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LAS ARMAS Y LAS LETRAS (25) - Lorca vs. José Antonio


En la pág. 162 del libro de Andrés Trapiello titulado "Las armas y las letras" se puede leer:

"Relata el entonces joven residente Gabriel Celaya que Lorca contaba entre sus amigos a José Antonio Primo de Rivera, con el que se citaba de vez en cuando para hablar, al margen de la política, de poesía y literatura. "¿Sabes que todos los viernes ceno con él [con José Antonio]? -le diría el poeta granadino al todavía en ciernes poeta vasco-; solemos salir juntos en un taxi con las cortinillas bajadas, porque ni a él le conviene que le vean conmigo, ni a mí me conviene que me vean con el". [...]
"El propio [Ian] Gibson entrevistó a Celaya para afinar, hasta donde fuera posible, tal recuerdo. El poeta donostiarra le refirió entonces de viva voz: "Nosotros teniamos una tertulia donde íbamos a tomar el café todos los días, en un sitio que se llamaba La Ballena Alegre, en los bajos del Lyon. A esta tertulia íbamos, pues, estudiantes de la Residencia, que muchos eran actores de La Barraca [...]. Nosotros estábamos en una mesa. Y en la mesa de enfrente había otra tertulia, que era de todos los fundadores de la Falange: José Antonio Primo de Rivera, Jesús Rubio, José María Alfaro... Nos conocíamos todos y nos insultábamos, pero era todo como un juego porque nos decíamos: "¡Cabrones! ¡Fascistas! ¡Rojos!". Esto sería el año 34. No había hostilidad. Las tertulias eran separadas y en los periódicos nos metíamos unos con otros, pero no había una cosa de guerra, era cosa de amigos, de intelectuales, de estudiantes, nos veíamos en las mismas exposiciones, en los mismos conciertos, en las mismas obras de teatro. Madrid era muy pequeño. Entonces, no debe chocar tanto que Federico conociera a José Antonio. José Antonio era un orteguiano, leía mucho a Ortega y Gasset. Ortega fue el editor de Romancero gitano, en la Revista de Occidente, y claro, había una especie de contactos. Cuando él me dijo eso de que todas las semanas cenaban un día juntos, a lo mejor era una exageración de Federico, porque Federico era muy fantasioso, pero que él conocía a José Antonio, esto es verdad, esto es completamente cierto [...]. A José Antonio me lo presentó Federico en Casablanca una noche de whiskis. Yo no había ido con Federico, había ido con un grupo de la Residencia. Casablanca era un cabaret, como se decía entonces, un sitio de baile, nocturno. Y allí fuimos después de cenar y allí estaba ya Federico. "Oye, ven aquí (me dice), te voy a presentar a José Antonio, vas a ver que es un tío muy simpático". Y nos presentó. Eso sería el 34". [...]
"Desde luego no está acreditado que Lorca y José Antonio fuesen, como Lorca y Dalí, amantes."

LAS ARMAS Y LAS LETRAS (24) - Ortega y Gasset vs. María Zambrano


En la pág. 89 del libro de Andrés Trapiello, "Las armas y las letras", se puede leer lo que sigue:

"Entre las actividades de la Alianza, apenas estalló la guerra, estuvo la de recabar firmas de intelectuales y escritores relevantes, para ponérselas en un comunicado de apoyo a la República.
Por muchas razones, una de las personalidades inexcusables con las que se contaba era Ortega y Gasset. Este era el nombre que la República podía oponer al de Unamuno, cuyo apoyo a los sublevados había sido propagado por toda la prensa nacional e internacional, ya que Unamuno era, con mucho, el intelectual español más conocido en el extranjero.
El manifiesto que redactaron los aliancistas resultaba muy sumario, de manera que pudieran firmarlo personas de ideas liberales y mesuradas.
"Nosotros -se decía en él-, escritores, artistas investigadores, hombres de actividad intelectual, en suma, agrupados para defender la cultura en todos sus valores nacionales y universales de tradición y creación constante, declaramos nuestra identificación plena y activa con el pueblo, que ahora lucha gloriosamente al lado del Gobierno del Frente Popular defendiendo los verdaderos valores de la inteligencia al defender nuestra libertad y dignidad humanas, como siempre hizo... Los firmantes declaramos que ante la contienda que se está ventilando en España, estamos al lado del Gobierno de la República y del pueblo, que con heroísmo ejemplar lucha por sus libertades". Con este envío fue una comisión de la Alianza a ver a Ortega." [...]
"En julio de 1936, Ortega, según su propio testimonio posterior, se negó en un primer momento a poner su firma en el documento que le presentaron y que hemos visto más arriba, pero ante la cólera de los asociados terminó accediendo.
Su nombre apareció al día siguiente, 31 de julio de 1936, en Abc en la nota de adhesión a la República; y días después, en la prensa de todo el mundo junto al de Machado, Juan Ramón Jiménez, Pérez de Ayala, Marichalar, Menéndez Pidal, Marañón y otros científicos. Le pidieron también que hablara en Radio América, pero Ortega, que había cedido con la firma, se opuso enérgicamente a la nueva pretensión de aquellos milicianos amantes de las ondas herzianas."

Y en la pág. 94 de la misma obra:

"Al mismo tiempo circuló incluso por Madrid el nombre de la persona (María Zambrano) que presuntamente había desenfundado una pistola, obligando al filósofo a estampar su firma en el documento, lo cual entra en contradicción con el testimonio de Soledad Ortega, hija del filósofo, a este que hace ahora las veces de cronista. Según Soledad Ortega, ni su padre recibió amenaza ninguna, porque sería ella quien pactase la firma de don José en los jardines de la Residencia con los aliancistas, que no llegaron a subir a la habitación donde esperaba el viejo profesor, ni éste manifestó nada, cuando lo pudo hacer, ni ella reconoció a ninguno de los que fueron aquel día de julio a la Colina de los Chopos. Para su hija, aquel día al ilustre profesor, contra lo que él mismo escribió a los pocos días de aquellos hechos, solo le distrajeron los gorgoritos de los pájaros pintos. Pero lo cierto es que Bergamín, en una carta abierta al filósofo, escrita poco después de la guerra, confirma que firmó libremente la adhesión y que lo hizo ante Zambrano. Bergamín no dice nada de la pistola, pero sabemos también que Zambrano solía llevar una al cinto esos días." [...]
"Ortega y Zambrano volvieron a verse y a tratarse después, en el exilio. Y olvidaron, a lo que parece, el episodio. Zambrano guardó hacia su maestro el mayor de los respetos."

LAS ARMAS Y LAS LETRAS (23) - Antonio Machado vs. Manuel Machado


De la obra "Las armas y las letras" de Andrés Trapiello, pág. 465:

"Cuando Antonio murió, tuvo lugar uno de los episodios sin duda más conmovedores en la vida de ambos hermanos, Manuel y Antonio, en la vida de uno y en la muerte del otro..., cuando uno y otro, en 1935, habían escrito ya El hombre que murió en la guerra, drama que se quedó sin representar a falta de un buen actor, cuando iba a haberlos tan buenos para ese papel un año más tarde.
De modo casual se enteró Manuel Machado por la prensa francesa, que se recibía en la Oficina de Propaganda en Burgos, de que el poeta español Antonio Machado había muerto en un pequeño pueblo del sur de Francia. Consiguió Manuel salvoconductos y llegó a Collioure en coche oficial y una escolta, desde Burgos. El viaje duró dos días. Allí le esperaba la noticia de que también acababa de morir su madre, enterrada con él en el mismo cementerio. Sabemos que Manuel pasó un día en Collioure, que agradeció a la dueña del hotelito donde murieron los últimos auxilios que ésta dispensó a su hermano y a su madre, y que permaneció la mayor parte de la jornada en el cementerio, junto a sus tumbas. ¿Se encontró allí con su hermano José, el dibujante, también exiliado? De ser así, nadie supo jamás de lo que se trató entre ambos. Ni Manuel lo contó ni José, que años después escribiría un opúsculo sobre la muerte de Antonio, mencionaría los pormenores de aquel encuentro, de haberse producido." [...]
"Algunos años después Manuel escribiría uno de sus más hermosos poemas y tal vez uno de los más hermosos de nuestra lengua. En cierto modo está escrito a medias con su hermano Antonio. Lo tituló "Ecos", y estaba encabezado por un verso de éste: "¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera!" [...]

