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«CONVERSACIONES» (y 4) - EMIL CIORAN

Fragmentos de la obra Conversaciones, integrada por entrevistas a Emil Cioran y publicada por Tusquets Editores. La traducción es de Carlos Manzano.

Conversación con Léo Gillet:

«Hubo alguien que desempeñó un papel muy importante en el momento en que empecé a publicar mis libros. Conocía a un personaje del que voy a intentar darle un pequeño retrato. Puedo incluso decirle su nombre, no tiene el menor interés, se llamaba Lacombe y andaba por el Barrio Latino, era un señor que tenía una perilla así, que era manco —había perdido un brazo en la guerra de 1914— y un gran conocedor de la lengua vasca. El mismo no había escrito nada, salvo algunas comunicaciones en su juventud. Era muy rico, no hacía absolutamente nada, y tenía un conocimiento extraordinario del francés. Era un maniaco: por ejemplo, asistía con frecuencia a los cursos de la Sorbona y, si un profesor cometía una falta de francés, ¡protestaba en la sala! [Puñetazo en la mesa, risas.] Era exactamente el hombre que yo necesitaba y, como éramos los dos unos desocupados, nos veíamos con frecuencia. Era un gran conocedor de la lengua francesa, pero, como le he dicho, aparte de sus comunicaciones sobre la lengua vasca, no había escrito nada. Tenía una biblioteca notable. Además, era un erotómano, tenía una biblioteca extraordinaria al respecto, de la que citaba cosas inauditas. Abordaba a todas o a casi todas las mujeres en la calle y su diversión era hablar con las prostitutas. Y lo que me divertía enormemente era que corregía a las prostitutas las faltas de francés que cometían. [Risas.] Y puede parecer idiota, puede parecer ridículo, pero aquel hombre tuvo sobre mí una influencia extraordinaria. Cuando terminé definitivamente ese Breviario de podredumbre, dije al señor Lacombe: «Tengo que enseñarle mi libro». Dijo: «Bah, si se empeña...». Nos dimos cita en un café, me presenté con mi manuscrito. Le leí una página y se quedó dormido. Comprendí que no había nada que hacer. Me habría gustado que lo hubiera examinado detenidamente: se negó. Pero hasta cierto punto, le debía, le debo, ese libro. Con su manía de reflexionar sobre las palabras, de corregir a todo el mundo, incluso a los profesores, contribuyó a lo que he llamado la conciencia del acto de escribir. Eso era precisamente lo que yo no tenía... y que sólo está profundamente desarrollado en Francia. Sólo en Francia es algo en verdad sagrado escribir».

«Pregunta en la sala: ¿Qué piensa usted del suicidio?
Lo hermoso del suicidio es que es una decisión. Es muy halagador en el fondo poder suprimirse. El propio suicidio es un acto extraordinario. Así como llevamos, según Rilke, la muerte en nosotros, llevamos también el suicidio. El del suicidio es un pensamiento que ayuda a vivir. Esa es mi teoría: Me disculpo por citarme, pero creo que debo hacerlo. He dicho que sin la idea del suicidio me habría matado desde siempre. ¿Qué quería decir? Que la vida es soportable tan sólo con la idea de que podemos abandonarla cuando queramos. Depende de nuestra voluntad. Ese pensamiento, en lugar de ser desvitalizador, deprimente, es un pensamiento exaltante. En el fondo nos vemos arrojados a este universo sin saber por qué. No hay razón alguna para que estemos aquí. Pero la idea de que podemos triunfar sobre la vida, de que la tenemos en nuestras manos, de que podemos abandonar el espectáculo cuando queramos, es una idea exaltante» (…) «No necesitamos matarnos. Necesitamos saber que podemos matarnos. Esa idea es exaltante. Te permite soportarlo todo. Es una de las mayores ventajas que se le han brindado al hombre. No es complicado. Yo no abogo por el suicidio, sino solo por la utilidad de esa idea. Es necesario incluso que se diga a los niños en la escuela: «Mirad, no os desesperéis, podéis mataros cuando queráis». [Risas] Pero eso es verdad. No por ello se matará la gente, no por ello habrá más suicidios».

