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«NI JUGE, NI SOUMISE» (NI JUEZA, NI SUMISA) - JEAN LIBON, YVES HINANT

Título original: Ni juge, ni soumise (Ni jueza, ni sumisa)
Año: 2017
Duración: 99 min.
País: Bélgica
Dirección: Jean Libon, Yves Hinant
Guión: Jean Libon, Yves Hinant
Fotografía: Didier Hill-Derive

Por Javier Serrano

La película nos muestra en el periodo que va desde abril de 2013 hasta septiembre 2016 a la jueza de instrucción belga Anne Gruwez en su quehacer diario.
Por su pequeño juzgado desfilan representantes de toda la miseria humana que previamente, eso sí, han firmado una autorización para que se puedan utilizar esas imágenes. Prostitución, masoquismo, robos, violencia de género, infanticidios de madres que creen que su hijo está poseído por el mismísimo diablo… Miserables que por hacerse con un pequeño botín son capaces de crímenes nefandos.
Sin toga que pueda cubrir el striptease, mostrando con sus gestos y sus comentarios su superioridad moral sobre el delincuente, la jueza imparte su particular justicia como se haría en un reality show. Y así puede ser como una madre que reprende, solo reprende, a su polluelo y le dice que no lo vuelva a hacer, o ponerse más dura y no temblarle el pulso a la hora de enviar a un malhechor una temporada al trullo, para acto seguido ofrecer caramelos al mensajero que viene a traerle unos paquetes. Pero cuidado: «La colère d’Allah, ça sera rien à côté de moi», así que ojito con la jueza Gruwez, una mujer de armas tomar que no se achica ante ningún delincuente, de hecho no dudaría en tirar al suelo a uno de ellos, ahí en su propio despacho, con tal de obtener una muestra de ADN que el reticente malhechor se niega a aportar.
Lejos de morderse la lengua, la jueza da rienda suelta a sus prejuicios, a sus comentarios políticamente incorrectos. De hecho, ahí reside buena parte del encanto de la cinta, en esa transgresión que consiste en decir lo que uno, y mucho más si uno es juez, debería callar, siquiera por prudencia. Quizás es justamente eso lo que atrae al espectador, ese populismo, tan de moda en los últimos tiempos, de atreverse a decir lo que todos piensan y todos callan, y que luego lleva a los descalabros electorales por todos conocidos. Ahí, en la personalidad egocéntrica de la jueza Gruwez, en su particular sentido del humor, en la provocación de sus opiniones, en sus paseos con su viejo Citroën 2CV por las calles de Bruselas, en lo extravagante de algunos casos y sus detalles escabrosos… ahí reside el supuesto toque cómico de la cinta.
Por cierto, todos esos delincuentes son de origen extranjero, a menudo magrebíes a los que la jueza Gruwez no duda en amonestar por tener costumbres tan bárbaras como casarse entre primos, con toda la degeneración genética y enfermedades que eso conlleva. De hecho, uno de ellos, al que la jueza ha condenado a pasar una temporada a la sombra, no duda en afirmar que en cuanto salga de la trena se irá a Siria y abrazará la yihad.
Como era previsible en una película que habla sobre la justicia, no podían faltar agentes del orden, polis de inmaculada piel blanca que colaboran con la superjueza, de un blanco deslumbrante también, en la incesante búsqueda de malhechores, y más concretamente en un oscuro asesinato que quedó sin cerrar y que constituye el levísimo hilo argumental de la película.
Yves Hinant y Jean Libon, los directores del documental Ni juge, ni soumise, ya habían colaborado en el insolente y vitriólico magacín televisivo franco-belga titulado Strip-tease. ¿Hasta qué punto un documental puede ser fiel a la realidad, puede ser creíble, cuando los participantes —como en esas bodas horteras en las que el cámara va grabando, uno por uno, a todos los asistentes y ellos, más que ebrios, fingen no darse cuenta de su presencia— son conscientes de estar colaborando en algo parecido a un juego de simulación?
Para darle un toque de actualidad, no faltan planos en los que se ve a militares patrullando por las calles de Bruselas con el arma en ristre. Sí, amigos, se trata una vez más de la omnipresente amenaza yihadista, tan presente en países como Francia o Bélgica. Pero tranquilos: ahí está la jueza Gruwez.

«EL REENCUENTRO (ÅTERTRÄFFEN)» - ANNA ODELL

Reseña publicada en www.larepublicacultural.es

Título original: Återträffen (2013)
Dirección: Anna Odell
Intérpretes: Anna Odell, Sandra Andreis, Kamila Benhamza, Anders Berg, Erik Ehn, Niklas Engdahl, Per Fenger-Krog, Robert Fransson, Sara Karlsdotter, Henrik Norlén, Cilla Thorell, Malin Vulcano
Guión: Anna Odell
Fotografía: Ragna Jorming
Duración: 88’
País: Suecia
Productora: French Quarter Film

El reencuentro debe su título al encuentro que muchos años después, en otoño de 2010, reúne a un grupo de hombres y mujeres que compartieron sus años de escuela, cuando eran los alumnos del noveno grado “C” de un colegio de Estocolmo.
En la primera parte del filme asistimos a lo que en principio parece que va a ser una agradable fiesta llena de anécdotas y recuerdos, y bien lubricada con alcohol, y que pronto se revela como un reencuentro lleno de tensión, donde uno de los personajes, Anna (interpretado por la propia directora de la película, Anna Odell), a quien nadie se acordó de invitar a la reunión, aparece inesperadamente y comienza a reprochar a sus antiguos compañeros las intimidaciones, burlas y acoso a que le sometieron durante aquellos primeros nueve años de vida escolar.
En la segunda parte, el personaje protagonista, artista dentro de la película, trata de reunir a sus antiguos compañeros de colegio, de manera individual o en pequeños grupos, con la excusa de mostrarles una película (la primera parte de El reencuentro) y grabar sus reacciones, para hacer con ello una suerte de documental.
¿Cine dentro del cine?, ¿ficción o realidad? En El reencuentro la frontera que separa ficción y realidad es lábil, hasta el punto de que el espectador no llega a saber si los actores son realmente actores o son personajes reales haciendo una película, o si la primera parte de la película es ficción y la segunda es documental, o si en la vida real la directora y actriz protagonista, Anna Odell, sufrió realmente algún episodio de acoso escolar durante su infancia. De hecho, hay una secuencia en la que un personaje se encuentra con el actor que hace de él y entre ambos mantienen un interesante diálogo sobre esta circunstancia. Por otro lado, está ese concepto, no menos lábil, de la «realidad», ¿qué es la realidad?, ¿lo que veo yo?, ¿lo que ven los demás? Un suceso puede percibirse de manera muy diferente, dependiendo del punto de vista del observador, de su situación en la jerarquía social o de su personalidad. Y eso por no hablar de cómo la memoria, o el instinto de supervivencia, tiende a manipular el recuerdo de ciertos hechos del pasado para hacerlos más «digeribles».
El reencuentro habla del abuso escolar, de ese hostigamiento hacia algunos compañeros que son capaces de perpetrar algunos niños («sólo éramos unos niños», se justifican los personajes) y siempre dentro de esa jerarquía de la que habla Anna: los «guays» y los «pringaos»; es decir, los que están arriba frente a los que están abajo, un esquema simple que se acaba reproduciendo, de manera inexorable, en cualquier grupo u organización social, más o menos grande. La directora interpela al espectador, pues sabe que este ha asistido en su época de colegio a episodios similares, bien como abusador, bien como víctima, o acaso como cómplice silencioso, y le hace reflexionar sobre ello, le hace internarse en los laberintos de la memoria y de la culpa, como ese perturbador plano secuencia que aparece en la película, haciendo de hilo conductor, donde la cámara avanza, en silencio, por los pasillos desiertos de una escuela.
¿Qué pasaría si algún día la situación se invirtiese? Anna no habla de venganza, asegura que simplemente quiere que sus ex-compañeros sean conscientes de todo el daño que le hicieron, y así aprender de ello. Además, ¿por qué nadie la invitó a la reunión? Es interesante ver las reacciones de aquel grupo de tiernos escolares: algunos han madurado y se sienten avergonzados del episodio, incluso alguno pide disculpas; otros dicen que han olvidado, que no recuerdan; hay otros que reconocen los hechos y no sólo no se arrepienten sino que los justifican, y el espectador puede entrever cuál ha sido la evolución que han seguido sus vidas, y cómo se han engarzado perfectamente en esa élite de «guays» a la que parecían predestinados. Reacciones perfectamente humanas, como se ve, y que podrían ser extrapolables a colectivos más grandes, ¿no hay en la biografía de cualquier persona o en la historia de cualquier nación episodios más o menos lamentables y que siguen ahí, en nuestra memoria (individual o colectiva), regresan una y otra vez, y estamos condenados a gestionar esos recuerdos, a ratificar o a rectificar ciertos hechos, ciertas conductas, a asumir o a intentar olvidarlos, tal vez incluso pedir disculpas? Humana, y muy valiente, es también la reacción de la protagonista al enfrentarse a su pasado y a sus maltratadores.
La capacidad de Anna Odell para remover conciencias ya había quedado patente en su obra Unknown woman: 2009-349701, donde, tras fingir un estado psicótico en plena calle, fue ingresada en un hospital psiquiátrico de Estocolmo. La performance era su proyecto de graduación en la escuela de Bellas Artes de Estocolmo.


