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«LIFE OF CRIME 1984-2020» (2021) - JON ALPERT

... este documental narra la vida de tres residentes de Newark (la ciudad más grande de Nueva Jersey), Rob Steffey, su pareja Deliris Vasquez y Freddie Rodriguez, a lo largo de 36 años, desde 1984 hasta 2020. La historia de Rob, Freddie y Deliris empieza en uno de esos barrios de clase obrera devastados por la droga (como lo eran ciertos barrios de grandes ciudades en España en los ochenta). Los tres pertenecen a familias numerosas, no llegan a fin de mes y tienen una prole que alimentar. Con este estado de cosas, optan por la vía fácil: pequeños robos a tiendas (perpetrados como si de un juego inofensivo se tratase y filmados de manera ágil con cámara oculta), venta de mercancía robada... En esa primera época, cuando todavía son jóvenes e impetuosos, su vida es precaria, pero al menos es divertida.
Jon Alpert, es el director de esta cinta. Un periodista y documentalista avezado que ha cubierto conflictos en diferentes partes del mundo, desde Vietnam hasta Filipinas o Nicaragua, y que además de realizar numerosos documentales fue el hombre que le regaló un audífono a Fidel Castro (rodó con él Cuba and the Cameraman). 
Alpert se encuentra con los tres protagonistas en diferentes momentos de sus vidas. La película guarda un cierto parecido con The up series, una serie de documentales de corte antropológico y sociológico, producida por Granada Television para ITV, un experimento de extenso recorrido en el que su director, el británico Michael Apted, entrevista a 14 personas a lo largo de toda su vida, en periodos de 7 años. 
En Life of Crime, más que de una vida de crimen habría que hablar de una vida de droga, pues es la droga, especialmente la heroína, el hilo conductor de la vida de estos tres drogadictos, la que le da el sentido (o sinsentido). Todo lo demás: la violencia, los robos, la prostitución, el síndrome de abstinencia, el alcohol, el SIDA, las cárceles y las estancias prolongadas en prisión, las curas de desintoxación, los intentos por rescatar a otros del mundo de las drogas, las familias que asisten atónitas a esa espiral de autodestrucción (que es también la destrucción del propio núcleo familiar), las recaídas, los trabajos precarios, las parejas rotas, las sobredosis, la soledad... y finalmente, la muerte; todo eso no son más que consecuencias del consumo abusivo de droga. El suyo es un mundo de fragilidad, donde la adicción se impone sobre su voluntad y sobre cualquier otra cosa, incluidos los lazos sentimentales, de pareja o familiares. En la vida de un yonqui, el caballo lo es todo. Incluso cuando logran escapar a él y están limpios y llevan una vida normal, la heroína siempre está ahí, en el barrio, acechante, ellos saben dónde y quién la vende, a la vuelta de la esquina, en cualquier parque o plaza. La dama blanca es paciente y sabe esperar. El yonqui es débil y bastará cualquier adversidad para que busque consuelo en un chute, uno solo, uno que le haga olvidarse de los problemas por unas horas. Y luego de nuevo el infierno, la vuelta a la salida de casilla.
Para entender la magnitud del problema de las drogas en Estados Unidos, basta un dato que aparece en la película: 1,3 millones de estadounidenses murieron en las numerosas guerras en las que Estados Unidos estuvo involucrada, y más de 5 millones de estadounidenses murieron por consumo de droga desde que se empezó a rodar Life of Crime...

