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ENTRE PARÉNTESIS (1) - "Sevilla me mata" - Roberto Bolaño


En el volumen "Entre paréntesis" (Edit. Anagrama, 2004), publicado después de su muerte, se recogen algunos textos de Bolaño: entrevistas, discursos, artículos..., algunos de los cuales tienen indudable interés para todos sus seguidores, entre los que me incluyo.

Lo que sigue está extraído de la pág. 311 y es uno de esos textos, en concreto, el discurso inacabado que Roberto Bolaño se proponía leer en su intervención del I Encuentro de Escritores Latinoamericano, organizado por la editorial Seix Barral y celebrado en Sevilla el mes de junio de 2003. Bolaño leyó finalmente el texto "Los mitos de Chtulhu", leído anteriormente durante el curso que le dedicó la "Cátedra de las Américas" (Institut Català de Cooperació Iberoamericana de Barcelona) en noviembre de 2002. El texto está recogido en el volumen Palabra de América (Barcelona, Seix Barral, 2003, pp. 17-21), donde se reúnen las ponencias de los doce participantes en el encuentro. Roberto Bolaño moriría no mucho después, el 15 de julio de 2003.

El discurso, posteriormente, no estuvo exento de polémica, como suele ser habitual con las palabras de Roberto Bolaño, con las que no sabe uno a qué atenerse, y capaces de granjearse amigos y enemigos en proporciones iguales. Y si no, lean y traten de dilucidar (especialmente a partir de la parte 3, en lo tocante a la nómina de las nuevas promesas latinoamericanas) si en lo que dice hay realmente elogio o es más bien ironía (probablemente, ambas cosas):

"SEVILLA ME MATA

1. El título. En teoría, y sin que yo tuviera nada que ver en la elección del tema,, mi conferencia debía llamarse "De dónde viene la nueva literatura latinoamericana". Si me atengo fielmente al título, la respuesta no sobrepasará los tres minutos. Venimos de la clase media o de un proletariado más o menos asentado o de familias de narcotraficantes de segunda línea que ya no desean más balazos sino respetabilidad. La palabra clava es respetabilidad. Ya lo escribió Pere Gimferrer: antaño los escritores provenían de la clase alta o de la aristocracia y al optar por la literatura optaban, al menos durante un tiempo que podía durar toda la vida o cuatro o cinco años, por el escándalo social, por la destrucción de los valores aprendidos, por la mofa y la crítica permanentes. Por el contrario, ahora, sobre todo en Latinoamérica, los escritores salen de la clase media baja o de las filas del proletariado y lo que desean, al final de la jornada, es un ligero barniza de respetabilidad. Es decir, los escritores ahora buscan el reconocimiento, pero no el reconocimiento de sus pares sino el reconocimiento de lo que se suele llama "instancias políticas", los detentadores del poder, sea éste del signo que sea (¡a los jóvenes escritores les da lo mismo!), y, a través de éste, el reconocimiento del público, es decir la venta de libros, que hace felices a las editoriales pero que aún hace más felices a los escritores, esos escritores que saben, pues lo vivieron de niños en sus casa, lo duro que es trabajar ocho horas diarias, o nueve o diez, que fueron las horas laborables de sus padres, cuando había trabajo, además, pues peor que trabajar diez horas diarias es no poder trabajar ninguna y arrastrarse buscando una ocupación (pagada, se entiende) en el laberinto, o, más que laberinto, en el atroz crucigrama latinoamericano. Así que los jóvenes escritores están, como se suele decir, escaldados, y se dedican en cuerpo y alma a vender. Algunos utilizan más el cuerpo, otros utilizan más el alma, pero a fin de cuentas de lo que se trata es de vender. ¿Qué no vende? Ah, eso es importante tenerlo en cuenta. La ruptura no vende. Una escritura que se sumerja con los ojos abiertos no vende. Por ejemplo: Macedonio Fernández no vende. Si Macedonio es uno de los tres maestros que tuvo Borges (y Borges es o debería ser el centro de nuestro canon) es lo de menos. Todo parece indicarnos que deberíamos leerlo, pero Macedonio no vende, así que ignorémoslo. Si Lamborghini no vende, se acabó Lamborghini. Wilcock sólo es conocido en Argentina, y únicamente por unos pocos felices lectores. Ignoremos, por lo tanto, a Wilcock. ¿De dónde viene la nueva literatura latinoamericana? La respuesta es sencillísima. Viene del miedo. Viene del horrible (y en cierta forma bastante comprensible) miedo de trabajar en una oficina o vendiendo baratijas en el Paseo Ahumada. Viene del deseo de respetabilidad, que sólo encubre el miedo. Podríamos parecer, para alguien no advertido, figurantes de una película de mafiosos neoyorquinos hablando a cada rato de respeto. Francamente, a primera vista componemos un grupo lamentable de treintañeros y cuarentañeros y uno que otro cincuentañero esperando a Godot, que es en este caso el Nobel, el Rulfo, el Cervantes, el Príncipe de Asturias, el Rómulo Gallegos.

