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«EL PROPIETARIO» - RAFAEL BARRETT

... cuento extraído del libro Y el muerto nadó tres días, de Rafael Barrett, editado por Libros de Itaca (www.librosdeitaca.com)...

EL PROPIETARIO
(cuento inocente)

Pedro y Juan vivían en una isla. La isla era un campo de trigo entre rocas. Pedro era el dueño del campo, porque tenía una escopeta de dos caños, y Juan, no.
Pedro no sabía arar, sembrar, segar ni trillar. Como era bueno, le dijo a Juan:
—Te permito entrar en mi campo, y te daré de comer si me lo aras, siembras, siegas y trillas. No quiero que mueras de hambre, y además debemos cultivar la tierra. El trabajo es padre de todas las virtudes.
Juan, que estaba sobre las rocas, desnudo y llorando, aceptó agradecido.
Y el campo fructificó, y Pedro obtuvo magníficas cosechas, porque Juan era fuerte como una yunta de bueyes. Llegaron a la isla buques que llevaban el grano y traían golosinas, vinos, telas preciosas, oro y alhajas. A veces cruces y condecoraciones. También venía de cuando en cuando alguna bella mujer, de rostro cándido y purísimos ojos. El salario de Juan era un panecillo.
Pasaron los años. Pedro se hacía más rico; Juan, más viejo. De pronto los barcos escasearon sus visitas. El trigo empezó a sobrar en la isla.
—El negocio va mal —le dijo Pedro a Juan una mañana—. No puedo darte más que medio panecillo desde hoy.
Juan calló. Pedro tenía su escopeta.
Pasaron los meses. Juan enflaquecía. El grano se amontonaba en la llanura. Más allá estaba el mar.
Al fin no se divisó ninguna vela. La isla rebosaba de trigo inútil.
—El negocio fracasó del todo —le dijo Pedro a Juan—. No sé qué hacer del trigo. No puedo ya darte nada. Lo siento, porque soy bueno. ¡Vete!
Pedro tenía su escopeta.
Juan se alejó lentamente hacia el mar.

«MI ANARQUISMO» - RAFAEL BARRETT

Este texto, titulado Mi anarquismo, fue escrito por Rafael Barrett e incluido en su libro Mirando vivir.

MI ANARQUISMO

Me basta el sentido etimológico: «ausencia de gobierno». Hay que destruir el espíritu de autoridad y el prestigio de las leyes. Eso es todo.
Será la obra del libre examen.
Los ignorantes se figuran que anarquía es desorden, y que sin gobierno la sociedad se convertirá siempre en el caos. No conciben otro orden que el orden exteriormente impuesto por el terror de las armas.
Pero si se fijaran en la evolución de la ciencia, por ejemplo, verían de qué modo a medida que disminuía el espíritu de autoridad, se extendieron y afianzaron nuestros conocimientos. Cuando Galileo, dejando caer de lo alto de una torre objetos de diferente densidad, mostró que la velocidad de caída no dependía de sus masas, puesto que llegaban a la vez al suelo, los testigos de tan concluyente experiencia se negaron a aceptarla, porque no estaba de acuerdo con lo que decía Aristóteles. Aristóteles era el gobierno científico; su libro era la ley. Había otros legisladores: San Agustín, Santo Tomás de Aquino, San Anselmo. ¿Y qué ha quedado de su dominación? El recuerdo de un estorbo. Sabemos muy bien que la verdad se funda solamente en los hechos. Ningún sabio, por ilustre que sea, presentará hoy su autoridad como un argumento; ninguno pretenderá imponer sus ideas por el terror. El que descubre se limita a describir su experiencia, para que todos repitan y verifiquen lo que él hizo. ¿Y esto qué es? El libre examen, base de nuestra prosperidad intelectual. La ciencia moderna es grande por ser esencialmente anárquica. ¿Y quién será el loco que la tache de desordenada y caótica?
La prosperidad social exige iguales condiciones.
El anarquismo, tal como lo entiendo, se reduce al libre examen político.
Hace falta curarnos del respeto a la ley. La ley no es respetable. Es el obstáculo a todo progreso real. Es una noción que es preciso abolir.
Las leyes y las constituciones que por la violencia gobiernan los pueblos son falsas. No son hijas del estudio y del común asenso de los hombres. Son hijas de una minoría bárbara, que se apoderó de la fuerza bruta para satisfacer su codicia y su crueldad.
Tal vez los fenómenos sociales obedezcan a leyes profundas. Nuestra sociología está aún en la infancia, y no las conoce. Es indudable que nos conviene investigarlas, y que si las logramos esclarecer nos serán inmensamente útiles. Pero aunque las poseyéramos, jamás las exigiríamos en Código ni en sistema de gobierno. ¿Para qué? Si en efecto son leyes naturales, se cumplirán por sí solas, querramos o no. Los astrónomos no ordenan a los astros. Nuestro único papel será el de testigos.
Es evidente que las leyes escritas no se parecen, ni por el forro, a las leyes naturales. ¡Valiente majestad la de esos pergaminos viejos que cualquier revolución quema en la plaza pública, aventando las cenizas para siempre! Una ley que necesita del gendarme usurpa el nombre de ley. No es tal ley: es una mentira odiosa.
¡Y qué gendarmes! Para comprender hasta qué punto son nuestras leyes contrarias a la índole de las cosas, al genio de la humanidad, es suficiente contemplar los armamentos colosales, mayores y mayores cada día, la mole de fuerza bruta que los gobiernos amontonan para poder existir, para poder aguantar algunos minutos más el empuje invisible de las almas.
Las nueve décimas partes de la población terrestre, gracias a las leyes escritas, están degeneradas por la miseria. No hay que echar mano de mucha sociología, cuando se piensa en las maravillosas aptitudes asimiladoras y creadoras de los niños de las razas más «inferiores», para apreciar la monstruosa locura de ese derroche de energía humana. ¡La ley patea los vientres de las madres!
Estamos dentro de la ley como el pie chino dentro del brodequin, como el baobab dentro del tiesto japonés. ¡Somos enanos voluntarios!
¡Y se teme «el caos» si nos desembarazamos del brodequin, si rompemos el tiesto y nos plantamos en plena tierra, con la inmensidad por delante!, ¿qué importan las formas futuras? La realidad las revelará. Estemos ciertos de que serán bellas y nobles, como las del árbol libre.
Que nuestro ideal sea el más alto. No seamos «prácticos». No intentemos «mejorar» la ley, sustituir un brodequin por otro. Cuanto más inaccesible aparezca el ideal, tanto mejor. Las estrellas guían al navegante. Apuntemos enseguida al lejano término. Así señalaremos el camino más corto. Y antes venceremos.
¿Qué hacer? Educarnos y educar. Todo se resume en el libre examen. ¡Que nuestros niños examinen la ley y la desprecien!