«SPACESHIP BLUES BAND» (THE BLUE FLAMES) - JAVIER SERRANO

Lo que sigue es un fragmento de la novela Spaceship Blues Band:

THE BLUE FLAMES - 7' 55''
Performed by Jimi Hendrix

HANNA NOVA
(Ex-modelo)

Yo era amiga íntima de Linda, Linda Keith. En aquellos tiempos no había nada que pudiera quedar en secreto entre nosotras: nos lo contábamos absolutamente todo. Además, cuando ella conoció a Jimi James, pues en aquella época todavía nadie lo llamaba Jimi Hendrix, yo estaba con ella. Estoy hablando de mediados de los sesenta. Linda tenía unos veinte años, era guapísima y, sobre todo, era la novia del stone Keith Richards (la bella aspira una bocanada profunda del porro que tiene entre sus dedos). Fue una noche en el Cheetah Club de Nueva York, un local horroroso decorado con papel de pieles de animales. La banda se llamaba... Curtis... Curtis algo... vaya, ahora no lo recuerdo. El caso es que allí estaba aquel guitarrista con extravagante aspecto de pirata y con peinado alborotado y en forma de bola, tocando como un dios, o como un diablo, según se mire. Apenas éramos un puñado de espectadores pero el tío se desvivía con su guitarra, como si fuera el primer o el último concierto de su vida, haciendo versiones ultralargas de temas conocidos. Hubo un momento —esto me lo contaría Linda después—, cuando Jimi empezó a tocar con los dientes, que Linda tuvo la certeza de que estaba intentando impresionarla. Es curioso porque yo tuve la misma impresión: Jimi James estaba tocando solo para mí e intentaba impresionarme. Al final, nuestros amigos accedieron a quedarse a ver también el último pase; nuestra intención oculta no era otra que hablar con el guitarrista. Le invitamos al apartamento de un amigo, en la 63. Imagínate: un apartamento de paredes pintadas de rojo y con lunares de leopardo (pausa para reír, una dentadura perfecta todavía). Jimi era un ingenuo. Uno de mis amigos le preguntó si quería tomar ácido. «No, gracias —respondió Jimi muy serio—, preferiría un poco de LSD» (carcajadas de Hanna Nova: no solo conserva en perfecto estado sus dientes, también toda su hermosura). Luego nos confesó que hasta ese momento solo había probado porros, anfetaminas y, ocasionalmente, algo de cocaína. «¿Sabes? —dijo Jimi— En Harlem el LSD es una droga de blancos». «¿Y por qué quieres tomarla entonces?». «No... no me gustan los prejuicios», respondió, riendo y enseñando su fila de dientes y sin dejar de mascar su chicle. Me parecía tímido Jimi, sentado en aquel horrible sofá. Su voz melosa, la dulzura de sus rasgos... ¡y lo increíblemente sexy que resultaba la combinación! (nuevas risas, no debe de ser nada mala la mandanga que tiene entre sus dedos). Cuando lo tomamos aquella noche —el LSD, me refiero—, no estaba prohibido todavía. Es más, estaba considerado casi como una panacea para todo tipo de enfermedades... (nueva bocanada del porro que parece no consumirse) ¿Por dónde íbamos...? Ah, sí. Aquella noche, Jimi nos dijo que se había mirado en un espejo y que había visto a Marilyn Monroe, ¿puedes creerlo? Luego estuvimos escuchando discos. Linda tenía una maleta repleta de discos de Keith. Discos de blues, exclusivamente. Keith y los demás estaban en Inglaterra. También tenía un disco recién estrenado, el Blonde on Blonde de Dylan, que, por cierto, le encantó a Jimi. Si te he de ser sincera, no estoy segura de si esta parte que estoy contando ahora la vi con mis propios ojos o yo ya me había retirado y Linda me la contó después, pues Linda me ha contado tantas veces esta historia sobre cómo conoció a Jimi, y con tal cantidad de detalles, que dudo ahora de si la experiencia le ocurrió a ella o a mí misma. ¿Por dónde iba...? (...) Ah, eso. Jimi se puso a improvisar por encima de las canciones. ¿Te imaginas, un