2. La conferencia debe continuar. Espero que nadie me tomes a mal mis anteriores palabras. Era broma. Lo escribí, lo dije, sin querer. A estas alturas de mi vida ya no quiero más enemigos gratuitos. Estoy aquí porque quiero enseñaros a ser hombres. No es verdad. Era broma. En realidad, me muero de envidia cuando os veo. No sólo a vosotros sino a todos los jóvenes escritores latinoamericanos. Tenéis futuro, os lo puedo asegurar. Pero no es verdad. Era broma. Ese futuro es tan gris como la dictadura castrista, como la dictadura de Stroessner, como la dictadura de Pinochet, como los innumerables gobiernos corruptos que se han sucedido uno detrás de otro en nuestra tierra. Espero que a nadie se le ocurra desafiarme a pelear. No puedo hacerlo por prescripción médica. De hecho, cuando acabe esta conferencia pienso encerrarme en mi habitación a ver películas pornográficas. ¿Que quieren que vaya a visitar la Cartuja? Ni de chiste. ¿Que quieren que vaya a un tablado flamenco? Se equivocaron, una vez más, conmigo. Yo sólo voy a un rodeo mexicano o chileno o argentino. Y una vez allí, entre el olor a bosta fresca y copihues, procedo a quedarme dormido y a soñar.

3. La conferencia debe poner los pies en el suelo. Es verdad. Pongamos los pies en el suelo. A algunos de los escritores invitados los considero mis amigos. De ellos, por otra parte, sólo espero delicadezas hacia mi persona. A los demás no los conozco, pero a algunos los he leído y de otros tengo excelentes referencias. Por supuesto, faltan escritores sin los cuales no se entendería esta entelequia que por comodidad llamamos nueva literatura latinoamericana. Es de justicia citarlos. Comenzaré por el más difícil, un autor radical donde los haya: Daniel Sada. Y luego debo nombrar a César Aira, a Juan Villoro, a Alan Pauls, a Rodrigo Rey Rosa, a Ibsen Martínez, a Carmen Boullosa, al jovencísimo Antonio Ungar, a los chilenos Gonzalo Contreras, Pedro Lemebel, Jaime Collyer, Alberto Fuguet, a María Moreno, a Mario Bellatin, que tiene la suerte o la desgracia de ser considerado mexicano por los mexicanos y peruano por los peruanos, y así podría seguir durante un minuto más. El panorama, sobre todo si uno lo ve desde un puente, es prometedor. El río es ancho y caudaloso y por sus aguas asoman las cabezas de por lo menos veinticinco escritores menores de cincuenta, menores de cuarenta, menores de treinta. ¿Cuántos se ahogarán? Yo creo que todos.

4. La herencia. El tesoro que nos dejaron nuestros padres o aquellos que creímos nuestros padres putativos es lamentable. En realidad somos como niños atrapados en la mansión de un pedófilo. Alguno de ustedes dirán que es mejor estar a merced de un pedófilo que a merced de un asesino. Sí, es mejor. Pero nuestros pedófilos son también asesinos."

"DIARIO DE BAR" - Roberto Bolaño y A. G. Porta


Relato escrito a cuatro manos entre R. Bolaño & A. G. Porta, incluido en el libro "Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce"