"EL ANTIPATRIOTISMO" - RAFAEL BARRETT


Extraído de "A partir de ahora el combate será libre" (Ladinamo Libros)

EL ANTIPATRIOTISMO

El día que no se practique la guerra, se habrá debilitado la idea de patria. Tendremos siempre razones de matar o de morir, pero la patria habrá dejado de ser una de ellas, y en la perspectiva de la conciencia habrá pasado al segundo término. Respetar la vida propia y la ajena en absoluto, creer que nada vale la pena de sacrificarla, sería una irremediable degradación de la humanidad. Sería perder el vivificante contacto con la muerte. Declarar a la muerte inoportuna por esencia, declararla mala y enemiga, sería cegar las más profundas fuentes de perfección. No se suprimirá, pues, la guerra por sensiblería de mujer que se desmaya si ve sangre, sino en virtud de un razonamiento trascendentalmente utilitario. Acabará la guerra como empezó y se hizo en la historia: virilmente. La diosa patria, lo mismo que los demás dioses, caerá, cae, bajo el peso sutil de la crítica. El antimilitarismo es la forma actual del antipatriotismo. Se empieza a comprender que la guerra es un pésimo negocio social, y la patria una firma de crédito ficticio.
Las armas se han vuelto demasiado eficaces. Que perezcan por millones los soldados, y se despilfarre por miles de millones el tesoro público, aparecerá cada vez con mayor evidencia, sea cualquiera de los combatientes el que triunfe, una pérdida inevitable y necia para los dos y para el resto de la colectividad, un acto demente. Antes no lo era. Antes la guerra servía para abrir el comercio, mezclar y equilibrar las razas, arraigar los ideales religiosos, preparar la cultura; hoy la imprenta, el ferrocarril, el vapor y el teléfono hacen eso mucho mejor. Antes era la guerra algo previsto y habitual, un oficio casi apacible, de pocos riesgos y de aceptables rendimientos para los enganchados. Hoy, ya ruinosa por sus preparativos en tiempo de paz, se manifiesta como un cataclismo más propio de las épocas primitivas de la geología humana que de la delicada, precisa y compleja organización moderna.
Es claro que este sentimiento de perjuicio, de asunto equivocado, de quiebra ineludible, no afecta primero a los generales que huyen el cuerpo y se engríen con cintajos, ni a los proveedores del ejército y de la armada, ni a los banqueros que lucran en la bolsa de la matanza y de las noticias impostoras, ni al enjambre de piratas de peor estofa que viven de los cadáveres y de la desolación como los buitres. Son la minoría. Los convencidos, los que a la fuerza ven claro, son los desposeídos y arreados al matadero, los que nada sacan de la siniestra rapiña, los que sin esperanza de botín, sin bella visión de la batalla ni divinidad que desde los cielos les ayude, van a que les machaquen la carne en el fondo de un agujero innoble, aplastados por las masas de metal que les envía una maquinaria invisible. Éstos son la mayoría. Éstos van siendo los mayores.
Si no fuera por las bayonetas con que aún les podéis picar las espaldas, ¿con qué argumentos les arrancaríais a su tranquilo trabajo? ¿A qué concepto, a qué emoción apelaríais?
–La patria lo quiere –le diríais tal vez.
–¿Qué es la patria? –preguntará el proletario–. ¿Es el templo? Está vacío. ¿Es la ciencia? No tiene fronteras. ¿Es la fortuna? Suele estar al otro lado de los mares. ¿Es mi linaje? Las castas se confunden pacíficamente. ¿Es la tierra? No es mía. No eres tú mi compatriota, sino el proletario de la nación vecina. Deseáis mi vida para salvar no la patria, que habéis inventado, sino vuestra propiedad.
“Soy francés, porque han escrito mi nombre en un papel. Me dices que Alemania me ha insultado, que debo vengarme. Si no me lo dijeras, nada sabría. Os habrán insultado a vosotros. Vengaos con vuestros propios recursos. No exijáis que defendamos vuestros bolsillos, repletos del oro que nos quitáis. Nuestros intereses no son comunes. ¿Y qué es Alemania? No hay Alemania, no hay más que alemanes. No sé qué alemanes me han insultado, pero estoy cierto de que no ha sido ninguno de los millones que como yo aran el campo en que ni siquiera nos enterrarán. ¿Que vienen, que invaden el país? ¡Pobres hermanos nuestros en esclavitud! Vienen espoleados por el terror, y aterrado marcharé yo contra ellos”.
Hervé, el famoso antimilitarista francés, se ha levantado en el último congreso socialista de Stuttgart, y ha exclamado sencillamente: “Nuestra patria es nuestra clase; no hay patria más que para las gentes que comen bien”.
¿Qué contestar? ¿Qué hacer? Lo de costumbre, meter en la cárcel a Hervé de cuando en cuando, y apedrearle desde la prensa conservadora. Entretanto, como las sectas nacientes se nutren de la persecución, los conscriptos escupen la bandera en los cuarteles y los regimientos desertan cuando se les manda hacer fuego sobre los ciudadanos.
La segunda conferencia de La Haya ha fracasado lastimosamente, como era de prever ante su programa más reducido y cobarde que el de la primera. Un Hervé no fracasa. En primer lugar no está solo; además es un hombre. No llegaremos a la violencia de lenguaje de Quelch, que ha dicho: “La conferencia de La Haya es una asamblea capitalista... reunión de ladrones y de bandidos. No tiene otro objeto que ponerse de acuerdo para buscar los medios de reducir los gastos de sus robos y bandolerías”. Reconozcamos, no obstante, que los apreciables delegados son ricos, es decir, insensibles; han empleado la existencia en pelear, intrigar, lucirse en los salones. No tienen noción de las verdaderas necesidades modernas; no sospechan las corrientes subterráneas que empujan a un Hervé. No son hombres, son correctos muñecos. No harán jamás nada. Los que lo harán todo son los humildes que protestan. La modificación de la idea de patria y la paz universal constituyen una revolución extraordinaria. Como todas las revoluciones irresistibles, vendrá de muy abajo.

