... por lo general, y por una cuestión de pudor, no me gusta publicar aquí las opiniones que otros vierten sobre la obra de uno mismo. Hoy, sin embargo, haré una excepción con la reseña que un desconocido Jean Pierre hizo sobre La jaula.
Jean Pierre es un preso del penal de Aiton (Francia), no muy lejos de Chambéry. Ignoro los motivos por los que está encerrado, como también desconozco cuánto tiempo tendrá que pasar allí. A decir verdad, no sé nada de nada sobre Jean Pierre, pero intuyo que es un ávido lector y que, gracias a la labor impagable de esos pequeños clubes de lectura (como el Club hispanista de lectura
"Punto y aparte" del Festival de Chambéry), La jaula fue a caer entre sus manos. Puedo imaginar la escena: un presidiario leyendo, dentro de la jaula que es su propia prisión, una novela que va sobre un preso, Bastián Bastián, encerrado en una extraña cárcel, circular y de puertas abiertas, donde los internos son observados todo el tiempo.
A través del análisis que hace, observo que Jean Pierre ha entendido perfectamente toda la simbología que subyace en La jaula, donde, en realidad, más que de cárceles físicas de lo que se habla es de otras cárceles más sutiles: el trabajo, la escuela, la sociedad...
Como autor, lo que me parece realmente interesante de todo este asunto, y es lo que creo que hace grande el oficio de escribir, es la posibilidad de haber podido conectar con él y ver así reconocidas las horas de solitario y silencioso trabajo que empleé en la escritura de La jaula.
En cuanto a ese lector desconocido llamado Jean Pierre, me pregunto hasta qué punto se habrá podido sentir identificado con Bastián Bastián o con cualquiera de los otros reclusos. Solo espero que, como ocurre en la novela, la lectura le haya permitido estar, al menos por unas horas, al otro lado del muro.
A través del análisis que hace, observo que Jean Pierre ha entendido perfectamente toda la simbología que subyace en La jaula, donde, en realidad, más que de cárceles físicas de lo que se habla es de otras cárceles más sutiles: el trabajo, la escuela, la sociedad...
Como autor, lo que me parece realmente interesante de todo este asunto, y es lo que creo que hace grande el oficio de escribir, es la posibilidad de haber podido conectar con él y ver así reconocidas las horas de solitario y silencioso trabajo que empleé en la escritura de La jaula.
En cuanto a ese lector desconocido llamado Jean Pierre, me pregunto hasta qué punto se habrá podido sentir identificado con Bastián Bastián o con cualquiera de los otros reclusos. Solo espero que, como ocurre en la novela, la lectura le haya permitido estar, al menos por unas horas, al otro lado del muro.
La publicación aquí de su reseña, escrita por él en español y que me ha llegado gracias al savoir faire del Festival du Premier Roman de Chambéry, es mi agradecimiento a las horas que dedicó a mi libro...
«Como José K., en el Proceso de
Kafka, Bastián Bastián, el protagonista de La
jaula, desconoce los motivos de su encarcelación. La cárcel a donde viene a
parar está ubicada en un inmenso desierto azotado por un sol de justicia. El
calor es agobiante y la arena que pisan los reclusos se pone al rojo vivo
durante el día. Pero lo más extraño es que esa cárcel no tiene puertas ni
barrotes, y aunque está abierta, nadie piensa en escapar: "Ya te he dicho
que no conozco ningún caso." asegura Aldo. No hay guardias, y los presos
que hacen de vigilantes no llevan armas. Parece que se ha logrado infundir en
el ánimo de los internos tal respeto hacia la ley consuetudinaria que se puede
prescindir de la fuerza: "Nadie había advertido a Bastián de que dar agua
a un penado estuviera prohibido, tampoco estaba escrito en ningún papel, en
ningún muro. No era necesario, he ahí la eficacia del sobrentendido, la ley del
silencio". Se estableció, en aquel centro, una rutina a la que todos se
atienen, levantándose al son de la campana por la mañana, yendo a trabajar al
taller donde manufacturan sin parar muñecas en cadena para conseguir el
abastecimiento que los alimenta. Así la vida transcurre casi siempre idéntica y
sin incidentes: "Todo recluso debe ser policía de sí mismo y de los
demás".
Cuando, al final, Bastián optará por
salir del penal y caminar todo recto, se dará cuenta que su compañero Aldo no
le engañaba al decirle "Ahí fuera no hay nada". Descubrirá que el
presidio se encuentra en una isla desierta de donde nadie puede salir. Y
volverá al mundo tranquilizador de la cárcel.