Jueves, 8 de febrero de 1979
Hacia las siete de la mañana Vila fumaba en un rincón atrás de la barra, el culo acomodado en el reborde de la repisa, los ojos pensativos y los brazos cruzados sobre el estómago. Tras franquear la entrada, Mario se quedó un instante mirándolo antes de subirse a la banca y apoyar los codos en el mostrador. Un café solo, dijo a modo de buenos días. Vila se levantó, tenía el cuello de la camisa sucio y las mejillas pálidas, como si jamás le hubiera dado el sol. Hola, chileno, respondió sin quitarse el pucho de los labios, caminando con movimientos de basquetbolista hacia la cafetera, un viejo modelo italiano al que de vez en cuando pasaba un trapo mojado con abrillantador. Un café solo, murmuró para sí mismo. No había nadie más en el bar, afuera llovía. El chileno se sacó la chaqueta y la sacudió, después la dejó colgando en la banca de al lado. Algo similar a un temblor le removió el estómago y la columna vertebral. Luego, la calma. Póngale un par de gotas de coñac, le pidió. Vila asintió con un suspiro., después de una noche de trabajo al chileno le resultaba agradable estar allí, en la penumbra del rectángulo largo y estrecho, con el suelo tapizado de colillas y sobres de azúcar vacíos que la hija de Vila se encargaría de barrer en un par de horas más. No había parroquianos, afuera llovía y a Mario le brillaban los ojos, un brillo adquirido tras una noche en vela. Pensé que te habías muerto, saltó de pronto Vila mientras ordenaba unas botellas en la estantería. Mario bostezó. Luego prendió un Ducados y bebió el primer sorbo de café. Era un líquido negro y casi apestoso, con olor a sobaco, que le hizo efecto de una patada en el interior de la garganta. Póngale un poco más de coñac, dijo. Igual se hubiera podido frotar las manos, quizá lo hizo mentalmente. Vila nunca le cobraba el coñac cuando se lo solicitaba de esa forma. Viene en el periódico de ayer. Un chileno saltó de un séptimo piso aquí al lado, gesticuló el hombre para que Mario se hiciera una idea de hacia dónde sobrevino el suceso. Era vecino, aunque nadie lo conocía, explicó Vila escarbándose una muela con una cerilla de cera. Luego encendió otro cigarrillo y se acercó hasta quedar frente a Mario. No sabía qué pensar, la semana pasada no viniste. No sabía qué pensar, se repitió el chileno para adentro, acompañando el pensamiento con un movimiento vago de la mano, sintiendo las falanges pesadas, como si cada dedo estuviera unido al otro por una membrana transparente y densa. Se observó la mano con curiosidad mientras Vila pensaba en el suicida, en todos esos muchachos que deambulaban perdidos por las calles, calcados al chileno. Mario se vio en la mente del dueño del bar cayendo de las alturas, aplastado contra el suelo, rodeado de pronto de gritos y de voces que se interesaban por él. Mantuvo la boca cerrada, no tenía ganas de hablar. Si desconocían su identidad, ¿cómo sabían que era chileno?

Viernes, 9 de febrero de 1979
Encontraron el pasaporte debajo del colchón, envuelto en una hoja de periódico, junto con algo de bisutería. No dejó testamento, ni dinero, desde luego, ni ropa, ni tan siquiera un paquete de cigarrillos. Lo puesto y basta.

Sábado, 10 de febrero de 1979
Vila pensaba en el suicida, en todos esos muchachos que deambulaban perdidos por las calles, como si fueran compatriotas del chileno. Parecía estúpido recordarle la inexactitud del pensamiento mecánico. Vila ya conocía eso por antecedentes históricos, si se quiere, de guerra, de raza, de clase, y si decía que eran compatriotas de Mario, lo hacía de forma casual, para abreviar los párrafos que se amontonaban en su cabeza completamente despeinada a esa hora, igual que durante el resto de la jornada.

Domingo, 11 de febrero de 1979
En medio del silencio dominical, Vila esperaba la pregunta con una especie de paciencia colgándole de los ojos, aunque a Mario le pareció que no tenía muchas ganas de hablar. Por una rendija de la puerta de vidrio se filtraba, a intervalos, una corriente de aire frío. No se descarta la posibilidad de asesinato, dijo escanciando, sin que el chileno se lo pidiera, un chorrito extra de coñac en lo que quedaba de café. Simplemente saltó, o lo echaron por la ventana del patio interior. Como si abajo estuviera el mar, pensó Mario, notando que era un tópico harto trillado. Se le ocurrió que hasta entonces ni siquiera había podido imaginar su cara o la complexión del tronco o el tamaño de sus orejas. Se tiró el piquero, se repitió dos o más veces, recordando que esa palabra le llevaba a su infancia, a esos años infantiles transcurridos en Viña del Mar, en casa de la abuela que les acompañaba, a su hermana y a él, a la piscina Recreo, donde se tiraba piqueros. Y en las prolongadas caminatas con su abuela por el molo de Valparaíso, y en la roca de los enamorados, también llamada El Salto o la roca de los suicidas: un saliente sobre el mar adonde iban a matarse los porteños desesperados, cimentando con sus cuerpos, recogidos de entre los peñascos por los bomberos, la aureola de una cosa sagrada, de la gran piedra, santuario para los otros enamorados que retozaban en sus rincones o el paraje, casi turístico, adonde las viejas inquietas arrastraban a sus nietos. Vila dijo haber reconocido al suicida en un retrato que le mostró el viernes la policía. Era vecino del bar, aunque no solía entrar. Le veía pasar por la calle de vez en cuando. Mario bebió un sorbo de la taza. Mientras el forense despachaba al muerto, forzaron la puerta del piso. La sala estaba vacía. Nada, no quedaba nada, polvo, una cama y una Guía Urbana de Barcelona. Hay gente así. Quizá era triste, pero no lo pensó.