"MÁS ALLÁ DEL PATRIOTISMO" - RAFAEL BARRETT


Extraído de "A partir de ahora el combate será libre" (Ladinamo Libros)

MÁS ALLÁ DEL PATRIOTISMO

Nos parece grande el hombre que arriesga su vida por salvar la ajena. Comprendemos que hay cosas superiores a la vida material. Cada vez que un acto afirma y demuestra esta superioridad, nos sentimos tranquilizados, y como consolados de las incertidumbres permanentes que nos rodean. El ejemplo de sacrificio nos reconforta en lo más esencial de nuestro ser.
El hombre que se sacrifica por su hijo, por su compañera o por su padre no es tan grande como el que se sacrificó por un desconocido. En la familia hay mucho nuestro. Al defenderla defendemos en parte lo nuestro. Defender y amar lo completamente ajeno es sublime.
El patriota perfecto no solamente sacrifica su persona, sino su familia; Guzmán el Bueno inmola a su propio hijo. La patria, para él, estaba antes que él y antes que la carne de su carne. ¡Generosidad magnífica!
¿Por qué?
Porque la patria es más indeterminada, más exterior que la familia. Porque la patria es más ajena que la familia, y lo magnífico es defender y amar lo ajeno.
Y como hay algo más ajeno que la patria, es decir, las otras patrias, es magnífico en extremo defender y amar las otras patrias como la propia, y sacrificar la patria en beneficio de la humanidad.
Por eso debemos amarnos, como hombres que somos, mientras este amor aparente no nos conduzca a odiar al prójimo. Debemos amar la familia mientras este amor no nos conduzca a odiar la comunidad hermana en que vivimos, y debemos amar la patria mientras no odiemos a la humanidad.
Que para el círculo de nuestro amor no haya fronteras. Que sea nuestro amor infinito como el cielo; que nada ni nadie sea desterrado de él.
Y si hubiera otra alma más alta y más profunda, que en su seno misterioso abrazase el alma de la humanidad misma, el acto supremo sería sacrificar lo que de humano hay en nosotros a la realidad mejor.
Pero esa alma más alta y más profunda existe. Es el alma de la humanidad futura.

"MI ANARQUISMO" - RAFAEL BARRETT



Extraído de "A partir de ahora el combate será libre" (Ladinamo Libros)