recital privado de Jimi Hendrix y Bob Dylan tocando juntos para nosotros, en exclusiva? (nuevas risas). Luego alguien le preguntó por su manera de tocar y Jimi entonces nos explicó que no lo sabría explicar, pero que en aquel preciso instante no estaba tocando notas sino colores, y que de alguna manera veía la música en el interior de su cerebro, segundos antes de ejecutarla. Todo muy raro, ¿no? «Y cantar, ¿por qué no cantas?». «No, no tengo voz pa... para cantar». Me estoy acordando ahora de que Jimi tartamudeaba un poco. «Joder, si Dylan lo hace, todo el mundo puede hacerlo». «En Harlem dicen que Bob Dylan es un jodido blanco que hace mierda de hillbilly para blancos. ¿Sabes?, me da igual lo que digan en Harlem, a mí me gusta». Y Jimi venció su proverbial timidez y se arrancó a cantar algo con Dylan, no recuerdo qué. En aquel momento Linda tuvo claro que tenía que tirar de sus amistades para buscar un productor que permitiera al mundo conocer a Jimi James. (…) Aquella fue una noche mágica, irrepetible. Estábamos cansados, así que nos fuimos a dormir a la habitación de al lado. Jimi y Linda no. La verdad es que a esas alturas yo ya tenía claro que era en ella en quien estaba interesado y no en mí. Lo que viene ahora lo sé por ella, por Linda. Tenían mucho de qué hablar y eran conscientes, los dos, de que tal vez nunca volvería a repetirse un encuentro como aquel. Antes de que me lo preguntes te diré que Linda me aseguró, y yo la creo, que no hubo sexo entre ellos. Como te he dicho, Linda estaba con Keith. Probablemente, él se la estaba jugando con otra, pero ella no era capaz. Ya ves: las mujeres somos así de gilipollas... ¿Por dónde íbamos? (...) Ah, vale. Días después, Jimi le contó que había conocido a Richie Havens en el Cheetah. Fue Richie el que le convenció para que abandonara los garitos de Harlem y se fuera a los clubes del Greenwich Village. Por aquella época el Greenwich era uno de los centros de lo que algunos empezaban a llamar «contracultura». Pues bien, en el Greenwich lo volvimos a ver otra noche, a Jimi, me refiero. Linda insistió en que fuéramos a verlo. ¿Dónde era? Ah, sí, en el Café Wha?, eso es, en el Wha? ¿Sigue existiendo ese garito? (...) En aquel tiempo no tenía permiso de licores, era un sótano tenebroso con paredes de tierra y con una clientela de blancos emborrachándose con Green Tiger. Debíamos de ser apenas unos quince, pero Jimi impresionó. Esa noche Jimi dejó la guitarra allí, en el local. Al día siguiente, cuando fue a actuar no estaba, algún cabrón se la había mangado (nueva bocanada). Puedo imaginarme la cara que pondría el pobre Jimi, ¡joder, la guitarra! El caso es que alguien le dejó una, una para diestros. Sin cortarse, Jimi empuñó la guitarra, la giró, se la colocó en el lado izquierdo y comenzó a tocar, dejándonos a todos boquiabiertos. Me acuerdo también de que Jimi, como yo misma o como el resto de mis amigos y como todos los jóvenes de entonces, se había aficionado ya a viajar con tripis. Era un consumidor habitual, y esa noche debía de haberse comido alguno. Días después, nacía Jimmy James and The Blue Fames, con Jimi haciendo de líder, con sus collares y sus joyas de imitación, exhibiéndose con sus trucos con la guitarra y tocando versiones de Dylan, de Howlin´ Wolf, un Summertime eterno... (…) Algo después, como si ya hubiera agotado todos los sonidos que podía extraerle a su guitarra, Jimi empezó a experimentar con distorsionadores. Imagina: ahora, además de blues, de Dylan, de cuentos de Andersen y de películas de Flash Gordon, Jimi le hablaba a Linda (y ella me hablaba a mí) de cosas extrañas: de bendings, de retroalimentaciones y cosas por el estilo, que nunca he llegado a saber qué son. Por cierto, ¿esto para qué revista es?