Lunes, 12 de febrero de 1979
Aproximadamente a las diez y media de la mañana Mario atravesó el umbral de la puerta para sentarse en la banca y apoyar los brazos en el mostrador. Era muy tarde, había estado escribiendo hasta entrada la mañana, hasta que despertó, dormido sobre el escritorio. Un café solo, dijo a modo de buenos días. Luego se miró en el espejo mientras encendía un Ducados. Tras él una pareja de estudiantes se besaba en una de las mesas, sendas carpetas atadas con elásticos a un lado. La hija de Vila barría a su alrededor. A las diez y cuarenta entró una mujer, una larga y gruesa bata la cubría hasta rozar unas zapatillas acolchadas de vivos colores. Casi temblando pidió que la dejaran llamar a la policía. Vila la miró sorprendido. Mario y la pareja de la mesa levantaron la vista. La hija del dueño siguió con su labor. ¿Necesita ayuda?, preguntó Vila mientras daba línea al teléfono. Por la actitud de la mujer todos interpretaron que no era necesario. Ésta marcó un número que tenía anotado en un papel y pidió por el inspector Andrade. Luego se identificó como la portera del inmueble donde el suicida, dijo. El suicida, repitió, ha recibido una carta.

Martes, 13 de febrero de 1979
Entró un muchacho completamente mojado, se paró en el otro extremo de la barra y pidió una coca-cola. La puerta tardó en cerrarse y Mario sintió frío. Vila volvió junto a él. Sabían que era chileno por la portera, por eso pensé que quizá se trataba de ti. El primer día a nadie se le ocurrió buscar debajo del colchón. Ahí guardaba su pasaporte. ¿Tú donde lo guardas? Mario siempre andaba con él. Un viejo y arrugado pasaporte de color azul en el bolsillo trasero del pantalón. Mario no exteriorizó ningún gesto que revelara lo que pensaba en aquel momento. Levantó la vista y dirigió su mirada hacia Vila, derecho a los ojos. Se interrogaba a sí mismo, preguntándose qué diligencias habría emprendido la policía después de que recayera sobre él la sospecha de ser el suicida. Vila dejó de apoyarse con los codos en el mostrador, se colgó el trapo en la espalda y cobró la coca-cola del muchacho. Abrió la caja con un ensordecedor ruido metálico y la volvió a cerrar mientras el chico salía. Afuera llovía. A través de la vidriera se veía la calle, desprovista de peatones, gris sobre gris, transitaba por automóviles que rodaban lentamente, alguno con ventanillas tan empañadas que no distinguía nada en su interior. No viniste durante una semana y dudo que haya demasiado vecinos chilenos. Mario pensó que, por una vez que alguien se preocupaba de su suerte, metía la pata hasta la rodilla. Quizá tampoco fuera preocuparse por uno averiguar si estaba muerto. En todo caso era preocuparse por sus familiares, o por el censo, o por una herencia, por el futuro corte y confección de un poema elegiaco. Francamente, pensó el chileno, ya no le importaba demasiado.

Miércoles, 14 de febrero de 1979
En el fondo era una historia sencilla, pensó el chileno: la guerra de cada día, la de fuera y a de dentro de uno mismo, la lejana y la que corroe las entrañas. Se le cerraron los ojos. Se estaba quedando dormido. En la parte trasera de un automóvil una niña bajó el cristal de la ventana, asomó la cabeza y luego le miró brevemente, sin verle. No tendría más de nueve años y llevaba el pelo recogido en un par de trenzas que se apoyaban en los hombros de una chaqueta escolar de color azul. El coche se puso en movimiento, la niña soltó unos papelitos que se humedecieron en cuanto llegaron al suelo, luego subió el cristal. Lo último que vio fue una trenza o tal vez otro niño, agazapado en el más allá del asiento posterior. Y después más coches. Todos herméticamente cerrados. Mario abrió los ojos y no supo si lo había soñado. Aún le quedaba la imagen de la niña.

