En el capítulo 25 de "Satori en París" se puede leer lo siguiente:
Este bretón cobarde (yo) apagado por el paso de dos siglos en Canadá y Estados Unidos, sin más culpa que la propia. Este Kerouac del que se burlarían en los dominios del Príncipe de Gales porque ni siquiera sabe cazar, pescar ni pelear un carajo por sus padres. Este fanfarrón, esta pasa, esta rabia tronchada de incapacidades, "este baúl de los humores” como describiera Shakespeare a Falstaff, este cúmulo de falsedades que no conforman al profeta y menos al caballero. Este tumoral miedo a la muerte, con humedades en el baño. Este esclavo que huye de los campos de fútbol, este bateador eliminado del arte, ladrón de bases, este charlatán de cantina en París que enmudece en las tinieblas bretonas, este fantoche burlón en las galerías de arte neoyorquinas que se acojona en las comisarías y al teléfono en llamadas de larga distancia, este mojigato, este aide-de-camp con un portafolios lleno de puertos y de folios. Este aguijoneador de flores que se mofa de las espinas. Este auténtico hurracán como salido de los gaseoductos de Birmingham y Manchester. Este trozo de carne, este probador de paciencias y bragas, esta escombrera de huesos en declive comiendo de una enmohecida bota de montar para ganarle la partida a… En resumen, este miedoso y tambaleante cretino bocazas que desciende (por el culo) del hombre.