«SPACESHIP BLUES BAND» (THIRST & HUNGER & MUD) - JAVIER SERRANO

Fragmento de la novela Spaceship Blues Band:


THIRST & HUNGER & MUD - 8' 23''

Performed by Janis Joplin, Jimi Hendrix & many others

"A Jimi y su poco conjuntado grupo les corresponde el honor de ser la banda que cierre el festival de Woodstock. Cuando él y sus músicos, alojados en las cercanías, intentan coger el helicóptero que ha de acercarles hasta el lugar del concierto, la lluvia se lo impide. Por carretera los accesos siguen bloqueados pero no hay otra opción posible. Para llegar habrán de compartir un camión junto a Crosby, Stills, Nash and Young. En principio, su salida a escena está prevista para el domingo a las 11 de la mañana, pero es tal el retraso que lleva el festival que finalmente será el lunes 18 de agosto, en torno a las ocho y media de la mañana, cuando se suban a las tablas. Uno de los inconvenientes de eventos como éste es que a esas horas muchos de los asistentes a Woodstok ya se han marchado, deben de quedar unos 40.000 del casi medio millón del primer día. Entre las ventajas está que ya es de día y las condiciones de luz son óptimas para la película que se está rodando y que habrá de inmortalizarlo a él y a su banda. Son presentados como la "Jimi Hendrix Experience", algo que el guitarrista se encarga de matizar después cuando dice que ahora la banda se llama "Gypsy, Sun and Rainbows". Ya no está Noel Redding, el bajista, sustituido por Billy Cox, un antiguo amigo de Jimi, pero sí continúa el batería John "Mitch" Mitchell. Además se han incorporado el guitarra rítmica Larry Lee, que cantará en algunas de las canciones, el percusionista Juma Sultan y el conguista Jerry Velez. La nueva formación durará poco más de lo que dura un arcoíris, apenas un mes. Su actuación en Woodstock se prolongará durante dos horas y será la más larga en la carrera de Jimi, sin contar las improvisaciones en clubes nocturnos, y eso a pesar de que el músico lleva tres días sin dormir. Como la banda no ha tenido tiempo de ensayar mucho, el guitarrista tiene que alargar sus solos, sus improvisaciones, con resultado desigual. Y es entonces, cuando parte del público ha comenzado a largarse, cuando se produce uno de esos acontecimientos que ponen el vello de punta: la interpretación que hace Hendrix de The Star Spangled Banner, el himno de Estados Unidos, ejecutado en forma de solo, tocado de una manera rabiosa, electrificada y distorsionada hasta la exasperación, mientras la evanescente luz del sol baña a una concurrencia sumergida entre los restos de lo que parece ser un campo de batalla. Los apenas cuatro minutos de esa canción y las circunstancias en que se produce resumen lo que ha sido Woodstock y el espítiru de toda una década, la de los sesenta. También son el símbolo de una nación en un momento concreto de su historia, envuelta todavía en una guerra sin sentido, inmersa en el peor de los viajes y atravesada por el odio de asesinatos, conflictos raciales y revueltas estudiantiles. Después el concierto continúa. Cuando finalmente Jimi abandona las tablas, cae desmayado, completamente extenuado".

«SPACESHIP BLUES BAND» (ALTA CIENEGA MOTEL ROOM 32) - JAVIER SERRANO

Lo que sigue es un fragmento de esa novela en gestación llamada Spaceship Blues Band, de Javier Serrano.


ALTA CIENEGA MOTEL ROOM 32
1005 N. La Cienega Ave, West Hollywood, California, 90069