Jueves, 15 de febrero de 1979
Era estudiante y tenía un amor. Una chica le había escrito una carta. Un achica de Gerona. Era estudiante y en el piso sólo encontraron la Guía Urbana de Barcelona. Eso era un piso para otra cosa, dijo Vila. Puede que le mataran. Todo ellos era muy extraño. Hay gente así. Una chica le había escrito una carta de amor. Presumiblemente era su novia. Él era estudiante y la carta llegó tarde.

Viernes, 16 de febrero de 1979
Pensó que con una pista (una carta era una pista), olvidarían que él, primer sospechoso de haberse suicidado, no tenía ni siquiera permiso de residencia. Nada, ni una libreta de direcciones, le había dicho Vila mientras le añadía un poco de coñac al café. Como si el tipo no tuviera amigos en todo Barcelona. Tener amigos; estar solo; relacionarse; un amor; una carta. Pero si entraban en su habitación, se sonrió el chileno, encontrarían algo más: libros, novelas escritas de su puño y letra en cuadernos sin marca. Se preguntó qué ocurría con su diario, si sería desmenuzado frase a frase, palabra a palabra por detectives ávidos de información, presurosos por cerrar un caso, su caso. Si entraban en su habitación, aseguró Vila, podrían llenar un camión de facturas y albaranes. Olían a bar. El chileno pensó que más bien era triste. Imaginó al suicida caminando con la famosa Guía. A diferencia de lo que le ocurriera unos días antes, ahora casi podía verlo: abrigo marrón raído, la guía sujeta en la mano derecha, la izquierda en el bolsillo; soñando con una carta. Vila se pasó la mano por los cabellos con la intención de peinar lo que no tenía arreglo. Mario le miró a los ojos. Como siempre, tenía sueño. Había estado escribiendo hasta muy tarde, por supuesto hasta clarear el día.

Sábado, 17 de febrero de 1979
Vila puso en marcha la cafetera. Salió de atrás de la barra y acabó de subir la puerta metálica. Pasó el trapo por encima de las mesas. Les puso un cenicero. Como por inercia dispuso en orden los taburetes y volvió detrás del mostrador. Abrió la nevera y extrajo unas pequeñas cazuelas de tapas que dejó a la vista, bajo la protección de cristal. Puso el aceite en una sartén y ésta a calentar en el fuego, luego sacó unas patatas a rodajas que ya venían preparadas y las dejó a la vista cerca de la cocina. Encendió un cigarrillo y tiró la cerilla al suelo, junto a las colillas y los sobres vacíos de azúcar, al otro lado del mostrador. La hija de Vila se encargaría de barrerlo en un par de horas. Cuando la cafetera estuvo caliente se preparó un café cargado. ¡Vaya mañanita!, se dijo sin saber por qué. Hacía un frío en el exterior, todavía oscuro, de donde llegó Mario con cara de sueño.

Domingo, 18 de febrero de 1979
La calle no se había despertado todavía. Era muy tarde cuando Vila abrió al público. Mario se cruzó en la entrada con un par de ancianos que irían a misa. Pidió lo de siempre, un café solo, a modo de buenos días.