¿Qué tiene ese verso, madre,
que de ternura me llena,
que no lo puedo decir
sin que el corazón me duela...?

¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera!

¿Qué tienen, madre, qué tienen
estas palabras que suenan
tan adentro de mi pecho,
y tan lejos y tan cerca...?

¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera!

¿Qué dicen, sin decir nada...?
Sin contar nada, ¿qué cuentan?
De estas palabras sencillas
¿qué puso Antonio en las letras?

¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera!

Cuando en mis labios las tomo
y hasta mis oídos llegan...
¿por qué lloro sin consuelo?
y ¿por qué lloro sin pena?

¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera!

"Podemos entender estos versos como la respuesta de Manuel a aquellos otros bellísimos, escritos también en plena guerra, que Antonio le dirigió desde los huertos valencianos:

Otra vez el ayer. Tras la persiana
música y sol; en el jardín cercano,
la fruta de oro; al levantar la mano,
el puro azul dormido en la fontana.


Mi Sevilla infantil ¡tan sevillana!
¡cuál muerde el tiempo tu memoria en vano!
¡Tan nuestra! Aviva tu recuerdo, hermano,
No sabemos de quién va a ser mañana."

LAS ARMAS Y LAS LETRAS (22) - Antonio Machado y "aquellos días azules..."


En el libro de Andrés Trapiello, "Las armas y las letras", en su página 464 se puede leer lo siguiente:

"Otros tuvieron mejor suerte, si así puede llamarse. Machado, enfermo y viejo, con su madre y su hermano José, sale de España en el mes de enero. El 27 cruzaban la frontera, junto a Navarro Tomás, Riba, Corpus... De ese viaje se conserva una fotografía en la que varios hombres hacen un alto en el Mas Faixat del Ampurdán. Todos guardaban silencio, sentados bajos unos árboles sin hojas, y hacen tiempo. Machado parece entretenerse en dibujar en la tierra con la contera de su bastón Dios sabe qué enigmáticas cifras de lo que había vivido y lo poco que habría de vivir. De este penoso viaje a ninguna parte hay un relato estremecedor de uno de los testigos y miembros de la comitiva, el filósofo José Xirau, Por un camino claro, minucioso de detalles, de noticias, de fervoroso y devoto recuerdo para el maestro sevillano. Una mujer, Nuria Folch, aseguró pasar la noche en un tren "atestado de gente, cerca de la frontera", junto a Machado, y recordaba que el "el poeta, ya muy enfermo, era acunado como un niño por su madre, de noventa años".
Llegó la comitiva al pequeño pueblo costero francés de Collioure y Corpus Barga le buscó al poeta acomodo en un hotelito familiar, el hotel Bougnol Quintana.
Desde allí escribe Machado a Bergamín, al que agradece las gestiones que éste hizo para llevárselo a Inglaterra de profesor. "Así pues, el problema queda reducido -le dirá en esa carta- a la necesidad de un apoyo pecuniario a partir del mes que viene, bien para continuar aquí en las condiciones actuales, bien para trasladarme a alguna localidad no lejana donde poder vivir en un pisito amueblado en las condiciones más modestas". Había vivido en Barcelona en el palacio de los duques de Muragas, pero Machado, como muy bien lo conocía J.R.J., era el hombre más indiferente a tales lujos.
La carta lleva fecha del 9 de febrero de 1939. El 20 de ese mes morirá uno de los más grandes poetas de todos los tiempos, y dos días después, su madre. Trabajaba esos días en un prólogo que debería ponerse al frente de cuatro discursos de Manuel Azaña que no pudieron publicarse, como estaba previsto, en Barcelona; y en un nuevo poemas, escrito en versos alejandrinos. El prólogo, concluido, es ejemplo de lealtad y admiración hacia el presidente de la República; del poema solo llegó a terminar el primer verso, un verso que, sabiéndolo el último, cierra admirable, enigmáticamente su obra y su vida, abriéndonosla a la poesía y a la vida de todos y de siempre: "Estos días azules y este sol de la infancia...". Sampelayo asegura en su crónica que a ruegos de la madre, Zugazagoitia, Cruz Salido y él mismo lo amortajaron con un hábito franciscano y a falta de cordón se sirvieron de una liza que facilitó la patrona del hotel, a quien previamente Zugazagoitia convenció con dinero para que permitiese que el velorio se pudiese organizar allí mismo. Este hecho también suele ser omitido en las biografías del poeta. La madre, que moriría dos días después, como se ha dicho, quería que a su hijo Antonio se le enterrase como se había enterrado a Demófilo, su padre, y a su abuelo, con aquel sayal frailuno. Nada de esto fue referido por ningún otro de los presentes. La mujer de José, Matea, aseguró que le amortajaron con una sábana. ¿Se lo inventó todo Sampelayo? Quién sabe ya a estas alturas. Manuel Machado sería amortajado con ese hábito, y de ello sí hay constancia."

LAS ARMAS Y LAS LETRAS (21) - Josep Carner, el "príncipe de los poetas"


"Las armas y las letras", Andrés Trapiello, pág. 449:

"Carner era, en esa línea de personaje novelesco, un dandi y un gran noctámbulo, y en segundo lugar, el mejor conversador con el que se cruzó en su larga vida. ¿Podría desearse algo mejor? Noches y palabras.
Carner fue cónsul en muchas ciudades de Europa y Oriente Medio, desde Génova (donde Pla lo frecuentó) y El Havre (también aquí) a Beirut (donde le sorprendió la guerra) o Bruselas: "Vestit d´smoking (era rar el vespre que no es veiés obligat a posar-se´l), Carner era un home satisfet (o almenys ho semblava)", seguirá diciendo Pla.
Antes de la carrera diplomática Carner se había dedicado al periodismo, al tiempo que publicaba desde poemas a estudios filológicos de la más variada naturaleza. De hecho, sus comienzos fueron fulgurantes: empezó a publicar a los doces años. Daba vértigo. Es, con mucho, el poeta catalán más versátil y con un registro temático y formal más amplio. En catalán y en castellano. Usó los dos." [...]
"La guerra le sorprendió, como decíamos, de cónsul en Beirut, (donde acababa de perder a su mujer); al poco la República le nombró secretario de embajada en Bruselas, después fue a París y en el 1939 emigró a Méjico con su segunda mujer, una belga con la que acababa de casarse, Émilie Noulet, famosa comentarista de Mallarmé. Allí fue profesor de la universidad y uno de los puntos referenciales para el exilio catalán, que él tutelaba, hasta que decidió volver a Bélgica, también para dedicarse a la enseñanza. Al contrario que Riba, no visitó España sino hasta pasados muchos años, unos meses antes de que muriese en Bruselas, en 1970 (una visita "breu i patètica", nos dirá un biógrafo). La mayoría de los críticos admiten que Carner, a pesar de ser tenido por el "príncipe de los poetas", quedó completamente oscurecido. Como tantos, dentro y fuera. Catalanes o españoles. El exilio fue como un perfume: no en todos olía del mismo modo: en Alberti a multitudes, en Carner a violetas. Y así."