«GUMMO» - HARMONY KORINE

Publicado en larepublicacultural.es

Título original: Gummo
Director: Harmony Korine
Guión: Harmony Korine
Intérpretes: Linda Manz, Max Perlich, Jacob Reynolds, Chlöe Sevigny, Jacob Sewell, Nick Sutton, Lara Tosh, Carisa Bara
Fotografía: Jean-Yves Escoffier
Música: Randall Poster
Año: 1997
Duración: 89 min.
País: Estados Unidos
Productora: Fine Line Features / Independent Pictures




Gummo se desarrolla en Xenia (Ohio), una pequeña localidad que ha sido asolada por un devastador tornado. Quizá por ello, en Xenia, en Gummo, todo es feo, sucio, viejo, roto, decadente… La película prescinde de un hilo argumental: el espectador se asoma a momentos, a veces aparentemente banales (todo lo banal que puede ser cualquier existencia), de la vida de los personajes, mientras escucha la voz en off, rugosa y triste, del narrador. El azar, en forma de accidente meteorológico, ha cambiado el destino de los protagonistas, acaso para siempre, ha hecho que la tristeza y el nihilismo se instale en sus baqueteados hogares; de ahí que todo en la película sea feo. Sus personajes también son feos, están enfermos, tienen taras físicas… Los actores (que salvo excepciones son no profesionales) son gordos o escuálidos, albinos, negros enanos, deficientes mentales…, y se interpretan a sí mismos, en situaciones espontáneas y diálogos improvisados. Coquetean con el mundo del crimen, la prostitución, el tráfico de drogas… Pertenecen a una clase obrera vapuleada que malvive en esas casas destrozadas por el tornado, llenas de muebles rotos y de objetos y de basura por doquier. Estos seres, procedentes de familias desestructuradas de adultos fracasados, buscan alguna caricia, un poco de belleza que les haga escapar de su mundo sombrío. La mayoría de ellos son jóvenes (los pocos adultos que aparecen o a los que se hace alusión son personajes fracasados por una razón u otra), niños o adolescentes descamisados que se drogan, follan lo que pueden, u ocasionalmente dan rienda suelta a la violencia que llevan dentro. Es como si de alguna manera el destino los abocara a un fracaso similar al de sus padres, de ahí el rictus serio de Salomon, el protagonista adolescente incapaz de sonreír durante toda la película, que parece haber vislumbrado ya de qué va la vida.
La película transpira violencia, ya sea como juego, en forma de armas de juguete o a puño desnudo, o en violentos y blasfemos diálogos que imitan el lenguaje de las películas; o como violencia real: abusos sexuales, racismo, homofobia… La muerte, como culminación de toda violencia, también está presente en Gummo, sobrevolando la vida de los personajes: así esos gatos que son aniquilados a lo largo de toda la película (y que a veces son torturados); las constantes referencias —con fragmentos nerviosos de vídeos de aficionados o de película de diferente metraje— al tornado que asoló la localidad y aniquiló animales pero también personas; en la confesión suicida de un personaje nihilista, en la eutanasia, o en ese componente autodestructivo que parece habitar en el alma de todos los habitantes de Xenia… Afortunadamente, también hay en Gummo conversaciones o confesiones llenas de ingenuidad, incluso ternura. Con la banda sonora de la cinta ocurre otro tanto, es capaz de alternar momentos de rock metalero con la voz edulcorada de Roy Orbison cantando Crying.
Como se ve, la América que refleja la película no es precisamente la que sale en el habitual cine de Hollywood, sino que es la América real, la América sórdida que padecen muchos de sus habitantes. A pesar de todo, y en medio de la miseria y la fealdad de esos barrios pobres de Nashville en que se rodó el filme, se hace cierto lo que dice la voz en off: «La vida es hermosa… Llena de hermosura e ilusión… Si no fuera por eso, estarías muerto».
La cinta alterna momentos realistas con otros de cierto tono surrealista. Contiene algunas secuencias memorables, como esa en que Salomon, el protagonista, hace pesas delante de un espejo al ritmo del Like a Prayer de Madonna, o esa otra que tiene lugar en una bañera llena de agua oscura, en un cuarto de baño cutrísimo, donde Salomon toma un baño al mismo tiempo que se come unos espagueti que su madre acaba de servirle.
Gummo se rodó a lo largo de cuatro semanas en el verano de 1996. Es eso que llaman una película de culto, uno de esos filmes cuyos rendidos admiradores acuden a ver cada vez que se proyectan en una sala de cine, y donde, al terminar la proyección, no faltan los aplausos. Cosechó algunos premios: Premio FIPRESCI, del Festival de Venecia (1997), o el Premio Especial del Jurado en el Festival de Gijón (1998).


«ASIER Y YO» - AITOR y AMAIA MORENO


Publicado en www.larepublicacultural.es 

Título original: Asier ETA biok (Asier y yo)
Director: Aitor Merino, Amaia Merino
Guión: Aitor Merino, Amaia Merino
Año: 2013
Duración: 94 min.
País: España
Producción: Doxa Producciones

Asier y yo es una película dirigida por los hermanos Aitor y Amaia Merino, y rodada en euskera y en castellano. Cuenta la relación de amistad entre el militante de ETA Asier Aranguren Urroz y el actor Aitor Merino, narrada por este último y en primera persona. La historia se remonta hasta los años del colegio en Pamplona, donde ambos comparten pupitre e inquietudes comunes, y va recorriendo posteriormente la trayectoria, cada vez más divergente, de sus vidas: el joven Asier Aranguren es detenido por su insumisión al servicio militar, y se irá implicando cada vez más en la lucha política de la izquierda abertzale, mientras que Aitor Merino abandonará su Pamplona natal para ir a probar fortuna como actor en Madrid.
Es precisamente en Madrid, al otro lado de la trinchera, donde Aitor Merino entrará en contacto con nuevos amigos y nuevas opiniones sobre el siempre delicado tema del conflicto vasco-español, y su percepción del problema se irá enriqueciendo con nuevos matices. Pese a que la distancia física los aleja un poco más, el actor sigue teniendo todavía una visión romántica sobre la lucha política de su amigo.
Tras la desarticulación en Navarra de un comando de ETA, la prensa habla de Asier Aranguren Urroz como un miembro más de ETA (ha conseguido huir), lo que confunde aun más al actor narrador de la historia, quien se pregunta hasta qué punto es verdad lo que dicen los medios y, si es así, si la amistad que les une es más importante y debe prevalecer por encima de todo. La súbita desaparición del activista y su paso a la clandestinidad distanciará un poco más a ambos. Posteriormente, en 2003, el etarra Asier Aranguren será detenido en Francia y encerrado en una prisión en París, acusado de formar parte del «aparato de información» de ETA. Finalizada la condena en 2010, es expulsado de Francia y regresa a España, donde es recibido por familiares y amigos, incluido Aitor, que se ha comprado una cámara de vídeo para cubrir su llegada.
En Pamplona, Asier es recibido como un héroe. El relato deja de lado la reconstrucción del personaje a partir de las fotografías y los recuerdos de infancia y juventud para acercarse a la persona de carne y hueso, para convivir con él y con los suyos en su día a día (y grabarlo en vídeo), tratando de entender las razones que le llevaron a tomar su decisión. Impagable la secuencia de la cena familiar de nochevieja, donde Asier y su madre discuten «amistosamente» sobre la posibilidad o no de un Euskadi independiente y sobre la legitimidad del uso de las armas para lograrlo. ¿Qué puede empujar a un hombre —le espeta el activista a su madre— a apretar un gatillo contra otro hombre?
Mientras Aitor Merino va recomponiendo, junto a su improvisada mesa de montaje, el puzle de imágenes y de recuerdos, se interroga a sí mismo sobre los límites de la amistad. En el caso de que su amigo haya cometido delitos de sangre, ¿pueden seguir siendo amigos? Incluso llega a formularle esa pregunta a él, de manera velada, en una excursión que ambos realizan por el campo. El miembro de ETA elude la pregunta, hay cosas de las que de momento no debe hablar —arguye—, y se muestra absolutamente convencido de que hay ciertos fines que justifican los medios.
Si bien el protagonista de la película parece ser el activista, no es menos interesante el papel que juega el actor narrador, a medio camino entre dos mundos condenados a no entenderse. Desde su punto de vista, que puede ser el de cualquier otro ciudadano con sentido común y lo suficientemente liberado de prejuicios de un lado y del otro, Aitor Merino reflexiona sobre el fanatismo de las ideas y si es posible superar los odios que separan a ambos pueblos, sobre la pertinencia del recurso a la violencia, sobre cómo el hecho de coger algo implica necesariamente que otro pierda ese algo.
La historia concluye en enero de 2011, con el comunicado en que la banda terrorista ETA anuncia un alto el fuego «permanente, general y verificable».
El 2 de julio de 2012, Asier Aranguren participó en la presentación del «grupo de mediadores» del colectivo de presos formado por 25 personas, la mayoría antiguos miembros de ETA. 
Asier y yo recibió el premio de Mejor Película del Cine Vasco en la última edición del Festival de Cine de San Sebastián, celebrada en septiembre de 2013.
Recientemente, en enero de 2014, la Guardia Civil ha llevado a cabo registros y detenciones contra el supuesto aparato de coordinación de presos de ETA en el País Vasco y Navarra. Entre los detenidos se hallaba Asier Aranguren. 