Lunes, 19 de febrero de 1979
Pasó un coche rojo. Muy rojo y brillante. Luego uno de color verde descolorido. Un viejo de dientes desparejos y traje gris de corte clásico tomaba su café con leche, el sombrero encima del mostrador. Afuera llovía como casi todos los días. La ciudad se iba despertando. Mario observó a la gente que se dirigía al trabajo, arropados debajo de sus paraguas, con el bocadillo envuelto en la mano libre, con los ojos recién estrenados, con ese ritmo silencioso que caracteriza las primeras horas del día. Entró el hijo mayor del panadero abriéndose la puerta con el pie; en las manos una bandeja repleta de pastas tapadas por un celofán transparente. Buenos días, dijo. Buenos días, respondieron Vila, el viejo del traje gris y Mario, casi al unísono. Tras despachar al muchacho, Vila se acercó a Mario. Ahora dicen que murió antes de caer por la ventana. Habladurías del barrio que saca sus propias conclusiones cada vez que se acerca un inspector preguntando sobre tal o cual cosa, por si recuerdan algún detalle. El chileno sorbió un café lentamente, apurando el cigarrillo, viendo llover en la acera. De nuevo gris sobre gris. Habladurías del barrio. Dos árabes ataviados con chilabas se detuvieron ante la puerta, dieron un vistazo al interior del bar y luego siguieron su camino. Mario imaginó que también poseerían una maravillosa Guía Urbana de Barcelona. Debería escribir algo sobre “El hombre que sólo leía la Guía Urbana de Barcelona”; un viejo amante de la novela negra. El chileno metió la mano en el bolsillo buscando el dinero con que pagar la consumición. Vila, acomodado en el reborde de la repisa, se dio impulso y levantó el culo, el cuello de la camisa sucio y las mejillas pálidas como si jamás les hubiera dado sol. Recogió el dinero y saludó con la cabeza a modo de despedida sin quitarse el pucho de los labios. Mario se bajó de la banca y dio unos pasos en dirección a la puerta. En aquel momento pensó que volvería a casa, quizá dando un paseo, rodeando el camino más corto. Para matar el rato, se dijo. De vuelta, los ojos se le detuvieron en los adoquines brillantes donde se reflejaban fragmentos de las viejas murallas, paredes grises y balcones de hierro negro, como ruinas estudiadas por arquitectos del futuro delicadamente piadosos. La lluvia fue como una barrera que le enturbió el destino. ¿Vas a dormir?, le preguntó su hermana apenas abrió la puerta. Quítate esas ropas. Mario estornudó un par o tres veces. Y séquese el pelo antes de acostarse, niñito, añadió ella. Él recordó al bueno de Vila y a la abuela de Viña del Mar, echó una última mirada al escritorio, revolvió los papeles con los dedos de una mano mientras apagaba el pucho en el cenicero y luego, despacio y sin vacilaciones, saltó al vacío por la ventana del patio interior. Como si de la puerta trasera se trata, pensó, simplemente como su abajo estuviera el mar.

Roberto Bolaño & Antoni García Porta
Barcelona, distrito 5º (invierno de 1979)

ROBERTO BOLAÑO - Fragmento del relato "Henri Simon Leprince"


"Leprince, modesto y repugnante, sobrevive a la guerra y en 1946 se retira a un pequeño pueblo de la Picardía en donde ejerce de maestro. Sus colaboraciones con la prensa y con algunas revistas literarias no son numerosas pero sí regulares. En su corazón, Leprince ha aceptado por fin su condición de mal escritor pero también ha comprendido y aceptado que los buenos escritores necesitan a los malos escritores aunque sólo sea como lectores o como escuderos. Sabe también que, al salvar (o al ayudar) a algunos buenos escritores, se ha ganado a pulso el derecho a emborronar cuartillas y a equivocarse. También se ha ganado el derecho a ser publicado en dos, tal vez tres revistas. En algún momento, por supuesto, ha intentado ver otra vez a la joven novelista, saber algo de ella. Pero cuando vuelve a la casa la encuentra ocupada por otras personas y nadie conoce el paradero de la joven. Leprince, por supuesto, la busca, pero ésa es otra historia. Lo cierto es que nunca más la vuelve a ver.
A quienes sí ve es a los escritores de París. No tan a menudo como él en el fondo hubiera deseado, pero los ve y a veces habla con ellos y ellos saben (generalmente de forma vaga) quién es él, incluso hay quien ha leído un par de poemas en prosa de Leprince. Su presencia, su fragilidad, su espantosa soberanía, a algunos les sirve de acicate o de recordatorio."

"ROBERTO BOLAÑO. ENTORNO Y RETORNO" - En Casa América (Madrid)


Semana de autor: 'Roberto Bolaño. Entorno y Retorno'.

Fechas: 22 a 27 de noviembre de 2010.
Asesor literario: Ignacio Echevarría

Lunes 22 de noviembre:
'La dimensión desconocida: Bolaño poeta'.
Participan: Rubén Medina, José Mª Micó y Alejandro Zambra.
Modera: Ignacio Echevarría.
Hora: 19.30.

Martes 23 de noviembre:
'Robert Ballyear: el efecto Bolaño (la recepción de Bolaño en Estados Unidos y Europa'.
Participan: Chris Andrews, Wilfrido Corral y Heinrich von Berenberg.
Modera: Jorge Herralde.
Hora: 19.30.

Presentación y proyección del documental 'Roberto Bolaño: la batalla futura', con Ricardo House (director del documental) e Ignacio Echevarría.
Hora: 21.30.

Miércoles 24 de noviembre:
'El boom de Bolaño (Bolaño y el nuevo paradigma de la literatura hispanoamericana)'.
Participan: Roberto Amutio, Horacio Castellanos Moya y Carlos Franz.
Modera: Juan Villoro.
Hora: 19.30.

