Acojonado todavía por la caída inminente de un pedazo de
satélite sobre mi cabeza, y con los toldos y las persianas bajadas,
me topo con la prensa, con el perturbador descubrimiento de esas
criaturas inquietantes a las que han dado en llamar neutrinos. Dice
El País: "los neutrinos apenas interaccionan con la materia,
son como partículas fantasma que atraviesan la Tierra -y las
personas- sin inmutarse. Por ello también interceptarlos y
detectarlos es muy difícil", y algo más abajo: "una
extraña propiedad de los neutrinos: cuando viajan a largas
distancias los de un tipo se convierten en otro". Con los fotones en
entredicho, ya se empieza a especular con viajes en el tiempo, hacia el
pasado o hacia el futuro, algo que lejos de interesarme no hace más que
provocarme más desasosiego. Por aquello de que más vale lo malo
conocido que lo bueno por conocer, prefiero quedarme aquí, en este
presente algo anodino. Definitivamente, por culpa de la Física, hoy no
saldré de casa, me quedaré en la cama, tapado con las mantas.
Ahora, desde el interior de mi piso, oigo a mis vecinas chismorrear.
Para mi asombro,
descubro que los neutrinos ya están ahí, en mi escalera. No me refiero a
mis vecinas ni a sus inefables batas, tampoco a sus turbadores peinados
a rulos, no. Me refiero al
habla popular de la gente, donde ya se escuchan expresiones del tipo:
"voy rápido como un neutrino", "tardo lo que tarda
un neutrino". El cuerpo empieza a picarme ahora por todas partes. Es inútil correr, los neutrinos son más rápidos que la luz.
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