"PRIMERA PLANA" - BILLY WILDER



Publicado por Javier Serrano en La República Cultural:
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Primera Plana transcurre en Chicago y en una sola jornada, la del 6 de junio de 1929. Un preso ha matado a un policía y, tras haberle sido denegado el indulto, es condenado a morir ahorcado. La prensa se encarga de cubrir el caso. Éste es el argumento, más o menos sencillo, de Primera plana, que en manos del maestro Billy Wilder, que en sus tiempos mozos trabajó como periodista, se convierte en una película excelente, un ejemplo claro de lo que son todas su comedias: perfectos mecanismos donde cada pieza tiene su función y no sobra ninguna. Así, si al principio de la película, cuando están reunidos todos los periodistas en la sala de prensa, haciendo su trabajo, es decir, jugando a las cartas, bebiendo, fumando, a la espera de que la noticia venga a ellos, vemos que hay otro reportero, algo afeminado y atildado, que sí que cumple con su trabajo, pegado a su escritorio, es porque ese personaje, y sobre todo ese escritorio, ha de tener, como se verá, un papel relevante en la historia, y no es en modo alguno un objeto accesorio o decorativo.
En esa primera secuencia queda también patente el enfoque que tendrá la película: ese tono de mala leche, de denuncia, de crítica social, característico de Wilder, y que se percibe ya desde el inicio, con esa escena de grupo donde los periodistas están jugando animadamente a las cartas mientras esperan a que un hombre sea ejecutado. Podemos estar riéndonos de lo que les sucede a los estrambóticos personajes de Primera plana, podemos (y lo hacemos con gusto) vernos atrapados en su ritmo vertiginoso, pero en el fondo de la película podemos también entrever su crítica demoledora. En este sentido (y salvando las distancias), Primera plana, por su humor y por su crítica, guardaría cierta similitud con películas españolas como El Verdugo de Berlanga.
En esta ocasión, los dardos de Wilder van dirigidos, como dice el título, contra el cuarto poder, contra la falta de ética entre los periodistas, más preocupados por la obtención de un buen titular que por la búsqueda de la verdad, contra la connivencia de la prensa y el poder en general (encarnado aquí por el sheriff y el alcalde de Chicago).
Mientras Earl Williams espera para ser ahorcado, se desarrollan dos historias de amor de signo contrario: la suya propia con una prostituta, interpretada por Carol Burnett, condenada al fracaso por motivos obvios, y, sobre todo, la prometedora relación del protagonista de la película, Hildy Johnson (papel interpretado por el siempre magnífico Jack Lemmon), que está a punto de casarse con la hermosa pianista Peggy Grant (una incipiente Susan Sarandon). Falta por resolver si ambas relaciones, desarrolladas contrarreloj, tendrán un final feliz.
Hay una tercera relación, que no es amorosa sino más bien todo lo contrario, la de Hildy Johnson con Walter Burns (Walter Matthau, inseparable pareja cinematográfica de Jack Lemmon), el director del Chicago Examiner (el periódico que alardea de su lema “La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad”). Es una relación tensa, turbulenta incluso; la boda de Hildy está a punto de quebrarla definitivamente. El taimado Burns, cuyo cerebro parece funcionar a golpe de titulares, no duda a la hora de llevar a cabo todo tipo de chanchullos con tal de que su periodista estrella no abandone la profesión. Hildy se debate entre la vida tranquila que le ofrece su amada y su pasión, con su personal estilo, por su trabajo. Quedan así expuestas las premisas de las que parte el guión.
A estos personajes principales les rodea una panoplia de estupendos secundarios, personajes corruptos en su mayoría, capaces de hacer cualquier tipo de enjuague con tal de salirse con la suya, y capaces también de disparar unos diálogos bien construidos. Y es que, en Primera plana, hasta los personajes terciarios (por denominarlos de alguna manera), tienen frases ingeniosas.
Característico del cine de Wilder es la inversión de la ética de sus personajes. Así, los buenos (desde un punto de vista social, ético) son, en realidad, los malos, y viceversa. Si corrompida está la prensa, peor está la Policía, con un sheriff capaz de quebrantar todo el código penal. No mejor parado sale el alcalde de la ciudad, presto a permitir la ejecución de un hombre si ello le proporciona un puñado de votos. Ninguno de los dos permitirá que la llegada de un indulto les estropee el final feliz de la película que se han montado. No deja de tener su gracia que prácticamente toda la acción de la película transcurra en el interior del Tribunal Supremo, o dicho en plata, un contubernio entre el poder judicial, el poder ejecutivo y el cuarto poder, salpicado, eso sí, de humoradas y de frases memorables donde salen especialmente magullados, con ironía wilderiana, los malos oficiales: las prostitutas, los homosexuales, los comunistas…
Enfrente están los malos, con el preso que será ejecutado, cuya pinta de loco inocente nos hace dudar de la intencionalidad del delito que se le imputa, y su chica, la prostituta, con un código moral que hace sonrojar a todos los demás personajes, y que la lleva a saltar al vacío con tal de proteger a su amado. Entre ambos extremos, se mueve la pareja formada por el vacilante Jack Lemmon y el cínico Walter Matthau.
Huelga decir que el filme está trufado de gags hilarantes y bien elaborados, y de varios puntos de giro, estratégicamente colocados, que hacen avanzar la historia por caminos inesperados. Siempre merece la pena volver a ver películas como Primera Plana (como todo el cine de Wilder), por su buena factura, pero también por sus inteligentes arremetidas contra el statu quo.

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