Jueves 25 de noviembre:
'Bolaño pop (radiaciones de Bolaño en la cultura contemporánea)'.
Participan: A.G.Porta, Dunia Gras y Patricio Pron.
Modera: Rodrigo Fresán.
Hora: 19.30.

Viernes 26 de noviembre:
Conferencia: 'Roberto Bolaño viaja hacia el olvido (El soliloquio de Iñaqui Echavarne)', por Ignacio Echevarría. Hora: 19.30.

Sábado 27 de noviembre:
Recital 'Bolaño (lecturas de poemas y pasajes narrativos)', con Patti Smith.
Hora: 20.00.

BOLAÑO Y EL ENCANTO DÚCTIL

(fragmento de "Los detectives salvajes" de Roberto Bolaño, pág. 490, Ed. Anagrama)

Marco Antonio Palacios, Feria del Libro, Madrid, julio de 1994. He aquí algo sobre el honor de los poetas. Yo tenía diecisiete años y unos deseos irrefrenables de ser escritor. Me preparé. Pero no me quedé quieto mientras me preparaba, pues comprendí que si así lo hacía no triunfaría jamás. Disciplina y un cierto encanto dúctil, ésas son las claves para llegar a donde uno se proponga. Disciplina: escribir cada mañana no menos de seis horas. Escribir cada mañana y corregir por las tardes y leer como un poseso por las noches. Encanto, o encanto dúctil: visitar a los escritores en sus residencias o abordarlos en las presentaciones de libros y decirles a cada uno justo aquello que quiere oír. Aquello que quiere oír desesperadamente. Y tener paciencia, pues no siempre funciona. Hay cabrones que te dan una palmadita en la espalda y luego si te he visto no me acuerdo. Hay cabrones duros y crueles y mezquinos. Pero no todos son así. Es necesario tener paciencia y buscar. Los mejores son los homosexuales, pero, ojo, es necesario saber en qué momento detenerse, es necesario saber con precisión qué es lo que no uno quiere, de lo contrario puedes acabar enculado de balde por cualquier viejo maricón de izquierda. Con las mujeres ocurre tres cuartas partes de lo mismo: las escritoras españolas que pueden echarte un cable suelen ser mayores y feas y el sacrificio a veces no vale la pena. Los mejores son los heterosexuales ya entrados en la cincuentena o en el umbral de la ancianidad. En cualquier caso: es ineludible acercarse a ellos. Es ineludible cultivar un huerto a la sombra de sus rencores y resentimientos. Por supuesto, hay que empollar sus obras completas. Hay que citarlos dos o tres veces en cada conversación. ¡Hay que citarlos sin descanso! Un consejo: no criticar nunca a los amigos del maestro. Los amigos del maestro son sagrados y una observación a destiempo puede torcer el rumbo del destino. Un consejo: es preceptivo abominar y despacharse a gusto contra los novelistas extranjeros, sobre todo si son norteamericanos, franceses o ingleses. Los escritores españoles odian a sus contemporáneos de otras lenguas y publicar una reseña negativa de uno de ellos será siempre bien recibida. Y callar y estar al acecho. Y delimitar las áreas de trabajo. Por la mañana escribir, por la tarde corregir, por las noches leer y en las horas muertas ejercer la diplomacia, el disimulo, el encanto dúctil. A los diecisiete años quería ser escritor. A los veinte publiqué mi primer libro. Ahora tengo veinticuatro y en ocasiones, cuando miro hacia atrás, algo semejante al vértigo se instala en mi cerebro. He recorrido un largo camino, he publicado cuatro libros y vivo holgadamente de la literatura (aunque si he de ser sincero, nunca necesité mucho para vivir, sólo una mesa, un ordenador y libros). Tengo una colaboración semanal con un periódico de derechas de Madrid. Ahora pontifico y suelto tacos y le enmiendo la plana (pero sin pasarme) a algunos políticos. Los jóvenes que quieren hacer una carrera como escritor ven en mí un ejemplo a seguir. Algunos dicen que soy la versión mejorada de Aurelio Baca. No lo sé. (A los dos nos duele España, aunque creo que por el momento a él le duele más que a mí). Puede que lo digan sinceramente, pero puede que lo digan para que me confíe y afloje. Si es por esto último no les voy a dar el gusto: sigo trabajando con el mismo tesón que antes, sigo produciendo, sigo cuidando con mimo mis amistades. Aún no he cumplido los treinta y el futuro se abre como una rosa, una rosa perfecta, perfumada, única. Lo que empieza como comedia acaba como marcha triunfal, ¿no?

