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«CONVERSACIONES» (y 4) - EMIL CIORAN

Fragmentos de la obra Conversaciones, integrada por entrevistas a Emil Cioran y publicada por Tusquets Editores. La traducción es de Carlos Manzano.

Conversación con Léo Gillet:

«Hubo alguien que desempeñó un papel muy importante en el momento en que empecé a publicar mis libros. Conocía a un personaje del que voy a intentar darle un pequeño retrato. Puedo incluso decirle su nombre, no tiene el menor interés, se llamaba Lacombe y andaba por el Barrio Latino, era un señor que tenía una perilla así, que era manco —había perdido un brazo en la guerra de 1914— y un gran conocedor de la lengua vasca. El mismo no había escrito nada, salvo algunas comunicaciones en su juventud. Era muy rico, no hacía absolutamente nada, y tenía un conocimiento extraordinario del francés. Era un maniaco: por ejemplo, asistía con frecuencia a los cursos de la Sorbona y, si un profesor cometía una falta de francés, ¡protestaba en la sala! [Puñetazo en la mesa, risas.] Era exactamente el hombre que yo necesitaba y, como éramos los dos unos desocupados, nos veíamos con frecuencia. Era un gran conocedor de la lengua francesa, pero, como le he dicho, aparte de sus comunicaciones sobre la lengua vasca, no había escrito nada. Tenía una biblioteca notable. Además, era un erotómano, tenía una biblioteca extraordinaria al respecto, de la que citaba cosas inauditas. Abordaba a todas o a casi todas las mujeres en la calle y su diversión era hablar con las prostitutas. Y lo que me divertía enormemente era que corregía a las prostitutas las faltas de francés que cometían. [Risas.] Y puede parecer idiota, puede parecer ridículo, pero aquel hombre tuvo sobre mí una influencia extraordinaria. Cuando terminé definitivamente ese Breviario de podredumbre, dije al señor Lacombe: «Tengo que enseñarle mi libro». Dijo: «Bah, si se empeña...». Nos dimos cita en un café, me presenté con mi manuscrito. Le leí una página y se quedó dormido. Comprendí que no había nada que hacer. Me habría gustado que lo hubiera examinado detenidamente: se negó. Pero hasta cierto punto, le debía, le debo, ese libro. Con su manía de reflexionar sobre las palabras, de corregir a todo el mundo, incluso a los profesores, contribuyó a lo que he llamado la conciencia del acto de escribir. Eso era precisamente lo que yo no tenía... y que sólo está profundamente desarrollado en Francia. Sólo en Francia es algo en verdad sagrado escribir».

«Pregunta en la sala: ¿Qué piensa usted del suicidio?
Lo hermoso del suicidio es que es una decisión. Es muy halagador en el fondo poder suprimirse. El propio suicidio es un acto extraordinario. Así como llevamos, según Rilke, la muerte en nosotros, llevamos también el suicidio. El del suicidio es un pensamiento que ayuda a vivir. Esa es mi teoría: Me disculpo por citarme, pero creo que debo hacerlo. He dicho que sin la idea del suicidio me habría matado desde siempre. ¿Qué quería decir? Que la vida es soportable tan sólo con la idea de que podemos abandonarla cuando queramos. Depende de nuestra voluntad. Ese pensamiento, en lugar de ser desvitalizador, deprimente, es un pensamiento exaltante. En el fondo nos vemos arrojados a este universo sin saber por qué. No hay razón alguna para que estemos aquí. Pero la idea de que podemos triunfar sobre la vida, de que la tenemos en nuestras manos, de que podemos abandonar el espectáculo cuando queramos, es una idea exaltante» (…) «No necesitamos matarnos. Necesitamos saber que podemos matarnos. Esa idea es exaltante. Te permite soportarlo todo. Es una de las mayores ventajas que se le han brindado al hombre. No es complicado. Yo no abogo por el suicidio, sino solo por la utilidad de esa idea. Es necesario incluso que se diga a los niños en la escuela: «Mirad, no os desesperéis, podéis mataros cuando queráis». [Risas] Pero eso es verdad. No por ello se matará la gente, no por ello habrá más suicidios».

Conversación con Fernando Savater:

La utopía es, por así decirlo, el problema de un poder inmanente y no trascendente a la sociedad. ¿Qué es el poder, Cioran?
Creo que el poder es malo, muy malo. Soy resignado y fatalista frente al hecho de su existencia, pero creo que es una calamidad. Mire usted, he conocido a gente que ha llegado a tener poder y es algo terrible. ¡Algo tan malo como un escritor que llega a hacerse célebre! Es lo mismo que llevar un uniforme; cuando se lleva uniforme ya no se es el mismo: bien, pues alcanzar el poder es llevar un uniforme invisible de forma permanente. Me pregunto: ¿por qué un hombre normal, o aparentemente normal, acepta el poder, vivir preocupado de la mañana a la noche, etcétera? Sin duda, porque dominar es un placer, un vicio. Por eso no hay prácticamente ningún caso de dictador o jefe absoluto que abandone el poder de buen grado: el caso de Sila es el único que recuerdo. El poder es diabólico: el diablo no fue más que un ángel con ambición de poder, luego ni un ángel puede disponer de poder impunemente. Desear el poder es la gran maldición de la humanidad».

Cioran, usted ha hablado frecuentemente del hastío. ¿Qué papel ha desempeñado en su vida el hastío, el tedio?
Puedo decirle que mi vida ha estado dominada por la experiencia del tedio. He conocido ese sentimiento desde mi infancia. No se trata de ese aburrimiento que puede combatirse por medio de diversiones, con la conversación o con los placeres, sino de un hastío, por decirlo así, fundamental y que consiste en esto: más o menos súbitamente en casa o de visita o ante el paisaje más bello, todo se vacía de contenido y de sentido. El vacío está en uno y fuera de uno. Todo el Universo queda aquejado de nulidad. Ya nada resulta interesante, nada merece que se apegue uno a ello. El hastío es un vértigo, pero un vértigo tranquilo, monótono; es la revelación de la insignificancia universal, es la certidumbre llevada hasta el estupor o hasta la suprema clarividencia de que no se puede, de que no se debe hacer nada en este mundo ni en el otro, que no existe ningún mundo que pueda convenirnos y satisfacernos. A causa de esta experiencia —no constante, sino recurrente, pues el hastío viene por acceso, pero dura mucho más que una fiebre— no he podido hacer nada serio en la vida. A decir verdad, he vivido intensa-mente, pero sin poder integrarme en la existencia. Mi marginalidad no es accidental sino esencial. Si Dios se aburriese, seguiría siendo Dios, pero un Dios marginal. Dejemos a Dios en paz. Desde siempre, mi sueño, ha sido ser inútil e inutilizable. Pues bien, gracias al hastío he realizado ese sueño. Se impone una precisión: la experiencia que acabo de describir no es necesariamente deprimente, pues a veces se ve seguida de una exaltación que transforma el vacío en incendio, en un infierno deseable...»

«CONVERSACIONES» (3) - EMIL CIORAN

Fragmentos de la obra Conversaciones, integrada por entrevistas a Emil Cioran y publicada por Tusquets Editores. La traducción es de Carlos Manzano.

Conversación con Luis Jorge Jalfen:

Mientras que los filósofos, que deberían ser los que hablaran de lo que es, se dedican a escribir sobre la conciencia, la percepción, los valores, el conocimiento, nuestra cultura, para saber lo que es una rosa, el sol, el espacio y el tiempo o la vida, prefieren fiarse de los botánicos, los astrónomos, los físicos y los biólogos.
Es que parece que la aparición del hombre se hubiera debido a una explosión de megalomanía. La ambición es la causa de los desastres. Es lo que hace desgraciada a la gente, deseosa de superarse. Todo el mal se debe a esa voluntad de superación, a esa enfermedad mental, a esa omnipotencia. El hombre es una aparición extraña, fruto de un deber original que lo impulsa a ir más allá de sus límites, más allá de lo humano. Eso es lo que lo ha marcado y —cosa extraordinaria—por eso está condenado. El hombre ha forzado sus propios límites. El hombre no es nada o, en todo caso, es poca cosa. Pero, al querer serlo todo, está perdido, por falta de modestia, y ahora ya no puede detenerse. Por eso no hay nada que hacer y en eso estriba también el aspecto genial del hombre. Es necesario que continúe; en eso estriba la lógica de la existencia humana. Es normal, en definitiva. Si hay una palabra para designar el porvenir, es «estancamiento». Está destinado a estancarse, porque todo destino excepcional entraña una caída. Estoy cada vez más convencido de que el hombre acabará —metafísica, históricamente— siendo un fantasma, una sombra, o que llegará a ser como un jubilado o un imbécil. No tiene «salvación», porque la vía que ha seguido es necesariamente nefasta. Si me opongo a las utopías, es porque el hombre se ha internado por un camino que ha de conducirlo por fuerza a su pérdida. No puede comportarse de otro modo, no puede retroceder y en eso radica su tragedia. El hombre lo tiene todo, salvo la sabiduría»
(…)
«Yo he tratado a gente de todas clases, gente que ha comprendido. Para mí, la humanidad se divide en dos categorías: los que no han comprendido (casi toda la humanidad, de hecho) y los que han comprendido, que son sólo un puñado» (…) «los que han comprendido son por lo general quienes han fracasado en la vida» (…) «El fracaso es una experiencia filosófica capital y fecunda» (…) «el hombre que triunfa es el que sólo ve su meta personal»

Conversación con Léo Gillet:

«¿Qué es la ideología en el fondo? La conjunción de la idea y la pasión. De ahí viene la intolerancia, porque la idea en sí misma no sería peligrosa, pero, en cuanto va acompañada de un poco de histeria, se acabó»

«¿De dónde viene esa necesidad del hombre de dar sentido a las cosas?
Mire, es porque todo hombre que actúa proyecta un sentido. Atribuye un sentido a lo que hace, es absolutamente inevitable y lamentable. No se puede actuar... Yo nunca he podido hacer nada con mi vida. ¿Por qué no he actuado en mi vida? Porque no creo en el sentido. Por la reflexión y la experiencia interior, he descubierto que nada tiene sentido, que la vida no tiene el menor sentido, lo que no quita para que, mientras nos agitamos, proyectemos un sentido. Yo mismo he vivido en simulacros de sentido. No se puede vivir sin proyectar un sentido, pero la gente que actúa cree implícitamente que lo que hace tiene un sentido. Si no, no se agitarían. Si sacamos la conclusión práctica de mi visión de las cosas, nos quedaríamos aquí hasta nuestra muerte, no nos moveríamos, no tendría el menor sentido abandonar el sillón en el que estamos sentados. Mi existencia como ser vivo está en contradicción con mis ideas. Como estoy vivo, hago todo lo que hacen los que están vivos, pero no creo en lo que hago. La gente cree en lo que hace, porque, si no, no podría hacerlo. Yo no creo en lo que hago, pero, aun así, creo un poco en ello: ésa es más o menos mi posición. Pero toda la gente que he conocido en mi vida, toda la gente que hace algo, toda la gente que tiene un proyecto en el que cree, proyecta un sentido en él» (…) «Nos desvivimos, hacemos algo y después desaparecemos».

«En el tedio, el tiempo no puede correr. Cada instante se hincha y no se da, por decirlo así, el paso de un instante a otro. La consecuencia es que se vive sin adhesión profunda a las cosas. Todo el mundo ha conocido el tedio. Haberlo conocido en un acceso no es nada, pero haber conocido un estado de tedio constante durante un periodo de la vida es una de las experiencias más terribles que puedan sufrirse. Se cree que sólo los viejos se aburren. Yo conocí el tedio sobre todo durante mi juventud. Estoy poniéndome indiscreto, pero no importa: recuerdo perfectamente mi primera experiencia consciente del aburrimiento. Tenía cinco años —es ridículo, pero, en fin—, recuerdo la tarde, eran exactamente las tres, cuando tuve esa experiencia que formulé antes, sentí que el tiempo se desprendía de la existencia. Porque eso es el tedio. En la vida la existencia y el tiempo marchan juntos, forman una unidad orgánica. Avanzamos con el tiempo. En el tedio el tiempo se separa de la existencia y se nos vuelve exterior. Ahora bien, lo que llamamos vida y acto es la inserción en el tiempo. Somos tiempo. En el tedio ya no estamos en el tiempo. A eso se debe ese estremecimiento extraordinario, el sentimiento de malestar profundo, y debo ser objetivo: se puede acabar gustando de ese estado. Esa como complacencia en el tedio yo la he conocido en mi vida. Te revuelcas en el tedio. Es una experiencia que puede ser aterradora, a decir verdad. Yo no lamento haberla conocido; por lo demás, todo el mundo la ha conocido de una forma o de otra. Pero insisto: el tedio continuo, el que dura meses, ése es el auténtico. No lo es ni mucho menos el aburrimiento que dura media hora o dos o una tarde» (…) «Ahora paso al vacío, que se parece exteriormente al tedio, pero el vacío en ese sentido no es del todo una experiencia europea. Es oriental, en el fondo. Es el vacío como algo positivo. Es la forma de curarse de todo. Se elimina toda propiedad del ser y, en lugar de tener una sensación de carencia y, por tanto, de vacío, viene la sensación de plenitud por la ausencia: por tanto, el vacío como instrumento de salvación, por decirlo así, como vía, como camino de salvación. Lo llaman shunyata, es, por tanto, la vacuidad. La vacuidad, en lugar de ser una causa de vértigo, como el tedio lo es para nosotros, es, pese a todo, una forma de vértigo. No es en absoluto una experiencia negativa. Es como un avanzar hacia la liberación. Me permito señalarle lo siguiente: para mí, la escuela filosófica más avanzada, aquélla, en todo caso, después de la cual ya hay nada más que decir, es la escuela de Madhyamika, que forma parte del budismo tardío, situado por los estudiosos aproximadamente en el siglo II de nuestra era. Tres filósofos la representan: Nagarjuna, Çandrakirti y Shantideva. Son los filósofos más sutiles que imaginarse pueda. Son más sutiles que Zenón de Elea. Para simplificar, podríamos decir: imagínese a un Zenón de Elea que utilizara su fuerza dialéctica para destruirlo todo y mediante sus destrucciones liberar al individuo. Por tanto, no es en modo alguno negativo. Es, después de haberlo liquidado todo, no tener ninguna atadura: estás de verdad desapegado, eres superior a todo. Has triunfado sobre el mundo: ya no queda nada. Para nosotros, que hemos vivido, que vivimos, en la cultura occidental, a esa forma de pensamiento excesivo la llamamos, en fin, se la ha llamado, nihilismo, pero no es nihilismo, puesto que la meta, en fin, el resultado es como un éxtasis vacío, sin contenido, la felicidad perfecta, por tanto. ¿Por qué? Porque, ya no queda nada. Y resulta que lo que para nosotros es negación para ellos es un triunfo. Ese es el aspecto verdaderamente positivo de las posiciones extremas del pensamiento oriental. Conque lo que para nosotros es ruina para ellos es colofón. Esa escuela madhyámica no es demasiado conocida en Occidente, hablo de ella con apariencia de autoridad, pero tampoco yo la conozco bien, porque hay muy pocos escritos al respecto, no está todo traducido. La conocemos por las traducciones tibetanas, pero es de una sutileza alucinante. Y todo eso, ¿para qué? Para liberar el espíritu y el corazón. Por tanto, no es en absoluto una dialéctica nihilista, es un error tildarla de nihilista. Nagarjuna lo destruye todo, todo, todo, todo, toma todos los conceptos de la filosofía y los anula uno tras otro. Y después viene como una luz».

«CONVERSACIONES» (2) - EMIL CIORAN

Fragmentos de la obra Conversaciones, integrada por entrevistas a Emil Cioran y publicada por Tusquets Editores. La traducción es de Carlos Manzano.

Conversación con J.L. Almira

¿Cuál es su primer recuerdo del tedio?
Fue durante la primera guerra. Tenía cinco años. Una tarde, de verano sin duda, todo lo que me rodeaba perdió sentido, se vació, se inmovilizó: una especie de angustia insoportable. Aunque entonces no pudiera formular lo que ocurría, estaba dándome cuenta de la existencia del tiempo. Nunca he podido olvidar aquella experiencia. Hablo del tedio esencial, que es una toma de conciencia extraordinaria de la soledad del individuo. Me resulta un sentimiento tan ligado a mi vida, que estoy seguro de que podría sentirlo hasta en el paraíso. Evidentemente, si nos marca de manera tan profunda, es porque se trata de la expresión capital de nosotros mismos. En estos momentos el hastío tiene mala prensa; de alguien que se aburre suele decirse que está vacío, lo cual no es cierto, pues ese vacío conlleva una explicación del mundo. Por eso me ha interesado tanto el tedio monástico, la acedia, el hecho de que la vida monástica esté presidida por la tentación, por el peligro del tedio. A los monjes egipcios siempre se les describe asomados a la ventana, esperando no se sabe qué. El tedio es la gran amenaza espiritual, una especie de tentación diabólica».
(…)
«En pleno delirio sexual, cualquiera tiene derecho a compararse a Dios. Lo curioso es que la inevitable decepción posterior no afecte al resto de la vida, que sea momentánea. A veces he pensado que se puede tener una visión postsexual del mundo, visión que sería la más desesperada posible: el sentimiento de haberlo invertido todo en algo que no vale la pena. Lo extraordinario es que se trate de un infinito reversible. La sexualidad es una inmensa impostura, una gigantesca mentira que invariablemente se renueva. Sin duda, el momento presexual triunfa sobre el postsexual: el infinito inagotable del que habla Céline. Y el deseo es ese absoluto momentáneo imposible de erradicar.
¿De dónde procede ese amor por España, que, habiendo elegido la condición de apátrida, le llevó a escribir que ha renegado de todo, excepto del español que hubiera deseado ser?
Cuando era estudiante leí un libro acerca de la literatura española contemporánea, que recogía la anécdota de un campesino que, al subirse a un vagón de tercera y descargar el inmenso bulto que llevaba encima, exclama: «¡Qué lejos está todo!». Me impresionó tanto esa frase, que con ella titulé un capítulo de mi primer libro en rumano. Como me ha ocurrido siempre, un detalle mínimo desencadenó una pasión. Muy joven, leí a Unamuno, algo sobre la conquista, a Ortega y, por supuesto, a santa Teresa. Me atrae el aspecto no europeo de España, esa especie de melancolía permanente, de nostalgia, en realidad.
¿Cuál es para usted la diferencia entre melancolía y nostalgia?
El fondo metafísico de la nostalgia es comparable a algo interior de la caída, de la pérdida del paraíso. Un español siempre da la impresión de que echa de menos algo. Por supuesto, lo significativo es la intensidad con que eso se siente. La melancolía es una especie de tedio refinado, el sentimiento de que no se pertenece a este mundo. Para un melancólico, la expresión «nuestros semejantes» no tiene ningún sentido. Es una sensación de exilio irremediable, que carece de causas inmediatas. La melancolía es un sentimiento profundamente autónomo, tan independiente del fracaso como de los mayores éxitos personales. La nostalgia, por el contrario, siempre se aferra a algo, aunque sólo sea al pasado.
Me gustaría que hablásemos de lo que usted ha llamado el masoquismo histórico de los españoles.
Siempre me ha fascinado el desmesurado sueño histórico de los españoles, un sueño fantástico que acabó en derrota. Todo el frenesí de la conquista se vino abajo. España fue el primer gran país que salió de la historia, prefiguración grandiosa de lo que es Europa ahora. Curiosamente, ese fracaso ha hecho posible que la lengua española sea en estos momentos universal.
Parece una visión de España casi teatral.
Los españoles practican fanáticamente la burla. Su propio orgullo, siempre acompañado de ironía, se vuelve contra ellos y, gracias a eso, no resulta insoportable. Durante uno de mis viajes a España, hace ya muchos arios, viajábamos en la tercera clase de un tren cuando una niña de unos doce años se puso a recitar poemas. Me pareció tan extraordinario, que tuve un gesto de indelicadeza irreparable, espantosa: le di un puñado de monedas. Ella cogió el dinero y me lo tiró a los pies. Su reacción me pareció sublime. España representa para mí la emoción en estado puro. Uno no puede entenderse con los campesinos franceses o alemanes, por no hablar de los ingleses, pero en España, como sucede también en Rumania, el pueblo llano existe».