Conversación con Fernando Savater:

La utopía es, por así decirlo, el problema de un poder inmanente y no trascendente a la sociedad. ¿Qué es el poder, Cioran?
Creo que el poder es malo, muy malo. Soy resignado y fatalista frente al hecho de su existencia, pero creo que es una calamidad. Mire usted, he conocido a gente que ha llegado a tener poder y es algo terrible. ¡Algo tan malo como un escritor que llega a hacerse célebre! Es lo mismo que llevar un uniforme; cuando se lleva uniforme ya no se es el mismo: bien, pues alcanzar el poder es llevar un uniforme invisible de forma permanente. Me pregunto: ¿por qué un hombre normal, o aparentemente normal, acepta el poder, vivir preocupado de la mañana a la noche, etcétera? Sin duda, porque dominar es un placer, un vicio. Por eso no hay prácticamente ningún caso de dictador o jefe absoluto que abandone el poder de buen grado: el caso de Sila es el único que recuerdo. El poder es diabólico: el diablo no fue más que un ángel con ambición de poder, luego ni un ángel puede disponer de poder impunemente. Desear el poder es la gran maldición de la humanidad».

Cioran, usted ha hablado frecuentemente del hastío. ¿Qué papel ha desempeñado en su vida el hastío, el tedio?
Puedo decirle que mi vida ha estado dominada por la experiencia del tedio. He conocido ese sentimiento desde mi infancia. No se trata de ese aburrimiento que puede combatirse por medio de diversiones, con la conversación o con los placeres, sino de un hastío, por decirlo así, fundamental y que consiste en esto: más o menos súbitamente en casa o de visita o ante el paisaje más bello, todo se vacía de contenido y de sentido. El vacío está en uno y fuera de uno. Todo el Universo queda aquejado de nulidad. Ya nada resulta interesante, nada merece que se apegue uno a ello. El hastío es un vértigo, pero un vértigo tranquilo, monótono; es la revelación de la insignificancia universal, es la certidumbre llevada hasta el estupor o hasta la suprema clarividencia de que no se puede, de que no se debe hacer nada en este mundo ni en el otro, que no existe ningún mundo que pueda convenirnos y satisfacernos. A causa de esta experiencia —no constante, sino recurrente, pues el hastío viene por acceso, pero dura mucho más que una fiebre— no he podido hacer nada serio en la vida. A decir verdad, he vivido intensa-mente, pero sin poder integrarme en la existencia. Mi marginalidad no es accidental sino esencial. Si Dios se aburriese, seguiría siendo Dios, pero un Dios marginal. Dejemos a Dios en paz. Desde siempre, mi sueño, ha sido ser inútil e inutilizable. Pues bien, gracias al hastío he realizado ese sueño. Se impone una precisión: la experiencia que acabo de describir no es necesariamente deprimente, pues a veces se ve seguida de una exaltación que transforma el vacío en incendio, en un infierno deseable...»

«CONVERSACIONES» (3) - EMIL CIORAN

Fragmentos de la obra Conversaciones, integrada por entrevistas a Emil Cioran y publicada por Tusquets Editores. La traducción es de Carlos Manzano.

Conversación con Luis Jorge Jalfen:

Mientras que los filósofos, que deberían ser los que hablaran de lo que es, se dedican a escribir sobre la conciencia, la percepción, los valores, el conocimiento, nuestra cultura, para saber lo que es una rosa, el sol, el espacio y el tiempo o la vida, prefieren fiarse de los botánicos, los astrónomos, los físicos y los biólogos.
Es que parece que la aparición del hombre se hubiera debido a una explosión de megalomanía. La ambición es la causa de los desastres. Es lo que hace desgraciada a la gente, deseosa de superarse. Todo el mal se debe a esa voluntad de superación, a esa enfermedad mental, a esa omnipotencia. El hombre es una aparición extraña, fruto de un deber original que lo impulsa a ir más allá de sus límites, más allá de lo humano. Eso es lo que lo ha marcado y —cosa extraordinaria—por eso está condenado. El hombre ha forzado sus propios límites. El hombre no es nada o, en todo caso, es poca cosa. Pero, al querer serlo todo, está perdido, por falta de modestia, y ahora ya no puede detenerse. Por eso no hay nada que hacer y en eso estriba también el aspecto genial del hombre. Es necesario que continúe; en eso estriba la lógica de la existencia humana. Es normal, en definitiva. Si hay una palabra para designar el porvenir, es «estancamiento». Está destinado a estancarse, porque todo destino excepcional entraña una caída. Estoy cada vez más convencido de que el hombre acabará —metafísica, históricamente— siendo un fantasma, una sombra, o que llegará a ser como un jubilado o un imbécil. No tiene «salvación», porque la vía que ha seguido es necesariamente nefasta. Si me opongo a las utopías, es porque el hombre se ha internado por un camino que ha de conducirlo por fuerza a su pérdida. No puede comportarse de otro modo, no puede retroceder y en eso radica su tragedia. El hombre lo tiene todo, salvo la sabiduría»
(…)
«Yo he tratado a gente de todas clases, gente que ha comprendido. Para mí, la humanidad se divide en dos categorías: los que no han comprendido (casi toda la humanidad, de hecho) y los que han comprendido, que son sólo un puñado» (…) «los que han comprendido son por lo general quienes han fracasado en la vida» (…) «El fracaso es una experiencia filosófica capital y fecunda» (…) «el hombre que triunfa es el que sólo ve su meta personal»

