"EL SUR" - ADELAIDA GARCÍA MORALES


Publicado por Javier Serrano en La República Cultural:
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En el relato largo, bastante autobiográfico, titulado "El Sur", de la autora Adelaida García Morales, podemos leer el siguiente fragmento (página 36) en que se describe uno de los momentos culminantes de la historia. El texto refleja toda la esencia de la obra: su lenguaje sencillo, su lirismo, sus símbolos... El relato está publicado por Anagrama y va unido en el mismo volumen a otro cuento de la autora: "Bene". Posteriormente, "El Sur" fue llevado al cine por el genial Víctor Erice, en una película del mismo nombre que se estrenó sin estar del todo concluida:

"Una tarde, ya anocheciendo, yo echaba el cerrojo de la cancela cuando oí tu voz llamándome. Venía del jardín y se esforzaba en parecer alegre. Me acerqué a ti desconcertada. Estabas sentado en el viejo banco de madera, bajo el sauce y frente a la fuente, seca ya desde hacía tiempo. Un aliento de muerte envolvía ahora lo que, años atrás, había sido el escenario mágico de nuestro juego predilecto. Sólo quedaba el romero que dibujaba los caminos del jardín y los árboles y matas que no habían necesitado para sobrevivir más que el agua que les había caído del cielo. Todas las demás plantas habían muerto y permanecían allí, secas y olvidadas, tentando a la memoria, reconstruyendo para nosotros algo que no recuperaríamos jamás. "¡Hola!" re dije, y deseé preguntarte qué hacías, aunque sólo fuera para impedir el silencio. Pero no dije nada más, pues sabía que tú ya no hacías nada. Me senté frente a ti, en el borde al fuente, adivinándote en la penumbra. "No sé por qué ya no hay agua en la fuente", dijiste. "Es que nadie se acuerda de cuidar el jardín", te respondí con impaciencia. "Es verdad -continuaste-, todo se ha secado. ¡Con lo bonito que era! ¿Te acuerdas?". Claro que me acordaba, pero no te respondí. Sentí de pronto una congoja insoportable. Y entonces por primera vez me atreví a preguntarte; "¿Qué te pasa? ¿Por qué estás siempre tan mal?". Tú me miraste sorprendido, como si te extrañara que yo hubiera advertido tu dolor. Parecías contrariado y desvalido. Yo insistí: "Cuando volviste de Sevilla aquella vez, todo cambió en tu vida. ¿Qué pasó allí?" "Pues que murió mi madre, ya lo sabes". Te respondí que no me refería a eso, sino a otra cosa, a aquel secreto ligado al nombre de Gloria Valle. "¿Recuerdas -te dije-. Yo te llevaba sus cartas a tu estudio para que mamá no las rompiera". "¿Tú me las llevabas?". Y añadiste: "Tienes mucha fantasía, Adriana". Era evidente que deseabas concluir aquella conversación, pero yo insistí una vez más: "¿Es ese el motivo de tu sufrimiento?". Tu sonreíste con amargura. "Mira -me dijiste-, el sufrimiento peor es el que no tiene un motivo determinado. Viene de todas parte y de nada en particular. Es como si no tuviera rostro". "¿Por qué? Yo creo que siempre hay motivos y que se puede hablar de ellos", te dije, sin convencimiento alguno y desalentada al ver que habías desviado mi pregunta. Miré a mi alrededor aceptando una vez más tu silencio y pensando que, quizás, nunca se pudiera ser feliz en ninguna parte. Ya era de noche, había luna nueva y la oscuridad era como una niebla sombría que, a mis ojos, te daba una expresión imperturbable. Te miraba fijamente, tratando de adivinar lo que no me decías. A través de aquel velo de penumbra vi años enteros pasando por tu rostro envejecido. Aquella noche sentí que el tiempo era siempre destrucción. Yo no conocía otra cosa. el jardín, la casa, las personas que la habitábamos, incluso yo con mis quince años, estábamos envueltos en aquel mismo destino de muerte que parecía arrastrarnos contigo. Cuando entramos en la casa, me pediste que le comunicara a Agustina que no ibas a cenar. Y te despediste de mí como si aquella fuera una noche cualquiera."

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