JOSEBA SARRIONANDIA - Cuentos

"LA ASAMBLEA"

Hicimos una asamblea. Teniendo en cuenta que el mundo va cada vez peor, que esta sociedad se sigue organizando sin criterios proporcionados de libertad y justicia, teniendo en cuenta que incluso el medio ambiente se va deteriorando progresivamente, teniendo en cuenta que nuestras esperanzas de una vida mejor se frustran nuevamente, y conscientes, así mismo, de que todos, sí, todos los seres humanos deberíamos tomar parte en la búsqueda de soluciones adecuadas a los problemas comunes, nos reunimos en una asamblea.

Durante la asamblea realizamos penetrantes análisis de la situación, mantuvimos enriquecedoras discusiones y llegamos a importantes acuerdos. En el momento en que ya estábamos repartiéndonos el trabajo, para pasar de las propuestas a los hechos, repentinamente llegó el loquero y, alegando que ya se acabó la media hora de recreo, nos está encerrando a cada uno en su celda.

"PELEA DE CARNEROS"

En la plaza, cada uno de los carneros acumula toda su fuerza para embestir. Da unos pasos hacia atrás, bastantes pasos hacia atrás, y se lanza desmedido hacia adelante. El choque de los dos carneros es tremendo, las gotas de sangre salpican a la gente. El crujido del golpe se mezcla con los murmullos, las apuestas, el griterío.

Los carneros retroceden y, rodeados por toda esa gente que los anima con delirante entusiasmo, se lanzan de nuevo al choque. Ninguno se rinde, aturdidos por el golpe se quedan parados sólo durante un momento, inmediatamente retroceden para investir de nuevo. La plaza retiene el aliento, enardecida, mientras los carneros se lanzan al enésimo choque.

Súbitamente, dos espectadores se enfrentan. Muy similarmente a los carneros, retroceden y se lanzan el uno contra el otro frontalmente. En seguida se multiplican los apareamientos de espectadores enfrentados. Se impugnan, se contradicen, se amenazan y, después de haber ingerido un café doble y una copa de brandy, los más entusiastas se lanzan de cabeza. El topetazo es descomunal y, aturdidos, se tambalean por un momento. Recuperado el discernimiento, retroceden sin perder de vista al contrario.

Son cada vez más. Sin asomo de cobardía van hacía atrás para arrojarse de frente. A esta hora, ya todos participan en la pelea, agachan la cabeza y se abalanzan frontalmente contra alguien. Los topetazos consiguientes son espeluznantes. No deja de haber apuestas y gritos, mientras todo el mundo choca en la plaza.

Los carneros de verdad se detienen, pues ya nadie los rodea, ni les deja espacio, ni les carga da aliento. Entre cabezas reventadas, entre carreras cruzadas, entre jadeos y crujidos de materiales óseos, los carneros de verdad se van.

"DURANGO 1937"

Olvidemos la destrucción, el dolor, la tristeza.

No toquemos estos ladrillos quebrados, estas cenizas aún calientes, ni esta sangre pegajosa. No escuchemos los gemidos, no oigamos los insultos que resuenan bajo estos techos derrumbados, hagamos oídos sordos incluso a los partes de radio de los vencedores.

No sintamos este olor a azufre, no advirtamos las emanaciones de los cuerpos tiznados, ni siquiera las del perfume de esos botellines reventados. Hagamos como que no contemplamos esta ciudad de pilastras derribadas, ruinas todavía alumbradas por las llamas, hagamos como que no vemos esa mano de niño cercenada y sola.

No nos figuremos que nos arrastramos como limacos aplastados, no pensemos que nos descomponemos como víctimas de una plaga, que nos disipamos como herejes incinerados antaño.

No nos asustemos por indicios que provienen de este alrededor y del interior de nuestro propio cuerpo, el que hayas olvidado algunas palabras por ejemplo, o esa mano trunca y sola que baja por la escalera destrozada en busca de su madre, y tropieza con tu corazón y lo estruja con sus blancos dedos.

Desconozcamos toda esta destrucción, este dolor y esta tristeza. Abandonemos este aturdimiento e imaginemos que el mundo es apacible y hermoso; imaginemos que estamos vivos.

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