Conversación con Fritz J. Raddatz

«Las grandes cuestiones de la vida no tienen nada que ver con la cultura. La gente sencilla tiene muchas veces intuiciones que un filósofo no puede tener. Pues el punto de partida es lo vivido, no la teoría. Un animal puede ser incluso más profundo que un filósofo, quiero decir: tener un sentido de la vida más profundo».

Conversación con François Fejtö:

«Voy a contarle una historia. Hace unos arios un temblor de tierra sacudió Rumania y en la primera página del Herald Tribune leí que Sibiu, o bien Hermannstadt, había quedado destruida. Recuerdo que ocurrió un sábado. Me dolió, me dolió mucho. Me hundí en un pesimismo profundo. Al salir de mi apartamento, pensé en ir a una iglesia. Pasé cerca de Notre-Dame y, sin embargo, no sentía deseos de entrar en ella. Continué mi camino en una letargia absoluta; vi, no sé dónde, el cartel de una película pornográfica. Entré en el cine, que estaba lleno de obreros extranjeros. La película era lamentable, absolutamente repugnante. Pero en mi desamparo eso era exactamente lo que necesitaba. Es absurdo, me decía. La civilización que produce semejantes películas está próxima a su desaparición. Pensé que un régimen comunista tiene al menos la virtud de que no se exhiben películas de esa clase. Ese pensamiento me consolaba. Puede usted imaginar en qué estado me encontraba. En lugar de entrar en Notre-Dame, fui a ver esa película, que corroboraba mi idea de que nuestra civilización estaba acabada, la humanidad estaba perdida. Pensé en Hermannstadt o, si prefiere, Nagyszeben, como ustedes la llaman, a la que tanto amé»
(…)
«Los individuos —y también las naciones— necesitan cierta megalomanía. Cuando no nos creemos excepcionales, importantes, irreemplazables, estamos perdidos»

«CONVERSACIONES» (1) - EMIL CIORAN

Fragmentos de la obra Conversaciones, integrada por entrevistas a Emil Cioran y publicada por Tusquets Editores. La traducción es de Carlos Manzano.

Conversación con Sylvie Jaudeau:

«La delicada duda de la gente civilizada no es sino una forma de mantenerse a distancia respetable de los acontecimientos. En cambio, hay una duda devastadora que podemos asimilar a una enfermedad que roe al individuo, que puede incluso destruirlo. Esa duda excesiva no es en muchos casos sino una etapa. Es la que provoca el salto a la fe, pues esa duda vertiginosa no puede mantenerse por mucho tiempo. A menudo precede a las conversiones religiosas o de otra índole. Todos los místicos han conocido grandes extravíos, próximos al hundimiento. Así, no podemos por menos de formularnos la pregunta: «¿Hasta dónde puede llegarse con la duda?». La respuesta es sencilla: o nos estancamos en ella o salimos de ella. Es parálisis o trampolín»
(…)
¿Qué diría usted a quien descubra su obra? ¿Le aconsejaría que comenzara por una obra mejor que por otra?
Puede elegir cualquier de ellas, ya que no hay progresión en lo que escribo. Mi primer libro [En las cimas de la desesperación] contiene ya virtualmente todo lo que he dicho posteriormente. Sólo difiere el estilo.
¿Hay algún título por el que sienta un apego particular?
Sin lugar a dudas, Del inconveniente de haber nacido. Me adhiero a cada una de las palabras de ese libro, que se puede abrir por cualquier página y no es necesario leer enteramente.
También siento apego por los Silogismos de la amargura, por la simple razón de que todo el mundo ha hablado mal de él. Se ha afirmado que me había comprometido al escribirlo. En el momento de su publicación, sólo Jean Rostand atinó: «Este libro no será comprendido», dijo.
Pero aprecio muy en particular las siete últimas páginas de La caída en el tiempo, que representan lo más serio que yo he escrito. Me costaron mucho y en general no se han comprendido. Se ha hablado poco de ese libro, pese a que es, a mi juicio, el más personal y a que he expresado en él lo que estaba más próximo a mi corazón. En efecto, ¿acaso hay un drama mayor que el de caer del tiempo? Por desgracia, pocos lectores han advertido ese aspecto esencial de mi pensamiento.
Esos tres libros habrían bastado, desde luego, y no vacilo en repetir que he escrito demasiado»

Conversación con Branka Bogavac Le Compte:

«Después de una experiencia literaria muy larga, ¿puede usted decirme unas palabras sobre la condición de escritor?
Es una cuestión que se plantea todo el tiempo. Todo depende de la profundidad de tus convicciones, de si estás dispuesto a aceptar cualquier cosa, la humillación la falta de dinero en nombre de la escritura, a colocarla por encima de todo lo demás, a aceptar todas las posibles derrotas —y siempre las hay—, a obligarte a ser dueño de ti mismo. Hay que aceptarse y no depender de los demás: eres tu dueño, es un combate al que te entregas. Los otros no lo conocen, pero lo conocerán por mediación de tus libros. ¿Por qué se publica un libro? Para mostrar ese combate. No hay que dramatizar, es algo de ti mismo que proyectas al exterior, que debe salir, que no debes conservar, pues no sería bueno. Hay que considerarlo una terapéutica. Escribir es una forma de liberarte de tus complejos: si no, cobrarían un cariz trágico» 

«EJERCICIOS NEGATIVOS» (y 5) - EMIL CIORAN

Fragmentos de Ejercicios negativos, de Emil Cioran, publicado por Taurus y traducido por Alicia Martorell.


REHABILITACIÓN DE LA PERIFERIA
«La suma de verdades que podemos adquirir no tiene proporción alguna con las condiciones favorables para la prosperidad de nuestro ser. Lo que permite realmente la promoción del conocimiento es la cantidad de nuestras carencias: lo que no tenemos es lo que llena nuestra sabiduría. Así, un defecto del cuerpo constituye una excelencia del alma, una preeminencia en el espíritu. Por esta razón, un enfermo está siempre más avanzado —en el plano de la conciencia— que un hombre sano, aunque este último tenga genialidad, pues la conciencia de los órganos es la presuposición del despertar del espíritu, el fundamento fisiológico de la existencia lúcida. Cuando somos asimilados al ser, este ser se nos escapa; las cosas que están en nuestro poder no nos pertenecen, ya que no nos diferenciamos de ellas. Sólo para el mendigo todas las cosas existen, porque todas se le resisten. Y goza de ellas más que el que las toma, de la misma forma que sólo saborea la salud —como esencia diferente— el doliente. Sólo poseemos en espíritu aquello que nos falta de verdad; sólo sabemos lo que nos parece eternamente inaccesible; sólo disponemos conscientemente de los frutos prohibidos.
Los que han sido mimados por la vida, los que no han nacido con la revelación de lo imposible, siempre serán ajenos a esta avalancha de verdades que cubre y ahoga a aquellos que el azar o la suerte ha dejado al margen de todo. Es de sentido común que se dicen más verdades en un hospital, en una taberna o en un burdel que en todos los lugares respetables del mundo; que hay más realidad en la periferia de la vida que en su centro; que un fracasado ha llegado a profundidades más peligrosas que un artífice social. El espíritu sólo florece sobre los fracasos de cuerpo y alma; el conocimiento se alza desde una herida secreta o evidente; la visión clara de las cosas se amplifica por el fracaso en el combate con los hombres. Allá donde el espíritu reina sin restricciones, el ser es vencido en alguna medida. Toda derrota —sea cual fuere— representa una victoria filosófica, pues en toda derrota las cosas se desnudan a sí mismas ante el espíritu: la corteza de la rea1idad se rompe y el núcleo o la ficción que envolvía quedan al descubierto. Cualquier derrota plantea a la existencia la obligación de una exhibición ontológica. Así, todo fracaso tiene un aspecto positivo. Vamos encontrando en todas partes algo menos de realidad que antes; y la parte vacía de la realidad se convierte en el contenido del conocimiento».