«VENCIDXS» - AITOR FERNÁNDEZ

Publicado por Javier Serrano en larepublicacultural.es

EQUIPO TÉCNICO:
EN LA GRABACIÓN DE ENTREVISTAS
Producción: José M. Martín y Aitor Fernández
Imagen y sonido directo: José M. Martín, Tamara Camacho, Pablo Rogero, Beatriz Martín y Ana Blas
EN EL DOCUMENTAL
Guión: Pablo Rogero y Aitor Fernández
Montaje: Pablo Rogero
Música: Petaluda en Elm Street
Asesoramiento histórico: Alejandro Rodríguez
Grafismo: José M. Salmerón
Etalonaje: Javier Mosqueda
Postproducción de sonido: José Luis Canalejo
Producción y dirección: Aitor Fernández

Vencidxs es una película documental que, como su propio nombre indica, habla sobre derrotas: la derrota de los que perdieron la guerra civil española y la derrota de los que padecieron la posterior dictadura y represión. Vencidxs está construida a partir de entrevistas realizadas a 107 personas de edad provecta que cuentan lo que ellos vieron o sufrieron en sus propias carnes o en las de sus familiares y conocidos. Los testimonios abarcan un periodo que va desde la instauración de la segunda república, una “república tímida” como llega a decir uno de los entrevistados, hasta el momento actual. El espectador asiste a las confidencias (en castellano, vasco, catalán y gallego) de algunos de los componentes de este centenar variopinto de ancianos: milicianos, represaliados, enlaces, madres de niños robados, verdugos, exiliados, anarquistas, gudaris, sindicalistas, familiares de víctimas… A todos ellos les une su condición de víctimas (incluso aquellos a los que les tocó ejercer de victimarios) y las ganas de confesarse ante la cámara, como si llevaran mucho tiempo callados y de repente sintiesen la necesidad imperiosa de contarlo todo, conscientes de que no les queda mucho tiempo y hartos de guardar secretos que corren el riesgo de permanecer secretos para siempre. Saben que su tiempo se acaba y que otras generaciones han de tomar el testigo. La confesión ante la cámara actúa así de catarsis, de liberación; los entrevistados no buscan ya venganza —ha pasado el tiempo, demasiado tiempo, como revelan las fotos en blanco y negro de los rostros y de las manos de los protagonistas—, se conforman con un mínimo acto de reparación y con que se sigan buscando los restos de los desaparecidos (la cifra de desaparecidos que da el documental es de 113.000 y sitúa a España como segundo país en el mundo, después de Camboya).

Vencidxs no pretende ser «ecuánime» y ofrecer las opiniones de los entrevistados de un bando y otro; al contrario, Vencidxs se moja y toma partido por uno de los dos bandos, el de los vencidos y vencidas. Lo que opina la otra parte ya lo conocemos, es la postura (o impostura) que nos ofrecen a diario los noticieros, las tertulias y los parlamentos, y que impide que se pueda llevar a cabo un mínimo de justicia.

Como el tema de la película es duro, la tristeza de los testimonios se ve atemperada de vez en cuando por los comentarios jocosos de alguno de los entrevistados (como esa crítica que hace una de las participantes y que asegura que “esta democracia es un poco rara”). Y es que, con la caída del dictador Franco, todas las esperanzas que albergaban los vencidos se vieron pronto truncadas por culpa de aquella transacción que dio en llamarse “transición” (y que como no podía ser menos contó con la habitual “ley de amnistía” que se suele promulgar en estos casos y que hace tabla rasa con el pasado), y gracias a la cual los vencedores siguieron ocupando sus puestos a cambio de democracia y de una mayor libertad para la otra parte, y su versión de los hechos se impuso como la versión oficial, con la misma rotundidad con que un final feliz hace concluir un cuento infantil.

Cuando acaba la proyección en la Cineteca se suceden varias salvas de emocionados y prolongados aplausos entre el público, como si la audiencia pretendiera recompensar la valentía del equipo que ha hecho posible Vencidxs o como si con los aplausos se quisiera agradecer la pertinencia de esta película en un tiempo en que la denominada “ley de memoria histórica” es poco más que papel mojado.

Para la realización de Vencidxs han sido necesarios tres años y el apoyo de colectivos sociales y de asociaciones para la recuperación de memoria histórica, así como el uso del crowfunding. Independientemente de la difusión final que pueda tener el documental, el hecho es que esta película, tan triste como necesaria, aporta ya su granito de arena para crear un poco de conciencia entre los espectadores. Ha pasado un tiempo más que suficiente desde que acontecieron los hechos narrados en la película, de hecho algunos de los intervinientes ya no están entre nosotros para poder seguir contándolo y algunos de los verdugos tampoco. Son ya décadas sin que ningún juez español se haya atrevido a investigar la suerte de los desaparecidos (el juez Garzón lo intentó y le costó su carrera de juez “estrella”); ha tenido que ser la justicia argentina la que se haya decidido a indagar y a pedir la colaboración de la española, y hasta el propio Comité de Expertos contra las Desapariciones Forzadas (perteneciente a la ONU) ha instado al Estado español a investigar las desapariciones, incluso aunque no haya denuncia, pues como recuerda el Comité: los delitos de lesa humanidad nunca prescriben. La memoria tampoco.

Vencidxs forma parte de un proyecto transmedia y multilingüe que incluye además un libro fotográfico y una web-red social.

Link: vencidos.com

«NOSOTROS» DE ADOLFO DUFOUR

Publicado por Javier Serrano en

Guión: Adolfo Dufour y Pablo Mínguez
Intervienen: Francisco J. González, Pascual Fernández, Concepción Sánchez, Arancha Fernández, Noelia Fernández, Ramón Luján, Inmaculada Fonollosa, Juan Luis Torres, Aurora Garro, Adolfo Jiménez, Teodoro Miguel, Mª Del Carmen Martínez, Francisco Hernando, Valeriano Aragonés, Antonio Prada, Pedro Lara, José Luis Jiménez, Paco Gutiérrez, Noemí Pérez, José Luis Sampedro
Montaje: Berta Frías
Fotografía y cámara: Mariano Izquierdo y Pablo Mínguez
Sonido: Enrique González y Nerio Gutiérrez
Música original: Pablo Miyar
Coordinadora de Producción: Maite Ibáñez
Productora: New Atlantis
Contacto: vmendoza@newatlantis.net



La única lucha que se pierde es la que se abandona (Ernesto Che Guevara).

