«LAS NOCHES DE CABIRIA» - FEDERICO FELLINI

... el final de Las noches de Cabiria es, al menos a primera vista, un final triste, tristísimo. Cabiria (Giulietta Masina), esa prostituta ingenua y vapuleada por la vida y, sobre todo, por los hombres,  sueña todavía con la llegada de un príncipe azul que acabe con la amargura de su mala vida. Y hete aquí que hacia el final de la película parece haber conseguido finalmente su objetivo, y el mundo es un mundo justo. Cabiria no duda en entregarse por completo a su benefactor: malvende su casa (vemos cómo abandona su miserable hogar y, al mismo tiempo, una familia humilde está entrando ya en él), se casa con su redentor, le muestra un fajo de billetes (todos los ahorros procedentes del comercio de su propia carne y de la venta de la casa)... Ambos pasean por un bosque y ya entrevemos que la mirada de él no es limpia, que cuando termine su cigarro algo oscuro va a pasar. Junto al acantilado intuimos el final evidente que le espera a la pequeña Cabiria (la película se abría con una secuencia en que un hombre, otro, le quitaba el bolso y la arrojaba a un río donde estaba a punto de morir ahogada). Afortunadamente, el fallido príncipe azul se limita a quedarse con la pasta y no la empuja al mar.
Cabiria regresa caminando por el mismo bosque. Repentinamente, aparece un grupo de jóvenes que se pone a cantar y bailar a su alrededor. La prostituta está infinitamente triste, incluso tiene una lágrima debajo de un ojo. Suena una melodía de Nino Rota, una que es capaz de aunar tristeza y alegría al mismo tiempo. Cabiria tiene una suerte de epifanía y cambia su semblante, en una aceptación (una vez más humilde) de lo que parece que ha de ser siempre su destino. Incluso mira directamente a la cámara, y asiente, como si hubiera entendido la enseñanza, sabedora de que habrá de volver a la calle, de que aparecerán más hombres de los que se enamorará como una tonta y que de una manera ineluctable la maltratarán. ¿O tal vez no? Cabiria comprende que la vida es precisamente eso, y que pese a eso ha de seguir viviendo. Esa parece ser la «enseñanza moral» de Las noches de Cabiria. ¿Es entonces un final triste?...


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