"ÁNIMA MÍA" (1) - CARLOS MARZAL


Poemas extraídos de Ánima mía (Tusquets Editores), del poeta Carlos Marzal.

DIENTES

Son armas para el mundo,
las más propias.
Las hoces inocentes y culpables.
Artefactos de amor,
a fin de cuentas,
porque el amor exige
su filo y su desgarro,
su tierna mordedura desalmada.

Fui mi fiera de niño en los de leche.
Fui un animal de instinto,
amamantado,
por sus primeros dientes aprendices.

Después masqué el cristal,
tasqué el acero
que nos da en alimento la belleza.

He mordido la carne y me ha mordido.
Carne fue mi bocado en esta boca.
Y fui luego el bocado
de todo cuanto muerde,
y muerde todo.

Los dientes de un adulto son de sangre.
Dientes de haber sabido.
De amarga leche negra
que bebe el niño muerto.

Más que sobrevivirnos, sobrevive
en esta dentadura nuestra rabia,
la ciega voluntad que nunca ceja.

He hecho presa en lo que amo,
y no claudico.

Me encuentro aquí, al acecho.

Afilado conmigo entre los dientes.

SANACIÓN

Me curo de vivir en lo que escribo,
y en lo que vivo sano de escribir.
Son dos fervores
y una misma dolencia.
Me prescribo palabras,
mi narcótico:
sin ellas, mi no-mismo
está enfermo de mí.

La alegría, si no escribo alegría, no es perfecta,
y cuando ya lo he escrito, se me brinda
la realidad, alegre, para el brindis.
Parece, por tan pura,
pura superstición, pero yo expío
no sé bien nunca qué,
pago una deuda
que contraje en mis sueños.
Soy dichoso,
con la dicha infantil del absoluto,
si el ángel de un poema se me anuncia.

Cuando llegan las nubes, me repito:
no han llegado las nubes. Y no llegan.
Cuando busco la lluvia, me aconsejo:
la lluvia ya está aquí, y aunque no llueve
me mojo con la lluvia.
Me persuado
de que cumplo en mi vida, con la vida,
si advienen las palabras.

Se vive de ilusión.

Curo con tal que escriba que me curo.

Mi no-mismo y mi yo son mis ilusos.

AYUNANDO

A veces nos conviene desasirnos,
quitarnos de la boca lo más propio.
Negarnos la apetencia nos afirma.
Perdernos al albur,
desalojarnos,
desahuciarnos de casa por un fuego
que limpie de impurezas nuestra casa.

Dejarnos ir, en ondas,
declinar de quien somos y quien fuimos.
A veces nos ayuda el renunciar
a nuestras certidumbres, proceder
por un afilamiento,
adelgazarnos
de nuestras ilusiones.
La templanza
de estar entre las cosas sin anhelo,
para anhelar estar entre las cosas.

A veces el vacío
en el que se diría que flotamos
es todo lo más pleno que nos colma.

Muchas veces conviene ser mendigo
de nuestra realidad,
quedar ayunos
de lo que más amamos y nos ama.
Permanecer a un lado,
mirándonos pasar,
dándonos la limosna de no darnos
más limosna que la de seguir vivos.

Conviene endurecer,
fraguar sutiles.
Y regresar al mundo, voraces,
con más ansias.

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