La historia de la empresa SINTEL tiene algo de leyenda, como de barco naufragado y desaparecido misteriosamente, de holandés errante condenado a vagar de manera incesante y que de vez en cuando aparece. Todo iba bien en Sistemas de Instalaciones de Telecomunicaciones, S.A. (SINTEL), una empresa española especializada en el montaje de sistemas de telefonía, perteneciente a Telefónica (empresa pública, por entonces), con una plantilla de entre 4.500 y 5.000 trabajadores, y que llegó a alcanzar una facturación máxima de 62.000 millones de pesetas. Su historia, más o menos feliz, comienza a torcerse a partir de las oscuras maniobras que acontecen a partir de 1996, momento en que SINTEL es vendida al grupo estadounidense MasTec Incorporated, propiedad de la familia Mas Canosa, por 4.900 millones de pesetas (algo menos de 30 millones de euros), y a partir de ahí, como el inicio de un pequeño cáncer que en su ineluctable camino hacia una metástasis total fuera devorando poco a poco las entrañas del cuerpo que lo aloja, los nuevos propietarios proceden al vaciamiento patrimonial, mediante complejas operaciones de ingeniería financiera a través de empresas filiales radicadas en paraísos fiscales, que conlleva la posterior quiebra decretada en 2001, con un déficit de 59,3 millones de euros, además de otros daños colaterales: 1.788 acreedores pendientes de cobro y 1.828 trabajadores en el paro. Serán los propios empleados de SINTEL, encabezados por un comité de empresa inasequible al desaliento, los encargados de defender sus derechos con propuestas tan originales como el “Campamento Esperanza”, instalado durante seis meses en el madrileño paseo de la Castellana, frente al Ministerio de Economía, que reunirá a 1.500 trabajadores llegados desde todo el país, consiguiendo así evitar la censura informativa que había sobre los medios de comunicación; o el encierro de las mujeres trabajadoras y esposas de los empleados en la también madrileña catedral de La Almudena. En 2001, los trabajadores en lucha alcanzan un acuerdo, con el beneplácito de los sindicatos, para desmontar el campamento a cambio de indemnizaciones económicas, prejubilaciones y la recolocación de varios cientos de empleados en otras empresas de Telefónica. Finalmente, de dicho acuerdo solo se cumplió la parte de las prejubilaciones.
Hasta aquí la historia oficial. La venta de SINTEL es como un déjà vu económico y perverso, donde se enriquecen unos y una gran mayoría se va al paro y de manera precaria. En cuanto a los gastos sociales ocasionados será el Estado, es decir los ciudadanos, los que pagarán los platos rotos; y eso por no hablar de los beneficios que una empresa rentable y saneada podría haber generado, o de la pérdida del control de sectores estratégicos. PeroNosotros habla también de la parte humana, de la intrahistoria, de las pequeñas historias que nunca llegan a aparecer impresas en los manuales de Historia, sin que por ello sean menos importantes o estén exentas de épica. Adolfo Dufour, el director, recurre a fragmentos de Las uvas de la ira, la novela publicada en 1939 por John Steinbeck, para ir tejiendo algo parecido a un hilo argumental.
Nosotros habla de sentimientos: sufrimiento, solidaridad, dignidad…, palabras estas que cotizan a la baja en nuestro mundo de burbujas. La solidaridad mostrada por los trabajadores entre ellos, sabedores de que nadie, salvo ellos mismos, les apoyará; y la solidaridad mostrada por personas desconocidas (y también algunas conocidas como el escritor y economista José Luis Sampedro o el Nobel José Saramago) que se acercan hasta los escenarios de la protesta para mostrar su apoyo moral a los implicados, a veces incluso con donativos de comida o de dinero. Esa solidaridad y el deseo de no rendirse se materializará, años más tarde, en proyectos como la Asociación SINTEL o la creación, por parte de los propios afectados, de una empresa, SINTRATEL, que dará trabajo a varios centenares de los extrabajadores, logrando conseguir beneficios sin ayudas del Gobierno y con el veto de Telefónica. Nosotrosdescribe el saqueo progresivo al que es sometida la empresa, pero también de otro saqueo menos perceptible, el expolio de las vidas de sus trabajadores (truncadas de un día para otro por culpa de oscuras y frías decisiones tomadas en algún despacho lejano). Nosotros habla de intemperie, de paro, de supervivencia, de incertidumbre, de sueños rotos y también de sueños frustrados, de desgaste moral y psicológico, de pérdida de autoestima, y de, en los casos más extremos, de suicidio. La lucha de los trabajadores de SINTEL es la lucha de siempre, la que describe Steinbeck en Las uvas de la ira, la que inspira tantas otras protestas que han sido, están siendo y serán, la que alimenta la acampada indignada en la Puerta del Sol y en otros lugares, desde la plaza Taksim hasta la tunecina Revolución de los Jazmines, pasando por la plaza Syntagma, el Zuccotti Park o las calles de Sâo Paulo y Río de Janeiro, la misma que afecta a los dos trabajadores que aparecen en el principio de la película, y que bien pudieran ser cualquiera de nosotros, conversando en un bar sobre cómo el paro ha afectado a sus vidas, partiéndolas quizá para siempre.
Nosotros es una película incómoda para muchos, pues habla del Estado entendido como una máquina compleja, tan invisible como demoledora en su funcionamiento, integrada por diferentes piezas, y cómo cada una de esas piezas intenta silenciar la injusticia del caso SINTEL: Telefónica, con una directiva capaz de vender de una manera torticera una empresa que genera beneficios; los sucesivos Gobiernos, con algunos de sus miembros sentados en esa directiva, que hacen la vista gorda (la decisión de vender es tomada en Semana Santa, por el Gobierno en funciones y con el Parlamento disuelto, en ese limbo político que conduce de Felipe González a José María Aznar) o que no se implican lo suficiente como para resolver el conflicto; los medios de comunicación, alimentados por empresas privadas (Telefónica entre otras) o sirviendo los intereses de uno u otro partido político, intentando ocultar la protesta o desvirtuando las reivindicaciones de los trabajadores; los sindicatos, o para ser más precisos las cúpulas sindicales y su connivencia velada con los negociadores del otro lado de la mesa… Si finalmente la historia del desmantelamiento de SINTEL no llega a caer en el olvido más absoluto (y vergonzoso) es porque falla uno de los elementos, el más débil, de la máquina: los trabajadores; ese puñado de irreductibles galos y su comité de empresa empeñados en que se haga un poco de justicia. Me pregunto qué habría pasado si ese comité de empresa se hubiera entregado a los cantos de sirena que les llegaban y hubieran traicionado a la plantilla. Afortunadamente, tal cosa no sucedió y Nosotros viene a demostrar que la dignidad todavía es posible.
El caso SINTEL llega hasta nuestros días, como la enésima aparición del siniestro holandés errante, cuando el conflicto parece haber alcanzado una resolución y la familia Mas Canosa se muestra dispuesta a abonar 35 millones de euros a sus extrabajadores y acreedores, que retirarán los cargos y se evitará así el juicio en la Audiencia Nacional. Desgraciadamente, gracias a la proverbial lentitud de la justicia española, algunos de los trabajadores no conocerán jamás la noticia, y muchos otros, la mayoría, se preguntarán, ¿mereció la pena?
Adolfo Dufour Andía, el director de Nosotros, ha dirigido también otros documentales, como Septiembre del 75, Viva la escuela moderna, entre otros. También ha trabajado en series como Ésta es mi tierra, Robinson, Los Frutos del Dorado, Paraísos cercanos, Memoria de España o Camino a casa.
Nosotros consiguió el Primer Premio al Mejor Largometraje Documental SEMINCI (2012), y tiene dos candidaturas a los Goya 2013, como Mejor Película y como Mejor Película Documental.
El asunto SINTEL ha sido llevado en numerosas ocasiones al cine: El Efecto Iguazú (Pere Joan Ventura, 2003),Alzados del suelo (Andrés Linares, 2003), La mano invisible (Isadora Guardia, 2003), y 200 Kilómetros (del colectivo Discusión14, 2004).