«Y es que un espíritu sólo es fecundo en la medida en que no haya encontrado una solución a su vida, que se engañe sobre lo que desea, sobre lo que ama o lo que odia, que no pueda elegirse, pues es múltiple y no puede optar por sí mismo. Un pesimista que no adora secretamente la vida es un cadáver: sólo merece desprecio; un agitador de esperanzas que no se plantee refugiarse en la amargura es un débil mental. La embriaguez o la acritud de un espíritu solo es tolerable por lo opuesto que conoce o prevé».

«EJERCICIOS NEGATIVOS» (4) - EMIL CIORAN

Fragmentos de Ejercicios negativos, de Emil Cioran, publicado por Taurus y traducido por Alicia Martorell.

«Y me tumbé a la orilla de un río y, sediento sucesivamente de sombra y de sol, olvidé las horas: «Soy hijo del gran Descanso; aborrezco el tiempo bullicioso que zarandeó la inmensa y primordial Pereza. La inmovilidad fue anterior a los actos y sobrevivirá a ellos. He nacido para tumbarme indolente, al margen del torbellino, lejos del furor de los seres y de los astros. ¿Quién suspenderá el amplio circuito y congelará la trepidación de los instantes? Sueño con océanos como charcas, chopos resignados como sauces llorones, suspiro por una voluptuosidad de la inacción, por un infinito no desencadenado, por la atonía extática de los elementos. Sueño con una hibernación a pleno sol, con un sueño que envuelva a las criaturas, desde el cerdo a la libélula».


«Solo veo a mi alrededor osamentas gesticulantes. Quisiera averiguar el sentido de sus movimientos, pero no soy capaz. ¿La vida? Un compuesto de todo aquello que «no vale la pena». Y me repito: «Sólo eres un fanático de la futilidad universal. Por fin has encontrado tu obsesión, como tantos otros encontraron las suyas: el dinero, el amor, el poder, Dios. Ya has entrado en posesión de un absoluto, de un salvoconducto, ya has sentado la cabeza».

RECUERDO
«Hubo un tiempo en el que en cada morada veía alzarse una horca, de la que colgaba un cadáver, que se balanceaba nauseabundo antes de expirar. Y recorría las calles, perseguido por ejecuciones invisibles: los instantes se desgranaban como ataúdes y saboreaba el tormento de sentirme único superviviente de una ejecución universal en la horca.
Hubo otro tiempo en el que cada persona con la que me cruzaba me parecía un asesino, en el que sólo esperaba la cuchillada fría entrando en mi carne. ¡Cuántas veces debí renacer tras la prueba del puñal imaginario y temido! O también, en otros momentos, abrumado por la sensación de ser la hez, el veneno se convertía en mi único alimento, mientras la turbamulta de las criaturas, rumiando una dosis inagotable de hostia, ascendía al nivel de los ángeles y los santos, entre los que arrastraba mi envilecimiento gracias a un descuido del Altísimo: una piltrafa en medio del rebaño santificado.
Pero, por encima de estos pánicos, reinaba otro, más acuciante, del que me quería deshacer: interrogaba a los filósofos y a los poetas: no encontraba respuesta en sus razonamientos o sus cánticos. Tal es así que un día, abrumado por una exasperación mórbida, me abalancé sobre un policía cualquiera: «Agente, ¿usted me sabría decir si el mundo existe, si yo existo?». Y mataba mi pánico con el ridículo; pero no sé por qué milagro, todavía subsiste...»

TÉRMINO DE GLORIA
«Todo sentimiento representa una experiencia filosófica completa. Veamos el amor. En sus comienzos, te hace dueño del universo; llevas una corona invisible: el tiempo yace a tus pies, como la eternidad; los místicos te parecen demasiado tibios, los poetas demasiado renuentes: vives en una angustia de luz, nada existe salvo tú —y el otro—: diríase que la realidad ha dejado de merecer el esfuerzo de tu percepción, la atención de tu mirada. Se sosiega, la vida se reanuda alrededor: los objetos se delimitan, vuelven a tener una existencia independiente; los contemplas con dulzura e indulgencia; la amada vuelve a ser mujer, como tu yo: individuo; el éxtasis se va apagando; lo sustituye la felicidad. Y esta felicidad está amenazada: sometida al tiempo, se marchita; ya no hay «eternidad» —simple palabra patética—. La felicidad se degrada: todo se te resiste, estás más solo de lo que nunca estuviste; ajeno a los instantes, eres libre, pero en el vacío: sufrimiento incoloro, alma evaporada. Una vez desaparecida la locura, ya sólo queda la indiferencia o el conocimiento. Al cabo de todo sentimiento, el espíritu vuelve por sus fueros: vuelve a descubrir el objeto. El amante que ha dejado de amar es filósofo: se analiza y todo lo que fue le asombra. ¿De dónde vuelve? ¿De qué maravillas fue dueño? Lo fue todo sin saberlo; no es nada y es consciente de ello. Un encanto que se rompe ya es una posibilidad de conocer: el espíritu se ensancha a medida que los sentimientos se desintegran; su reinado se extiende a las agonías del amor y sólo prospera sobre los delirios raídos. Se venga de todas las humillaciones que le ha hecho sufrir la embriaguez; pulveriza los sueños; ve claro a expensas de nosotros; le dejamos actuar: nos moldea a su gusto. Y, frustrados de todos nuestros sueños, nos convertimos en fantasmas clarividentes».

LA MUERTE VIVIFICANTE
«Sin la idea de suicidio me hubiera matado hace tiempo. Sólo vivo porque puedo morir cuando quiera. Y me asombro de que no se hayan vuelto locos los que viven ajenos a esta idea. ¿De qué fuerza disponen para soportarse, cómo toleran tanta aflicción sin la obsesión del término que le podrían poner? Darse muerte me parece el acto más natural, el consuelo más positivo que se pueda encontrar; el resto no es sino extravagancia y divagar... Cuando preparamos al niño para que haga frente a los males y desengaños de la vida, habría que hacerle sentir, antes de atiborrarlo de preceptos e ilusiones, que ha sido propulsado a un universo diabólico, que le triturará si él no consigue triturarlo con la idea de la nada. ¡Tantos desórdenes psíquicos se deben a que el individuo no ve ninguna salida a la existencia! ¡Tanta gente se mata porque no ha pensado suficientemente en la posibilidad de matarse! ¿Podemos vivir realmente sin manejar la idea de morir? Si hubiera podido concebir el suicidio desde siempre, nunca habría conocido la desesperación. La educación debería hacérnoslo concebir antes de que tropecemos con la desgracia, que nos sorprende sin que la podamos combatir o menospreciar. Ya que la idea de la muerte lo permite todo, incluso vivir, seamos cadáveres dignos: ¿habrá existencia más honorable que la que reivindica sólo el suicidio?»

EL DESPRECIO
«Cuando las nimiedades y las plagas te causan la misma intensidad de sufrimiento, cuando todo te alarma —el paso de una mosca o la demencia del planeta—, estás perdido si no apelas a la única arma de que dispone el hombre herido por los instantes y por los seres: el desprecio. Coloca las criaturas al mismo nivel: una mujer, lepra maquillada como las otras; un amigo, caricatura adosada a un alma; unos transeúntes, enemigos desconocidos. En cada corazón circula una sangre de indeseable, en todos los ojos centellea el crimen, todas las manos están crispadas de no poder estrangular. Elévate por encima de la esperanza, mira la vida como un recuerdo y las dimensiones del tiempo como otras tantas calamidades. En ti se agita la misma ferocidad que en los demás; que al menos te sirva para alcanzar las alturas a las que se eleva un asesino que, considerando todos los crímenes que no ha cometido, desdeñase demasiado a los hombres como para rematarlos... ¡Que ningún vínculo te siga atando a los seres vivos, que ninguna pasión te convierta en esclavo martirizado de una mortal! ¡Que nunca más te aparees con ninguna de ellas! Y cuando hayas agotado toda la gama de la desesperación y de la rabia, cuando, para enternecerte o para rebelarte, ya no te queden sentimientos ni fuerzas, purificado de las taras de la existencia, siempre tendrás un cielo en el que hacer resonar tu exclamación: «¡Señor, cuánto he odiado este mundo!».

INCOHERENCIAS SOBRE EL MATRIMONIO
«No hay institución de la que se puedan decir más cosas malas y buenas. Lo tiene todo, la eternidad y el bidé. Contrato entre dos impudicias; espasmo bendecido por el alcalde y el cura; regularización de los suspiros; gruñido común hasta la agonía...
Admiro a todos los casados: su coraje o su inconsciencia me asustan. Vincularse oficialmente hasta la muerte es cosa que me llena de vértigo: es la aventura mayor que se pueda emprender y, comparada con ella, la exploración de los polos no pasa de divertimento. La vida en pareja es seguramente más glacial...
El absurdo de semejante empresa debería corregirse: hay que reconocer que la idea más sensata, más razonable, que el hombre ha concebido es la del divorcio. Sólo esta idea hace soportable el matrimonio, como la idea del suicidio hace soportable la vida. Dos escapatorias sin las cuales cada instante sería un martirio.
El soltero es un ser sin misterio, ha comprendido, es prudente, no ha osado; pero todo marido es un jugador: lo apuesta todo en la aventura más cotidiana y más aterradora, en la imbecilidad y el heroísmo del lecho común, de la tumba común. El espectáculo de una pareja da miedo, como lo dan todas las mezclas de abyección y audacia. Llevar una alianza es convertirse en presidiario aplaudido que exhibe triunfalmente sus vergüenzas, es la aceptación más terrible del engaño.
—Pero frente a ese engaño, el soltero se desespera: no es capaz de ignorar el amplio aliento sórdido que anima los matrimonios».