Conversación con Léo Gillet:

«¿Qué es la ideología en el fondo? La conjunción de la idea y la pasión. De ahí viene la intolerancia, porque la idea en sí misma no sería peligrosa, pero, en cuanto va acompañada de un poco de histeria, se acabó»

«¿De dónde viene esa necesidad del hombre de dar sentido a las cosas?
Mire, es porque todo hombre que actúa proyecta un sentido. Atribuye un sentido a lo que hace, es absolutamente inevitable y lamentable. No se puede actuar... Yo nunca he podido hacer nada con mi vida. ¿Por qué no he actuado en mi vida? Porque no creo en el sentido. Por la reflexión y la experiencia interior, he descubierto que nada tiene sentido, que la vida no tiene el menor sentido, lo que no quita para que, mientras nos agitamos, proyectemos un sentido. Yo mismo he vivido en simulacros de sentido. No se puede vivir sin proyectar un sentido, pero la gente que actúa cree implícitamente que lo que hace tiene un sentido. Si no, no se agitarían. Si sacamos la conclusión práctica de mi visión de las cosas, nos quedaríamos aquí hasta nuestra muerte, no nos moveríamos, no tendría el menor sentido abandonar el sillón en el que estamos sentados. Mi existencia como ser vivo está en contradicción con mis ideas. Como estoy vivo, hago todo lo que hacen los que están vivos, pero no creo en lo que hago. La gente cree en lo que hace, porque, si no, no podría hacerlo. Yo no creo en lo que hago, pero, aun así, creo un poco en ello: ésa es más o menos mi posición. Pero toda la gente que he conocido en mi vida, toda la gente que hace algo, toda la gente que tiene un proyecto en el que cree, proyecta un sentido en él» (…) «Nos desvivimos, hacemos algo y después desaparecemos».

