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LAS ARMAS Y LAS LETRAS (23) - Antonio Machado vs. Manuel Machado


De la obra "Las armas y las letras" de Andrés Trapiello, pág. 465:

"Cuando Antonio murió, tuvo lugar uno de los episodios sin duda más conmovedores en la vida de ambos hermanos, Manuel y Antonio, en la vida de uno y en la muerte del otro..., cuando uno y otro, en 1935, habían escrito ya El hombre que murió en la guerra, drama que se quedó sin representar a falta de un buen actor, cuando iba a haberlos tan buenos para ese papel un año más tarde.
De modo casual se enteró Manuel Machado por la prensa francesa, que se recibía en la Oficina de Propaganda en Burgos, de que el poeta español Antonio Machado había muerto en un pequeño pueblo del sur de Francia. Consiguió Manuel salvoconductos y llegó a Collioure en coche oficial y una escolta, desde Burgos. El viaje duró dos días. Allí le esperaba la noticia de que también acababa de morir su madre, enterrada con él en el mismo cementerio. Sabemos que Manuel pasó un día en Collioure, que agradeció a la dueña del hotelito donde murieron los últimos auxilios que ésta dispensó a su hermano y a su madre, y que permaneció la mayor parte de la jornada en el cementerio, junto a sus tumbas. ¿Se encontró allí con su hermano José, el dibujante, también exiliado? De ser así, nadie supo jamás de lo que se trató entre ambos. Ni Manuel lo contó ni José, que años después escribiría un opúsculo sobre la muerte de Antonio, mencionaría los pormenores de aquel encuentro, de haberse producido." [...]
"Algunos años después Manuel escribiría uno de sus más hermosos poemas y tal vez uno de los más hermosos de nuestra lengua. En cierto modo está escrito a medias con su hermano Antonio. Lo tituló "Ecos", y estaba encabezado por un verso de éste: "¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera!" [...]

¿Qué tiene ese verso, madre,
que de ternura me llena,
que no lo puedo decir
sin que el corazón me duela...?

¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera!

¿Qué tienen, madre, qué tienen
estas palabras que suenan
tan adentro de mi pecho,
y tan lejos y tan cerca...?

¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera!

¿Qué dicen, sin decir nada...?
Sin contar nada, ¿qué cuentan?
De estas palabras sencillas
¿qué puso Antonio en las letras?

¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera!

Cuando en mis labios las tomo
y hasta mis oídos llegan...
¿por qué lloro sin consuelo?
y ¿por qué lloro sin pena?

¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera!

"Podemos entender estos versos como la respuesta de Manuel a aquellos otros bellísimos, escritos también en plena guerra, que Antonio le dirigió desde los huertos valencianos:

Otra vez el ayer. Tras la persiana
música y sol; en el jardín cercano,
la fruta de oro; al levantar la mano,
el puro azul dormido en la fontana.


Mi Sevilla infantil ¡tan sevillana!
¡cuál muerde el tiempo tu memoria en vano!
¡Tan nuestra! Aviva tu recuerdo, hermano,
No sabemos de quién va a ser mañana."

LAS ARMAS Y LAS LETRAS (22) - Antonio Machado y "aquellos días azules..."


En el libro de Andrés Trapiello, "Las armas y las letras", en su página 464 se puede leer lo siguiente:

"Otros tuvieron mejor suerte, si así puede llamarse. Machado, enfermo y viejo, con su madre y su hermano José, sale de España en el mes de enero. El 27 cruzaban la frontera, junto a Navarro Tomás, Riba, Corpus... De ese viaje se conserva una fotografía en la que varios hombres hacen un alto en el Mas Faixat del Ampurdán. Todos guardaban silencio, sentados bajos unos árboles sin hojas, y hacen tiempo. Machado parece entretenerse en dibujar en la tierra con la contera de su bastón Dios sabe qué enigmáticas cifras de lo que había vivido y lo poco que habría de vivir. De este penoso viaje a ninguna parte hay un relato estremecedor de uno de los testigos y miembros de la comitiva, el filósofo José Xirau, Por un camino claro, minucioso de detalles, de noticias, de fervoroso y devoto recuerdo para el maestro sevillano. Una mujer, Nuria Folch, aseguró pasar la noche en un tren "atestado de gente, cerca de la frontera", junto a Machado, y recordaba que el "el poeta, ya muy enfermo, era acunado como un niño por su madre, de noventa años".
Llegó la comitiva al pequeño pueblo costero francés de Collioure y Corpus Barga le buscó al poeta acomodo en un hotelito familiar, el hotel Bougnol Quintana.
Desde allí escribe Machado a Bergamín, al que agradece las gestiones que éste hizo para llevárselo a Inglaterra de profesor. "Así pues, el problema queda reducido -le dirá en esa carta- a la necesidad de un apoyo pecuniario a partir del mes que viene, bien para continuar aquí en las condiciones actuales, bien para trasladarme a alguna localidad no lejana donde poder vivir en un pisito amueblado en las condiciones más modestas". Había vivido en Barcelona en el palacio de los duques de Muragas, pero Machado, como muy bien lo conocía J.R.J., era el hombre más indiferente a tales lujos.
La carta lleva fecha del 9 de febrero de 1939. El 20 de ese mes morirá uno de los más grandes poetas de todos los tiempos, y dos días después, su madre. Trabajaba esos días en un prólogo que debería ponerse al frente de cuatro discursos de Manuel Azaña que no pudieron publicarse, como estaba previsto, en Barcelona; y en un nuevo poemas, escrito en versos alejandrinos. El prólogo, concluido, es ejemplo de lealtad y admiración hacia el presidente de la República; del poema solo llegó a terminar el primer verso, un verso que, sabiéndolo el último, cierra admirable, enigmáticamente su obra y su vida, abriéndonosla a la poesía y a la vida de todos y de siempre: "Estos días azules y este sol de la infancia...". Sampelayo asegura en su crónica que a ruegos de la madre, Zugazagoitia, Cruz Salido y él mismo lo amortajaron con un hábito franciscano y a falta de cordón se sirvieron de una liza que facilitó la patrona del hotel, a quien previamente Zugazagoitia convenció con dinero para que permitiese que el velorio se pudiese organizar allí mismo. Este hecho también suele ser omitido en las biografías del poeta. La madre, que moriría dos días después, como se ha dicho, quería que a su hijo Antonio se le enterrase como se había enterrado a Demófilo, su padre, y a su abuelo, con aquel sayal frailuno. Nada de esto fue referido por ningún otro de los presentes. La mujer de José, Matea, aseguró que le amortajaron con una sábana. ¿Se lo inventó todo Sampelayo? Quién sabe ya a estas alturas. Manuel Machado sería amortajado con ese hábito, y de ello sí hay constancia."