«THE GHOST OF PIRAMIDA» - ANDREAS KOEFOED

Publicado por Javier Serrano en larepublicacultural.es

Título: «The Ghost of Piramida» (2012)
Director: Andreas Koefoed
Intérpretes: Rasmus Stolberg, Mads Brauer, Casper Clausen
Música: Efterklang (Rasmus Stolberg, Mads Brauer, Casper Clausen)
País: Dinamarca
Producción: Andreas Koefoed
Duración: 57’

(Para escuchar el disco «Piramida» de Efterklang pulsar aquí: «Piramida»)

            Piramida fue un pueblo levantado en la isla de Spitsbergen, en algún lugar del norte de Rusia, a unos 1.000 kilómetros del Polo Norte. Hasta allí se trasladaron cientos de hombres y mujeres con el objeto de extraer el carbón de las entrañas de la tierra. Alexander no solo fue uno de aquellos pioneros: también rodó películas que ilustran cómo era la vida en aquella colonia.
            «Últimamente he esto viviendo en silencio», así comienza su relato Alexander. A través de su voz en off (en ruso) y de las imágenes en blanco y negro rodadas por él mismo, nos habla del pasado, de ese fantasma con el que estamos obligados a convivir, de aquellos hombres y mujeres que se marcharon a vivir a la floreciente Piramida y que consiguieron sobreponerse a la adversidad y a la dura climatología, en medio de inviernos de oscuridad total y de veranos deslumbrantes, formando una utopía más o menos feliz y autosuficiente, amenazada únicamente por la visita ocasional de algún oso polar. Al menos, así era en un principio…
            Las imágenes del director danés Andreas Koefoed nos muestran el periplo de Mads, Casper and Rasmus, los tres miembros del grupo danés Efterklang, durante sus nueve días de estancia en Piramida. La banda se ha trasladado hasta allí con la intención de grabar sonidos procedentes del lugar, creando así una suerte de paisaje sonoro que recoja el espíritu de aquellos hombres y mujeres y del sueño que persiguieron.
            En la actualidad, Piramida está habitada por un solo hombre, un ruso silencioso y de carácter ríspido, acaso otro fantasma más como el que da título a la cinta, armado siempre de un fusil y temeroso de la posible aparición de un oso polar. Este hombre, forzosamente acostumbrado a vivir en soledad, será el improvisado guía de Efterklang durante su estancia. Junto a él y protegidos por su arma, los miembros del grupo recorrerán el paisaje surreal de esta ciudad fantasma, bañada por el agua gélida que entra en el Billefjorden y dormida a las faldas de la imponente mole de su montaña piramidal.
            Definitivamente y ante la impasible mirada de un busto de Lenin, el tiempo se ha detenido en Piramida. Los sueños de sus antiguos habitantes parecen flotar todavía en el aire, impregnando la madera de las barracas. Eran los tiempos en que eran felices, antes de la tragedia y de que llegase la Perestroika.
            Los componentes de Efterklang, mientras deambulan por el interior de edificios abandonados comunicados entre sí por tuberías metálicas a modo de arterias, parecen preguntarse ¿cómo es la vida de un pueblo cuando ya no está su gente?, ¿puede haber vida? Mads, Casper and Rasmus soplan en el interior de botellas vacías intentando arrancar sonidos sugerentes, percuten con sus baquetas y mazas sobre toda superficie de metal que se pone a su alcance, rozan con sus manos el lomo de viejos expedientes y luego los arrojan contra el suelo, graban el sonido de sus propios pasos sobre la helada tierra… buscan cualquier sonido que pueda servir de inspiración para el que ha de ser su cuarto disco (que se llamará precisamente Piramida y que será su primer disco con formación de trío) y susceptible de ser incorporado a él como una suerte de psicofonía.
            The ghost of Piramida intercala oportunamente los recuerdos en blanco y negro de Alexander entre las imágenes actuales, rodadas en color por Andreas Koefoed, utilizando como banda sonora la música del propio grupo.
            El documental dura 57 minutos y fue premiado en noviembre de 2012 en el IDFA de Amsterdam, el más importante festival de cine documental.



«SHAME» - STEVE MCQUEEN

Publicado por Javier Serrano en larepublicacultural.es

Título original: Shame (2011)
Dirección: Steve McQueen
Guión: Steve McQueen, Abi Morgan
Intérpretes: Michael Fassbender, Carey Mulligan, James Badge Dale, Nicole Beharie, Jake Richard Siciliano, Hannah Ware, Alex Manette, Chris Miskiewicz, Jay Ferraro, Anna Rose Hopkins, Eric Miller
Fotografía: Sean Bobbitt
Música: Harry Escott
Duración: 99’
País: Gran Bretaña
Producción: Film4 / UK Film Council / See-Saw Films


Brandon (Michael Fassbender) es un hombre de unos treinta años que vive en un pequeño apartamento de Nueva York. Gusta a las mujeres, tiene un buen puesto de trabajo y goza de un cierto poder adquisitivo, motivos más que suficientes, al menos a primera vista, para ser feliz. Y, sin embargo, la vida de Brandon, dentro de esa discreta y cotidiana “normalidad”, es de todo menos normal. La obsesión que siente por el sexo le lleva a acumular megabytes de pornografía en el disco duro del ordenador de su oficina, a hacérselo regularmente con putas, a todo lo que implique sexo sucio, a tener que masturbarse en cualquier sitio…
Su existencia se complica con la llegada de su hermana Sissy (Carey Mulligan) y toda la carga de recuerdos que ello implica. Durante un tiempo, ambos vivirán juntos en el apartamento de Brandon, un apartamento que por momentos parece estar volviéndose más pequeño y con una atmósfera cada vez más claustrofóbica. Una sombra oscura e incestuosa planea sobre sus vidas; «No somos malos —dice Sissy a su hermano—, venimos de un sitio malo». A través de los diálogos que mantienen, intuimos que hay algo que ambos ocultan y que han intentado, cada uno a su modo, sobrellevar de la mejor manera posible, volviéndose seres solitarios, incapaces de cualquier compromiso sentimental.
Como canta Sissy una noche en un club (haciendo una versión del New York New York que cantara Frank Sinatra), en uno de los momentos claves de la película: «Voy a hacer un nuevo comienzo en la vieja New York»; como si fuera posible cambiar de vida al cambiar de ciudad, como si esa pesada losa llamada pasado pudiera desaparecer alguna vez.


Otro de los protagonistas de la película es la ciudad de Nueva York (como ha ocurrido en tantas películas). Una ciudad hermosa y donde aparentemente todo funciona de una manera perfecta, mientras que al mismo tiempo y por debajo de ella, en el subsuelo, existe una segunda ciudad que nunca duerme (una suerte de subconsciente de lo que acontece sobre la superficie), trufada de hombres y mujeres solitarios que viajan a diario en el metro, cansados. ¿Cuántos de los habitantes de Nueva York (o de cualquier otra metrópoli) guardan secretos tan turbios como los de esa pareja de hermanos que parece sacada de un cuento infantil, a punto siempre de sucumbir y de ser devorados por un monstruo enorme y horrible? ¿Cuántas de esas almas en pena ocultan una existencia paralela y oscura?
El director británico, Steve McQueen, opta a menudo por los planos secuencias, por los planos de larga duración o por los primeros planos; lo que, gracias a la no interrupción del desarrollo dramático de la acción y arropado por una excelente interpretación de los actores, permite al espectador meterse en la piel de estos. Es así como comprendemos que Brandon no es un mero obseso sexual, sino alguien que ha sufrido un daño irreparable y para el que el sexo, en su versión más perversa y deshumanizada, es su particular manera de castigarse y de tratar de superar su sentimiento de culpabilidad, en un incesante (e inútil) intento por redimirse.
La banda sonora que acompaña a Shame también es magnífica, tan hermosa como perturbadora al mismo tiempo. Está compuesta por Harry Escott e incluye temas de Glenn Gould (y sus inevitables Goldberg Variations), John Coltrane, Chet Baker, así como un homenaje al New York New York del cantante Frank Sinatra.
Otras películas de Steve McQueen: Static (2009), Hunger (2008), Exodus (1997) y Bear (1993).