LAS ARMAS Y LAS LETRAS (20) - Félix Ros


"Las armas y las letras", (Andrés Trapiello), pág. 443:

"Desde un punto de vista literario, la importancia de Félix Ros es mucho menor que la de Santa Marina y, desde luego, que la de Max Aub. Ros había escrito, antes de la guerra, un libro de versos y dos de prosas, más o menos evocadoras y romántico-vanguardistas, que tituló Una lágrima sobre la Gaceta y Un meridional en Rusia. También, como el mismo Santa Marina, había sido colaborador de Cruz y Raya.
Como falangista se encuadró, al estallar la guerra, en lo que se vino a llamar entonces, por una alusión de Mola, la Quinta Columna, la organización que espiaba los movimientos republicanos dentro de las ciudades y los pueblos, socorría a los perseguidos, escondiéndolos o ayudándoles a evadirse, y saboteaba, en la medida de sus posibilidades, instalaciones estratégicas.
Al cabo de un año de actividades Félix Ros fue detenido y llevado a una checa conocida como Preventorio D, nombre con el que tituló un libro, al que añadió el subtítulo de Ocho meses en el SIM, obra más interesante por el argumento que por la literatura, imprescindible, no obstante, para conocer los hechos. Finalmente sus amigos lograron sacarle de la checa, principalmente Corpus Barga. Un juez firmó la orden, salió y fue detenido de nuevo y llevado a la checa. Los milicianos tampoco estaban de acuerdo con el juez ni con los "hechos".
El editor Josep Janés, enterado de la suerte que corría su amigo por segunda vez, fue a interceder por Ros a Antonio Machado, a quien intentó persuadir relatando las torturas a las que estaba siendo sometido, tales como que le habían arrancado las uñas. Machado le espetó a Janés: "Pues ¿qué? -me interrumpió-. ¿Quiere usted que nos arranquen las uñas a los antifascistas?". Lo contó poco después Janés en su artículo "Intelectuales en la zona roja", que publicó Santa Marina en Solidaridad Nacional. Este episodio, grave, es omitido por los historiadores de Machado, a quienes, una vez más, no cuadran los "hechos". Ros fue liberado por los nacionales a su entrada a Barcelona. Janés recuerda también que cuando intercedió por él su amigo Bergamín, de quien Ros había sido secretario en la revista Diablo mundo, aquél, sabiendo que era un quintacolumnista, dijo con cinismo: "En la checa por lo menos comerá mejor que en su casa".
Fue también Ros uno de los tres "maleantes" que, acabada la guerra, y haciéndose pasar por una patrulla de la Delegación Nacional de Prensa y Propaganda, asaltaron y saquearon el piso de Juan Ramón Jiménez de la calle Padilla, en Madrid, del que se llevaron manuscritos y libros que le eran preciosos al poeta de Moguer (los otros dos fueron Carlos Sentís y Martínez Barbeito), al que le serían restituidos en parte, meses después, por la enérgica intervención del entonces poderoso José María Pemán. "Me gustaría mucho saber por ustedes mismos -le escribiría J.R.J. con zumba diplomática al poeta catalán- que estas cosas les han sido útiles y agradables". Tan útiles, que la primera edición de las Soledades de Machado dedicada a Juan Ramón Jiménez les sirvió de regalo de boda para un amigo. Lo conserva la viuda de éste, y acaba de publicarse la dedicatoria que lo confirma."

LAS ARMAS Y LAS LETRAS (19) - Luys Santa Marina, "mortui morituros sperant"


En "Las armas y las letras", de Andrés Trapiello, en la pág. 432 encontramos lo siguiente:

"Santa Marina, jonsista de primera hora, había sido uno de los fundadores de la Falange barcelonesa.
Era un hombre extraño, vegetariano (los del Ateneo decían que en Navidad "mataba una coliflor"), vehemente y misántropo orgulloso y expeditivo." [...]
"Poseía una fabulosa colección de libros de los místicos españoles, que guardaba, primero, en su buhardilla de la calle de Fernando, y en la casa de la plaza de Medinaceli después de la guerra, donde vivía rodeado de gatos, papeletas, sus (decían) trescientas mil fichas, y un gran número de objetos de chamarilero. Hay descripciones de aquel personalísimo refugio (la de Guillermo Díaz-Plaja en Memoria de una generación destruida es breve, pero precisa) entre gabinete de marino y sacristía de erudito, con casullas y objetos curiosos que parecían haber llegado allí después de mil inciertas travesías. La mezcla tenía también mucho de fumadero de opio y del paraíso artificial que al parecer fue con él más hospitalario que la política de sus viejos camaradas.
Santa Marina se sublevó, con las armas en la mano, el 18 de julio, en una de las columnas que salieron del cuartel del Bruc, y al frente de una sección de falangistas tomó por sorpresa las dependencias militares de Capitanía. Cuando la sublevación fracasó, Santa Marina logró huir, pero terminaron por detenerle en la calle a los pocos días. Fue juzgado y condenado a muerte. Después de aquella primera pena capital, aún le caerían otras dos, y tres calaveras se hizo él bordar en la camisa, donde otros lucían tres luceros.
Sus amigos de Barcelona, entre ellos Félix Ros, quintacolumnista todavía en libertad, Riba, Josep Janés y Palau i Fabre elevaron suplicatorios, en los que pusieron su firma Joan Oliver, Mercè Rodoreda y Xavier Benguerel, para que se le conmutara la pena de muerte por la de cadena perpetua." [...] "Meses antes, y en papel de Cruz y Raya, Bergamín había enviado a Santa Marina esta carta, inédita hasta hoy (2010): "17 de junio 1936. Querido amigo: He recibido por conducto de José María de Cossío su nuevo Retablo que me es imposible publicar por razones que lealmente quiero que conozca. En la situación actual española su significación, deseo que pasajera, de fascista, pesa más que la de escritor. En otras circunstancias, los originales publicados de V. y de mi querido amigo Rafael Sánchez Mazas, podían eludir esta resonancia política; ahora no. Y créame muy de veras que lo siento, precisamente por ser ahora. Pero es algo que afecta, no solamente a la dirección y sentido de Cruz y Raya, sino a mi propia conciencia de cristiano. Téngame siempre por verdadero amigo. José Bergamín". Resulta llamativo que su conciencia de cristiano fuese tan perezosa (Santa Marina y Sánchez Mazas eran fascistas casi desde el comienzo de Cruz y Raya), pero nos alegra ver que esa carta contenía al menos una verdad: Bergamín lo tenía por amigo verdadero, y en la guerra lo demostró.
A Santa Marina lo metieron preso primero en el vapor Uruguay (donde también estaría Sánchez Mazas), y luego lo llevaron al castillo de Montjuic, a la cárcel Modelo de Barcelona, a la de Sabadell, al penal de Figueras, a la presó d´inadaptats de Vic, al cuartel de Ausiàs March, al penal de Chinchilla y a la cárcel de Mislata; en total estos presidios se repartieron más de dos años de su vida. A uno de estos penales le llegó, montado en la ola del surrealismo bélico, y por correo ordinario, el nombramiento de jefe de la Falange en Cataluña, expedido en Burgos.
El final de la guerra le sorprendió en el penal de San Miguel de los Reyes, donde logró sublevar a la población reclusa, y con los presos comunes y con la ayuda de los quintacolumnistas no encarcelados consiguió hacerse con esa plaza, antes de que pudiera tomarla el general Aranda, a quien se la rindió cortésmente."

