POEMAS DE "ULTRAMAR" - RAYMOND CARVER
EL COCHE
El coche con el limpiaparabrisas partido.
El coche que perdió una biela.
El coche sin frenos.
El coche con una junta defectuosa.
El coche con un agujero en el radiador.
El coche por el que recogí melocotones
El coche con cilindros que chirrían
El coche sin rueda de repuesto
El coche que cambié por una bicicleta.
El coche con problemas en la dirección.
El coche sin asiento de atrás.
El coche con el asiento delantero lleno de desgarrones.
El coche que perdía aceite
El coche con el manguito carcomido.
El coche que escapó del restaurante sin pagar.
El coche con las llantas lisas.
El coche que no tenía calefacción ni refrigeración.
El coche con la tracción desalineada.
El coche en el que vomitaron mis niños.
El coche en el que yo vomité.
El coche con la bomba de agua rota.
El coche que tenía la correa de distribución como un colador.
El coche con la junta principal reventada.
El coche que abandoné en el arcén.
El coche que escupía monóxido de carbono.
El coche con el carburador lleno de grasa.
El coche que atropelló al perro y no se detuvo.
El coche con un agujero en el silenciador.
El coche sin silenciador.
El coche que averió mi hija.
El coche con el motor varias veces trucado.
El coche con los cabes de la batería corroídos.
El coche que compré con un cheque sin firma.
Coche de mis noches de insomnio.
El coche con el termostato atascado
El coche al que se le incendió el motor.
El coche sin luces delanteras.
El coche que tenía roto un cinturón de seguridad.
El coche con bayetas que nunca se utilizan.
El coche que abandoné.
El coche con problemas de transmisión.
El coche del que me lavé las manos.
El coche que golpeé con un martillo.
El coche al que nunca le apareció la documentación.
El coche que pasó de mano en mano.
El coche al que se le rompió el cable del embrague.
El coche que esperaba detrás de la casa.
Coche de mis sueños.
Mi coche.
EL TELEVISOR DE JEAN
Mi vida va sobre ruedas
en este momento. Aunque ¿quién se atreve
a decir que no volveré a flaquear?
Esta mañana me acordé
de una novia que tuve justo después
de mi ruptura matrimonial.
Una chica muy dulce llamada Jean.
Al principio, ella no tenía ni idea
de la parte mala de las cosas. Llevó
su tiempo. Pero, de todos modos,
me amaba un montón, decía.
Y sé que era cierto.
Me dejó quedarme en su casa
cuando dirigía
los mezquinos asuntos de mi vida
por su teléfono. Me compraba
bebida, me decía
que no era un borracho
como todos esos otros, decía.
Me extendía cheques
y los dejaba sobre su almohada
cuando se iba al trabajo.
Me regaló una chaqueta Pendleton
aquella Navidad, y todavía la uso.
Por mi parte, le enseñé a beber.
Y a dormir
con la ropa puesta.
Cómo despertar
llorando en mitad de la noche.
Cuando la dejé, me pagó dos meses
de alquiler. Y me dio
su televisor en blanco y negro.
Hablamos por teléfono una vez,
meses después. Estaba borracha.
Y seguro que yo también.
Lo último que me dijo fue,
¿Podría ver mi tele otra vez?
Miré alrededor
como si el televisor pudiera aparecer
de repente en su sitio otra vez,
sobre la silla de la cocina. O si no,
salir del armario de la cocina
y presentarse. Pero ese televisor
había sido arrojado calle abajo
semanas antes. El televisor que Jean me regaló.
No se lo dije.
Le mentí, claro. Pronto, le dije,
muy pronto.
Y colgué el teléfono
después, o antes, de que colgara ella.
Pero aquellas palabras oídas como en sueños
me hicieron sentir
que había llegado al final de una historia.
Y ahora, con esa última mentira
a mis espaldas,
podía descansar.
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