«AMOUR» - MICHAEL HANEKE

Publicado por Javier Serrano en www.larepublicacultural.es


Título original: Amour (Love), 2012
Dirección y guión: Michael Haneke
Intérpretes: Jean-Louis Trintignant, Emmanuelle Riva, Isabelle Huppert, William Shimell, Ramón Agirre, Rita Blanco, Alexandre Tharaud, Laurent Capelluto, Carole Franck, Dinara Droukarova
Fotografía: Darius Khondji
Música: Franz Schubert, Ludwig Van Beethoven, Johann Sebastian Bach
Duración: 127’
País: Austria
Productora: Coproducción Francia-Alemania-Austria; Les Films du Losange / X-Filme Creative Pool / Wega Film / France 3 cinéma / ARD degeto / Bayerischer Rundfunk / Westdeutscher Rundfunk / Canal + / France télévisions



La multipremiada última película de Michael Haneke es, en apariencia, sencilla: en París, una pareja de ancianos de clase media-alta, George y Anne (Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva), ambos pianistas retirados, vive sus últimos años bajo el peso de la confortable rutina propia de su edad: comen, duermen, hacen la compra, van a conciertos… (estas acciones ocuparán una parte importante de la cinta), siempre juntos, tratando de prolongar en lo cotidiano de estas actividades lo que queda del amor que les une. Mientras tanto, la vela sigue quemándose, en su avance inexorable hacia la nada. Cierto día, un pequeño incidente pone en evidencia, para ambos, eso que siempre habían intentado postergar: el principio del fin; es la primera señal del mal creciendo en el interior de ella.
Tras el paso de Anne por un hospital, la vida de la pareja cambia de un día para otro: ahora hay una persona que no puede valerse por sí misma y otra persona, su marido, que hará todo lo posible para cuidarla. Anne le hace prometer que jamás volverá a llevarla a un hospital.
La incapacidad física de la anciana continúa su avance sutil pero inexorable, terminando por recluir a ambos en su propia casa, cargada de recuerdos por todas partes y convertida ahora en cárcel. Es hora de tirar de las palabras amables, de los álbumes de fotos, de los recuerdos de una vida que, son conscientes ahora más que nunca, comienza a desdibujarse. Siguen comiendo, durmiendo juntos, tratando cada uno de autoconvencerse (y de convencer al otro) de que todo sigue igual, intentando obviar que han perdido el interés por la vida y hasta la noción del tiempo.
Los contactos con el exterior se van reduciendo a lo estrictamente imprescindible, incluidas las visitas de su propia hija (Isabelle Huppert), incapaz de contemplar el deterioro progresivo de su madre. La hija rememora cuando era cría y escuchaba el ruido que hacían sus padres al hacer el amor: eso le tranquilizaba, le hacía saber que todo estaba bien; le confiesa al padre y luego le sugiere internar a su madre en una residencia. George se opone, está decidido a aguantar hasta el final y de la manera más digna posible.
Dignidad. Quizá sea este el tema principal de Amour, incluso por encima de la enfermedad y de la muerte. ¿Cuánto se ha de prolongar la vida de un enfermo para que consideremos que ya no vale la pena alargarla más? ¿Acaso existe la posibilidad de que una muerte sea digna?
La química y la complicidad que hay entre esa pareja de octogenarios decadentes compuesta por Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva, ambos con una interpretación magistral, hace que el drama resulte perfectamente creíble, sin necesidad de alharacas ni de trampas en el guión: lo que nos muestra Haneke en esos interminables planos fijos no es otra cosa que la vida en su camino hacia la muerte.
Las películas del director austriaco no ofrecen respuestas, se limitan a plantear (de una manera deliberadamente fría, clínica) situaciones, conflictos que podrían ocurrirnos (si no lo han hecho ya) a cada uno de nosotros. En el caso de Amour el dilema se dibuja ante la cercanía de la muerte. Es el espectador el que al entrar en el juego de Haneke y de sus personajes hace suyo el problema, se ve salpicado por el drama y no le queda más remedio que implicarse, tratando de buscar sus propias respuestas. Tal vez esa sea la razón por la que el cine de Haneke resulta perturbador (algo parecido a lo que ocurre con las películas de Lars Von Trier, otro de los próceres del cine europeo actual): uno no pueda quedarse al margen. Poco que ver con el cine convencional y su tendencia más bien escapista, «la labor del arte es enfrentarnos a cosas que la industria del entretenimiento a menudo mantiene ocultas», en palabras del director austriaco.
Amour ha recibido la Palma de Oro en Cannes y los Premios de la Academia de Cine Europea a Mejor Película, Mejor Director, Mejor Actor y Mejor Actriz; competirá por el Óscar a la Mejor Película Extranjera.

«NOSTALGIA DE LA LUZ» - PATRICIO GUZMÁN


Publicado por Javier Serrano en La República Cultural

Título original: Nostalgia de la luz, 2010
Guión y dirección: Patricio Guzmán
Producción: Renate Sachse
Fotografía y cámara: Katell Djian
Sonido directo: Freddy González
Música original: Miranda & Tobar
Productora: Blinker Filmproduktion / WDR / Cronomedia / Atacama Productions
Duración: 90’



El documental Nostalgia de la luz nos traslada al desierto de Atacama. Es aquí, a tres mil metros de altura, en estas condiciones extremas de sequedad del suelo y claridad del cielo, donde el chileno Patricio Guzmán (autor de películas como La batalla de Chile, El caso Pinochet Salvador Allende, entre otras), sitúa su poema visual. Y lo hace a partir de un eje medular: el pasado y la necesidad de la memoria. “Yo creo que la memoria tiene fuerza de gravedad. Siempre nos atrae”, en palabras de Guzmán.
La voz pausada, en off, del cineasta acompaña a las imágenes, sobrevolando la superficie de aspecto lunar del desierto de Atacama, entremezclando las diversas tramas de la película. Por un lado están los científicos: astrónomos mirando al cielo, observando los mensajes que los astros envían desde el pasado y que tardan años antes de ser recibidos en el presente, si es que, como dice Gaspar, uno de los astrónomos, el presente existe; o geólogos como Lautaro, mirando a la tierra, arrancándole sucesivas capas de la epidermis con la intención de averiguar algo sobre sus pasados precolombinos, y topándose con momias, cuerpos de exploradores y de mineros, y restos óseos de los prisioneros políticos de la dictadura.
Como es arriba, es abajo; como es abajo, es arriba”, dice el Kabylión. Polvo del cosmos y polvo del suelo. Como se ve, el trabajo de esas dos ramas de la ciencia no es tan diferente y ambas trabajan con una materia prima llamada pasado.
Como el propio director confiesa, su pasión por la astronomía no es otra cosa que nostalgia por el mundo de su infancia, por la inocencia de aquel Chile previo a la llegada de Pinochet, cuando el universo entero cabía en su bolsillo.
Hubo un tiempo en que en medio de la inmensa nada de Atacama estuvo Cachabuco, el campo de concentración más grande de la dictadura. Cientos de represaliados dieron con sus huesos allí, fueron recluidos en celdas que habían sido las casas de aquellos mineros que allá por el siglo XIX horadaban la tierra, en un régimen casi esclavista, para arrancarle sus tesoros. A falta de una mejor manera de hacer más llevadero su encierro, algunos de esos reclusos, como Luis, se entretienen mirando las constelaciones del cielo. Sus cuerpos están en tierra, confinados, pero sus almas vuelan libres, al menos durante la noche. Quizá por ello, los represores terminan por prohibir cualquier actividad relacionada con la observación.
También está el caso de Miguel, el prisionero empeñado en memorizar el aspecto físico de aquellas cárceles, elaborando para ello un plano mental que quedará grabado en su cerebro y que años más tarde, con los campos ya desmantelados y con su esposa enferma de Alzheimer, ayudará a reconstruir la verdad.
Y luego están las mujeres. Frente a la razón, el corazón. Como Valentina, esa joven astrónoma cuyos padres fueron secuestrados cuando ella era una niña, que en la observación del cielo encuentra un motivo para seguir viviendo. O viudas, como Victoria o Violeta, que perdieron a sus hombres, encerrados o enterrados en algún lugar de Atacama, y que se obstinan en seguir buscando sus restos. Vagan, como almas en pena, por la superficie pedregosa del desierto, con la mirada puesta en el suelo, atentas a cualquier objeto que llame su atención y que pueda ser el diminuto fragmento de algún ser querido. ¿Llegarán a encontrarlos? Patricio Guzmán, el director, asegura en el coloquio posterior a la película que la tarea es lenta, como los mecanismos con que se desplazan los telescopios, esos ojos descomunales que se asoman al vértigo de la noche.
Finalmente, corazón y razón terminan por juntarse, y los hombres de ciencia se encuentran con las mujeres que buscan a sus desaparecidos. Ocurre, como no podía ser de otro modo, frente a un telescopio; al fin y al cabo, el calcio que está en esas constelaciones situadas a millones de años es el mismo que queda entre los huesos de los desaparecidos.
La voz y las imágenes de Guzmán, capaces de mezclar poesía, metafísica, compromiso político y rigor científico, consiguen, con la tenacidad propia de ese viento que ulula y azota el desierto, su objetivo: incrustarse en la memoria del espectador. “Los que tienen memoria son capaces de vivir en el frágil tiempo presente. Los que no la tienen no viven en ninguna parte”.