Y en la pág. 435:

"Como ocurre con muchos otros escritores falangistas, las obras de Luys Santa Marina son de dos clases: unas, políticas, entusiastas y violentas, con la mirada puesta en la victoria y el aplastamiento del enemigo; otras, en cambio, románticas, silenciosas, fracasadas ellas mismas, con la conciencia profunda de todo lo que apenas tiene porvenir. Unas parecen las páginas rabiosas de un hombre vesánico, la insania de un reaccionario exaltado; otras, por el contrario, parecen una sonata, casi pastoral, arcaicas y legendarias, como su Italia mi ventura, cuya prosa anuncia la ferlosiana de las guerras barcialeas."

LAS ARMAS Y LAS LETRAS (18) - Max Aub, ¿la "visión de los vencidos"?


En la pág. 438 de "Las armas y las letras", de Andrés Trapiello, se puede leer lo que sigue sobre Max Aub:

"A los pocos meses de estallar la guerra se le nombró delegado cultural en la embajada de París, y luego comisario adjunto del Pabellón Español en la Exposición de París de 1937.
Entre las comisiones no desdeñables que Max Aub tuvo que llevar a cabo como comisario adjunto, estuvo la de montar el estreno de Así que pasen cinco años, de Lorca, y la de pasarse por el estudio de Picasso para ver cómo iba el cuadro, el Guernica, que Renau le había encargado para el pabellón español al pintor malagueño. Picasso, como se sabe, realizó en París su célebre Guernica y Max Aub fue el responsable de pagarle en nombre de la República doscientos mil francos, "cantidad considerable en aquel momento y que suponía un diez por ciento del coste total del pabellón, que ascendió a dos millones de francos", según se nos informa en reciente monografía sobre dicho cuadro, y cantidad, por cierto, que el futuro comunista Picasso tuvo el santo cuajo de cobrarle al pueblo español, a quien dijo servir en ese cuadro.
Durante la guerra Max Aub, que se había encargado de El Búho, una especie de La Barraca en Valencia, escribió algunas breves dramatizaciones, que llamó "teatro de circunstancias", y colaboró en las publicaciones habituales del momento, pero fue después de la guerra, en el exilio mejicano, cuando se ocupó por extenso de aquellos tres años, que noveló, como un tema recurrente, en muchos de sus libros, viniendo a ocupar, tal vez, el mismo lugar que en España García Serrano, jóvenes belicópatas a los que la guerra dio un contenido y una obsesión para el resto de sus vidas o, como decía Gaya, para quienes la guerra, más que una tragedia, fue su gran oportunidad, de la que siempre vivirían, como rentistas. El mismo Max Aub vendría a estar de acuerdo, cuando afirmó que "sin la guerra habría sido solo un estilista". La guerra le convirtió en un conspirador casuista, sin embargo, y el exilio, en absoluto benévolo con él, en un ser amargo con su victimismo a cuestas."

Y en la pág. 441, en referencia a su obra Campos:

"No existe una diferencia tajante entre historia y ficción", dirá Aub en una entrevista de 1963. "Toda historia da cabida a la ficción, del mismo modo que yo doy en mis novelas y cuentos cabida a la historia. Todas las novelas, las buenas novelas, son históricas. Es imposible reconstruir la realidad objetiva e imparcialmente porque todas la vemos e interpretamos de manera distinta. Un historiador es siempre un novelista [...]. Lo que yo hago en esta novela y en las otras que tratan de la guerra civil, puede calificarse, históricamente, como la "visión de los vencidos".
Con esta declaración Aub trataba de ganar el cielo por el camino de las buenas intenciones. Así no es sencillo ser historiador sin traicionar a la verdad ni novelista sin traicionar a la historia. Finalmente los Campos acabarían por ser otro modo de propaganda, tal vez más desesperada, perdida ya la guerra como estaba, y un modo también acaso vano de reescribir la historia. Sus novelas de la guerra, barrocas, broncas, especiadas y por momentos arcaizantes recuerdan un ruedo ibérico sin la cadencia musical de Valle; no podrán ser tenidas en cuenta como crónicas y acaso tampoco como novelas; la literatura no determina quién es el vencedor o el vencido; sí la vida, desde luego. Aub terminaría siendo de los vencedores; acabó entrando en la academia, como quería, y de forma aún más apoteósica: sin tener que presentarse, después de muerto, en un discurso y con muchos fracs alrededor."

LAS ARMAS Y LAS LETRAS (17) - Manuel Brunet

"Las armas y las letras" (Andrés Trapiello), página 431:

"Como ocurrió en Madrid en las primeras semanas de guerra, los escritores que en Barcelona estuvieron a favor del levantamiento, o se sumaron a él o trataron de salir de la ciudad o se quedaron, más o menos camuflados, como dice Orwell, "en espera de mejores tiempos".
Entre los primeros, los que trataron de amparar y extender la rebelión, los más notables fueron los falangistas Luys Santa Marina y Félix Ros. Entre los que salieron, hay que hablar de Pla, Ignacio Agustí, Gaziel o Tomás Garcés, a quien socorrió el poeta rosellonés Josep-Sebastià Pons; Marìa Manent, Mario Verdaguer, Foix, Brunet o Junoy fueron algunos de los que (con posiciones que iban desde el ultranacionalismo fascista de Foix al liberalismo conservador de Manent o al de Junoy, ex vanguardista convertido al catolicismo) se quedaron en Cataluña tratando de pasar inadvertidos. Como Manuel Brunet. Tenía cuarenta y siete años cuando empezó la guerra. Era de Vic, la más levítica de las ciudades catalanas. Había sido, como casi todos los de Vic en aquel entonces, seminarista. Luego fue periodista en catalán y en catalán escribió la cautivadora novela El maravilloso desembarco de los griegos en Ampúrias. Antes de la guerra era un personaje bastante conocido, revolucionario incluso y amigo de Nin, y en la guerra le mataron a un hijo... los suyos mismos. Se convirtió a la fe de sus mayores y se desdibujó cuanto pudo, hasta después de la guerra. Entonces empezó a escribir artículos furibundos y exaltados en la prensa, entre San Francisco de Asís y Maurras, así como prosas muy finas, religiosas, para purgar su barbarie, que le llevó también a muy acres polémicas con Dalí, que a partir de entonces llamó a todos sus enemigos "los brunets".

LAS ARMAS Y LAS LETRAS (16) - Mercè Rodoreda


"Las armas y las letras", de Andrés Trapiello, pág. 451:

"Años después Rodoreda escribiría una de las novelas más célebres, La plaça del Diamant, basada en parte en sus recuerdos de la guerra, pero entonces solo era una mujer un tanto a la deriva de sus propias experiencias personales.
La primera de todas, que le marcó para siempre, fue la relación que mantuvo, ya casada, desde 1931, con Andreu Nin, del que se enamoró perdidamente. Sólo el día en que conoció la muerte de éste, o su desaparición de Madrid, se atrevió a enfrentarse con la verdad, reveló la naturaleza de sus sentimientos a su marido, primo suyo, catorce años mayor y con el que se había casado con veinte años y medio forzada por la familia, y se separó de él, llevándose con ella a su hijo de diez años."