«En el tedio, el tiempo no puede correr. Cada instante se hincha y no se da, por decirlo así, el paso de un instante a otro. La consecuencia es que se vive sin adhesión profunda a las cosas. Todo el mundo ha conocido el tedio. Haberlo conocido en un acceso no es nada, pero haber conocido un estado de tedio constante durante un periodo de la vida es una de las experiencias más terribles que puedan sufrirse. Se cree que sólo los viejos se aburren. Yo conocí el tedio sobre todo durante mi juventud. Estoy poniéndome indiscreto, pero no importa: recuerdo perfectamente mi primera experiencia consciente del aburrimiento. Tenía cinco años —es ridículo, pero, en fin—, recuerdo la tarde, eran exactamente las tres, cuando tuve esa experiencia que formulé antes, sentí que el tiempo se desprendía de la existencia. Porque eso es el tedio. En la vida la existencia y el tiempo marchan juntos, forman una unidad orgánica. Avanzamos con el tiempo. En el tedio el tiempo se separa de la existencia y se nos vuelve exterior. Ahora bien, lo que llamamos vida y acto es la inserción en el tiempo. Somos tiempo. En el tedio ya no estamos en el tiempo. A eso se debe ese estremecimiento extraordinario, el sentimiento de malestar profundo, y debo ser objetivo: se puede acabar gustando de ese estado. Esa como complacencia en el tedio yo la he conocido en mi vida. Te revuelcas en el tedio. Es una experiencia que puede ser aterradora, a decir verdad. Yo no lamento haberla conocido; por lo demás, todo el mundo la ha conocido de una forma o de otra. Pero insisto: el tedio continuo, el que dura meses, ése es el auténtico. No lo es ni mucho menos el aburrimiento que dura media hora o dos o una tarde» (…) «Ahora paso al vacío, que se parece exteriormente al tedio, pero el vacío en ese sentido no es del todo una experiencia europea. Es oriental, en el fondo. Es el vacío como algo positivo. Es la forma de curarse de todo. Se elimina toda propiedad del ser y, en lugar de tener una sensación de carencia y, por tanto, de vacío, viene la sensación de plenitud por la ausencia: por tanto, el vacío como instrumento de salvación, por decirlo así, como vía, como camino de salvación. Lo llaman shunyata, es, por tanto, la vacuidad. La vacuidad, en lugar de ser una causa de vértigo, como el tedio lo es para nosotros, es, pese a todo, una forma de vértigo. No es en absoluto una experiencia negativa. Es como un avanzar hacia la liberación. Me permito señalarle lo siguiente: para mí, la escuela filosófica más avanzada, aquélla, en todo caso, después de la cual ya hay nada más que decir, es la escuela de Madhyamika, que forma parte del budismo tardío, situado por los estudiosos aproximadamente en el siglo II de nuestra era. Tres filósofos la representan: Nagarjuna, Çandrakirti y Shantideva. Son los filósofos más sutiles que imaginarse pueda. Son más sutiles que Zenón de Elea. Para simplificar, podríamos decir: imagínese a un Zenón de Elea que utilizara su fuerza dialéctica para destruirlo todo y mediante sus destrucciones liberar al individuo. Por tanto, no es en modo alguno negativo. Es, después de haberlo liquidado todo, no tener ninguna atadura: estás de verdad desapegado, eres superior a todo. Has triunfado sobre el mundo: ya no queda nada. Para nosotros, que hemos vivido, que vivimos, en la cultura occidental, a esa forma de pensamiento excesivo la llamamos, en fin, se la ha llamado, nihilismo, pero no es nihilismo, puesto que la meta, en fin, el resultado es como un éxtasis vacío, sin contenido, la felicidad perfecta, por tanto. ¿Por qué? Porque, ya no queda nada. Y resulta que lo que para nosotros es negación para ellos es un triunfo. Ese es el aspecto verdaderamente positivo de las posiciones extremas del pensamiento oriental. Conque lo que para nosotros es ruina para ellos es colofón. Esa escuela madhyámica no es demasiado conocida en Occidente, hablo de ella con apariencia de autoridad, pero tampoco yo la conozco bien, porque hay muy pocos escritos al respecto, no está todo traducido. La conocemos por las traducciones tibetanas, pero es de una sutileza alucinante. Y todo eso, ¿para qué? Para liberar el espíritu y el corazón. Por tanto, no es en absoluto una dialéctica nihilista, es un error tildarla de nihilista. Nagarjuna lo destruye todo, todo, todo, todo, toma todos los conceptos de la filosofía y los anula uno tras otro. Y después viene como una luz».

«CONVERSACIONES» (2) - EMIL CIORAN

Fragmentos de la obra Conversaciones, integrada por entrevistas a Emil Cioran y publicada por Tusquets Editores. La traducción es de Carlos Manzano.

