El siguiente texto es un fragmento del relato titulado "El libro de lo grotesco", que aparece en la obra "Winesburg, Ohio", de Sherwoon Anderson. En él nos da las claves para interpretar el libro:
El escritor estuvo una hora trabajando en su mesa. Al final escribió un libro que llamó El libro de lo grotesco. Nunca llegó a publicarse, pero yo tuve ocasión de leerlo una vez y dejó una huella indeleble en mi imaginación. El libro tenía una idea central que resulta un tanto extraña y que no he olvidado jamás. Recordándola, he podido comprender a mucha gente y muchas cosas que antes me habían resultado incomprensibles. Era una idea complicada, pero se podría explicar de forma sencilla más o menos así:
Cualquiera imaginará que el anciano, que se había pasado la vida escribiendo y haciendo acopio de palabras, escribió cientos de páginas a propósito de aquel asunto. La cuestión llegó a adquirir tales proporciones en su imaginación que él mismo corrió el riesgo de volverse grotesco. No llegó a serlo, supongo, por la misma razón por la que nunca publicó el libro. Lo que le salvó fue aquel ser joven que llevaba en su interior.
En cuanto al anciano carpintero que arregló la cama del escritor, tan sólo lo he traído a colación porque, como les ocurre a muchos de esos a los que llamamos gente corriente, se convirtió en lo más parecido a algo comprensible y amable de entre todos los seres grotescos del libro del escritor.
El escritor estuvo una hora trabajando en su mesa. Al final escribió un libro que llamó El libro de lo grotesco. Nunca llegó a publicarse, pero yo tuve ocasión de leerlo una vez y dejó una huella indeleble en mi imaginación. El libro tenía una idea central que resulta un tanto extraña y que no he olvidado jamás. Recordándola, he podido comprender a mucha gente y muchas cosas que antes me habían resultado incomprensibles. Era una idea complicada, pero se podría explicar de forma sencilla más o menos así:
Al principio, cuando el mundo era joven, había una enorme cantidad de ideas, pero no eso que llamamos una verdad. Fue el hombre quien hizo las verdades y cada una de ellas consistía en una mezcla de varios pensamientos más o menos vagos. Las verdades se extendieron por todo el mundo y todas eran hermosas.
Y luego apareció la gente. A medida que fueron llegando, cada cual se apropió de una verdad y algunos que eran más fuertes se apropiaron de una docena de ellas.
Lo que volvía grotesca a la gente eran las verdades. El anciano tenía una teoría muy elaborada al respecto. En su opinión, siempre que alguien se apropiaba de una verdad, la llamaba su verdad y trataba de regir su vida por ella, se convertía en un ser grotesco y la verdad que había abrazado se transformaba en una falsedad.
Y luego apareció la gente. A medida que fueron llegando, cada cual se apropió de una verdad y algunos que eran más fuertes se apropiaron de una docena de ellas.
Cualquiera imaginará que el anciano, que se había pasado la vida escribiendo y haciendo acopio de palabras, escribió cientos de páginas a propósito de aquel asunto. La cuestión llegó a adquirir tales proporciones en su imaginación que él mismo corrió el riesgo de volverse grotesco. No llegó a serlo, supongo, por la misma razón por la que nunca publicó el libro. Lo que le salvó fue aquel ser joven que llevaba en su interior.
En cuanto al anciano carpintero que arregló la cama del escritor, tan sólo lo he traído a colación porque, como les ocurre a muchos de esos a los que llamamos gente corriente, se convirtió en lo más parecido a algo comprensible y amable de entre todos los seres grotescos del libro del escritor.