Mentiría si dijera que el azar ha querido que esta noche yo esté aquí, enfrente de la habitación número 32 del motel Alta Cienega, en West Hollywood. Nada más lejos de la realidad. Todo, como un crimen que busca ser perfecto, está premeditado. El motel es uno de esos alojamientos baratos que vemos en las películas norteamericanas, uno de esos en los que el protagonista, que por alguna razón huye, termina ocultándose y en los que indefectiblemente, y al igual que haré yo, sólo pasa una noche. El Alta Cienega tiene un patio interior donde se pueden aparcar los coches. Las paredes de las instalaciones están pintadas de un modo arbitrario, basculando entre el blanco, el verde y un naranja oscuro. Subo las escaleras hasta el primer piso. Un corredor, protegido por una baranda verde, circunda el motel, casi cerrando el patio donde están los coches. Es evidente que no es el Chelsea Hotel y que no tiene su historia. Es evidente también que ha conocido tiempos mejores, pero al menos parece limpio. Extraigo del bolsillo la llave con una etiqueta de plástico donde aparece el nombre del motel y el número 32. Me acerco hasta una puerta de madera, ésa en la que se lee "32" y sobre la que, un poco más arriba, hay otro cartel que dice "Jim Morrison Room". En mi cara descubro la misma sonrisa, entre estúpida y satisfecha, de un investigador privado, un huelebraguetas que finalmente ha dado con su presa. Ahora ya es evidente que el azar no me trajo hasta aquí, sino más bien una suerte de fetichismo, o sería mejor decir devoción, curiosidad, no sé... algo que lo lleva a uno a querer alojarse, al menos durante una noche -como esos tipos de las películas que por alguna razón huyen- en la habitación donde durmió Jim Morrison. Después de leer varias biografías sobre Jim -permitidme tutearle-, y entre tanta paja, uno puede llegar a saber muchas cosas sobre su vida, por ejemplo, que vivió en este motel, el Alta Cienega, de manera intermitente entre 1968 y 1970. Digo de manera intermitente porque, desde que abandonara el hogar familiar, Jim no tuvo un domicilio fijo, a veces alquilaba una habitación, compartía piso en otras ocasiones, podía dormir en un sofá prestado, en la casa de alguna amante, en la playa... A decir verdad el único domicilio fijo que tuvo Jim fue un espacio reducido en el cementerio de Père Lachaise, bajo la tierra y el cielo de París. Y, ahora que lo pienso, tampoco pondría yo la mano sobre el fuego.
Abro la puerta, con cuidado, como si no quisiera molestar a alguien que está durmiendo o como si pretendiera pillar, in fraganti, a alguien, no sé, tal vez a alguna novia o al mismo Jim. Enciendo la luz. La habitación es amplia y ruidosa, también desoladora. Huele a ambientador barato y reciente. Por la ventana entra algo de brisa y el rumor procedente de la calle. El mobiliario es el imprescindible. El único detalle de lujo es un televisor sujeto a la pared por un brazo metálico y un viejo aparato de aire acondicionado, de esos de tipo industrial, que intuyo debe producir un ruido espantoso e industrial, uno de esos ruidos que provocan dilemas y que al final no te dejan pegar ojo: ruido o calor. La cama es grande y está cubierta con una colcha estampada, con un dibujo diferente al de las cortinas, también estampadas. Las paredes serían blancas, y el techo también, si no estuvieran cubiertas absolutamente por graffitis escritos a mano por gente de todo el mundo, como si de una cueva paleolítica se tratase, con todo su contenido mortuorio, ritual y artístico. La caligrafía lo cubre todo, incluso la tulipa de las lámparas. Dedicatorias a Jim, fragmentos de sus poemas, de sus