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"EL DON DE VORACE" (FRAGMENTO) - FÉLIX FRANCISCO CASANOVA

Lo que sigue es un fragmento, el capítulo 35, del libro El don de Vorace, de Félix Francisco Casanova, publicado por la editorial Demipage:

35

El vuelo de un mosquito tensa y distiende mis ya rotos nervios. Posa sus patas negras en los gruesos labios de Hendrix. En mi estómago croa un ejército de ranas, tengo la sensación de ser un zar aburrido, un káiser sin uniforme, un papa en un burdel. Vomito sobre mi propio pecho con el recuerdo del perro y la vieja. El cuarto huele a yerba. La gran Sensación ronda por mi cabeza, el campanilleo del sexo de una araña que ata con su largo hilo las patas de mi cama. Cada poro de mi piel es una celdilla, las abejas me picotean dulcemente. El laberinto se enreda. Las escaleras de caracol conducen a una puerta de acero, por su rendija se escapa la luz. Graniza con fuerza ante mis ojos. Las calles parecen piernas de mulata, un sudor frío las recorre, los anuncios son pozos de semen fosforescente, mi ombligo la tarántula sáxea, el intestino una enredadera que se anuda a los dientes, bebo colonia, con una cucharilla golpeo el yelmo de mi cabeza. ¿Quién habitará ahora la habitación de las difuntas Beltrán? El fantasma de Débora niña me enseña la lengua, está llena de moho como creo que la tuve yo alguna vez. Sus axilas siguen oliendo a rosas de estercolero. Osiris escapa de la librería sin dueña, todos entran en el pozo. El profesor de paleontología busca un nuevo pene en las latas de basura, encuentra uno de mariposa y se lo incrusta al instante. La puerta de acero comienza a abrirse, un sol enorme se derrama por la escalera de caracol, mi cabeza es la cucaracha ahogada en la flema de mi espectro.

"EL DON DE VORACE" - FÉLIX FRANCISCO CASANOVA


Título: El don de Vorace
Autor: Félix Francisco Casanova
Editorial: Demipage
Colección: Narrativa
Prólogo: Fernando Aramburu
Ilustraciones: François Matton
ISBN: 978-84-92719-09-9
Primera edición: 2010
Formato: 14 x 20,5 cm,, 269 páginas
Precio: 20€
Otras obras publicadas:
Yo hubiera o hubiese amado. Diario íntimo (Ed. Demipage)



Publicado por Javier Serrano en La República Cultural:

Félix Francisco Casanova, el “Rimbaud español” como dicen algunos, fue un cometa que surcó los cielos literarios de una manera tan fugaz, pero fulgurante, que no se ha sabido apenas de él hasta unos años después de su muerte, que es cuando se ha empezado a ver todo el talento, toda la potencia del que probablemente estaba llamado a ser uno de los grandes, lo cual no es baladí en época de vacas flacas.
En los 19 años que duró su corta vida, a este canario de rostro angelical (pero perturbador al mismo tiempo) le dio tiempo a hacer de todo: montar un grupo de rock, crear el movimiento literario Equipo Hovno, ganar algunos premios literarios (tanto en novela como en poesía), escribir un diario… Y luego ocurrió lo del escape de gas.
El don de Vorace ganó en 1974 el premio Pérez Armas de novela. Por si hubiera alguna duda, la portada del libro también la califica así: novela. Fue escrita, asegura el autor, entre el 9 de junio y el 23 de julio de 1974. Contaba 17 años.
Bernardo Vorace Martín descubre un día el misterioso don que posee: la inmortalidad; algo que alegraría al común de los mortales y que para Vorace es toda una desgracia, pues hace tiempo que desea morir; una y otra vez lo intenta, pero su don se lo impide. Este es el original punto de partida de El don de Vorace. Entre sueños y visiones, en esa duermevela delirante en que vive Vorace, asistimos a sus andanzas literarias, a sus devaneos amorosos, a la amoralidad propia de un inmortal para el quel la maldad del crimen ha dejado de tener sentido; y mientras, en su cabeza, se va conformando un plan diabólico, una especie de Gran Mojiganga final que tal vez ayude a resolver su problema.
El don de Vorace no es una novela al uso, si bien es cierto que hay un hilo argumental, varias tramas y personajes. No lo es porque en la obra lo puramente narrativo es lo de menos, es solo una excusa que da pie al despliegue desbordante de imaginación del joven Casanova. Esta rara avis está escrita con una prosa poética, salpicada de cultismos y arcaísmos (que operan tanto a nivel estético como a nivel paródico, cómico), compartiendo cama con vulgarismos y palabras inventadas… Solo con un utillaje semejante se podría armar un artefacto literario como El don de Vorace, obra repleta de visiones, de sueños, de fragmentos de libros, de poemas, de historias intercaladas (como la de ese poeta del s. XVII, olvidado y maldito, llamado Santiago Moreno, cuya vida aparece en El Biógrafo del Universo, libro de ecos borgianos que reúne las biografías de hombres tan ilustres como desconocidos), de referencias al diablo (quizá por ello hay incluso quien la califica de novela demoníaca), de diálogos llenos de humor corrosivo, de sucesos truculentos y sanguinarios, de muerte e inmortalidad, de imágenes sorprendentes, de exclamaciones, de animales y disfraces de animales… El talentoso Casanova es especialmente crítico con el mundillo literario: con tal de estar cerca de la esquiva Marta, el joven Vorace, esa cucaracha negra inmersa dentro de una flema viscosa, es capaz de cualquier cosa, hasta de hacer de mecanógrafo de David Peces, simpatizante de la causa nazi, “mítico” y moribundo autor empeñado en legar al mundo una antología que reúna toda su obra, consiguiendo así otro tipo de inmortalidad: la eternidad literaria.
Es así como Bernardo Vorace va desgranando los días de su juventud, al ritmo de los rifs de su guitarra Jazmin, entre la bruma del alcohol y la niebla de la hierba, en la perpetua búsqueda de la Gran Sensación, en su deseo vehemente de muerte, con el único consuelo de otros inmortales: Kafka, Camus, Rimbaud, Bécquer, Goethe, Tagore, Hesse, Pessoa, Ungaretti, Hikmet…; pero también Jimi Hendrix, Mick Jagger, Zappa, Wes Montgomery, Coltrane, la Mahavishnu Orchestra, B.B. King, J. L. Hooker, Bach… Como si de un homenaje se tratase, Casanova va insertando los nombres de sus héroes de juventud. Joven pero ya viejo. ¡Y sin poder morir! Que siga la fiesta…

Ahora puedo descansar, dormir, cierro los párpados, seguro que se hace de noche porque he engullido por los ojos toda la luz del sol.