Conversación con J.L. Almira

¿Cuál es su primer recuerdo del tedio?
Fue durante la primera guerra. Tenía cinco años. Una tarde, de verano sin duda, todo lo que me rodeaba perdió sentido, se vació, se inmovilizó: una especie de angustia insoportable. Aunque entonces no pudiera formular lo que ocurría, estaba dándome cuenta de la existencia del tiempo. Nunca he podido olvidar aquella experiencia. Hablo del tedio esencial, que es una toma de conciencia extraordinaria de la soledad del individuo. Me resulta un sentimiento tan ligado a mi vida, que estoy seguro de que podría sentirlo hasta en el paraíso. Evidentemente, si nos marca de manera tan profunda, es porque se trata de la expresión capital de nosotros mismos. En estos momentos el hastío tiene mala prensa; de alguien que se aburre suele decirse que está vacío, lo cual no es cierto, pues ese vacío conlleva una explicación del mundo. Por eso me ha interesado tanto el tedio monástico, la acedia, el hecho de que la vida monástica esté presidida por la tentación, por el peligro del tedio. A los monjes egipcios siempre se les describe asomados a la ventana, esperando no se sabe qué. El tedio es la gran amenaza espiritual, una especie de tentación diabólica».
(…)
«En pleno delirio sexual, cualquiera tiene derecho a compararse a Dios. Lo curioso es que la inevitable decepción posterior no afecte al resto de la vida, que sea momentánea. A veces he pensado que se puede tener una visión postsexual del mundo, visión que sería la más desesperada posible: el sentimiento de haberlo invertido todo en algo que no vale la pena. Lo extraordinario es que se trate de un infinito reversible. La sexualidad es una inmensa impostura, una gigantesca mentira que invariablemente se renueva. Sin duda, el momento presexual triunfa sobre el postsexual: el infinito inagotable del que habla Céline. Y el deseo es ese absoluto momentáneo imposible de erradicar.
¿De dónde procede ese amor por España, que, habiendo elegido la condición de apátrida, le llevó a escribir que ha renegado de todo, excepto del español que hubiera deseado ser?
Cuando era estudiante leí un libro acerca de la literatura española contemporánea, que recogía la anécdota de un campesino que, al subirse a un vagón de tercera y descargar el inmenso bulto que llevaba encima, exclama: «¡Qué lejos está todo!». Me impresionó tanto esa frase, que con ella titulé un capítulo de mi primer libro en rumano. Como me ha ocurrido siempre, un detalle mínimo desencadenó una pasión. Muy joven, leí a Unamuno, algo sobre la conquista, a Ortega y, por supuesto, a santa Teresa. Me atrae el aspecto no europeo de España, esa especie de melancolía permanente, de nostalgia, en realidad.
¿Cuál es para usted la diferencia entre melancolía y nostalgia?
El fondo metafísico de la nostalgia es comparable a algo interior de la caída, de la pérdida del paraíso. Un español siempre da la impresión de que echa de menos algo. Por supuesto, lo significativo es la intensidad con que eso se siente. La melancolía es una especie de tedio refinado, el sentimiento de que no se pertenece a este mundo. Para un melancólico, la expresión «nuestros semejantes» no tiene ningún sentido. Es una sensación de exilio irremediable, que carece de causas inmediatas. La melancolía es un sentimiento profundamente autónomo, tan independiente del fracaso como de los mayores éxitos personales. La nostalgia, por el contrario, siempre se aferra a algo, aunque sólo sea al pasado.
Me gustaría que hablásemos de lo que usted ha llamado el masoquismo histórico de los españoles.
Siempre me ha fascinado el desmesurado sueño histórico de los españoles, un sueño fantástico que acabó en derrota. Todo el frenesí de la conquista se vino abajo. España fue el primer gran país que salió de la historia, prefiguración grandiosa de lo que es Europa ahora. Curiosamente, ese fracaso ha hecho posible que la lengua española sea en estos momentos universal.
Parece una visión de España casi teatral.
Los españoles practican fanáticamente la burla. Su propio orgullo, siempre acompañado de ironía, se vuelve contra ellos y, gracias a eso, no resulta insoportable. Durante uno de mis viajes a España, hace ya muchos arios, viajábamos en la tercera clase de un tren cuando una niña de unos doce años se puso a recitar poemas. Me pareció tan extraordinario, que tuve un gesto de indelicadeza irreparable, espantosa: le di un puñado de monedas. Ella cogió el dinero y me lo tiró a los pies. Su reacción me pareció sublime. España representa para mí la emoción en estado puro. Uno no puede entenderse con los campesinos franceses o alemanes, por no hablar de los ingleses, pero en España, como sucede también en Rumania, el pueblo llano existe».

Conversación con Fritz J. Raddatz

«Las grandes cuestiones de la vida no tienen nada que ver con la cultura. La gente sencilla tiene muchas veces intuiciones que un filósofo no puede tener. Pues el punto de partida es lo vivido, no la teoría. Un animal puede ser incluso más profundo que un filósofo, quiero decir: tener un sentido de la vida más profundo».

