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"ÁNIMA MÍA" (y 2) - CARLOS MARZAL

Poemas de Carlos Marzal, extraídos de su libro Ánima mía, publicado por Tusquets Editores.

EL ABISMO Y EL PUENTE

Es una invitación para el camino
todo lo que separa dos distancias.

Entre ambos puntos, trazo yo mi recta,
como entre dos conceptos mi metáfora.

Sólo quiero salvar, mientras lo estrecho,
el abismo que se abre en las palabras.

Palabras que persiguen consolarnos
de nuestra triste condición sin alas.

Pasar al otro lado del sentido,
para poder ponerme en salvaguarda.

El mundo es lo que digo que es el mundo,
aunque no acierte nunca a decir nada.

La vida se me aleja si la nombro,
y sólo si la nombro se me alcanza.

¿No ves que estoy huyendo? Dame asilo.
Dame en tu corazón puente de plata.

APNEAS

A veces soy mi ahogado,
mi cianótico azul que se sumerge
aguas abajo, frías,
interiores,
y allí aguarda, aturdido, haciendo examen
de nada alrededor.

Me empujo hacia mi fondo,
me fijo allí a mi ancla,
embarrancado,
y espero la embriaguez,
la llegada, feroz, del pensamiento.

¿Me sabré alguna vez, de tanto verme?

¿Advendrá a mí, en mi  esfuerzo, la respuesta?

Empiezo a delirar.
Quiero más aire.
Quiero más, mucho más, de cuanto quiero.

Quiero alcanzar el nervio del sentido.
Descender a la sima de lo oscuro.
Como cualquier mortal,
busco mi perla.
Como cualquier mortal,
nunca la he visto.

EL APRENDIZ DE ESPUMAS

Yo conduje a mi niño hasta la orilla,
y él me condujo a mí,
más niño suyo.
Lo conducente, al fin, lo conducido.

Hasta entonces,
anduvo ensimismado
en tormentas de arena,
en castillos de almenas imposibles.
Con su pala y su cubo, en ramblas breves.

La media tarde se alumbraba oblicua
con dócil resplandor. El mundo en torno
brindaba a aquel volumen mansedumbre,
sin la laceración del mediodía.

El mar y el niño se observaron tensos,
como las criaturas más salvajes.
Tanteaban sus fuerzas,
recelosos,
en una esgrima tácita.

Hasta que el niño desplegó su índice,
y al señalar el mar,
creó desde la nada el mar primero,
fundó desde su amor el horizonte.

Corrió el niño hacia el agua,
y el animal, sumiso,
lamió sus pies descalzos. Para siempre,
tomaron posesión uno del otro,
señores a la vez, mutuos esclavos.

Así fue cómo el aprendiz de espumas
se hizo doctor en olas, erudito
en los cantos rodados, en los nácares,
en los azules yodos intangibles.

Yo me atuve a mi asombro,
pobre adulto.

¿Por qué,
si fuimos dueños, no lo somos?
¿Por qué,
si lo supimos, no sabemos?

¿Adónde fue a parar el paraíso?

A PÁJAROS

A Luis Landero

Vamos a volar pájaros,
salgamos de una vez.
Hay demasiado adentro en este día,
y adentro es fealdad,
adentro es húmedo.

Vayámonos a azules, a intemperies,
cúmulos de algodón,
las musarañas
de estarnos en las nubes,
por sus cerros.

Doctoremos la vista en lo que corre.

Marchémonos a nidos,
nos espera
nuestra felicidad, arborescente.
Basta con arrullarla entre las manos,
y sentirla latir
—es una alondra—,
para que exulte, viva,
y que exultemos.

Vayámonos a piedras,
a ese lago que aguarda pensativo,
y quebremos sin más
sus turbias aguas lúgubres.
Delincamos,
contra toda esa luz que nos delata,
ahora que nos queremos sigilosos.