MI ANARQUISMO

Me basta el sentido etimológico: “ausencia de gobierno”.
Hay que destruir el espíritu de autoridad y el prestigio de las leyes. Eso es todo.
Será la obra del libre examen.
Los ignorantes se figuran que anarquía es desorden y que sin gobierno la sociedad se convertirá siempre en el caos. No conciben otro orden que el orden exteriormente impuesto por el terror de las armas.
Pero si se fijaran en la evolución de la ciencia, por ejemplo, verían de qué modo a medida que disminuía el espíritu de autoridad, se extendieron y afianzaron nuestros conocimientos. Cuando Galileo, dejando caer de lo alto de una torre objetos de diferente densidad, mostró que la velocidad de caída no dependía de sus masas, puesto que llegaban a la vez al suelo, no estaba de acuerdo con lo que decía Aristóteles. Aristóteles era el gobierno científico; su libro era la ley. Había otros legisladores: San Agustín, Santo Tomás de Aquino, San Anselmo. ¿Y qué ha quedado de su dominación? El recuerdo de un estorbo. Sabemos muy bien que la verdad se funda solamente en los hechos. Ningún sabio, por ilustre que sea, presentará hoy su autoridad como un argumento; ninguno pretenderá imponer sus ideas por el terror. El que descubre se limita a describir su experiencia, para que todos repitan y verifiquen. ¿Y esto qué es? El libre examen, base de nuestra prosperidad intelectual. La ciencia moderna es grande por ser esencialmente anárquica. ¿Y quién será el loco que la tache de desordenada y caótica?
La prosperidad social exige iguales condiciones.
El anarquismo, tal como lo entiendo, se reduce al libre examen político.
Hace falta curarnos del respeto a la ley. La ley no es respetable.
Es el obstáculo a todo progreso real. Es una noción que es preciso abolir.
Las leyes y las constituciones que por la violencia gobiernan a los pueblos son falsas. No son hijas del estudio y del común asenso de los hombres. Son hijas de una minoría bárbara, que se apoderó de la fuerza bruta para satisfacer su codicia y su crueldad.
Tal vez los fenómenos sociales obedezcan a leyes profundas. Nuestra sociología está aún en la infancia, y no las conoce. Es indudable que nos conviene investigarlas, y que si logramos esclarecerlas nos serán inmensamente útiles. Pero aunque las poseyéramos, jamás las erigiríamos en Código ni en sistema de gobierno. ¿Para qué? Si en efecto son leyes naturales, se cumplirán por sí solas, queramos o no. Los astrónomos no ordenan a los astros. Nuestro único papel será el de testigos.
Es evidente que las leyes escritas no se parecen, ni por el forro, a las leyes naturales. ¡Valiente majestad la de esos pergaminos viejos que cualquier revolución quema en la plaza pública aventando las cenizas para siempre! Una ley que necesita del gendarme usurpa el nombre de ley. No es tal ley: es una mentira odiosa.
¡Y qué gendarmes! Para comprender hasta qué punto son nuestras leyes contrarias a la índole de las cosas, al genio de la humanidad, es suficiente contemplar los armamentos colosales, mayores y mayores cada día, la mole de fuerza bruta que los gobiernos amontonan para poder existir, para poder aguantar algunos minutos más el empuje invisible de las almas.
Las nueve décimas partes de la población terrestre, gracias a las leyes escritas, están degeneradas por la miseria. No hay que echar mano de mucha sociología, cuando se piensa en las maravillosas aptitudes asimiladoras y creadoras de los niños de las razas más inferiores, para apreciar la monstruosa locura de ese derroche de energía humana. ¡La ley patea los vientres de las madres!
Estamos dentro de la ley como el pie chino dentro del borceguí, como el baobab dentro del tiesto japonés. ¡Somos enanos voluntarios!
¡Y se teme el caos si nos desembarazamos del borceguí, si rompemos el tiesto y nos plantamos en plena tierra, con la inmensidad por delante! ¿Qué importan las formas futuras? La realidad las revelará. Estemos ciertos de que serán bellas y nobles, como las del árbol libre.
Que nuestro ideal sea el más alto. No seamos prácticos. No intentemos mejorar la ley, sustituir un borceguí por otro. Cuanto más inaccesible aparezca el ideal, tanto mejor. Las estrellas guían al navegante. Apuntemos en seguida al lejano término. Así señalaremos el camino más corto. Y antes venceremos.
¿Qué hacer? Educarnos y educar. Todo se resume en el libre examen. ¡Que nuestros niños examinen la ley y la desprecien!

"EL LOCO" - RAFAEL BARRETT


Extraído de "A partir de ahora el combate será libre" (Ladinamo Libros)

