"EL ÚLTIMO LECTOR" (4) - RICARDO PIGLIA


En la página 140 de su libro "El último lector" (Edit. Anagrama), Ricardo Piglia se refiere al tren y a la lectura en los trenes (una suerte de doble viaje). Pone un ejemplo extraído de Anna Karenina.

El tren es un lugar mítico: es el progreso, la industria, la máquina; abre paso a la velocidad, a las distancias y a la geografía (y en un sentido se contrapone, en especial en Anna Karenina, al mundo familiar, a los sentimientos, a la intimidad). Ya no se trata de la lectura en la corte o en la ciudad, sino en el viaje. Pero tampoco es la lectura en un carruaje, a cuyos saltos y sacudidas se refería Sterne para explicar los cambios de ritmo de su novela.
Benjamin tiene un texto muy sagaz sobre la lectura en los trenes, sobre el doble movimiento del viaje que supone la lectura en el interior de otro viaje. "¿Qué le proporciona el viaje al lector?", se pregunta. "¿En qué otras circunstancias está tan compenetrado en la lectura y puede sentir su existencia mezclada tan fuertemente con la del héroe? ¿No es su cuerpo la lanzadera del tejedor que al compás de las ruedas atraviesa infatigable la urdimbre, el destino de su héroe? No se leía en la carreta y no se lee en el auto. La lectura de viaje está tan ligada a viajar en tren como lo está a la permanencia en las estaciones".
(...)
Todavía sintiendo la misma inquietud que la había embargado durante todo el día pero con cierto placer empezó a acomodarse para el viaje. Abrió con sus manos pequeñas y ágiles el saquito rojo, sacó un almohadón que se puso en las rodillas y, envolviéndose las piernas con la manta, se arrellanó cómodamente. Le pidió a Aniuska la linternita que sujetó en el brazo de la butaca y sacó de su bolso un cortapapeles y una novela inglesa."
Todo está en esa descripción, en los detalles que construyen la escena de la lectura: la sensación de abrigo y de comodidad, la linterna -un momento que me parece fantástico: ella tiene su propia luz-, la criada que la atiende, las relaciones sociales que sostienen de manera implícita la escena y, por supuesto, la práctica previa a la lectura, que ya se ha perdido, de abrir los libros, de separar sus páginas con un cortapapeles. En "El Aleph", el personaje llamado Borges le regala a Beatriz Viterbo periódicamente libros que ella nunca abre. Y dice Borges: "Tomé la precaución de regalarle los libros abiertos." Beatriz Viterbo no es Anna, se resiste a la lectura (en todo caso, sólo lee cartas obscenas.