese chico-lobezno por el que se siente atraída la adolescente hija de Anne, Eva.
Solo hacia el final de la película, y quién sabe si como un último reducto de esperanza, se escucha, en una radio en manos de Eva, una Sonata para piano y violín de Beethoven, pero es una melodía apenas perceptible.
Otras películas de Michael Haneke: Funny Games (en sus dos versiones), La Pianista, Caché y La cinta blanca.
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