«FAHRENHEIT 11/9» - MICHAEL MOORE

Título original: Fahrenheit 11/9
Año: 2018
Duración: 130 min.
País: Estados Unidos
Dirección y guión: Michael Moore
Género: Documental

Fahrenheit 11/9 es la última película documental del director Michael Moore (no confundir el título con el de otra de sus películas, Fahrenheit 9/11, en la que el norteamericano arremetía contra Georges Bush).
La cinta toma su nombre de una fecha, el 9 de noviembre de 2016, día en que se conoció que Donald Trump sería el nuevo presidente de Estados Unidos (las elecciones habían tenido lugar el día anterior). Y ese es precisamente el tema central del filme: Trump. Michael Moore se pregunta, con su habitual estilo directo e irónico, pero manipulador, cómo se ha podido llegar al punto en que un personaje tan poco apto, en principio, para ser el presidente del país más poderoso del mundo haya llegado a serlo. Como en sus otras películas, el cineasta dice algunas verdades como puños, es incluso valiente, pero es cierto que también es reduccionista en sus tesis y su guión es enrevesado por momentos y con argumentos a veces peregrinos, como cuando asegura que la culpa de todo la tiene Gwen Stefani (la cantante de No Doubt), cuyo salario en The Voice de la NBC era más alto que el de Trump en The Celebrity Apprentice (también de la NBC) y este quería arrancar un aumento de sueldo a la dirección del reality show, y por eso montó una farsa en la que se postulaba a presidente, y cómo a partir de ahí le cogió gustillo.
A diferencia de otros documentales donde el director presenta los hechos y deja que el espectador extraiga sus conclusiones, Moore nos lo da todo masticadito. Por si fuera poco, su presencia es constante a lo largo de toda la película: no sólo escuchamos su voz, también vemos al orondo director en muchas de las secuencias, impulsado por su indudable egocentrismo, donde a menudo aparece caminando decidido, rumbo hacia alguna corporación corrupta, a punto de hacer algún ajuste de cuentas ante los ojos de todo el mundo (gracias a la complicidad de la cámara) y convertido en una suerte de cowboy o en el penúltimo superhéroe norteamericano.
Moore entrevista a sus personajes y extrae de ellos las frases impactantes que precisa para construir su discurso y demostrar su propia tesis. En el caso de Fahrenheit 11/9, o cómo llegó Trump a la presidencia de Trumpland, la conclusión no puede ser más sencilla: los demócratas, es decir los buenos de la película, lo hicieron mal. Manipularon las elecciones primarias, expulsando de ellas de manera torticera a Bernie Sanders y presentando a Hillary Clinton, que habría de ser la encargada de comerse con patatas a un advenedizo, machista, torpe y ridículo hombre de negocios llamado Donald Trump. Los hechos demuestran que algo raro pasó, pues la jugada no salió bien. Según Moore, el resultado podría explicarse por la desafección del electorado natural de los demócratas, unos votantes que se sintieron traicionados por su partido de toda la vida y que el día de las elecciones prefirieron quedarse en casa o, lo que es peor, votaron por el candidato del tupé rubio. A ello habría que añadir otros culpables: Putin, el partido republicano, el New York Times, la gente que ve (y se adormece viendo) la televisión…
Mención aparte merece Flint, la ciudad simpatizante de los demócratas en la que nació Michael Moore. La crisis del agua de Flint es otro de los ejes sobre los que pivota la película y que ilustra perfectamente el grado de putrefacción de la política norteamericana. En 2013, y con vistas a reducir el gasto municipal, Flint cambió la fuente de aprovisionamiento de agua potable, que pasó del lago Hurón al río Flint. En 2014 se detectó plomo en el suministro de agua potable a la ciudad. Dicho metal puede provocar problemas de conducta y discapacidad de aprendizaje en los niños, y problemas renales en adultos. Finalmente el gobernador de Michigan, el republicano Rick Snyder, tuvo que declarar el estado de emergencia en Flint y acabó dimitiendo. El problema era muy grave, hasta el punto de que el propio Barack Obama visitó la ciudad, prometió ayuda médica gratis para todos los afectados e incluso bebió de esa agua, a la vista de todos (o tal vez solo mojó sus labios). Todo esto ocurría en Flint, el lugar donde nació Michael Moore y donde rodó parte de algunos de sus documentales (Roger and me, Bowling for Columbine y Fahrenheit 9/11), una ciudad abandonada por la administración estadounidense y que, tal y como denuncia el director, fue también utilizada como escenario para los entrenamientos del ejército, como si de un siniestro videojuego se tratase.
Ambas tramas, la local de Flint y la más general de Estados Unidos, se van entrelazando a lo largo de la película, sin abandonar la trama central: Trump. Hacia el final de Fahrenheit 11/9 y por si todavía quedara algún espectador despistado, Moore nos ofrece, como guinda que remata el pastel, un fragmento de una película en blanco y negro donde aparece Hitler dando un discurso y en su boca escuchamos la voz del maligno Donald Trump.
¿Qué hacer cuando el honrado ciudadano ya no puede confiar ni en los demócratas, ni en los sindicatos? Ahí es donde aparece el carácter pragmático de Michael Moore: los ciudadanos deben echarse a la calle, manifestarse, reclamar lo que es justo, organizarse, no esperar nada de los políticos sino hacer ellos mismos la política. El cineasta muestra casos en los que la presión popular consigue cambiar las cosas: la huelga de profesores en West Virginia o las manifestaciones de los activistas de Parkland, la localidad donde tuvo lugar el tiroteo más mortífero en una escuela secundaria en la historia de los Estados Unidos.

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