Descamisemos
a nuestro más vestido;
descorbatémoslo de tanto nudo
como lo tiene ahogado, con el aire
que todo lo enrarece, en la garganta.
Que aprenda a respirar en lo que fluye.
Cierra ese libro abstracto,
y sal a comprender lo que has leído.

Pongámonos a carne pasajera,
vámonos a mirones.
¿Quién sabe qué sentido es el del verde
con que nos quiere verdes el deseo?
A ver qué levantamos,
con un poco de suerte, hasta la boca,
con un poco de arrojo, hasta la muerte.

¿Estamos a gozar,
o estamos secos
de toda sequedad, sin una gota?

¿Estamos a vivir
o es que no estamos?

"ÁNIMA MÍA" (1) - CARLOS MARZAL


Poemas extraídos de Ánima mía (Tusquets Editores), del poeta Carlos Marzal.

DIENTES

Son armas para el mundo,
las más propias.
Las hoces inocentes y culpables.
Artefactos de amor,
a fin de cuentas,
porque el amor exige
su filo y su desgarro,
su tierna mordedura desalmada.

Fui mi fiera de niño en los de leche.
Fui un animal de instinto,
amamantado,
por sus primeros dientes aprendices.

Después masqué el cristal,
tasqué el acero
que nos da en alimento la belleza.

He mordido la carne y me ha mordido.
Carne fue mi bocado en esta boca.
Y fui luego el bocado
de todo cuanto muerde,
y muerde todo.

Los dientes de un adulto son de sangre.
Dientes de haber sabido.
De amarga leche negra
que bebe el niño muerto.

Más que sobrevivirnos, sobrevive
en esta dentadura nuestra rabia,
la ciega voluntad que nunca ceja.

He hecho presa en lo que amo,
y no claudico.

Me encuentro aquí, al acecho.

Afilado conmigo entre los dientes.

SANACIÓN

Me curo de vivir en lo que escribo,
y en lo que vivo sano de escribir.
Son dos fervores
y una misma dolencia.
Me prescribo palabras,
mi narcótico:
sin ellas, mi no-mismo
está enfermo de mí.

La alegría, si no escribo alegría, no es perfecta,
y cuando ya lo he escrito, se me brinda
la realidad, alegre, para el brindis.
Parece, por tan pura,
pura superstición, pero yo expío
no sé bien nunca qué,
pago una deuda
que contraje en mis sueños.
Soy dichoso,
con la dicha infantil del absoluto,
si el ángel de un poema se me anuncia.

Cuando llegan las nubes, me repito:
no han llegado las nubes. Y no llegan.
Cuando busco la lluvia, me aconsejo:
la lluvia ya está aquí, y aunque no llueve
me mojo con la lluvia.
Me persuado
de que cumplo en mi vida, con la vida,
si advienen las palabras.

Se vive de ilusión.

Curo con tal que escriba que me curo.

Mi no-mismo y mi yo son mis ilusos.

AYUNANDO

A veces nos conviene desasirnos,
quitarnos de la boca lo más propio.
Negarnos la apetencia nos afirma.
Perdernos al albur,
desalojarnos,
desahuciarnos de casa por un fuego
que limpie de impurezas nuestra casa.

Dejarnos ir, en ondas,
declinar de quien somos y quien fuimos.
A veces nos ayuda el renunciar
a nuestras certidumbres, proceder
por un afilamiento,
adelgazarnos
de nuestras ilusiones.
La templanza
de estar entre las cosas sin anhelo,
para anhelar estar entre las cosas.

A veces el vacío
en el que se diría que flotamos
es todo lo más pleno que nos colma.

Muchas veces conviene ser mendigo
de nuestra realidad,
quedar ayunos
de lo que más amamos y nos ama.
Permanecer a un lado,
mirándonos pasar,
dándonos la limosna de no darnos
más limosna que la de seguir vivos.

Conviene endurecer,
fraguar sutiles.
Y regresar al mundo, voraces,
con más ansias.