canciones, dibujos con su imagen... como en su domicilio fijo lejos de aquí, en Père Lachaise, donde la gente acude a cantar, a fumar drogas o beber vino, a encender velas, a hacer el amor o a declamar. Por la mañana, sobre la piedra parisina aparecen porros, maquetas de canciones, encendedores, condones (usados o sin usar), flores, fetiches... Sobre una de las paredes de la habitación número 32 del Alta Cienega hay un mural con fotos de Jim (en algunas aparece con ese rostro entrado en kilos de sus últimos años, cuando residía en París y pretendía vivir de la poesía): alguien le desea feliz cumpleaños 2000. También hay un cuadro con un retrato suyo, pintado a lápiz, inspirado en una de esas fotografías de Jim que han llegado a convertirse en un icono de varias generaciones. Hay también un espejo bajo el que se lee una pintada: "I am the Lizard King, I can do anything". Soy el Rey Lagarto y puedo hacerlo todo. Más abajo hay un mueble de madera sobre el que descansan unos ceniceros y unos vasos de plástico. Miro en el cristal del espejo, temeroso de que la imagen reflejada no sea la mía sino la de otro hombre. No sucede nada. El interior del armario empotrado tiene la misma decoración: paredes blancas llenas de frases y de poemas sórdidos, y un par de perchas de plástico blanco, cimbreándose sobre el vacío.
Esta es la habitación donde, el 5 julio de 1968, Jim se encontró con Mick Jagger. Donde hablaron sin que el Stone, que se había presentado sin previo aviso, supiera que en el baño Tim Hardin, amigo de Jim, se estaba metiendo un pico. Donde se intercambiaron consejos sobre cómo comportarse sobre las tablas ante una multitud expectante. También se dice que fue esta la habitación en la que Jagger regaló un tripi a Jim, hedonista insaciable. Cuando Tim Hardin salió del baño no se creía nada de todo esto. Claro que, ¿quién puede creerlo?
Esta es la habitación donde Jim humillaba a algunas de sus amantes, a las que llamaba por teléfono para que cuando llegaran allí lo pillaran en la cama en brazos de otra.
¿Por qué prefería los moteles? La vida errante, anónima, la perpetua fuga; la ausencia de domicilio fijo, la desolación, los colores brillantes de los neones, la carencia de posesiones más allá de una tarjeta de crédito y un carné de conducir... En una palabra: desaparecer.
Entro en el cuarto de baño. Una ventana entreabierta permite colarse el murmullo del tráfico. La historia se repite. Incluso en la ducha, en la parte alta, la que queda más arriba de los azulejos blancos, se pueden leer las dedicatorias, los poemas. Miro hacia el suelo de la ducha, buscando, como si necesitara encontrar alguna prueba fehaciente, algún cabello, uno largo, ondulado, algún amasijo de pelos atrapado junto al desagüe... Mi mirada se posa sobre el lavabo, por si quedaran restos de las papelinas de heroína que se metían los amigos de Jim (quién sabe si él también lo hacía). No hay nada de todo eso y Jim no está. Tampoco hay restos de coca.
Regreso al dormitorio y descorro la colcha y luego la sábana. Tampoco allí. Sobre la funda blanca de la almohada encuentro un pelo, uno largo. ¿Será de él?, ¿o será de alguno de esos que firmaron sobre las paredes? La ropa de la cama huele a limpio, imposible que éstas fueran sus sábanas. Hace calor. Dudo entre encender el aparato de aire acondicionado -¿funcionará?- o esperar un poco. Estoy cansado. Me tumbo sobre la cama, como haría Jim. Vuelvo a mirar las paredes y me pregunto cuánta gente habrá repetido este ritual. Intuyo que mis sueños versarán sobre Jim y The Doors. Mañana buscaré un hueco entre esas paredes y trataré, como ellos, de escribir algo original.