«EJERCICIOS NEGATIVOS» (3) - EMIL CIORAN

Fragmentos de Ejercicios negativos, de Emil Cioran, publicado por Taurus y traducido por Alicia Martorell.

MILAGRO VERTICAL
«Haber conocido la tentación de todas las dudas, haber sentido cómo te corroen los huesos y la carne lívida, complacerse en su infiltración mortífera y beber en ella delicias depravadas. ¡Y a pesar de todo, permanecer en pie, y llevar a cabo cada uno lo que le toque! La hazaña más osada y la menos previsible del espíritu liberado de todo es su posición vertical, cuando el amasijo de incertidumbre con el que carga su osamenta debería llevarlo a soñar con todas las camas y todas las tumbas. Cuando todo invita a la caída, perseverar sobre dos piernas, obstinarse en la postura ordinaria, implica un esfuerzo que va más allá del heroísmo. Llegar al cabo de todas las dudas y no caer: ¿habrá algún reto más temerario, cuando el suelo no es más seguro para nosotros que el cable para el funambulista? Una vez alcanzado un punto dado, la vida no es más que una acrobacia peligrosa y la posición habitual es una cuestión de equilibrio, y todo acto no horizontal es un vértigo inminente. Y así es como un nuevo milagro apunta en el horizonte de cada día: el milagro vertical».

«Un ser vivo que solo se alimenta de la vida es un ser monstruoso, obtuso e impenetrable. Abarrotado de esperanza, víctima de la salud, devorado por el futuro, le falta la incertidumbre, que es el acervo de los que han convertido en mérito su tránsito por los caminos entre las zonas irreductibles de existencia, ciudadanos de la vida y de la muerte, buscadores de un único equilibrio: el equilibrio que existe entre la piedad y el desprecio hacia todo lo que es… y hacia sí mismos».

EL HASTÍO INTERROGADO
«Nuestra experiencia temporal se despliega entre el Hastío y el Éxtasis, dos modalidades diferentes entre las cuales, una como punto de partida y otra como punto de arribo, se desarrolla nuestra percepción del instante. Es la gama que va del desasosiego a la felicidad, de una suspensión fría del tiempo a una suspensión ardiente. Sin embargo, el desasosiego, por su frecuencia, por su estabilidad, por su cualidad de fundamento de todos nuestros estados, se enseñorea de nuestra atención y se impone en significado a los estremecimientos insólitos de la felicidad.
Nuestras enfermedades se asientan en nuestros órganos, y buscan en ellos el punto de menor resistencia. Sabemos dónde están. Sin embargo, ¿dónde reside el hastío, cuál es su lugar favorito y como predestinado? No tiene espacio local; el cuerpo entero le pertenece, con todas las regiones del alma. Un vacío infinitesimal bosteza en cada célula, una caverna invisible se abre en cada parcela de nuestro ser, como si la materia de la que estamos hechos hubiera sido insuficiente y estuviera mezclada con la nada para colmar sus deficiencias. Desprovistos de densidad, arrastramos una herencia de Nada: somos nosotros mismos y no somos nadie. Por la colección de todas estas vacuidades que se dilatan en nuestra sustancia percibimos la ineficacia del tiempo. Un péndulo que se detiene y que es consciente de que se ha detenido: tal es nuestra condición de objetos incurablemente lúcidos. Y como la fatalidad de la vida afectiva no permite imaginar que se pueda experimentar más estado que aquel que se ha enseñorea-do de nosotros, o que existan seres ajenos al tormento que nos aflige, llegamos a ver las cosas y los hechos únicamente a través de las luces y las sombras cuya dosis fijó la visión deformante de un solo sentimiento. Así es como el Hastío sólo se concibe a sí mismo, así es como dispone de una visión sencilla y de una fórmula inteligible del sinsentido temporal, de una filosofía que le parece la única válida, pero que sólo es un caso más entre la diversidad de los puntos de vista. El júbilo exclama: ¿por qué los hombres no se estremecen de júbilo? —¿Por qué no aúllan de desesperación?, replica la desesperación. Y el quebranto más terrible rumia su interrogante, su evidencia: ¿Por qué milagro no se mueren de Aburrimiento?»

«Sólo Dios —y el gusano— tienen una posición clara: uno crea y el otro devora la creación».

ESCATOLOGÍA
«El conocimiento se anula, la conciencia expira. Ahora el sol disipará sus ardores sobre la estupidez y sobre nuestros cadáveres. Ha llegado la era de las excavaciones. Esperemos que el Diablo sea un buen arqueólogo.
Y así, cuanto más avance el hombre por el tiempo, menos posibilidades tendrá de tararear ingenuamente un canto de vida. Multiplicará sus conquistas, someterá a la Vida, pero a cambio de la suya propia. Cuando sea materialmente el auténtico rey de la tierra, su corona irradiará con un brillo mortal. Comprenderá demasiado tarde que fue víctima de la voluntad y de la conciencia de vivir, que se hizo más grande de lo que le permitía su sustancia, que ha perdido sus propios límites abandonando la pasividad extática de las criaturas displicentes. La inmensidad inútil de la historia —su creación— se volverá contra él. Antes de apagarse, víctima del orgullo y del hastío, o de aniquilarse violentamente, el mismo Vacío le parecerá un mensaje.
Y para llenarlo, ya sólo será capaz de reflexionar sobre un punto, de sufrir una única obsesión: de todas las modalidades de destruirme, ¿cuál es la mejor? Y será su última sutileza».

EL FIN DEL VERBO
«Si en virtud de un prodigio las palabras se volatilizasen, nuestro estupor y nuestra angustia se volverían intolerables. El mutismo súbito nos reduciría al suplicio más cruel. El uso del concepto es lo que nos dispensa del contacto con los terrores que recorren la vida. Decimos: la muerte, y esta abstracción nos impide verla, ser conscientes de su infinitud y su horror. Bautizamos las cosas y los hechos para eludir lo Inexplicable intrínseco y terrorífico. La actividad del espíritu se convierte así en una trampa salutífera, un ejercicio sistemático de prestidigitación. Nos permite circular en una realidad suavizada, confortable e inexacta. Aprender a manejar los conceptos es desaprender a mirar las cosas. La reflexión nace de un día de escapada. La pompa verbal es su resultado. Sin embargo, cuando volvemos a nosotros mismos y nos quedamos solos —sin la compañía de las palabras—redescubrimos el universo incalificado, el objeto puro, el acontecimiento desnudo. ¿Dónde encontrar audacia suficiente para hacer frente a este mundo inmediato? En lugar de especular sobre la muerte, la contemplamos y somos la muerte; en lugar de adornar la vida y de asignarle objetivos, retiramos el ornato de nobles falsedades y vemos que sólo es un eufemismo para el mal. Las palabras imponentes: destino, infortunio, desgracia, pierden su esplendor y apercibimos la miserable criatura que lucha contra males concretos, órganos desfallecientes, vencida y sollozante sobre una materia postrada y atónita. Retiremos al hombre la mentira de la Desgracia, démosle el poder de mirar por encima de este vocablo consolador y huero: no podrá soportar ni un instante su propia desgracia. La abstracción impide que el hombre se hunda en la desesperación y la demencia; lo salvan las sonoridades sin contenido, dilapidadas y henchidas, no las religiones y los instintos».

«Cuando Adán fue expulsado del Paraíso, en lugar de maldecir de su verdugo, se apresuró a dar nombre a las cosas. Era la única forma de olvidarlas, el único acomodo posible con ellas. Se sentaron así las bases del idealismo. Ni Platón, ni Kant, ni Hegel inventaron nada; consagraron sutilmente el gesto del primer Balbuceador. Convertimos en entidad hasta nuestro propio nombre: un sistema para no estancarnos en nuestro accidente, en nuestra podredumbre. Desde el momento en que nos llamamos Pierre o Paul ya no podemos morir. Y así nos abandonamos a una ilusión de inmortalidad, porque al pensar en nuestro nombre nos olvidamos de nosotros mismos. El místico que renuncia a la palabra renuncia a todo: deja de ser criatura, es el final de una raza. Una vez desvanecida la articulación, el hombre queda totalmente solo. Imaginémoslo sin verbo y sin fe, místico nihilista, y tendremos el mejor ejemplo de culminación desastrosa de la aventura humana. Lo natural es pensar que el hombre se hartará de las palabras y, hastiado de manosear tiempos, desbautizará las cosas y arrojará sus nombres y el suyo propio a la gran hoguera que devorará sus esperanzas sonoras. Todos nos precipitamos hacia ese modelo final, hacia el hombre desvestido y asqueado, hacia el hombre mudo y desnudo». 

«EJERCICIOS NEGATIVOS» (2) - EMIL CIORAN

Fragmento de Ejercicios negativos, de Emil Cioran, publicado por Taurus y traducido por Alicia Martorell.


LA FACULTAD DE ESPERAR
«La clave de nuestro destino es esta propulsión indomable que nos empuja a creer en cualquier circunstancia que todo es aún posible, a pesar de los obstáculos infranqueables y de las evidencias irreparables. Aunque obtuviésemos certidumbres sin tacha y de fría nitidez en su oposición a nuestros deseos, nuestro corazón abriría en ellas una brecha por la que se infiltraría el dios de todas las almas: lo Posible. Es lo que nos impide ver las cosas como son; es lo que nos convierte en espectadores inexactos de nuestra suerte y de las sorpresas que nos damos a nosotros mismos».