«THE BALLAD OF GENESIS AND LADY JAYE» - MARIE LOSIER


Publicado por Javier Serrano en La República Cultural

Título original: The ballad of Genesis and Lady Jaye (2011)
Dirección: Marie Losier
Guión: Marie Losier
Intérpretes: Genesis Breyer P-Orridge, Lady Jaye Breyer P-Orridge
Fotografía: Marie Losier
Música: Bryin Dall, PTV 3, Edward O Dowd et Genesis Breyer P-Orridge
Duración: 72´
Producción: Martin Marquet, Marie Losier
País: EE.UU.


La balada de Genesis y Lady Jaye es un documental de la francesa Marie Losier que describe, a lo largo de siete años, la relación sentimental y artística entre el músico, escritor y performer británico, Genesis Breyer P-Orridge y Lady Jaye, escritora y dominátrix.

La película está narrada, en su mayor parte, a través de la mirada y de la voz en off de Genesis. El artista habla de ciertos episodios oscuros de su infancia y de sus comienzos en el mundo de la música. La obra musical de Genesis está muy influida por la técnica de los cut-ups de William S. Burroughs y Brion Gysin (y antes de Tristan Tzara): tomar fragmentos pequeños (samples) de otras obras y unirlos de manera aleatoria hasta conformar una nueva obra.

Genesis fue fundador del colectivo artístico COUM Transmissions, y miembro de bandas provocadoras e innovadoras, como Throbbing Gristle o Psychic TV.

Su poco común ciclo vital experimenta un giro inesperado el día en que se topa, en una sesión de dominación sadomasoquista, con Lady Jaye, una mujer atractiva de silueta estilizada, pelo platino y enfundada en cuero.

Tras el encuentro, inician una relación sentimental que es toda una epifanía para ambos. Comienzan a cuestionarse el sentido de sus cuerpos (esas «maletas de carne») y con ello, su identidad. Lady Jaye lo anima a vestirse de mujer, intercambian sus roles hasta el punto de que en su boda aparecen con los trajes cambiados: Genesis de novia vestida de blanco y Lady Jaye de negro.

El amor entre ellos es tan intenso que sus diferentes personalidades van convergiendo, aproximándose hasta formar una sola entidad, separada, muy a su pesar, en dos mitades que lucen el mismo peinado y un idéntico estilo de vestir. No quieren tener hijos, eso sería hacer una mezcla de ambos, prefieren ser «uno». Y es justamente ahí donde la cirugía acude en ayuda de ellos (¿ellas?): ambos se irán sometiendo a operaciones quirúrgicas (en el pecho, en la cara) que buscan hacer dos cuerpos exactamente iguales, difuminando su identidad, su individualidad, y profundizando en su proceso de pandroginia.

Lady Jaye &  Genesis P-Orridge


En La balada de Genesis y Lady Jaye asistimos a escenas cotidianas de la vida de la pareja. Vemos cómo Genesis cocina o cómo limpia la casa vestida de lencería (haciendo así más grata la tarea), escuchamos sus bromas, conocemos a sus amigos, nos colamos en el backstage y en los conciertos del grupo Psychic TV, del que, como no podía ser de otra manera, Lady Jaye y sus samples acabarán formando parte. Vemos también otras imágenes, tomadas de películas de formato casero, en las que aparecen Caresse y Genesse, las dos hijas que Genesis tuvo con su anterior esposa.

En lo formal, la directora también opta por la técnica de los cut-ups, con nerviosos planos breves que alternan imágenes de archivo y de películas caseras con secuencias rodadas al estilo imaginativo, onírico y lleno de color, de los primeros video-clips.

La película fue rodada en 16 milímetros con una cámara Bolex, por lo que el formato de proyección es casi cuadrado.

La balada de Genesis y Lady Jaye se está proyectando en los cines Golem de Madrid, dentro del Festival 4+1, cuya programación tiene lugar, simultáneamente, en salas de cine de cinco ciudades (Bogotá, Buenos Aires, Ciudad de México, Río de Janeiro y Madrid) y a través de internet. Del 21 al 25 de noviembre.

«REALITY» - MATTEO GARRONE

Publicado por Javier Serrano en La República Cultural





Director: Matteo Garrone
Guión: Massimo Gaudioso, Matteo Garrone, Maurizio Braucci, Ugo Chiti
Intérpretes: Aniello Arena, Loredana Simioli, Nando Paone, Nello Iorio, Nunzia Schiano, Rosaria D’Urso, Giuseppina Cervizzi, Claudia Gerini, Raffaele Ferrante, Paola Minaccioni, Ciro Petrone, Salvatore Misticone, Vincenzo Riccio, Martina Graziuso, Alessandra Scognamillo
Fotografía: Marco Onorato
Música: Alexandre Desplat
País: Francia, Italia, 2012
Productora: Archimede, Fandango, Rai Cinema, Campania Film Commission, Le Pacte
Duración: 110’

Luciano (Aniello Arena) es un modesto pescadero de Nápoles, un personaje bonachón y con querencia al disfraz, querido por su familia y apreciado por esa otra familia que son los habitantes de su destartalado barrio. Para complementar su magro sueldo, él y su mujer, María (Loredana Simioli), venden, de manera clandestina, robots para hacer todo tipo de comidas en casa. Sin pretenderlo, Luciano se presenta al casting de Grande Fratello (el Gran Hermano italiano), y es a partir de este momento cuando su vida cambia y comienza a seguir un curso extraño.

Reality es una fábula que gira en torno a la posibilidad de conseguir los sueños a través de la televisión. Matteo Garrone (el director de Gomorra, la adaptación al cine del libro de Roberto Saviano del mismo título) nos habla de dos mundos paralelos: el de la Realidad, esa realidad de proletarios obesos de la periferia (la decadente Nápoles, para ser más precisos), que vive pendiente de la televisión; y la Reality, esa otra realidad tan idílica como irreal, la de las bodas con invitados engalanados, la de la capital, la que sale en la televisión, en su publicidad y en sus programas de telerrealidad, preñada de triunfadores y de cuerpos esculturales, admirada por la otra Realidad, la auténtica.

Reality describe el intento de Luciano por pasar de un mundo a otro y las consecuencias que eso acarreará para él y su familia. Dicho paso es difícil pero no imposible, como demuestra Enzo, ese otro personaje histriónico que se pasa la vida recomendando Never give up a todo el mundo, y cuya estancia en Gran Hermano ha elevado hasta la categoría de ídolo nacional. En un entorno tan cerrado como el del protagonista, el éxito o el fracaso de su empresa no es solo suyo: es el de todo el grupo.

La moraleja del final abierto podría ser esta: ¿cuál de esos dos mundos es más “real”? ¿En cuál de los dos está Luciano?

El costumbrismo de la película se refleja en el acento napolitano y la vivacidad de los diálogos, la omnipresencia de la Iglesia y de la familia (en cuyo seno son tomadas las decisiones que conciernen al grupo), el clientelismo local…

Reality recuerda a esas otras comedias de reparto coral del neorrealismo italiano, repletas de personajes inolvidables y protagonizada por un actor dotado de una exacerbada vis cómica. En este caso, ese actor es Aniello Arena y su magistral interpretación hace creíble la progresiva pérdida de la razón del personaje. La historia que desarrolla la película guarda cierto paralelismo con la del propio Arena, un interno de la cárcel de alta seguridad de Volterra (Italia) devenido actor tras su ingreso en el grupo teatral de la prisión, la Compagnia della Fortezza.