Y en la pág. 452:

"Durante muchos años, en su exilio ginebrino, luchó Rodoreda por abrirse camino como escritora, cosa que no logró plenamente hasta que un libro suyo, titulado en un principio Colometa y más tarde Plaza del Diamante, no se tropezó en 1960 con dos escritores catalanes, también exiliados, que habían regresado a España hacía más de una década: Xavier Benguerel, autor de múltiples páginas sobre la guerra, como los cuentos que recogió en Sense retorn o las novelas Els vençuts, El desaparegut o Els fugitius, de un catolicismo a lo Mauriac, y unas Memòries, 1905-1940, fundamentales para conocer estos años en la cultura catalana, y Joan Sales, un joven que en 1936 no era más que un ferviente comunista catalanista.
Éste, ya en los años cincuenta, dirigía una colección en Barcelona, "El Club dels Novel-listes", a través de la cual, y por indicación de Joan Fuster, jurado del Premio Sant Jordi que había rechazado Colometa (en el que también estaba Pla), conoció a su autora (que había) vuelto ya a España de visita en 1949) y entabló tratos con ella, con miras a la publicación de aquella novela sobre los años de la guerra, a la que él cambió el título.
Pasados los años, fueron muchos los que reprocharon a Sales sus injustificadas y drásticas intervenciones en los manuscritos de los autores que publicó, que modificaba, cortaba o alargaba según creía conveniente. "Quiero pertenecer -sostenía éste al final de su vida-, a la escuela fundada por el editor de Mark Twain. Era un hombre tan interesado por la literatura como por los lectores. Tenía enmarcadas en lugar preferente de su despacho dos cartas que le habían dirigido dos autores. Una decía, aproximadamente: "Señor editor, estoy desolado con los cambios que ha hecho usted en mi manuscrito. Todo ha acabado para mí y me suicido". La firmaba un desconocido. La otra decía: "Señor editor, dejo en sus manos mi manuscrito. Haga con él lo que crea más necesario. Atentamente...". La firmaba Mark Twain..."

LAS ARMAS Y LAS LETRAS (15) - Miguel Hernández


En "Las armas y las letras", de Andrés Trapiello, en la pág. 483 se puede leer lo siguiente:

"El final de la guerra le sorprendió en Cox, según su último biógrafo, Eutimio Martín. Según Alberti, en Monóvar. ¿O quiso decir Elda? Se hallarían ambos en el campo de aviación de este pueblo alicantino. La multitud se movía confusa. Los fascistas se encontraban ya a pocos kilómetros. Todos querían escapar. La evacuación era imposible para las masas. Los barcos prometidos ni llegaban ni llegarían. La solución aérea solo les estaba reservada a unos pocos privilegiados. Hernández vagaba errático entre la gente. Le descubre Alberti. Llevaban sin hablarse más de dos años, desde aquel lejano otoño de 1936, cuando Hernández, que venía del frente, recaló por el palacio de los Heredia Spínola donde tenía su sede la Alianza de Intelectuales, que presidía Bergamín. Hernández vio en una mesa los restos de un banquete, y se indignó porque mientras los milicianos pasaban penalidades en las trincheras, allí corría el vino a discreción. El poeta, colérico, escribió en aquella misma sala en un encerado: "Aquí hay mucho hijo de puta y mucha puta". La única mujer presente, María Teresa León, se dio por aludida, se lanzó sobre Hernández y le propinó un puñetazo que le tiró de espaldas y le rompió un diente. Dejaron de hablarse. Ese día en Monóvar (o en Elda) Alberti le pidió disculpas como solo podía pedirlas un caballero español: "Ya sabes, Miguel, cómo son las mujeres". A continuación añadió: "Pero si quieres puedes venir con nosotros, en el avión que nos llevará a África". Miguel Hernández rehusó secamente. Dijo, "yo me vuelvo a mi pueblo...". El avión, pilotado por el jefe de la aviación republicana, Hidalgo de Cisneros, era el de Pasionaria, quien al descubrir que subirían también a él los Alberti, masculló con indiscreto disimulo a un edecán, como en el aparte de una obra de teatro: "¿Qué hacen aquí estos piquitos de oro?"; era como llamaba ella a los intelectuales. O sea, por ella, los hubiese dejado en tierra. Todo esto lo contó el propio Alberti a unos amigos, ya en España, al regreso del exilio, pero jamás quiso hablar de ello en su frondosa Arboleda perdida."

Y en la pág. 486 de la misma obra:

"Todos sus biógrafos se muestran de acuerdo en que el poeta, desde el momento en que se vio libre, cometió erro tras error. En vez de salir de España o guardarse en sitio en que no lo conocieran, se dirigió, contra todo consejo, contra toda prudencia, a su pueblo, Orihuela. Y allí, como Lorca por los suyos, fue detenido por sus paisanos, y devuelto a Madrid. Quien haya leído la denuncia que el alcalde escribió en su día, sentirá lo que es el asco en su más aguda manifestación. (...) Fue juzgado y condenado a muerte. Cossío se movilizó de inmediato y con José María Alfaro y Sánchez Mazas, a la sazón ministro, le visitaron en la cárcel para tranquilizarle. Mientras pesó sobre él esa pena de muerte, Miguel dio muestras de extraordinaria entereza. Basta con leer sus cartas de entonces. Al cabo de unas semanas, y por intervención directa de Sánchez Mazas que solicitó personalmente la clemencia a Franco ("pero, ¿es un buen poeta?" parece que le preguntó quien no quería otro Lorca entre sus crímenes), su pena fue conmutada por la de doce años de prisión menor, lo que fundamentaba la esperanza de conseguir pronto la libertad. Pero tampoco entonces tuvo suerte y empezó para él un penoso peregrinaje por la cárceles españolas: desde la de la calle del Conde de Toreno, en Madrid, se le trasladó al Reformatorio de Adultos de Palencia, de aquí a la Sección de Transeúntes de la prisión de Yeserías y de ésta al penal de Ocaña. De aquí pasaría a la de Alicante, donde, pese a las solicitudes de que se le trasladase a un hospital, murió a causa de una grave afección pulmonar. Corría el año 1942 y fue aquella triste muerte como un tributo más de la poesía a la guerra, de las letras a las armas."

LAS ARMAS Y LAS LETRAS (14) - Rafael Sánchez Mazas


Andrés Trapiello, en la pág. 470 de su obra "Las armas y las letras", refiere lo que sigue:

"¿Fue Sánchez Mazas un hombre valeroso? No lo parece. Ledesma Ramos, por ejemplo, lo definió por escrito como "hombre no muy provisto de heroísmo". En todo caso durante la guerra no le dieron lugar a demostrarlo, porque la pasó la mitad en la embajada de Chile, en Madrid, y la otra mitad en cárceles catalanas.
Como se recordará, antes de la sublevación Sánchez Mazas había huido de Madrid, hacia Portugal, aprovechando un permiso carcelario que se le dio para conocer a su hijo recién nacido, permiso del que se beneficiaba bajo palabra de honor de no ausentarse de la capital. Solo la autoridad de José Antonio le obligó a regresar, lo que hizo sin prisas, pero el levantamiento le evitó tener que presentarse en la cárcel, como quería su jefe, y le llevó, tras ser detenido en la calle en un primer momento y puesto en libertad al hacer creer a la patrulla que llevaba un mensaje secreto a su amigo Prieto, a pedir asilo primero en la embajada de Polonia, que fue asaltada y de la que logró salir huyendo por una ventana, y luego en la embajada de Chile, cuyo embajador simpatizaba, sin recato, con las ideas de la rebelión y que por ello fue objeto de múltiples amenazas de asalto.
Durante el año que pasó en la embajada, Sánchez Mazas, por entretener el ocio de sus compañeros de cautiverio, escribió su novela Rosa Krüger, que se editó cincuenta años después, muerto ya su autor, espléndida, aunque inacabada novela, homenaje a Extremadura, el Pirineo y el corazón de Europa, con páginas memorables. La estructura bizantina de la obra recuerda las condiciones en que salió de la cabeza de su autor: capítulos cortos que escribía durante el día y leía al grupo de amigos por la noche, para hacerles corta la espera y liviano el encierro. Morla refiere que Sánchez Mazas le contó (julio 1937) que había escrito allí dentro "tres libros". Estaba desaseado y sucio (aunque una primera vez le había visto aseado e incluso perfumado). Cuenta Morla también que Sánchez Mazas le aseguró que Lorca vivía: "Pasear a este pez gordo sería rematar con un broche de oro su obra", le dijo con ese cinismo, desprecio y resentimiento tan españoles. Finalmente Sánchez Mazas, que desistió por miedo a pasar las líneas por la sierra madrileña, se fugó en un camión a Barcelona, y allí le detuvieron, recluyéndole a continuación en el barco-prisión Uruguay, el 19 de enero de 1938. La embajada de Chile no pudo hacer nada por él, al haberla abandonado. Morla dice que "siempre estaba asustado". Salió de la embajada sin decirle nada a nadie. Con un plan que le habían preparado desde fuera. Y todo salió mal.
Se dijo entonces que Azorín medió para librarle de una pena de muerte. Hay algún testimonio que lo confirma. También se propaló que se había intentado canjearle por los cuadernos del Diario de Azaña sustraídos en Ginebra, o, a través de su amigo Indalecio Prieto, por algún otro prisionero, lo que no se consiguió.
(...)
"Sánchez Mazas fue, sin duda, el intelectual por el que más respeto y simpatía sintió Jose Antonio, que le encargó su célebre Oración de los muertos; con el fundó la Falange y con él, en el piso que el primero ocupaba en el paseo de Rosales, discutió una tarde si FE debería presentarse con las izquierdas o con las derechas en las elecciones de 1933." (...) "...su mujer Liliana Ferlosio, resumió la conspiración: "Pudo el señorito que llevaban dentro, y apoyaron a las derechas".
(...)
"Muchos de los mitos y símbolos del futuro falangismo español, así como buena parte de su retórica, se los proporcionó Sánchez Mazas: modelos históricos, interpretaciones del clasicismo literario y artístico y conceptos de la nueva catolicidad y europeidad carlomagnista, obtenidos de la ciudad imperial.
Si de alguien puede decirse lo que Payne afirmó de todo el falangismo español, es de Sánchez Mazas: "Su contenido ideológico era, en definitiva, menos importante que su tono emocional". Eso que se conoció como "el estilo" de Falange, entre la cursilería y la rudeza: la afectación como patología."
(...)
"Cuando terminaba la guerra, el ejército republicano arrastraba consigo a muchos prisioneros. Entre ellos iba Sánchez Mazas. Fue entonces, en el santuario de Collell, a primeros de febrero de 1939, cuando se le ametralló, junto a otros cuarenta y nueve presos, de los cuales murieron cuarenta y siete, que quedaron asesinados en aquel claro del bosque. La manera en que pudo salvarse pertenece a la leyenda y hubo ya otros lugares donde quedó contado...".

En la pág. 477 Trapiello incluye un fragmento del ensayo "Cárcel y libertad" de Sánchez Mazas:

"Tu cárcel era perfecta porque además estabas condenado a muerte, y la muerte era la única que a la puerta te esperaba, era tu única preocupación, la única que te reclamaba. Figúrate la infinita libertad de un hombre, cuya única preocupación es ya la muerte", seguirá diciendo. "Así durante más de un año fuiste libre en las cárceles, como nunca. Un día te sacaron de la prisión, te sacaron al bosque con otros muchos compañeros y te fusilaron. Te levantaste ileso de entre los muertos y echaste a andar por el bosque, durante días. Pero como dijo San Francisco de Sales, este tiempo tan agradable no podía durar mucho. No estabas en la cárcel y sin embargo seguía siendo libre, porque tu cárcel y tu libertas las llevabas aún contigo mismo y eran el mundo entero. Vivías de limosna, dormías bajo las estrellas. Nadie te conocía, nadie sabía de tu nombre. Sólo tenías una obligación: vivir en cuerpo y alma. Era maravilloso. Eras un preso sin cárcel, sin carceleros, sin horario, sin campanas, con el sol, la luna y las estrellas y el viento entre los árboles. Pero separado de la sociedad como un preso, desligado de toda ligadura civil y doméstica, sin nada que te atase a las personas, a las cosas, a las acciones. Eras un mendigo. Entonces descubriste que la Pobreza, la vida mendicante, humilde y anónima, era hermana gemela de la libertad aquella de la cárcel, era esencialmente ella misma...".

LAS ARMAS Y LAS LETRAS (13) - Camilo José Cela, inútil total


En la pág. 529 de "Las armas y las letras", de Andrés Trapiello, se puede leer la carta que redactó Camiló Jose Cela y que habla por sí sola:


"Con fecha de registro de entrada de 4 de abril de 1938.
EXCELENTÍSIMO SEÑOR COMISARIO GENERAL DE INVESTIGACIÓN Y VIGILANCIA.
El que suscribe, Camilo José Cela y Trulock, de 21 años de edad, natural de Padrón (La Coruña) y con domicilio en esta capital, Avenida de la Habana 23 y 24, Bachiller Universitario (Sección de Ciencias) y estudiante del Cuerpo Pericial de Aduanas, declarado Inútil Total para el Servicio Militar por el Tribunal Médico Militar de Logroño en cuya Plaza estuvo prestando servicio como soldado del Regimiento de Infantería de Bailén (n.º 24), a V.E. respetuosamente expone:
Que queriendo prestar un servicio a la Patria adecuado a su estado físico, a sus conocimientos y a su buen deseo y voluntad, solicita el ingreso en el Cuerpo de Investigación y Vigilancia.
Que habiendo vivido en Madrid y sin interrupción durante los últimos 13 años, cree poder prestar datos sobre personas y conductas, que pudieran ser de utilidad.
Que el Glorioso Movimiento Nacional se produjo estando el solicitante en Madrid, de donde pasó con fecha 5 de Octubre de 1937, y que por lo mismo cree reconocer la actuación de determinados individuos.
Que no tiene carácter de definitiva esta petición, y que se entiende solamente por el tiempo que dure la campaña o incluso para los primeros meses de la paz si en opinión de mis superiores son de utilidad mis servicios.
Que por todo lo expuesto solicita ser destinado a Madrid que es donde cree poder prestar servicios de mayor eficacia, bien entendido que si a juicio de V.E. soy más necesario en cualquier otro lugar, acato con todo entusiasmo y con toda disciplina su decisión.
Dios guarde a V.E. muchos años.
La Coruña a 30 de Marzo de 1938. II Año Triunfal.