«… esta esperanza que muere y renace cada día: producción infatigable de errores vitales que debilita a la larga nuestra capacidad de esperar, sin reprimir por ello la eclosión de esperanzas individuales y variopintas» (…) «Así, nuestra voluntad de ceguera sigue esperando, aferrada a una cosa o a todas, pero el manantial de los espejismos se va agostando»…

«El heroísmo sólo es desesperación que acaba en monumento público» (…) «… la mayor parte de los hombres no cree en la inmortalidad —sería un peso excesivo para la razón—, pero todos viven como si fueran inmortales. Esta inmortalidad inconsciente es de la misma naturaleza que la facultad de esperar. El hombre conoce la inevitabilidad de la muerte, pero actúa como si no la conociera; sabe que o es razonable esperar, pero se comporta como si le perteneciera el futuro. El auténtico milagro de la existencia no consiste en modo alguno en fenómenos insólitos, sino en esta saña de no aceptar lo imposible —y sin embargo normal, habitual—, en la contumacia de esperar del siguiente instante más de lo que nos trajo el anterior».

«¡Suprimirse parece un acto tan claro y sencillo! ¿Por qué lo evita todo el mundo? Porque cuando todas las razones niegan en teoría el ansia de vivir, esa nada que lleva a prolongar los actos tiene una fuerza infinitamente superior a todos los absolutos, no sólo es el símbolo de la existencia, sino la existencia misma; es el todo. Y esta nada, este todo, no puede dar un sentido a la vida, pero la lleva a perseverar en lo que es: un estado de no suicidio»

«Hay quien se mata mil veces en el pensamiento y mil veces comienza de nuevo a ser.
Éstos viven sus días como el día antes o el día después del suicidio. Y cada vez matan algo en su interior; lo que va quedando compone su «vida». Así, el acto más importante que un ser pueda ejecutar se convierte en ejercicio, en medio de conocimiento. Todo lo que se saben se lo deben a esos momentos de indeterminación y cobardía, a esas tentaciones geniales y frustradas. La percepción perentoria de las apariencias, bajo las que se agitan enigmas estúpidos y monstruosos, les ha hecho acumular tanta infelicidad nítida y turbia que pasan su vida gastándola, usándola, sin riqueza ni gloria al margen de ella»

MITOLOGÍA COTIDIANA
«Cada día, el hombre se ejercita refrescando una mentira trillada o forjando una nueva. La falsedad constituye una dimensión natural de la vitalidad. Toda biografía debería titularse «Historia de una ilusión», pues la calidez de la vida sólo son fuegos artificiales, un espectáculo irreal adaptado únicamente a los placeres de un ojo estafado.
No importa si un ser defiende sus intereses más viles o un dios cualquiera: una misma actividad fabuladora teje mi trama de deseos imaginados y de símbolos improbables. Sin embargo, la mirada que pasea una tristeza itinerante sobre el desarrollo de las intrigas vitales descubre fácilmente lo que tiene de irrealidad y de desierto.
Mientras puedas mentir, el sol brilla. Cuando te despiertas sin el recurso de mentira alguna, ningún rayo te acaricia. Y entonces, lo que queda de energía se concentra al acecho de un pretexto, ya sea una tarea vil o un sueño trascendente, siempre que te libere de esta mortificación lúcida que expolia a las horas y obliga al tiempo a mendigar a las puertas del alma. Cualquier falsa luminaria que irrite tus inclinaciones o tiente a tus pensamientos, la atrapas al vuelo, con la avidez de un prestigio frágil que se imponga al vacío invasor.
Una realidad que no esté embellecida por las fábulas es más difícil de soportar que un infierno revestido de mitos. El hombre siempre prefirió representaciones inciertas a la visión desnuda que desenmascara los días. El temor de afrontar la ausencia en su alma y en el tiempo le lleva a poblar de ilusiones el cielo y la tierra: el resultado son los dioses impalpables y los afanes cotidianos; el terror de contemplar en medio de la vida el silencio que la precede, y el que la sucede obliga a aceptar este estruendo que llamamos vivir, al que cada cual añade su voz, por miedo a escucharse a sí mismo y no oír nada más».

«Adorar y execrar la vida al mismo tiempo, estar escindido entre dos ardores contradictorios, sufrir esta predestinación de desmembrado en el espacio de cada instante, estos accesos de entusiasmo y de horror en el cielo y en el infierno de cada día... ¡Si al menos el alma tuviera un solo patrón, un dios de luz o de tinieblas, si su destino estuviera determinado de una vez por todas, irrevocablemente claro u oscuro! Todos los seres tienen un mundo propio, un medio ideal para sus alegrías y sus penas, una patria para su estupidez y sus raptos de lucidez. Nosotros no sabemos dónde estamos; nada nos pertenece, ni siquiera ese exilio entre la materia y el sueño. Hemos sido borrados de los registros de la vida y de la muerte; y sin embargo, arrastramos nuestra supervivencia ilegal, extraviada entre el tiempo y la eternidad, sin poder reivindicar uno ni otra, para siempre desahuciados de las cunas y de las tumbas»

«EJERCICIOS NEGATIVOS» (1) - EMIL CIORAN - LO IMPROBABLE COMO SALVACIÓN

Fragmento de Ejercicios negativos, de Emil Cioran, publicado por Taurus y traducido por Alicia Martorell.


LO IMPROBABLE COMO SALVACIÓN
«En el fondo, sólo vivimos porque no hay ningún argumento para vivir. La muerte es demasiado exacta; tiene todas las razones de su parte. Sólo resulta misteriosa para nuestros instintos. Sin embargo, para la tristeza que sigue a contrapelo las pendientes de la opinión, la inexistencia tiene una limpidez sin prestigios, sin el falso atractivo de lo desconocido. Sólo podemos tener realmente miedo de lo que es. Y por esta misma razón, la vida da más miedo que la muerte, porque ésta no significa nada, mientras que aquélla pretende significar algo. La vida es la gran incógnita, está cargada con un peso incalculable de sinsentido y con una masa aplastante de irracionalidad. ¿Quién puede escrutar sus elementos sin inmovilizarse en el asombro que paraliza? Basta con seguir la trayectoria de un solo ser para que un asco consciente nos libre a los efectos fosilizantes de una desidia muda. ¿Son posibles tanto vacío y tanta incomprensibilidad al mismo tiempo? ¿Dónde nos llevará tanto misterio insensato? Perseveramos en el ser porque el deseo de morir es demasiado lógico, y, por ende, demasiado poco eficaz. Si la vida tuviera un solo argumento a su favor —diferenciado, indiscutible—, se aniquilaría; los instintos y los prejuicios ya no tendrían nada que sostener; se relajarían, anegados por esta evidencia contra la que luchan y cuya ausencia es claramente su única razón de existir. Todo lo que respira se alimenta de lo inverificable; una gota más de lógica mataría a lo que se divierte viviendo. ¿Dónde va lo que parece ser? Sin esta incógnita todo se acabaría anulando. Demos un objetivo preciso a la vida y perderá instantáneamente su terrible encanto. La inexactitud suprema de sus fines la hace superior a la muerte. Un grano de precisión la reduce a la trivialidad de las tumbas. Porque una ciencia positiva del sentido de la vida despoblaría la tierra en un día, y si un insensato se obstinase, ni sus argucias ni su fuerza podrían reanimar, en el corazón del desierto, las improbabilidades fecundas del Deseo.
Todos estamos hasta el cuello de barro. Incluso un espíritu noble sólo es de un barro más pálido, una quintaesencia de miseria desvaída, de materia debilitada. Si no sucumbimos, es porque no sabemos lo que somos; nuestros problemas y los de los demás nos parecen igualmente imposibles de resolver. Si consiguiéramos enderezar, atenuar el punto de interrogación que planea sobre cada uno de nosotros, si lográsemos minimizar la perplejidad, si alcanzásemos la certidumbre de estar menos asombrados, disminuiría en nosotros la embriaguez de vivir y nuestros impulsos decaerían por el efecto de una locura permeable a la razón. Lo mejor que podríamos esperar al cabo de nuestras reflexiones sería suspender este punto al margen de nuestra vida; es lo que hace la mayor parte de los hombres, que sólo respiran para eludir sus propias incertidumbres. Pero los que insisten en ser ellos mismos no dudan en llevar hasta el límite las contradicciones que los surcan; y si la prueba resulta estar por encima de su capacidad de resistencia, hartos de tanto insoluble, ¡¿quién les impediría cortar el hilo de la espada, para anular, de una vez por todas, tanto el interrogante como el alma que interroga?!
Las diferencias entre las épocas sólo lo son de grado: más crueles o más clementes, más tumultuosas o más plácidas. Pero todas contienen virtualmente todas las posibilidades, como las naciones, como los individuos. Un sabio no es más libre ante la vida y la muerte que la criatura más ignara. Lo esencial es tan ajeno a uno como a otro. Los libros no han enseñado a nadie a sobrellevar con mayor ecuanimidad el estupor inefable de los instantes que pasan; las ideas no pueden incidir en los actos decisivos, pues no es posible contacto alguno entre sus naturalezas disímiles. ¿Cómo podría insertarse una idea en la sustancia irreductible de nuestra experiencia de la vida y de la muerte? Somos víctimas de fuerzas con las que sólo tenemos en común el viaje hacia una cosa que ya no es nosotros mismos. Lo que aprendemos no pone ningún remedio a nuestro estado. ¿Qué significa tener mil ideas para una sola muerte, para la propia muerte? Multiplicamos las palabras para una sola y misma realidad; bautizamos lo indefinible; hacemos brillar con un barniz sonoro una cosa innominada e innombrable. Estamos vulnerados y sufrimos en millares de fórmulas deslumbrantes y vanas. Porque toda la ciencia de la que disponemos no sirve más que para atemperar nuestras vehemencias y reducir nuestros gritos a una monotonía silenciosa, consoladora para el espíritu en medio de sus derrotas.
¿Quién se embarcaría en la sucesión de los actos sin arrogarse el derecho a la excepción y conceder a su tiempo superioridad sobre todo lo que ha sido o será? Esta doblez inconsciente, agresiva e irracional, explica el movimiento de la historia y la sucesión de las generaciones, que se sacrifican para enriquecer un tesoro improbable, resultado frágil de un esfuerzo en el que se entremezclan la audacia, la estupidez y el dolor.
Si los hombres están orgullosos de haberse embarcado en el devenir es porque desprecian más o menos conscientemente a todos aquellos que los precedieron en el naufragio temporal. Es cierto que cada época es una suma de naufragios, pero no seríamos capaces de explicar esta verdad a la época en la que vivimos. Los seres humanos sólo pueden embarcarse en la sucesión de los actos si se consideran una excepción a esta regla que, en su opinión, sólo es fatal antes de ellos o después de ellos: de modo que, bajo esta trampa lúcida u oscura, la historia cesaría, ella que se mueve gracias al acoplamiento infinitamente reversible del valor y de la estupidez. En efecto, hay que ser desesperadamente estúpido y valiente para añadir a la suma del devenir la ínfima cantidad de nuestro óbolo y nuestra ilusión. El tiempo nos mendiga un esfuerzo y nosotros desaparecemos en nuestra limosna. Así se sacrifican las generaciones, así enriquecen un tesoro improbable. Porque el sentido último de cada ser está en impedir que le sobreviva una sola gota de sudor. Y después la historia lo rechaza, para que no pueda tomarse el tiempo de pensar en la pereza que no soñó. ¿Cómo asistir a la gloria tan equívoca de esta marcha, sin desear salir del círculo de los actos humanos? ¿Cómo vivir junto a este cementerio febril —imposible alejarse—excavando la propia tumba en un instante idealmente neutral, mientras los hastíos silenciosos y las fatigas mudas olvidan sus antiguos acentos?»