EL LOCO

Se escapó un loco del manicomio. No se lo censuremos; un cuerdo en su lugar hubiera hecho lo mismo. La policía sealarmó; un loco suelto por una ciudad de trescientos mil cuerdos es caso grave. Se ha visto a un solo energúmeno levantar países enteros, derribar tronos y fundar religiones. El Mullah loco inquieta a Inglaterra justamente. Es un loco rebelde, que quizá no se satisface con romper las cadenas de la lógica, mientras que el rasgo característico de la cordura es someterse a la autoridad. Así el loco puede alegrarse y nuestra cordura nos entristece y nos pesa y a veces la perderíamos con gusto. La policía, pues, buscó al loco.
Los comisarios sabían de él tres cosas: que usaba lentes, que llevaba pantalón blanco y que estaba loco. Recorrieron los teatros, juzgando que era natural encontrarlo allí, y al cabo vieron entre el público del Casino a un sujeto de pantalón blanco y de lentes. Era “él”. Se le hizo salir de la platea y lo arrastraron a la comisaría, donde se puso en claro que no era “él”, es decir, que se llamaba de otro modo. Se le pidió disculpa y se le dejó libre.
Estos hechos son instructivos. Encaminan a la meditación. Pronto se advierte cuán precipitadas son las recriminaciones de que se ha hecho víctima al comisario engañado; ¿de qué se le acusa? No será de no haber utilizado correctamente los tres datos que tenía. Dos de ellos eran verificables, el tercero, no. Nada más fácil que reconocer si un individuo lleva lentes y pantalón blanco; nada más difícil que reconocer a simple vista si está loco. El comisario aplazó con acierto el último problema, problema arduo porque los manicomios están llenos de personas que no se sabe a punto fijo si están cuerdas o no lo están. El señor detenido, que era profesor agrónomo, debe considerar que de no detenerle a él, tampoco detendrían nunca al demente verdadero, y nos confesará que si le soltaron no fue por cuerdo, sino por tener distinto nombre. Comprendemos su ira; él está seguro de gozar de su sano juicio, pero esto tampoco hubiera sido un dato útil al comisario, porque la mayor parte de los locos ignoran que lo son.
Sospecho que el comisario se inclinaba a dar por locos a cuantos llevaran pantalón blanco y lentes, y a sorprenderse de que no los llevaran los locos reconocidos, pero tal es el papel de nuestra inteligencia, unir con toda energía los elementos de que dispone. En el cerebro del comisario había tres vértices luminosos que formaban un triángulo indestructible. Ese cerebro funcionaba bien. La relación era extraña; si retrocediéramos, sin embargo, ante lo inverosímil, nuestros conocimientos serían muy pobres. Darwin observó que los gatos blancos, de ojos azules, son siempre sordos, y jamás ha fallado la regla. Pantalón blanco, lentes, loco; blanco, ojos azules, sordo. He aquí la imagen de nuestra ciencia. Explicar es hacer corresponderse dos figuras inexplicables. Estamos ensayando nuevas parejas; las antiguas han desaparecido, como envejecerán las de hoy, y la realidad, eternamente ágil, joven, inesperada, se escapa riendo. Entretanto, ¡cuidado con las combinaciones actuales! Lejos de mí la idea de asustar al señor profesor, mas si yo estuviera en su pellejo no llevaría más pantalones blancos.

"EL BANDIDO GENEROSO" - RAFAEL BARRETT


Extraído de "A partir de ahora el combate será libre" (Ladinamo Libros)

EL BANDIDO GENEROSO

Donde las gentes honradas se mueren de hambre y queda todavía en la casa un resto de vitalidad, se declara el bandolerismo. Esto ha pasado y pasa en muchas regiones europeas. La Calabria nos dejó ejemplos ilustres; ahora Andalucía renueva los pintorescos laureles de José María, Diego Corrientes y los siete Niños de Écija. Casi olvidado Musolino, tenemos al Vivillo y a su famoso lugarteniente Pernales, entregado, según rezan los telegramas, por un quijotesco denunciador que no acepta recompensa alguna del gobierno. El gobierno insiste, y en verdad que fue grande el servicio prestado a las autoridades exasperadas, puestas cien veces en ridículo gracias a la temeridad de doce o quince revoltosos.
La partida del Vivillo, durante años dueña de la campiña andaluza y hasta de ciudades, hallaba abrigo en los innumerables escondrijos de las sierras, pero fundó siempre su oculta seguridad en la complicidad de las poblaciones. Baste decir que se paseaban los bravos en plazas y ferias, y que hacían política. Los miserables simpatizan con los bandidos generosos. Vivillo lo es: nada sanguinario, excelente padre de familia, desempeña gravemente sus funciones providenciales. Desvalija al rico, socorre al necesitado; le adoran, y con razón. Por medio de él se cumple, aunque no del todo bien, la justicia. Restituye a medias, mas al fin restituye. Robar, en tal caso, redime. No es extraño que otro facineroso andaluz, tiempo atrás, recibiera el apodo de Cristo. Y ¿acaso el mismo Cristo no entró en el paraíso acompañado del buen ladrón?
Pernales, más bruto que su jefe, tiene varias muertes de que arrepentirse, la mayor parte, es cierto, hechas en defensa propia. Es también bandido generoso. He aquí una anécdota entre mil: “El 22 de marzo de 1907 se metió, buscando refugio, en un cuarto habitado por una vieja; ésta, ignorando de quién se trataba, se puso a contarle sus penas: la iba a expulsar su propietario, a quien debía la suma de trescientas pesetas. Sin decir una palabra Pernales salió, montó en su caballo, y se fue derecho a donde vivía el dueño, a quien, por la violencia, obligó a entregar trescientas pesetas. Después volvió a casa de la pobre mujer, y le dio el dinero, diciendo simplemente: tome para pagar su deuda. En seguida se alejó, dejando que su favorecida se deshiciera en agradecimientos”. Este es el hombre no sé si preso o muerto por la guardia civil. Es de esperar que el Vivillo viva aún, siquiera por la fuerza del mote, y que continúe gobernando unas cuantas provincias.
Parece, en efecto, conveniente el bandolerismo, por lo menos en España. Ciertos excesos de miseria pública y de corrupción parlamentarias provocan y exigen una compensación extralegal. El bandido generoso corrige la defectuosa administración de los bandidos oficiales. Introduce una distribución más equitativa de la riqueza. Cierto que para ello establece la coacción y el robo, pero lo mismo hace el Estado. Todos los Estados, empezando por Roma, nacieron del robo. Todos ellos subsisten del robo. ¿Qué es el robo? ¿Quitar lo ajeno contra la voluntad del poseedor? No veo que se cobren los impuestos con el beneplácito del contribuyente. Si se cobran, es merced al terror de las bayonetas. El pretexto será respetable, no lo dudo; se necesitan fondos para defender la patria, etcétera; confesemos que tampoco es detestable robar al ahíto mercader con el fin de dar un pedazo de pan al hambriento.
El bandido generoso gobierna de un modo irregular. Su tribunal, ambulante y perentorio, recuerda a Don Quijote, poco amigo de mercaderes. No deja de ser algo significativo aquel encuentro del inmortal Hidalgo con el bandolero Roque Guinart. Se admiraron mutuamente. Es que ambos tipos habían sido engendrados en la infeliz y ensangrentada tierra, feudo de los Austrias. Ambos representaban la protesta del espíritu libre contra la explotación metódica de los cortesanos y de los obispos. Don Quijote profesa un ideal demasiado alto, futuro; el ridículo rompe las alas de su genio a cada paso. Guinart, como su digno descendiente Vivillo, es más real, más visible. No cabalgan en escuálidos Rocinantes, sino en potros magníficos; sus armas son modernas y temibles. Signo definitivo: las mujeres se enamoran perdidamente de ellos. Son la vida, la alegría, la belleza sana. Encarnan este fenómeno único: su acción social, puramente económica, está profundamente impregnada de poesía.
Si el bandolerismo español se extendiera y organizara, el país gozaría de un equilibrio bienhechor. De un lado el gobierno; de otro, en los montes, un ejército intangible de salteadores altruistas, encargados de crear una contracorriente monetaria del rico hacia el pobre: en medio la multitud, obediente al Estado, y encubridora fiel del bandido generoso. Todo sin asesinatos ni ejecuciones. De arriba, impuesto al proletario; de abajo, por intermedio del buen ladrón, impuesto al capitalista sorprendido. ¡Programa tentador! Pero me temo que esos andaluces sean poco prácticos.