«SPACESHIP BLUES BAND» (THE MIAMI´S INCIDENT (JIM ´S DICK)) - JAVIER SERRANO

Lo que sigue es un fragmento de una novela en construcción, Spaceship Blues Band. La obra se encuentra en una fase de work in progress, sujeta por tanto a cambios, reescrituras, o en el peor de los casos (Dios no lo quiera), a su total aniquilación.


THE MIAMI´S INCIDENT (JIM ´S DICK) - 5´45´´
Performed by Jim Morrison

TRILLIZOS JOHANSSON (Elmer, Frank y Devon, unos obesos enormes comiendo hamburguesas y bebiendo cerveza, junto a una fotografía en la que aparecen los tres, delgados adolescentes enfundados en camisetas de The Doors, mostrando unas entradas en sus manos)

ELMER
El de Miami, el de febrero del 69, fue el mejor concierto que dieron The Doors.

FRANK
¿Bromeas, Elmer?

ELMER
No. Te juro que ha sido el mejor concierto al que he ido en mi vida..

DEVON
Hombre, teniendo en cuenta que tampoco has ido a muchos... Pues yo creo que Jim Morrison se pasó un poco.

ELMER
Por qué, ¿porque iba borracho? Siempre iba borracho, y lo sabes, Devon.

DEVON
No es por eso.

ELMER
¿Por qué, entonces?, ¿porque se sacó la polla?

FRANK
Entre otras cosas. Sabía que eso podía acabar con la carrera de The Doors.

ELMER
Oh, vamos, Frank. No se sacó la polla.

FRANK
Sí que se la sacó. Yo estaba allí, en la primera fila.

DEVON
Estábamos todos, ¿recuerdas?

ELMER
¿Tú le vista la polla, Devon? Porque yo no. Hizo como que se la sacaba pero no le dio tiempo.

FRANK
Primero empezó enseñando el calzoncillo y luego...

ELMER
Eso es mentira. Jim no usaba ropa interior jamás.

FRANK
Y luego se la sacó. Era grande, peluda... repugnante.

ELMER
¡Que no se la sacó, Frank! La prensa dijo eso pero no es verdad. ¿Tú has encontrado alguna foto donde se vea?

FRANK
No. Pero vi con mis propios ojos cómo se la sacaba y luego se hacía una paja delante de todo el mundo. Apenas éramos estudiantes de bachillerato, Elmer. Además, luego le detuvieron, ¿no?

ELMER
Eso no tiene nada que ver. El FBI le tenía ganas por lo que había dicho en contra de Nixon.¿Tú también le viste la polla a Jim, Devon?

DEVON
Aquello no era su polla.

FRANK
¿Ah, no?, ¿qué era entonces aquello?

DEVON
Un fajo de billetes

(ELMER y FRANK se miran)

ELMER
Esta sí que es buena. Un fajo de billetes. ¿Para qué, Devon?

FRANK
Para simular un gran paquete bajo sus pantalones de cuero.

ELMER
¿Estás gilipollas o qué? ¿Estás diciendo que Jim era maricón o algo así? Jim no necesitaba de esas cosas.

FRANK
Pues dicen que hacía a pelo y a pluma. Recuerdo que aquella noche íbamos muy colocados, bueno, como todo el mundo allí. El escenario se tambaleaba.

DEVON
Ya os dije que aquel escenario estaba mal montado. ¿Os acordáis del cordero?, ¿o lo del cordero también es parte de la alucinación colectiva?

FRANK
¡Hostias, es verdad! ¿Qué hacía aquel cordero allí, en los brazos de Jim?

ELMER
Alguien se lo regaló. A ver, Frank, ¿cómo puede alguien salir al escenario con un cordero entre los brazos y luego sacarse la polla?

FRANK
Jim iba muy pedo. Estuvo todo el concierto provocando al público. Se notaba que la quería armar. Hubo gente que incluso subió al escenario. Le echaron champán encima de la cabeza.

DEVON
Eso es verdad, se veía venir. También dijo aquello de "¿No hay nadie que quiera adorar mi culo?"

ELMER
¿Y se lo adoraste, Devon?, ¿o fue Frank? (risas) No recuerdo nada de todo eso. Sólo me acuerdo de que alguien lanzó a Jim al público, y de que luego estuvo bailando entre la gente.

FRANK
No parecía él con esa barba. Además, estaba gordo.

ELMER
Bueno, Frank. No nos podemos quejar...

DEVON
Luego fue cuando el escenario se vino abajo (risas). Casi nos aplasta.

FRANK
¿Os dais cuenta? Ahora mismo podríamos estar muertos, por su culpa.

DEVON
Bueno, Frank, tampoco exageres.

FRANK
No exagero. Os digo que quiso acabar con su carrera y con todos nosotros. Si no, ¿a cuento de qué viene lo de enseñar la polla en el lugar que le vió nacer? ¿Qué dirían sus padres?

ELMER
¡Joder! ¡Que no la enseñó!

FRANK
"Rito orgásmico de depravación", dijo el Miami Herald.

DEVON
Supongo que era allí donde guardaba el dinero, junto a su polla.

ELMER (sacudiendo su cabeza)
Inolvidable aquel concierto...