«DESGARRADURA» ( y 2) - EMIL CIORAN

Fragmentos de Desgarradura, de E.M. Cioran, editado por Tusquets y traducido por Amelia Gamoneda. En concreto, estos textos pertenecen a la parte titulada «Esbozos de vértigo»:

ESBOZOS DE VÉRTIGO

«Lo que no puede traducirse en términos de mística no merece ser vivido».

«Un libro tiene que hurgar en las heridas, incluso provocarlas. Un libro ha de ser un peligro».


«Quien es lo suficientemente insensato como para embarcarse en una obra, sea cual sea la naturaleza de ésta, no tolera, en el fondo, la menor restricción sobre lo que hace. Las dudas sobre sí mismo lo minan demasiado como para, además, poder afrontar las que él inspira a los demás».

«Visita de un joven que una señora me había recomendado, dejando bien claro que se trataba de un «genio». Tras darme detalles de un viaje que acababa de hacer a África, me habló de sus preocupaciones, de sus lecturas, de sus proyectos. En todo lo que decía había algo que no encajaba, una excitación vacía que me incomodaba. Imposible saber quién era y cuál era su valía. Al cabo de una hora, se levantó, yo también me levanté, me miró fijamente y, entre concentrado y ausente, empezó a avanzar hacia mí despacio, muy despacio, como un caracol alucinado. Recuerdo haber pensado: «Este genio quiere asesinarme», y retrocedí un paso, con la firme decisión de asestarle un puñetazo en plena cara si seguía acercándose. Se paró, hizo un gesto nervioso, como si se violentase a sí mismo y como si, a semejanza del doctor Jekyll, se resistiese a alguna siniestra metamorfosis; luego se calmó y volvió a sentarse esforzándose por sonreír. No le hice ninguna pregunta que pudiese perturbarlo. Reanudamos la conversación exactamente donde la habíamos interrumpido y, a medida que volvía en sí, yo notaba que su estado me invadía y que ahora me tocaba a mí levantarme. Entonces, afortunadamente, se le ocurrió marcharse».

«Existir es un plagio».

«Nada nos vuelve modestos, ni siquiera el ver un cadáver».

«Un hombre que se respeta a sí mismo no tiene patria. La patria es una cosa pegajosa».

«Ese hombrecito ciego, que sólo tiene unos días de vida, que mueve la cabeza en todos los sentidos buscando no se sabe qué, esa nuca desnuda, esa calvicie original, ese mono ínfimo que se ha pasado meses en una letrina y que pronto, olvidando sus orígenes, escupirá sobre las galaxias…».

«Ser es estar atrapado».

«“Ni este mundo, ni el otro, ni la felicidad son para el ser entregado a la duda”.
Este punto de la Gita es mi sentencia de muerte».

«El éxito, los honores y toda su parafernalia sólo son disculpables si quien los conoce presiente que va a acabar mal. Así, los aceptará únicamente para, llegado el momento, disfrutar plenamente de su propio desmoronamiento».

«Fundar una familia. Creo que me hubiese sido más fácil fundar un imperio».

«Tras una grave enfermedad, en algunos países de Asia, en Laos, por ejemplo, se suele cambiar de nombre. ¡Cuánta clarividencia en el origen de esta costumbre! En verdad, deberíamos cambiar de nombre tras cada experiencia importante».

«Sólo una flor caída es una flor total, dijo un japonés. Cabría decir lo mismo de una civilización».

«La base de la sociedad, de cualquier sociedad, es un cierto orgullo de obedecer. Cuando este orgullo ya no existe, la sociedad se derrumba».

«No lucho contra el mundo, lucho contra una fuerza mayor, contra mi hastío del mundo».

«Es necesariamente vulgar todo aquello que está exento de un ligero toque fúnebre».

«En los accesos de optimismo, me digo que mi vida ha sido un infierno, mi infierno, un infierno a mi gusto».

«La amistad es un pacto, una convención. Dos seres se comprometen tácitamente a no airear nunca lo que, en el fondo, cada uno piensa del otro. Una especie de alianzas basada en cautelas. Cuando uno de ellos revela públicamente los defectos del otro, se denuncia el pacto, la alianza se quiebra. No hay amistad que dure si uno de los participantes rompe el juego. En otros términos, ninguna amistad soporta una dosis exagerada de franqueza».

«La vida es más y menos que el tedio, pese a que en el tedio y por el tedio discernamos lo que vale. Una vez que éste se ha insinuado en alguien, haciéndolo caer bajo su invisible hegemonía, a su lado todo parece insignificante. Cabría decir lo mismo del dolor. Sin duda. Pero el dolor está localizado, mientras que el tedio evoca un mal sin asidero, sin soporte, sin nada salvo esa nada inidentificable que nos erosiona. Erosión pura, cuyo efecto no es perceptible y que no metamorfosea lentamente en una ruina que pasa desapercibida para los demás, y prácticamente también para uno mismo».

«Si tuviésemos una percepción infalible de lo que somos, nos quedaría valor suficiente para acostarnos pero, sin duda, ya no para levantarnos».

«Decir que la muerte es la meta de la vida no es decir nada. Pero ¿qué otra cosa decir?».

«Todo proyecto es una forma de esclavitud camuflada».

«Qué gran locura es la de apegarse a los seres y a las cosas, pero aún es mayor la de creer que podemos despegarnos de ellos. ¡Haber querido renunciar a toda costa y seguir siendo sólo un candidato a la renuncia!».

«Hasta ahora, la muerte es lo más sólido que la vida ha inventado».

«DESGARRADURA» (1) - EMIL CIORAN

Fragmentos de Desgarradura, de E.M. Cioran, editado por Tusquets y traducido por Amelia Gamoneda:

«Por lo demás, una revolución, la que sea, sólo triunfa en el caso de que esté enfrentándose a un orden irreal. Lo mismo ocurre con cualquier cambio, con cualquier gran viraje histórico»

«… la historia surge como una negación gradual, como un alejamiento progresivo de un estado primero, de un milagro inicial, al mismo tiempo convencional y embriagador: es kitsch a fuerza de nostalgia… Cuando culmine este avance hacia el final, la historia habrá alcanzado su «meta»: ya no conservará en ella nada que pueda recordar su punto de partida, que poco importa que sea una fábula. El paraíso, imaginable en todo caso en el pasado, no lo es en absoluto en el futuro: sin embargo, el hecho de que haya sido colocado antes de la historia arroja sobre ésta claridades devastadoras, que hacen que nos preguntemos si no hubiese sido preferible quedarse en el estado de la amenaza, de la pura virtualidad».