"NOTICIAS DE LEOPOLDO" - RAFAEL BARRETT


Extraído de "A partir de ahora el combate será libre" (Ladinamo Libros).

NOTICIAS DE LEOPOLDO

–¡Me ahogo, doctor, me ahogo! –dijo el rey de los belgas al doctor Thiriart. El doctor Thiriart le puso unas inyecciones. Mientras tanto el rey falleció.
Desde ese momento no se ha tenido más noticias de él. Sin embargo, cuando morimos de repente es probable que al ser despedidos de este mundo conservemos cierta velocidad adquirida y describamos un resto de trayectoria. Así le ha sucedido a Leopoldo. Quiero contaros su viaje póstumo, en el que ha invertido un mes y medio.
Al volver del sofocón, se encontró tendido en su lecho de muerte. Le velaban miembros de su familia y demás dignatarios. Personas, muebles y muros parecían fluidos. Leopoldo se sentó en la cama. Nadie dio señales de extrañeza. Se levantó, marchó a través de sus hijos y de sus consejeros, masas vaporosas que no le opusieron resistencia alguna, y salió a la calle.
Puesto que todo está muerto alrededor de mí, pensó juiciosamente, es que el muerto soy yo.
Le satisfacía, en medio de tantos seres etéreos, sentir su carne palpable, consistente, dura. Notó que le habían vestido de general, con grandes charreteras, y todas sus cruces.
Luego calculó:
–Estoy muerto y vivo a un tiempo. ¡Dios existe!
Empujado por un instinto misterioso y certero, se dirigió a la frontera de Francia.
–Sin duda voy a comparecer ante Dios...
Confiaba en que su hermosa barba blanca y su uniforme de general impresionarían favorablemente. Además, había recibido los santos sacramentos y el Papa era su amigo. Y caminaba: cruzó campos de un verde traslúcido, surcados por vagas siluetas laboriosas, arroyos en cuya linfa de ensueño se desleía el alma de los sauces, aldeas de silencio, ciudades cuajadas en el vacío de lo imposible, y alcanzó París a medianoche, su París, familiar y fantástico, construido de estelas de gas fosforescente, horno glacial en que se movían innumerables comparsas mudos, con un lamentable gesto de salamandras felices. Leopoldo comprendió que Dios no estaba en París, y siguió caminando hacia el Sur.
Empezó a fatigarse. Empezó a sufrir. La tierra se le hacía acaso menos irreal. Y caminaba... Tuvo que atravesar landas inmensas, en que los espectros de los pinos se retorcían bajo pesadillas de huracanes. Tuvo que buscar desfiladeros entre la nieve de las cordilleras. Descendió a llanuras, donde ondulaban los penachos rubios del maíz. El sol frío brilló después sobre los trigos y los olivares. Y el muerto caminaba hasta que lo detuvo el fantasma del mar, o tal vez el mar mismo. A la orilla, un grupo de pescadores sórdidos sacaba una larga red, en cuyo vientre oscuro hervían escamas de plata. Era evidente que Dios no estaba en Europa.
Leopoldo, suspirando, se quitó su traje de general y nadó sin tregua, siempre hacia el Sur. Sus carnes se ablandaban, se hacían transparentes. En la noche, hilacha de tinieblas flotando
en las tinieblas, perdía la fe. “¿Por qué se me retiene sobre el planeta? ¿Dónde estará Dios?”. A veces, un buque de alto bordo, coronado de luces, hendía el abismo, con un grito monstruoso. Y el muerto nadó tres días.
Desnudo, rendido, angustiado, se internó en el África. Las cosas materiales iban recobrando su aspecto normal, a medida que él se aniquilaba. Vio extrañas plantaciones, casas de soledad, tapiadas y blanquísimas, terrazas y alminares donde los muecines se delineaban en el fuego del crepúsculo, chozas techadas de follajes exóticos, pozos entre palmeras; conoció a los árabes y los beduinos, las lentas caravanas; oyó el aullido de los chacales y la voz del león. Y todo aquello vivía, y él se moría definitivamente. “Quizá no hay Dios... quizás estaré juzgado sin saberlo”. Y se arrastraba en su rumbo fatal hacia el interior del país. Y seguía arrastrándose, jirón de bruma dolorida, entre los matorrales, sobre las arenas abrasadoras, herido del sol despiadado. Y pasaron los días y las noches y al fin llegó.
Leopoldo, que no era ya sino el recuerdo de un suspiro humano, el eco de un hueco donde hubo una sombra, contuvo el átomo de vida que aún le restaba, y miró –mirada postrera– en torno. El paisaje trajo a su memoria una de las fotografías tomadas en el Congo. Al pie de un árbol, un negrito recién nacido dormía profundamente. No había más Dios por allí. Leopoldo entonces se disolvió en la brisa y el niño, al respirar, se sorbió al rey...
Ahora el espíritu de Leopoldo, tan curiosamente reencarnado, tendrá ocasión de ampliar su experiencia, recorriendo otra de las infinitas aristas del poliedro universal.