Fdo. Camilo José Cela"

LAS ARMAS Y LAS LETRAS (12) - Herrera Petere vs. Juan Gil-Albert

En "Las armas y las letras", de Andrés Trapiello, en la pág. 420 se puede leer los siguiente:

La primera edición de Acero de Madrid, que llevaba una hermosa cubierta del gran grafista Mauricio Amster y estaba ilustrada con unos dibujos negros, goyescos y solanescos de Eduardo Vicente, fue saludada con generosidad por Antonio Machado, sensible tal vez a las partes más poéticas del libro.
Le diferencia de la novela de Foxá el hecho de que Herrera Petere renunciara a un hilo argumental, dejándolo todo como un libro muy próximo a lo versicular profético o celebratorio, y pese a que, a la postre, sus recursos literarios resulten algo ramplones condenándola al peor infierno literario: el de las buenas intenciones. Se la premiaron con el Premio Nacional que la víspera le había sido otorgado a Gil-Albert por su libro Son nombres ignorados, del que fue fulminantemente despojado en veinticuatro horas por los responsables comunistas del ministerio del ramo. Pesaron en esta decisión, a partes iguales, dos hechos: que Herrera Petere era comunista y que Gil-Albert era homosexual.

LAS ARMAS Y LAS LETRAS (11) - José María Morón


En la pág. 409 de "Las armas y las letras", de Andrés Trapiello, uno se da de bruces con un personaje secundario y desconocido, pero con una peripecia vital curiosa:

"En la República se saludó al poeta onubense José María Morón, autor de un único libro, Minero de estrellas, que entusiasmó a Antonio Machado, como la encarnación del nuevo poeta proletario y del intelectual nuevo y comprometido. Su aparición tundió el firmamento literario y poético español con poderoso aldabonazo. Durante la guerra, y después de ella, fueron muchos los que le creyeron muerto en el frente republicano o asesinado por las autoridades nacionalistas. Se le escribieron elegías como a Lorca. Al mismo tiempo él escribía odas a Franco y a Arrese, su protector. Solo treinta años después, alguien le descubrió llevando una vida gris y silenciosa, primero como contable de una imprenta, luego como funcionario de tercera: había luchado con los franquistas desde el primer día para salvar su vida, como secretario forzoso de FE, después de haberlo sido de Izquierda Republicana."

LAS ARMAS Y LAS LETRAS (10) - Josep Pla



En la obra de Andrés Trapiello, "Las armas y las letras", se puede leer lo siguiente en la pág. 340 en relación con Josep Pla:

"Sus crónicas parlamentarias se hicieron célebres y le sirvieron de base para futuros estudios sobre la República española, aunque sus idas y venidas entre los diputados tendrían para él más importancia desde un punto de vista personal, pues Pla utilizó en aquel tiempo su corresponsalía y conocimiento de los túneles del parlamentarismo para iniciarse en el difícil arte de la conspiración, y así se llegaría a saber, por Portela Valladares, presidente del Consejo de Ministros, que Pla le había venido en febrero de 1936 con la comisión de Gil Robles para implantar una dictadura.
También de esos mismos años republicanos se dijo, y Fontana lo recoge, sin confirmar, en su libro, que Pla habría intervenido anónimamente en los editoriales del semanario Arriba, en los primeros tiempos de la Falange, periódico en el que había colaborado ya con su firma.
Logró salir de Barcelona al estallar la guerra, en el momento en que la sometían las patrullas y checas de la FAI y el día en que un miembro del Comité de Palafrugell le advirtió que su vida corría peligro. Lo hizo con un pasaporte noruego, que le había facilitado el padre de su misteriosa mujer, cónsul de Suecia, que era en realidad un noruego. Sobre esa mujer, Adi Enberg, secretaria de Cambó y amante durante años de Pla, se dijeron después un gran número de cosas, todas de corte más o menos fantástico y novelesco, como que era espía, y otras, que apuntaban más a la realidad, como que había sido el gran amor de aquel misógino que fue el escritor ampurdanés. Pero tampoco. Su amor fue una mujer que a su vez tuvo su gran amor en un militar republicano, durante la guerra, quedándose Pla en un rincón, como suele suceder en los triángulos.
Con Adi Enberg embarcó en octubre de 1936 en el Anfá, un bajel que hacía la derrota Casablanca-Marsella, ciudad esta adonde se dirigieron."
(...)

y en la pág. 342 se lee:

"...Durante los meses que pasó en Marbella, dicen que se le veía serio, a menudo solitario, en el puerto. en los parques, en los cafés, devorando a todas horas las novelas de Simenon, al que Gide había celebrado como un nuevo Balzac, pero que por aquel entonces seguía siendo un escritor de polards sin prestigio. (...)
Con los meses, y después de la toma de Irún, la agencia de noticias de Cambó se convirtió, en verdad, en el SIFNE (Servicio de Información de la Frontera Norte de España), encabezado por Bertran i Musitu.
Mientras trabajaron para el SIFNE, Pla y Adi llevaban la cuenta de los barcos republicanos que entraban y salían de puerto, información que pasaban a los nacionales, para que estos trataran de bombardearles o simplemente para llevar la estadística, mercancías, cargamentos, conjeturas."

y en la pág. 346:

"Cuando, a finales de 1939, se estaba preparando por el general Yagüe la entrada en Barcelona, Pla se sumó a la comitiva al frente de la cual se encontraba, como jefe de la Propaganda, Ridruejo, que tenía un meditadísimo plan de ocupación, ingenuo e inviable, como se demostraría a las pocas semanas, consistente en oficios religiosos en la lengua vernácula y algún que otro discurso también en catalán. Más realistas fueron las bestiales palabras que Giménez Caballero, presente también en aquella avanzadilla de guerra, echó por delante en un artículo de aquellos días, como un tanguista: "¿Cataluña? La maté porque era mía". Ridruejo confesaría años después que una de sus más amargas decepciones políticas fue la prohibición de usar el catalán en la primera arenga que tenía pensado echar en cuanto pisaran la Diagonal.
Sin duda a Pla no le perdonarían nunca en su tierra haber formado parte de las tropas de Franco que entraron en la ciudad de Barcelona, aunque él, como buen payés, lo hiciera entre las de retaguardia, con gran discreción." (...)
"Con los años su carácter se fue haciendo cada vez más misantrópico, y parecía sometido a arrebatos de malhumor. Reaccionó furioso contra la Revolución de los Claveles de Portugal y la renovación democrática española, y eso ocasionó su salida de Destino, revista donde verdaderamente había escrito de todo, desde personales visiones del Vaticano o la guerra hasta líricas estampas sobre el paso del tiempo en su fértil y tramontanada tierra del Ampurdán. Luego supimos que la verdadera razón, lo cuenta Carlos Sentís en una bien traída semblanza, se debía a que el Banco de Portugal había congelado sus depósitos, y Pla, que tenía allí, bajo la custodia de un hermano suyo, unos millones ahorrados, no pudo sufrir la idea de quedarse sin ellos."