Así como en el penal "cada uno
tenía su propia versión de los hechos", cada cual dará su interpretación
de esta novela enigmática y apasionante. Uno puede leerla como un relato de
aventuras: el descubrimiento del mundo carcelario, la fuga de Bastián, su
regreso a la prisión, seguimos con interés el desarrollo de una intriga bien
construida. Pero el funcionamiento tan peculiar de ese presidario nos invita a
una lectura menos prosaica de las peripecias experimentadas por Bastián. La
autodisciplina y la resignación de los reclusos, la crueldad del sistema
penitenciario, la ausencia de porvenir y la imposibilidad de alcanzar el fin de
la reclusión ("¿Deben tener término las penas?", se pregunta Fierro)
levantan sospechas de que nos encontramos ante una visión metafórica. Pero es
tal la riqueza de la narrativa que se puede decodificar según múltiples pautas.
¿Símbolo de la vida humana? ¿Alegoría de la culpabilidad? ¿Metáfora del
infierno? Todas esas interpretaciones funcionan sin restarle un ápice al
encanto de un relato poético.
La temática carcelaria da al autor
la oportunidad de plantear interrogantes sociales y metafísicos. Cuando Bastián
se pregunta: "¿A cuento de qué meter a un loco en una cárcel y no en un
manicomio?", alude a un problema que nunca ha logrado solventar nuestra
sociedad. Cuando Fierro apunta en su diario: "Que prevalezca el orden
antes que la justicia", reanuda con una alternativa que en su tiempo
zanjó Goethe. Y cuando Aldo confiesa: "Soy un viejo que lleva aquí mucho
tiempo, demasiado. El olvido, como el viento, ha ido devastándolo todo en el
interior de mi cabeza; ni siquiera sé dónde nací o si Aldo es mi verdadero
nombre, mucho menos el motivo que me trajo a esta prisión. Lo único que
recuerdo son detalles pequeños, inconexos, que no sirven para nada”, ¿habla de
la cárcel o de la vida? Cuando Bastián comenta la confesión de Fierro:
"Cómo había perpetrado el asesinato o el número de víctimas eran detalles
sin la menor importancia; lo realmente esencial era asumir la responsabilidad
del hecho, el declararse culpable. Ese reconocimiento lo investía de autoridad
moral en un lugar como aquel, donde todos los reclusos, sin excepción,
disponían de una coartada”, parece que trata tanto de la culpabilidad del
asesino como de la responsabilidad de cualquier ser humano. Y, al hablar de
libertad, Bastián nos proyecta más allá de los muros de la cárcel: "A
decir verdad, reflexionó, cuando alguien escribe, ¿es realmente libre?, ¿acaso
se es libre alguna vez?" ¿También nosotros, no soñamos acaso con una
sociedad ideal como la que describía Fierro en sus cuadernos: "Con
frecuencia, Fierro se refería a una sociedad ideal que definía lo que debía ser
considerado delito en función de sus propios intereses. En ella las relaciones
entre sus habitantes vendrían dadas por contratos: “El hombre acepta las leyes
de la sociedad, incluso aquellas que pueden castigarlo". Cuando Fierro
hablaba de aquella sociedad se refería a la penitenciaría en su conjunto, pero
también a otro tipo de sociedad, la de la ciudad, aquella que les era tan
distante como ajena”? La conformidad con la que los presos aceptan su absurda
detención y el modo de vida que se les impone ¿no se parece al fatalismo con el
cual nos conformarnos con las normas de una sociedad cuya finalidad se nos
escapa? Mirándolo bien, ¿no es nuestro vivir una condena que acabamos aceptando
con el mismo fatalismo que los compañeros de Bastián?: "Los que llevamos
más tiempo sabemos que jamás saldremos. Por extraño que pueda parecer, eso nos
tranquiliza.”
Finalmente, es Fierro quien saca la
conclusión filosófica de aquella deriva de una nave de Iocos: “Tú, yo —
prosiguió — algún día nosotros tampoco estaremos aquí. Estos muros seguirán en
pie y el viento continuará soplando. Nadie nos recordará. Tantas ganas de vivir;
tanto afán por trascender, todo ese esfuerzo por conocer, por hacer... y luego..."
Escrita con elegancia, esta novela
fascinante y desasosegante da mucho que cavilar y reflexionar. Sus personajes
quedan grabados en la memoria y no dejan de formularnos unas preguntas
esenciales.
Jean
Pierre
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