«Decididamente, no hay salvación mediante la historia. Ésta no es, en absoluto, nuestra dimensión fundamental; sólo es la apoteosis de las apariencias. ¿Será posible que, una vez que nuestra carrera exterior se haya abolido, volvamos a encontrar la naturaleza que nos es propia? El hombre post-histórico, ser completamente vacante, ¿será apto para encontrar en sí mismo lo intemporal, es decir, todo cuanto ha sido ahogado en nosotros por la historia? Únicamente cuentan esos momentos nuestros que ella no ha contaminado. Los únicos seres que están en condiciones de entenderse, de comulgar realmente entre sí, son los que se abren en este tipo de momentos. Las épocas curtidas por la interrogación metafísica siguen siendo los momentos culminantes, las auténticas cimas del pasado. A lo que no puede ser captado sólo se acercan las hazañas interiores, sólo ellas tienen acceso, aunque sólo sea durante un segundo, un segundo que pesa más que todo el resto, incluso más que el propio tiempo».

«Que el hombre se largue cuanto antes, tal es el deseo que la naturaleza formula y que el hombre, si lo quisiera, podría satisfacer en el acto. Así ella lograría librarse de este sedicioso cuya sonrisa misma es subversiva, de este anti-viviente al que alberga por fuerza, de este usurpador que le ha robado sus secretos para someterla, para deshonrarla. Pero él ya estaba destinado a caer en la esclavitud y en la ignominia por sus propios delitos. Al traspasar con sus conocimientos y con sus actos los límites asignados a la criatura, ha atentado contra las propias fuentes de su ser, contra su fondo original. Sus conquistas son obra de un traidor a la vida y a sí mismo. De ahí proceden su aire de culpabilidad y su actitud poco clara, de ahí viene ese remordimiento que trata de disimular con la insolencia y el ajetreo. Si se intoxica de ruido, es para rehuir, para esquivar la inculpación que el más breve repliegue sobre sí mismo le obligaría a oír irremediablemente. La creación descansaba en un estupor sagrado, en un admirable e inaudible gemido; sacudiéndola con su frenesí, vociferando como un monstruo acorralado, el hombre la ha obligado a volverse irreconocible y ha comprometido su paz para siempre. Hay que incluir la desaparición del silencio entre los indicios anunciadores del fin. Hoy, la Gran Babilonia ya no merece desmoronarse por su impudicia y sus desenfrenos, sino a causa de su estruendo y de su barullo, de las estridencias de su chatarra y de los desquiciados que no aciertan a saciarse con ello. Ensañándose con los solitarios —los últimos mártires—, los persigue, los tortura, interrumpiendo en cada momento sus meditaciones, infiltrándose como un virus sonoro en sus pensamientos para minarlos, para degradarlos. ¿Cómo, en su exasperación, no iban a desear verla derrumbarse sin demora? Esta nueva prostituta contamina el espacio, mancilla seres y paisajes, expulsa de todas partes la pureza y el recogimiento. ¿Adónde ir, dónde quedarse? ¿Y qué seguir buscando en el guirigay de un planeta babilonizado? Antes de que quede hecho añicos, quienes más hayan sufrido en él, aquellos a quienes ha atormentado, tendrán por fin su revancha: serán los únicos en bendecir el desenlace, los únicos en saborear la suspensión del estrépito, ese breve y decisivo silencio que precede a las grandes catástrofes».

«EN LAS CIMAS DE LA DESESPERACIÓN» (y 6) - EMIL CIORAN

Fragmentos extraídos de En las cimas de la desesperación, de Emil Cioran, publicada por Tusquets Editores y traducida por Rafael Panizo. 

MISERIA DE LA SABIDURIA
«Odio a los sabios por su complacencia, su cobardía y su reserva. Amo infinitamente más las pasiones devastadoras que un talante uniforme que vuelve insensible al ser tanto respecto al placer como respecto al dolor. El sabio ignora lo trágico de la pasión y el temor a la muerte, de la misma manera que desconoce la fuerza y el riesgo, el heroísmo bárbaro, grotesco o sublime. El sabio se expresa con máximas y da consejos. No vive nada, no siente nada, no desea ni espera. Se complace en nivelar los diversos contenidos de la vida y asume todas sus consecuencias. Mucho más complejos me parecen aquellos seres que, a pesar de esa nivelación, no cesan sin embargo de atormentarse. La existencia del sabio es una existencia vacía y estéril, pues se halla desprovista de antinomias y de desesperación. Las existencias que se consumen a causa de contradicciones insuperables son mucho más fecundas. La resignación del sabio procede del vacío y no del fuego interior. Yo prefiero mil veces más morir a causa de ese fuego que a causa del vacío y de la resignación».


«El tiempo sólo puede anularse viviendo el instante íntegramente, abandonándose a sus encantos. Se realiza así el eterno presente: el sentimiento de la presencia eterna de las cosas. El tiempo, el devenir, a partir de entonces nos son indiferentes. El eterno presente es existencia, pues sólo durante esta experiencia radical la existencia adquiere evidencia y positividad. Arrancado a la sucesión de los instantes, el presente es producción de ser, superación del vacío».

«La injusticia constituye la esencia de la vida social. ¿Cómo adherirse entonces a alguna doctrina?» (…) «Yo no deseo una rebelión relativa contra la injusticia. No admito más que la rebelión eterna, puesto que eterna es la miseria de la humanidad».

«El criterio de la duda es el único que permite distinguir a los profetas de los maníacos» (…) «Así son los seres humanos: para que crean en nosotros, debemos renunciar a todo lo que poseemos y luego a nosotros mismos. Exigen nuestra muerte como garantía de la autenticidad de nuestra fe. ¿Por qué admiran las obras escritas con sangre? Porque ello les evita el sufrimiento, o les permite creerlo. Desean encontrar sangre y lágrimas detrás de nuestras palabras. En la admiración de la muchedumbre hay una gran parte de sadismo»  (…) «Los cristianos continúan sin comprender que Dios está más lejos aún de los hombres de lo que ellos lo están de él».

«¿Acaso todos los seres a los que fascina lo infinito no se hallan en camino hacia el delirio? La normalidad o la anormalidad nos importan un bledo. Vivamos en el éxtasis de lo ilimitado, amemos todo lo que no tiene límites, destruyamos las formas y creemos el único culto que carece de ellas: el de lo infinito».

«Lo que experimento ¿es la vida o algún sueño extravagante?ۚ»

EL ANIMAL INDIRECTO
«Todos los seres humanos tienen el mismo defecto: esperan vivir en lugar de vivir realmente, pues no tienen el valor de afrontar cada segundo. ¿Por qué no desplegar en cada instante suficiente pasión y ardor para convertirlo en una eternidad? Sólo aprendemos a vivir, todos, en el momento en que ya no esperamos nada; mientras se espera, no se puede aprender nada, pues no se habita un presente concreto y vivo, sino un futuro lejano e insípido. No deberíamos esperar nada, salvo las sugestiones inmediatas del instante, esperar sin la conciencia del tiempo. Fuera de lo inmediato, la salvación es imposible. Porque el ser humano es una criatura que ha perdido lo inmediato. De ahí que sea un animal indirecto».

¡QUE MAS DA!
«Todo es posible y nada lo es; todo está permitido y nada lo está. Cualquiera que sea la dirección que tomemos, no será mejor que las demás. Realicemos algo o nada, creamos en algo o no, es todo uno, igual que es lo mismo gritar que callarse. Se puede encontrar una justificación a todo, como también ninguna. Todo es a la vez real e irreal, lógico y absurdo, glorioso y anodino. Nada vale más que otra cosa, como tampoco ninguna idea es superior a otra. ¿Por qué entristecernos a causa de nuestra tristeza y regocijarnos a causa de nuestro regocijo? ¿Qué más da que nuestras lágrimas sean lágrimas de placer o de dolor? ¡Amad vuestras desgracias y detestad vuestra felicidad, mezcladlo todo, confundidlo todo! Sed como un copo de nieve bamboleado por el viento o como una flor arrastrada por las olas. Resistid cuando no debáis hacerlo y sed cobardes cuando haya que resistir. ¿Quién sabe? —quizá ganéis con ello... Y, de todas formas, ¿qué importa si, por el contrario, perdéis? ¿Hay realmente algo que ganar o que perder en este mundo? Toda ganancia es una pérdida y toda pérdida una ganancia. ¿Por qué esperar siempre una actitud clara, ideas precisas y palabras sensatas? Siento que debería escupir fuego a guisa de respuesta a todas las preguntas que me han sido hechas o que no me lo han sido».

«Huid de los individuos impermeables al vicio, pues su presencia insípida puede sólo aburrir» (…) «Para alcanzar ciertas alturas, la vida íntima no puede prescindir de las inquietudes del vicio».

FRENTE AL SILENCIO
«Llegar a no apreciar más que el silencio equivale a realizar la expresión esencial del hecho de vivir al margen de la vida. En los grandes solitarios y los fundadores de religiones, el elogio del silencio posee raíces mucho más profundas de lo que suele imaginarse. Para ello es necesario que la presencia de los seres humanos nos haya exasperado, que la complejidad de los problemas nos haya hastiado hasta el punto de que ya no nos interesemos más que por el silencio y sus gritos.

«La fatiga conduce a un amor ilimitado al silencio, pues ella priva a las palabras de su significado para convertirlas en sonoridades vacías; los conceptos se diluyen, la fuerza de las expresiones se atenúa, toda palabra dicha u oída se desintegra, estéril. Todo lo que va hacia el exterior, o procede de él, no es más que un murmullo monótono y lejano, incapaz de despertar el interés o la curiosidad. Nos parece entonces inútil opinar, adoptar una posición o impresionar a alguien; el ruido al que hemos renunciado se suma al tormento de nuestra alma. En el momento de la solución suprema, tras haber desplegado una energía loca para intentar resolver todos los problemas y afrontado el vértigo de las cimas, hallamos en el silencio la única realidad, la única forma de expresión».