LAS ARMAS Y LAS LETRAS (9) - Manuel Machado


De "Las armas y las letras", de Andrés Trapiello, de su página 327:

"En los años veinte, Manuel y Antonio empezaron a escribir juntos esas obras de teatro, que conocieron cierto éxito, pero que quedarían relegadas paulatinamente, como en parte su poesía, por García Lorca y sus compañeros de generación, aunque fue uno de estos, Manuel Altolaguirre, quien convención a Manuel Machado para que volviera a publicar versos, resurrección que Machado tituló Phoenix.
Vino luego el drama de la guerra. Es una vieja historia. Manuel Machado y su mujer se desplazaron a Burgos para festejar, como cada año, el santo de su cuñada Carmen, monja en un convento de la ciudad castellana.
La vuelta la tenían prevista, al parecer, para el día 17, pero un retraso accidental de Manuel, que se demoró más de lo corriente en su toilette, hizo que perdieran el tren.
Como les ocurrió a muchos que habían conocido las asonadas del siglo XIX, en un primer momento Manuel creyó que se encontraba ante una nueva carlistada y así lo declaró a una entrevistadora francesa, sin ahorrarse tampoco sarcasmos de librepensador escéptico. Se imaginaba todavía en el casino, pero ya era cuartel. En la entrevista se le veía el forro liberal. No se lo consintieron. Fue atacado por ello de inmediato y con extrema dureza en el Abc de Sevilla, con lo que ello implicaba. Pronto comprendió el viejo rumboso que los tiempos no estaban para disquisiciones históricas ni zapateados de ingenio. El poeta Miguel d´Ors, el hombre que más sabe del maestro sevillano, ha llevado su quest hasta la cárcel que el viejo poeta sufrió durante unos días en Burgos, a raíz de su entrevista y de la denuncia sevillana. La prisión, con todo y con eso, no duró mucho, y en todo caso le sirvió para comprender que había llegado el momento de las adhesiones. Después de este episodio, Machado consiguió que el nuevo Estado reconociese su condición de funcionario en el viejo, y como funcionario trabajó en Burgos hasta el final de la guerra."

LAS ARMAS Y LAS LETRAS (8) - Poesía que destruye vs. Poesía que promete


En la página 291 de "Las armas y las letras" (de Andrés Trapiello) se puede leer:

"El 3 de diciembre de 1935 tuvo lugar una reunión en los bajos del restaurante Or-Kon-Pon de Madrid (otros hablan a veces de La Ballena Alegre), a la que Ridruejo, convocado por el Jefe, acudió con Pedro Mourlane Michelena, José María Alfaro, Agustín de Foxá, Rafael Sánchez Mazas, Jacinto Miquelarena (que recogería alguno de esos recuerdos del criptofalangismo en El otro mundo, su novela de guerra sobre la vida en las embajadas de Madrid) y el marqués de Bolarque. Todos eran, antes de la guerra, los poetas del partido, la corte de los poetas de José Antonio. Éste les había convocado para escribir la letra del himno de la Falange. El himno se tituló "Cara al sol", y lo acoplaron a una música que ya existía de Juan Tellería. Parece que de la mayor parte de la letra fue autor Foxá. Foxá siempre habló de "mi" himno. Sánchez Mazas, no obstante, dejó su impronta en algún que otro pasaje, como también Mourlane, y de Ridruejo fueron estos dos versos: "Volverán banderas victoriosas / al paso alegre de la paz".
Uno, la verdad, cree que todas estas cosas del himno tienen muy poco que ver con la literatura o con la poesía, aunque no así el "estilo" que se desprende de él, el "estilo" que la Falange trató de improntar en los artículos, poemas y libros que dieron a la luz todos aquellos escritores.
Los temas estaban extraídos con frecuencia de las canteras de la historia, española o italiana, el lenguaje tendió a cierto clasicismo, y las ideas se tiñeron de neoplatonismo. Incluso el propio José Antonio, del que son de sobra conocidas sus aficiones literarias y poéticas, tenía teorías propias sobre la literatura, y le gustaba decir que la Falange era un proyecto político encomendado a los poetas. Solía decir: "A los pueblos no los han movido nunca más que los poetas, y ay de aquel que no sepa levantar, frente a la poesía que destruye, la poesía que promete". Basta asomarse a sus discursos para comprender que no son solo los de un político, sino también los de quien querría haber sido considerado un intelectual, un literato, a lo Ortega, a lo Unamuno. Incluso a lo Azaña. Lo han afirmado los que le conocieron: José Antonio, marqués de Estella, sentía debilidad por los intelectuales republicanos y de izquierda."

LAS ARMAS Y LAS LETRAS (7) - Eugenio d´Ors


De "Las armas y las letras" (Andrés Trapiello), en su página 262:

"Fue la gran baza intelectual de los rebeldes: un falangista de vocación tardía, y ya que no su Aristóteles de Atenas, su Goethe de Iruña. El mismo d´Ors, no obstante, ironizó sobre este particular con ocasión de un frustrado encuentro con Franco, en Burgos, en el que éste no recibió al literato en una de las apretadas audiencias que concedía. A d´Ors le pareció un atropello que la historia no volviera a repetir el cabeceo entre el Goethe y el Napoleón modernos. Al referir el desaire, d´Ors comentó dolido: "Es posible que yo no sea Goethe... Pero, recollons, tampoco él es Napoleón".

y en la página 263:

"Al llegar a Pamplona, ya en plena guerra, lo primero que hizo d´Ors fue velar las armas falangistas en una noche y con una ceremonia que se hicieron célebres en toda la España nacional. La charlotada iba, no obstante, en serio. Se encerró en la iglesia de San Agustín, y rodeado de Laín, Torrente, Rosales, Ridruejo y algunos más a modo de caballeros, se entregó al placer del teatro ante el cura Yzurdiaga, al que tocó el papel de ventero. Quienes lo conocían, al verle metido en un uniforme falangista que él mismo se figurinó, introduciendo en él notables modificaciones, como aquellos leguis de cuero, leguis de mecánico chauffeur, que le redondeaban las pantorrillas, al verle, digo, no sabían si tomarlo por loco o por un clown. Alguien incluso, meses más tarde, al sorprenderle paseando con su disfraz por la calle, llegó a confundirle con un bombero, lo que tampoco parece que le importara."

LAS ARMAS Y LAS LETRAS (5) - María Zambrano


En la pág. 244 de "Las armas y las letras", de Andrés Trapiello, se puede leer lo siguiente, extraído de la obra "Los intelectuales en el drama de España" de María Zambrano:

"El despertar de la inocencia anula la soledad, trae la identificación consigo mismo y con todos los hombres, que parece entonces imposible que sean "otros"; "los otros" o "los demás". Y hasta el agresor parece que podría ser traído a la razón, que bastaría una sola palabra para que se identificara a su vez. "Identifícate compañero" o "camarada", decían las patrullas, formadas a veces por un solo hombre, que en las esquinas de mayor tránsito ciudadano salieron como por sí mismas en las primeras semanas de la guerra en Madrid. Y por experiencia sé que no llevando documento alguno de afiliación política (y ni siquiera la cédula personal) se pasaba la temerosa barrera. Bastaba "dar la cara" sin descaro y mirar desde el fondo de esos ojos que nos miraban. La mirada era lo que más valía, pues que el documento, "el aval", podía suscitar sospecha o antipatía. Y sin decir palabra, con solo mirar desde el fondo, decían: "Está bien, pasa" [...]. Era, pues, como si me preguntaran: "¿Eres tú?", y respondiese: "Yo soy tú". Y valía, hasta en ocasiones extremadamente confusas, cuando se iba a salvar a algún enemigo al menos en potencia, y se tropezaba con alguien dispuesto a morir y en fatal consecuencia a matar, con tal de cerrar el paso a lo que percibía, desde esa su inocencia, como una traición. Hubo de imponérsele entonces la identificación con ese su ir a morir que de mí emanaba. La identificación completa se abre desde el morir. El morir, mas no el género de la muerte. Y en ese filo se desliza la confusión. Que la inocencia solo llega a matar muriendo, muriéndose".