"LOS DETECTIVES SALVAJES" - Roberto Bolaño


Confieso que consideraba a Bolaño un autor sobrevalorado, pese a lo cual me animé a leer esta novela de algo más de 600 páginas. La obra tiene 3 partes: "Mexicanos perdidos en México", "Los Detectives Salvajes" y "Los Desiertos de Sonora". Siendo la segunda la más extensa y, desde mi punto de vista, la más interesante.
Como toda obra de ese grosor su contenido es necesariamente irregular. Hay fragmentos de una gran calidad pero también hay otros que podrían suprimirse.
Narra la singladura de los diversos miembros del real visceralismo, "grupo más bien patético" de poetas, radicados en México DF. En la primera parte se nos presenta a los diversos personajes y se nos muestran sus vínculos personales. En la segunda es donde cobran todo su protagonismo los dos personajes centrales: Arturo Belano y Ulises Lima (trasuntos respectivos del propio Roberto Bolaño y de su amigo el poeta Mario Santiago Papasquiaro), y lo hacen, curiosamente, a través de su ausencia. Mediante diversos saltos temporales y espaciales el lector puede saber de ellos por lo que cuentan los demás personajes, a veces con contradiciones en sus testimonios o con los errores propios de la memoria, e ir así reconstruyendo los hechos que jalonan la trama central de la obra : la búsqueda de Cesárea Tinajero (una de los fundadores de la primera oleada del real visceralismo). No es sólo esa trama la que avanza, también lo hace el rizoma del resto de tramas, las vidas de los personajes secundarios, o el mismo real visceralismo, en el periodo que va desde 1975 hasta 1996 por una amplia geografía: México DF, Tel Aviv, Barcelona, Francia, Viena, Mallorca, Roma, la Feria del Libro de Madrid, África...
El estilo de Bolaño rehuye de florilegios, tirando de un lenguaje cotidiano, desprovisto, no exento de un humor a veces hilarante (como la escena del duelo a espada en la playa), y dando rienda suelta a su gran capacidad de fabulación, que le lleva a fabricar historias y a ir uniéndolas, incluso metiendo a veces unas dentro de otras (al más puro estilo de Las Mil y Una Noches). Bolaño no duda en incrustar material de diversa procedencia: dibujos-poemas, acertijos, chistes o relatos sueltos, asi la historia de Auxilio Lacouture, que pasa varios días encerrada en el baño de mujeres de una facultad mexicana mientras afuera los militares campan a sus anchas; o la historia de Andrés Ramírez, el polizón chileno que llega en un barco a Barcelona y descubre que tiene un cierto don para los números, que se le aparecen en su vida cotidiana, y que le lleva a acertar varias quinielas. Con todo, el tono dominante de la novela, a pesar de sus momentos de humor, es de una cierta tristeza, la propia de unos antihéroes desvalidos, lánguidos, silenciosos, pero tenaces en su búsqueda incesante de Cesárea Tinajero, quizás sabedores de que ellos y cualquiera que persiga la Poesía pura o cualquier otro ideal elevado tiene la batalla perdida.
En cierto sentido, se podría considerar la novela como una "novela para escritores". Trufada de referencias culturalistas, por ella se pasean todo tipo de escritores, de diverso pelaje y condición, y en general personajes relacionados con ese mundo canalla de la literatura, donde no hay hueco para la Poesía pura de esos dos quijotes que son Ulises Lima y Arturo Bolano. Se mezclan personajes reales (mención especial para el tótem de la literatura mexicana, Octavio Paz) con otros inventados por el autor, anécdotas ficticias con otras reales, hasta llegar a un punto en que la línea divisoria entre ficción y realidad se desvanece. A ello contribuye el abundante material autobiográfico que el propio Roberto Bolaño va diseminando por toda la obra y que nos ayuda a reconstruir también su periplo vital.
La tercera parte, el desenlace de la obra, es desde mi punto de vista la más floja de las tres. Es una narración casi de novela negra, donde se tratan de atar los cabos que se han ido dejando a lo largo de toda la novela, algo difícil en un libro de este tamaño.
Como conclusión decir que "Los detectives salvajes" recuerda a otra novelas, "Rayuela", "Ulises", y que al igual que ellas ha de convertirse -lo es ya- en uno de los hitos de la literatura en español.