"GREGUERÍAS" (3) - RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA


El pitido del tren sólo sirve para sembrar de melancolía los campos.

Hay quienes llevan agarrados los guantes como si les fuesen tomando el pulso doctoralmente.

Los lagos son los charcos que quedaron del diluvio.

En la sala del cine hay siempre alguien cuyo drama es el que se está proyectando en la pantalla.

Las Venus de los Museos presentan manchas de pellizcos.

En las playas, nuestros zapatos se convierten en relojes de arena.

Los juncos son los ascetas de la vegetación, pues han renunciado a las hojas y a las flores.

Lo que más les molesta a las estatuas de mármol es que tienen siempre los pies fríos.

Las que se pintan las uñas color lacre son mujeres certificadas.

A un mentiroso sólo le cura un sordo.

Tenía un llavero tan poblado que parecía un pescador de llaves.

Los miasmas son los microbios de los fantasmas.

Las lentejas son los centimillos de la alimentación.

El guarda de jardín fue el primer mariscal de campo que conocimos.

En lo que más avanza la civilización es en la perfección de los envases.

Cuando el padre llega tarde a la hora de cenar y después se sirve el primero, los hijos alcanzan a comprender qué es eso de «los últimos serán los primeros».

Las únicas que saben de arquitectura comparada son las golondrinas.

El arroyo trae al valle las murmuraciones de la montaña.

Los bancos públicos son los pentagramas de las iniciales del Amor.

Lo peor de la ambición es que no sabe bien lo que quiere.

Esos que están muy pagados de sí mismos y que creen que todo tiene precio.

La fraternidad de tres pares de calcetines es conmovedora y tiene rebaja.

El más pequeño ferrocarril del mundo es la oruga.

Los ceros son los huevos de los que salieron las demás cifras.

Las básculas marcan las doce en punto.

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