"LOS SEÑORES. NOTAS SOBRE LA VISIÓN" (2) - JIM MORRISON

Los poemas que siguen pertenecen a la obra de Jim Morrison titulada Los Señores. Notas sobre la visión (1969), que, junto a otro de sus poemarios, Las nuevas criaturas (1968), aparece en un mismo volumen, Poemas I  (Editorial Espiral/Fundamentos).

VI

En la matriz somos peces ciegos en una cueva.

Todo es vago y vertiginoso. La piel se hincha y ya no hay distinción entre las partes del cuerpo. Un intruso sonido de amenazadoras, burlonas, monótonas voces. Es el miedo y la atracción de ser tragado.

VIII

El ojo parece vulgar
Dentro de su horrible concha.
Sal a la luz
En todo su Brillo.

Nada. El aire exterior
me quema los ojos.
Me los arrancaré
y me librare del ardor.

X

"Jugadores" -el niño, el actor, y el tahúr. La idea del azar está ausente del mundo de los niños ylos primitivos. El tahúr también se siente al servicio de un extraño poder. El azar es un vestigio de la religión en la ciudad moderna, como es el teatro, más frecuentemente el cine, la religión de la posesión.

¿A costa de qué sacrificio, de qué precio puede nacer la ciudad?

XI

Ya no hay "bailarines", los posesos.
La división de los hombres en actor y espectadores es el hecho central de nuestro tiempo. Estamos obsesionados por los héroes que viven por nosotros y a los que castigamos. Si todas las radios y televisiones fuesen privadas de sus fuentes de energía, todos los libros y cuadros quemados mañana, todos los espectáculos y cines cerrados, todas las artes de delegada existencia...

Nos contentamos con lo "dado" en la búsqueda de sensaciones. De un cuerpo loco bailando en las colinas hemos sido metamorfoseados en un par de ojos mirando fijamente en la oscuridad.

XVII

Cuando los hombres concibieron los edificios, y se
encerraron en habitaciones,
primero árboles y cuevas.

(Las ventanas funcionan en dos sentidos,
los espejos en uno.)

Nadie atraviesa un espejo andando
ni cruza a nado una ventana.

XVIII

Cura la ceguera con el esputo de una puta.

En Roma, las prostitutas eran exhibidas en los tejados sobre las vías publicas para la dudosa higiene de imprecisas corrientes de hombres cuya lascivia potencial ponía en peligro el frágil orden del poder. Incluso se cuenta que las damas de los patricios, enmascaradas y desnudas, a veces se ofrecían a estos frustrados ojos para su propia excitación privada.

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