Conversación con François Fejtö:

«Voy a contarle una historia. Hace unos arios un temblor de tierra sacudió Rumania y en la primera página del Herald Tribune leí que Sibiu, o bien Hermannstadt, había quedado destruida. Recuerdo que ocurrió un sábado. Me dolió, me dolió mucho. Me hundí en un pesimismo profundo. Al salir de mi apartamento, pensé en ir a una iglesia. Pasé cerca de Notre-Dame y, sin embargo, no sentía deseos de entrar en ella. Continué mi camino en una letargia absoluta; vi, no sé dónde, el cartel de una película pornográfica. Entré en el cine, que estaba lleno de obreros extranjeros. La película era lamentable, absolutamente repugnante. Pero en mi desamparo eso era exactamente lo que necesitaba. Es absurdo, me decía. La civilización que produce semejantes películas está próxima a su desaparición. Pensé que un régimen comunista tiene al menos la virtud de que no se exhiben películas de esa clase. Ese pensamiento me consolaba. Puede usted imaginar en qué estado me encontraba. En lugar de entrar en Notre-Dame, fui a ver esa película, que corroboraba mi idea de que nuestra civilización estaba acabada, la humanidad estaba perdida. Pensé en Hermannstadt o, si prefiere, Nagyszeben, como ustedes la llaman, a la que tanto amé»
(…)
«Los individuos —y también las naciones— necesitan cierta megalomanía. Cuando no nos creemos excepcionales, importantes, irreemplazables, estamos perdidos»

«CONVERSACIONES» (1) - EMIL CIORAN

Fragmentos de la obra Conversaciones, integrada por entrevistas a Emil Cioran y publicada por Tusquets Editores. La traducción es de Carlos Manzano.

Conversación con Sylvie Jaudeau:

«La delicada duda de la gente civilizada no es sino una forma de mantenerse a distancia respetable de los acontecimientos. En cambio, hay una duda devastadora que podemos asimilar a una enfermedad que roe al individuo, que puede incluso destruirlo. Esa duda excesiva no es en muchos casos sino una etapa. Es la que provoca el salto a la fe, pues esa duda vertiginosa no puede mantenerse por mucho tiempo. A menudo precede a las conversiones religiosas o de otra índole. Todos los místicos han conocido grandes extravíos, próximos al hundimiento. Así, no podemos por menos de formularnos la pregunta: «¿Hasta dónde puede llegarse con la duda?». La respuesta es sencilla: o nos estancamos en ella o salimos de ella. Es parálisis o trampolín»
(…)
¿Qué diría usted a quien descubra su obra? ¿Le aconsejaría que comenzara por una obra mejor que por otra?
Puede elegir cualquier de ellas, ya que no hay progresión en lo que escribo. Mi primer libro [En las cimas de la desesperación] contiene ya virtualmente todo lo que he dicho posteriormente. Sólo difiere el estilo.
¿Hay algún título por el que sienta un apego particular?
Sin lugar a dudas, Del inconveniente de haber nacido. Me adhiero a cada una de las palabras de ese libro, que se puede abrir por cualquier página y no es necesario leer enteramente.
También siento apego por los Silogismos de la amargura, por la simple razón de que todo el mundo ha hablado mal de él. Se ha afirmado que me había comprometido al escribirlo. En el momento de su publicación, sólo Jean Rostand atinó: «Este libro no será comprendido», dijo.
Pero aprecio muy en particular las siete últimas páginas de La caída en el tiempo, que representan lo más serio que yo he escrito. Me costaron mucho y en general no se han comprendido. Se ha hablado poco de ese libro, pese a que es, a mi juicio, el más personal y a que he expresado en él lo que estaba más próximo a mi corazón. En efecto, ¿acaso hay un drama mayor que el de caer del tiempo? Por desgracia, pocos lectores han advertido ese aspecto esencial de mi pensamiento.
Esos tres libros habrían bastado, desde luego, y no vacilo en repetir que he escrito demasiado»

Conversación con Branka Bogavac Le Compte:

«Después de una experiencia literaria muy larga, ¿puede usted decirme unas palabras sobre la condición de escritor?
Es una cuestión que se plantea todo el tiempo. Todo depende de la profundidad de tus convicciones, de si estás dispuesto a aceptar cualquier cosa, la humillación la falta de dinero en nombre de la escritura, a colocarla por encima de todo lo demás, a aceptar todas las posibles derrotas —y siempre las hay—, a obligarte a ser dueño de ti mismo. Hay que aceptarse y no depender de los demás: eres tu dueño, es un combate al que te entregas. Los otros no lo conocen, pero lo conocerán por mediación de tus libros. ¿Por qué se publica un libro? Para mostrar ese combate. No hay que dramatizar, es algo de ti mismo que proyectas al exterior, que debe salir, que no debes conservar, pues no sería bueno. Hay que considerarlo una terapéutica. Escribir es una forma de liberarte de tus complejos: si no, cobrarían un cariz trágico»