Reality está rodada con una cámara que jamás está quieta, ya sea dispuesta en una grúa o en un helicóptero, haciendo planos secuencia llenos de personajes o en nerviosos planos tomados cámara al hombro, imprimiendo así un ritmo rápido a una cinta en la que a menudo los personajes hablan todos a la vez o dos conversaciones tienen lugar al mismo tiempo.

Espectaculares los dos plano aéreos, el que abre y el que cierra la cinta, uno de acercamiento hacia la “realidad” de Nápoles y el otro de alejamiento de la “reality” de un plató de televisión en Roma.

Reality obtuvo el Gran Premio en la 65 edición del Festival de cine de Cannes.

"EUROPE IS GOOD?: BLOQUEADOS EN MARRUECOS" - JAVI VALDEZATE


Publicado por Javier Serrano en La República Cultural



Título original: Europe is Good?: Bloqueados en Marruecos
Guión y dirección: Javi Valdezate
Género: documental
Imagen: Juan Valdezate, Anna Surinyach, Javi Valdezate
Año: 2010
Duración: 55´
País: España
Producción: Grupo in-falibles / lemigrant
Web oficial: Europe is good? Bloqueados en Marruecos




Película documental que trata el tema de la emigración africana en su periplo hacia su particular y mitificado El Dorado: Europa.

En concreto, se centra en la ruta que atraviesa el Sahel y que tiene su inicio en Gao (Mali) y Agadez (Níger), puerta de entrada hacia el desierto del Sahara. Es allí donde hombres y mujeres, provenientes de otros países africanos, principian su particular y miserable odisea en dirección a Tamanrasset. En su viaje, en su huida, habrán de sortear traficantes de drogas, de armas y de mujeres, bandidos y terroristas de Al Kaeda. Se cruzarán con otros hombres oscuros que, como ellos, también viajan. Lo hacen cabizbajos y en dirección contraria: vienen de Europa. Con la esperanza todavía intacta y guiados por un guide al que previamente han pagado, continuarán con su periplo. Si el desierto del Sáhara es indulgente, esos migrantes arribarán a Maghnia, en la frontera con Marruecos. Será aquí, y en la vecina ciudad de Ouhjda, al otro lado de la frontera, en Marruecos, más conocida como el Cementerio, donde los nómades se enfrenten con los primeros impasses. Sin apenas dinero y a la espera siempre del momento oportuno para dar el salto, entran en contacto con las mafias de los tranquilos, guetos controlados con mano de hierro por los chairmans y sus secuaces, o bien se instalan en el bosque, en infraviviendas miserables.

Varados en estos no-lugares, donde el regreso es casi tan difícil como el avance, varias posibilidades se les ofrecen ahora, dependiendo del dinero que consigan reunir o de su grado de desesperación: echarse al mar en pateras o zódiacs e intentar cruzar el Estrecho; colarse en Ceuta o Melilla; o marchar a Rabat y Casablanca e intentarlo desde allí.

El tránsito, que en principio se estimaba que sería breve, no tarda en devenir en una situación kafkiana de varios años de espera, malviviendo acosados por los gendarmes y los mafiosos, contando con la ayuda puntual de voluntarios y ONGs. La situación se agravó a partir del año 2005, cuando los asaltos a la vallas fronterizas empujaron a las autoridades a fortificar aún más la frontera que separa el norte del sur.

En el caso de las mujeres, la situación tiene siempre un extra de dureza: si desean sobrevivir en este mundo de hombres habrán de utilizar, quieran o no, su cuerpo como moneda de cambio. En el caso de que consigan cruzar el Estrecho, no tardarán en comprobar que en Europa su situación no es muy diferente. Además, y tanto para ellas como para ellos, pisar suelo europeo no implica estabilidad ni papeles: en cualquier momento podrán ser deportados y vuelta a empezar, como si de un desafortunado Sísifo de piel oscura se tratara.

El drama está contado en primera persona por algunos de sus protagonistas, además de ofrecer el testimonio de colaboradores (Médicos Sin Fronteras y otros) y del periodista Pepe Naranjo, especializado en flujos migratorios.

Los beneficios que se puedan conseguir con el documental irán destinados a los proyectos de Lemigrant en el norte de África.


"LAS COSAS" - GEORGES PEREC


Publicado por Javier Serrano en La República Cultural

Título: Las cosas. Una historia de los años sesenta
Autor: Georges Perec
Traducción: Josep Escué
Editorial: Anagrama
Primera edición: 1992
Formato: 13 x20 cm. 158 páginas
ISBN: 978-84-339-1183-X


Las Cosas es el retrato de la pareja protagonista, Jérôme y Sylvie, durante la primera mitad de la década de los 60 en París, en un mundo que promete pero que no da nada, o muy poco. Sylvie y Jérôme, una pareja de veinteañeros psicosociólogos (esto es, entrevistadores armados de cuestionarios con preguntas sobre temas peregrinos), pequeñoburgueses, ni ricos ni pobres, que luchan denodadamente por hacerse ricos lo más pronto posible, por ocupar un lugar (siempre por encima del que realmente ocupan) que una y otra vez se les esfuma.
En el mundo material en el que se enmarca la novela (que podría ser perfectamente nuestro mundo actual y en declive) uno se define por aquello que posee. Es por ello que el autor describe, con frecuencia a través de interminables series de objetos, las cosas que los protagonistas desearían tener, contraponiéndolas a las que realmente tienen; brecha irresoluble, origen de su eterna infelicidad.
El mundo de Jérôme y Sylvie se reduce a un pequeño apartamento de 35 metros cuadrados, atestado de cosas, libros, discos, muebles, que amenazan con asfixiar a la pareja, mucho más todavía cuando se enfadan entre sí (cada vez que la realidad les pone los pies en el suelo) y los silencios se llenan de rencor.
En sus ratos libres el par de flâneurs “lonchafinistas” pasea por las calles de París, a menudo por la noche cuando las tiendas están cerradas, y observan embelesados lo que esas tiendas pueden ofrecerles para cuando sean ricos, sintiendo una especial atracción por las tiendas de antigüedades y por todo lo que huela a inglés.
Al igual que ellos, el grupo de amigos que les rodea comparte inquietudes comunes: la afición por las películas, las ocasionales borracheras, alguna que otra comida, momentos que bordean la pobreza… De hecho, esos amigos también se hallan inmersos en un dilema similar, que al final no es otro que la elección entre libertad y riqueza. Y la riqueza exige el peaje previo del trabajo, “quien no trabaja no come, es cierto, pero quien trabaja deja de vivir”. Sucede que a menudo es el paso del tiempo, inexorable en su erosión de todo entusiasmo, el que tiende a resolver la encrucijada.
Las cosas, aparte de retrato generacional, es también todo un alegato en contra del consumismo. En palabras de Perec: “En el mundo en que vivían, era casi de rigor desear siempre más de lo que se podía adquirir. No eran ellos quienes lo habían decretado; era una ley de la civilización, una situación real de la que la publicidad en general, las revistas, el arte de los escaparates, el espectáculo de la calle, y hasta, en cierto aspecto, el conjunto de las producciones llamadas comúnmente culturales, eran las expresiones más normales”.
Como se ve (y a pesar de que la novela vio la luz en 1965), el mensaje deLas cosas no solo no ha perdido vigencia sino que en algunos momentos parece anticipar acontecimientos futuros: “El enemigo era invisible. O, mejor dicho, estaba en ellos, los había podrido, gangrenado, destrozado. Eran los que pagan el pato. Criaturas dóciles, fieles reflejos del mundo que se mofaba de ellas. Estaban hundidos hasta el cuello en una tarta de la que sólo obtendrían las migajas”. ¿Les suena?
Les choses. Une histoire des années soixante consiguió el premio Renaudot. En cuanto a Georges Perec, qué decir de este factótum de pelo y barba heteróclita: ensayista, dramaturgo, guionista de cine, poeta, miembro de OuLiPo (Ouvroir de Littérature Potentielle), traductor, creador de crucigramas…
Otras obras: La vida instrucciones de usoLa desaparición, novela de intriga donde no aparece la letra E; Je me souviens, libro que reúne “Me acuerdos” en la línea de Joe Brainard; entre otras.