"LA PATRIA Y LA ESCUELA" - RAFAEL BARRETT


Extraído de "A partir de ahora el combate será libre" (Ladinamo Libros).

LA PATRIA Y LA ESCUELA

El empeño de que los chiquillos adquieran sentimientos patrióticos en la escuela es tan bien intencionado como inútil.
Un profesor, por muchos himnos que haga entonar a sus alumnos, no les inculcará el amor a la patria; no existen procedimientos pedagógicos para eso, como no los hay para inculcar el amor a la familia. Las síntesis sentimentales no surgen en nosotros a fuerza de razonar, sino a fuerza de vivir. El amor a la familia nace del ambiente del hogar; el amor a la patria nace del ambiente colectivo; y el más sublime de los amores, el amor a la humanidad, nace del ambiente elevado que flota por encima de los siglos y de las fronteras.
Examine cada uno su remota niñez, busque lo que era para él entonces la idea de patria, y encontrará algo grotesco, cuando no el vacío. Es lo que ocurre con las ideas religiosas. Si poco a poco es retirado de la enseñanza lo que se refiere a los cultos, acabaremos por eliminar también de ella el culto patriótico. En la escuela no se debe adorar sino comprender. Pero la verdad no tiene patria. No hay una manera patriótica de hacer multiplicaciones, de preparar el oxígeno ni de construir un muro, y si hay una geografía y una historia patriótica, es porque son falsas.
El niño no puede retener del patriotismo lo bueno, es decir, lo piadoso y justo, lo altruista de la fórmula. Retiene lo malo, lo pintoresco, la hostilidad estúpida a cuanto está del otro lado de un río o de un poste; la ferocidad militar, los héroes despreciables que ensangrentaron el mundo; no retiene del patriotismo su entraña de amor, sino su entraña de odio.
Y a más la mentira, la convicción de que su país es el más perfecto de todos. Protestamos contra esos manuales de historia, cándidas mitologías a base de milagro patriótico. Que el hombre sepa cuándo le falta razón a su patria, para defender las patrias que la tienen, y evitar agresiones internacionales que son la vergüenza de nuestro tiempo. Que sepa que no es el fanatismo quien engrandece las patrias modernas, sino el trabajo, y que no hablan a cada momento de la patria los que la engendran, sino los que la explotan.
Marchamos rápidamente a nuevas instituciones sociales, de carácter cosmopolita. Observamos ya que los problemas humanos más hondos han cambiado de índole. En vez de interesar a las nacionalidades o a las razas, interesan al conjunto de nuestra especie. Recordad cuántos prejuicios, cuántas sandeces, cuántos errores, inoculados por medio de la escuela, tuvimos que destruir en nosotros, para volvernos aptos a la lucha contemporánea. Seamos siempre menos dogmáticos con nuestros hijos; dejemos abierto su espíritu a las posibilidades que no somos capaces de comprender; no atemos las almas que vienen a la tierra; ¡desatémoslas! No nos interpongamos entre ellas y el divino futuro.

"DEUDAS" - RAFAEL BARRETT


Extraído de "A partir de ahora el combate será libre" (Ladinamo Libros).

