Publicado por Javier Serrano en La República Cultural:
Mahmut (Muzaffer Özdemir) es un solitario fotógrafo que vive en Estambul. Su vida es tranquila, quizás demasiado. Incluso lo es su trabajo como fotógrafo: se dedica a las naturalezas muertas. A veces tiene encuentros, tan esporádicos como fríos, con una amante. Otras veces pasa horas viendo la televisión. Otras, algo de pornografía. Lo único que parece salirse del guión es ese irritante ratón que se pasea impunemente por el interior de su piso, al que pretende atrapar.
Yusuf (Mehmet Emin Toprak) es un pariente lejano de Mahmut; está atravesando apuros económicos y viene a pasar unos días a casa de Mahmut, mientras busca un trabajo como marinero.
La relación entre ellos es cordial al principio, pero poco a poco el piso no tarda en parecerse a ese Estrecho del Bósforo que separa dos mundos cercanos pero lejanos. Las costumbres del invitado son distintas a las de Mahmut, por lo que, como era previsible, la convivencia se va complicando a medida que los días van pasando y Yusuf no encuentra trabajo. Esta es la trama de Uzak. A partir de estas premisas se desarrolla todo un conflicto de sentimientos encontrados. Así de simple puede ser el cine, no hacen falta grandes efectos especiales, basta con echar un vistazo a las personas, a lo que sienten.
En Uzak no hay grandes parlamentos entre los personajes, que por cierto son actores no profesionales. Sus maneras contenidas hacen que muchas veces sepamos lo que piensan y/o sienten por sus miradas, por sus gestos, por sus silencios, por los pequeños detalles. Es más, la película está llena de momentos donde no se habla, en los que se escucha el latido de la ciudad, convertida en otro de los protagonistas de Uzak. La ruidosa Estambul, el sonido cotidiano de sus calles, de sus habitantes, de esos barcos que entran y salen.
A pesar de tener el mismo origen, los dos personajes, Mahmut y Yusuf, son diametralmente opuestos, como el campo y la ciudad. Hace tiempo que Mahmut abandonó el pueblo y llegó a Estambul sin un céntimo. Desde entonces, se ha ido haciendo, poco a poco, un hueco hasta llegar a ser el fotógrafo que es. No necesita ayuda de nadie, se diría que hasta rehuye cualquier contacto humano. Es un personaje descreído, ya ni siquiera pretende, como en su juventud, ser un director de cine al estilo de Tarkovsky; se limita a ver cómo pasan los días. Incluso llega a afirmar que "la fotografía está muerta", casi tan muerta como él. Yusuf, el intruso, es todo lo contrario: un personaje no muy diferente a ese ratón invasor, un ser social y aparentemente sencillo, de motivaciones simples: un trabajo, una mujer… Da la impresión de que el mundo moderno, el de la ciudad, no es para él. Todo parece torcérsele, hasta la climatología le es adversa, como en esa secuencia bellísima en que, bajo una tremenda nevada y con un Estambul blanco de fondo, se acerca a los muelles del puerto para ver si puede encontrar trabajo como marinero. Piensa quizás que encerrarse en un barco durante meses es una manera de cambiar su vida, de hacerla interesante mientras surca los mares y conoce algo de mundo. Yusuf se pierde en los bares de la zona portuaria, hablando con marineros que viven al día, vapuleados como él. En otra ocasión sigue a una vecina de su barrio, de la que está enamorado secretamente y que no le corresponde. Así pasa sus días ese canto rodado llamado Yusuf.
Mientras tiene lugar la convivencia obligada entre ambos, ocurren ciertos sucesos en sus vidas que influirán en ellas, en especial en la del fotógrafo protagonista. Así, Mahmut retoma, debido a la enfermedad de su madre, el contacto con ella y otros miembros de su familia; también con su pasado. Se encuentra asimismo con la que fue su mujer (y a la que todavía parece amar) que está a punto de largarse (sin que el sea capaz de hacer nada para evitarlo) a un país lejano y empezar, junto a su marido, desde cero. En el caso de Yusuf, que ve cómo la ciudad va truncando sus sueños, lo que resulta herido es su inocencia primigencia.
La película termina con un Mahmut contemplando en silencio (siempre el silencio) el Bósforo, el trasiego de barcos en ambos sentidos, como vidas que van y vienen. Parece estar reflexionando sobre el sentido de la existencia humana, sobre las relaciones entre las personas, sobre la amistad…
La cinta es obra de un fotógrafo convertido a cineasta, un factótum llamado Nuri Bilge Ceylan, capaz de encargarse de la dirección, del guión, de la fotografía, del montaje y de la producción de Uzak.
La fotografía, como el sonido, es cuidadísima. No podía ser de otro modo, pues muchas veces sabemos lo que les pasa a los personajes por la luz ambiental, los sonidos, el ruido, una melodía, los escenarios que contemplan…
Pese a no ser profesionales, o precisamente por ello, el trabajo de los actores es de una tremenda eficacia, capaces de hacernos creíbles los sentimientos que profesan.
La película se hizo con algunos galardones en el Festival de Cannes de 2003: el Gran Premio del Jurado y el Premio a la Mejor Interpretación Masculina (Muzaffer Özdemir y Mehmet Emin Toprak). Este último falleció a los 28 años, en accidente de tráfico mientras regresaba de la presentación de Uzak.
El último film de Nuri Bilge Ceylan, Once Upon a Time in Anatolia, fue galardonado en el pasado festival de Cannes con el Gran Premio del Jurado, ex-aequo con la belga Le gamin du vélo, de los hermanos Dardenne.
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