DEUDAS

Me encuentro en la urgencia de hablar de mí. Particularmente considerado, mi caso no interesará a nadie, pero el hombre es un animal que induce. Tal vez el lector saque del ejemplo individual consecuencias generales. No de otro modo Isaac Newton, según cuentan, al ver caer la manzana se preguntó por qué no cae la luna. La misma lógica que fundó la gravitación universal la amenaza hoy día. Es que la razón, pálida sombra de la vida, crea y destruye sucesivamente. He aquí ahora lo que a vuestra razón someto:
Debo un traje al sastre y no puedo pagárselo. Mi oficio de fabricante de ideas no me permite por el momento pagar al sastre. El sastre se desespera y parece culparme de vagos crímenes.
He hecho mi examen de conciencia, y me he hallado limpio. He llegado a la conclusión de que mi deber es no pagar. Me he convencido de que sólo por indolencia y por una especie de distracción rutinaria he seguido la costumbre viciosa de pagar las cuentas. Si trabajo sinceramente en una sociedad donde hay gente que bosteza en medio de un lujo grosero, ¿cómo es posible que no se me asegure el abrigo contra la intemperie y una alimentación correcta? No soy quien debe, sino a quien se debe. No tengo para qué pagar el mercado, ni al casero, ni al sastre.
Él hace trajes, yo hago artículos. Yo le ofrezco cordialmente mis artículos. ¿Por qué no me ofrece cordialmente sus trajes? Lo natural es que aprovechemos en fraternal reciprocidad nuestras aptitudes; él me viste el cuerpo, yo le visto la inteligencia. Si el mecanismo económico de nuestra civilización me obliga a caminar desnudo por la calle, no es culpa mía, sino de la civilización falsa en que vivimos.
Dios me libre de creer que es más meritorio escribir que cortar tela. Dios me libre también de creer lo contrario, y de aceptar como equitativo que mi sastre gane una fortuna con sus tijeras mientras yo apenas tengo con qué comer. Quisiera que nuestra dignidad representativa fuera idéntica. Si se me concede que no pague mis modestas y pocas vestiduras, no tengo inconveniente alguno en que no se me paguen mis artículos, ni mis libros futuros, que son muchos y hermosos. Así evitaría tocar el dinero, repulsivo como un sapo.
El dinero desaparecerá. Todo lo feo y lo absurdo desaparece tarde o temprano. Maravillosa es la división del trabajo y la perfección social de los hormigueros y de las colmenas. Sin embargo, ni las hormigas ni las abejas conocen el dinero. El dinero pretende reducir a cifras nuestra aptitud espiritual. Pretende introducir la aritmética donde nada existe de aritmético. La moneda es un malvado fantasma que nos da la ilusión de medir el egoísmo y aprisionar la humanidad. Y los fantasmas, aunque sean aparentemente más poderosos que los dioses mismos, están destinados a desvanecerse al soplo frío y puro de la mañana. Despertaremos, y nos avergonzaremos de nuestras pesadillas.
Al establecer que no debo pagar al sastre, me adelanto a la época, y anticipo, aunque parcialmente, un mundo mejor, hasta para los sastres. Al no pagar, yo, que nada poseo y siempre produzco, realizo un bello simulacro. Las cosas sucedenexactamente igual que si el sastre me regalara con qué cubrir mi carne pecadora. Ya sé que no hay tal, que él deplora haberme fiado, mas éste es un fenómeno interior. Exteriormente, prácticamente me ha amado, puesto que me ha socorrido gratis. En el terreno de los hechos, no pagar es instituir sobre la tierra el régimen sublime de las donaciones. Practicad, decía Pascal a los ateos; la fe vendrá. Comulgad todas las semanas y concluiréis por persuadiros de que la consagración es un misterio auténtico. Trabajad y no paguéis nunca, digo yo. A fuerza de ejercitar la caridad a pesar nuestro, acabaremos por sentirla. A fuerza de no cobrar, los sastres y demás obreros de la colmena humana se olvidarán de cobrar. Habrá otros móviles de acción que el oro, y una edad más razonable habrá dado comienzo.

RAFAEL BARRETT


"La verdadera cárcel es el trabajo mercenario. La verdadera cárcel es donde no brotan las ideas, donde la carne dolorida, envenenada de sudor y de humillaciones, cae asesinada todos los días al hoyo de un sueño sin esperanza. La ley ordena el trabajo porque es una explotación, y sobre todo porque es un embrutecimiento. Prohibe la vagancia porque es la idea, y toda idea es subversiva. Son las ideas lo que se persigue."

"Si vivir es correr tras la perfección y la felicidad, alcanzarlas es morir."

"Por eso la humanidad es bárbara, porque en ella la justicia y la fuerza no están juntas. Los fuertes no son justos; los justos no son fuertes. "

"GALLINAS" - RAFAEL BARRETT

Extraído de “A partir de ahora el combate será libre” (Ladinamo Libros)

GALLINAS

Mientras no poseí más que mi catre y mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada.

La propiedad me ha hecho cruel. Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia. Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llena para mí de presuntos ladrones, y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.

Mi gallo era demasiado joven. El gallo del vecino saltó el cerco y se puso a hacer la corte a mis gallinas y a amargar la existencia de mi gallo. Despedí a pedradas el intruso, pero saltaban el cerco y aovaron en casa del vecino. Reclamé los huevos y mi vecino me aborreció. Desde entonces vi su cara sobre el cerco, su mirada inquisidora y hostil, idéntica a la mía. Sus pollos pasaban el cerco, y devoraban el maíz mojado que consagraba a los míos. Los pollos ajenos me parecieron criminales. Los perseguí, y cegado por la rabia maté uno. El vecino atribuyó una importancia enorme al atentado. No quiso aceptar una indemnización pecuniaria. Retiró gravemente el cadáver de su pollo, y en lugar de comérselo, se lo mostró a sus amigos, con lo cual empezó a circular por el pueblo la leyenda de mi brutalidad imperialista. Tuve que reforzar el cerco, aumentar la vigilancia, elevar, en una palabra, mi presupuesto de guerra. El vecino dispone de un perro decidido a todo; yo pienso adquirir un revólver.

¿Dónde está mi vieja tranquilidad? Estoy envenenado por la desconfianza y por el odio. El espíritu del mal se ha apoderado de mí. Antes era un hombre. Ahora soy un propietario...